Capítulo 21
Un repentino relámpago iluminó fugazmente la sala. La tormenta que había comenzado la madrugada anterior y había continuado durante el día como una fina y continua llovizna parecía querer volver a desatarse con todo. El sonido de un lejano trueno estalló anunciando que no tardaría demasiado en llegar. Observó a la hermosa mujer que tenía en sus brazos. Aun no podía creer que le hubiese dicho que lo quería. Hacía tiempo que había perdido la esperanza de tener algo con ella, pero ese beso había vuelto a despertar todo el sentimiento que solo ella le provocaba.
La apretó más contra él como si no quisiera que se escapara y sonrió al recrear la sensación de sus cálidos labios sobre los suyos. La sintió estremecerse y descendió sus ojos a ella. No estaba lo suficientemente abrigada por lo que a pesar del calor que él le brindaba con su cuerpo, tenía la piel de gallina. El desagradable recuerdo de ella volando de fiebre a causa de la gripe invadió su mente y temió que pudiese volver a enfermarse. Debía acostarla y asegurarse de que no pasara frío durante la noche.
Sin encender la luz para no despertarla, avanzó por la habitación hacia la cama y apoyando una rodilla en la misma, la depositó sobre el colchón. Se apresuró a quitarse las zapatillas, se recostó a su lado y los cubrió a ambos con el cobertor. A continuación, la atrajo hacia su costado. Sabía que lo correcto hubiese sido dejarla y regresar al living para dormir en el sofá. Sin embargo, no podía, ni quería, alejarse de ella. Cerró los ojos e intentó relajarse, pero el aroma de su piel drenaba toda su fuerza y estuvo seguro de que no lograría pegar un ojo sintiéndola tan cerca.
A pesar de eso, el cansancio cayó con fuerza sobre él venciendo poco a poco la batalla y junto con el suave arrullo de la lluvia que caía en el exterior, sin darse cuenta, se fue quedando dormido. No supo cuánto tiempo había pasado, pero de repente, la oyó murmurar y preocupado de que se hubiese despertado asustada, se acomodó de costado y la observó con detenimiento.
—Maxi...
—Estoy acá, Vale.
Pero ella no pareció escucharlo.
—Maxi... —repitió ahora en un prolongado gemido que lo tomó por sorpresa—. Sí... así... Dios, no pares... Por favor...
Un latigazo de electricidad lo recorrió al darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Valeria no se había despertado, más bien todo lo contrario. Se encontraba dormida y al parecer, estaba teniendo un sueño erótico en el que él era el protagonista. Todo su cuerpo reaccionó ante aquellas aisladas palabras pronunciadas en medio de sensuales jadeos y sonrió, complacido.
Por un instante, pensó en qué era lo que debía hacer ante eso. No quería aprovecharse de su estado, mucho menos si ni siquiera estaba despierta, pero ella tampoco se lo estaba poniendo demasiado fácil. Haciendo a un lado cualquier pensamiento que atentara contra la satisfacción del ardiente deseo que acababa de despertar en él, llevó una mano hacia el botón de su pequeño pantalón y lo abrió con delicadeza. Bajó el cierre lentamente dejando expuesta la delicada piel de su vientre y la recorrió con la yema de sus dedos advirtiendo de inmediato el modo en el que se estremecía bajo su tacto.
La oyó emitir un prolongado gemido a la vez que se arqueó ante sus caricias y ya no fue capaz de contenerse. Metió la mano por debajo de la fina tela y, con deliberada lentitud y suavidad, continuó su descenso hasta rozar su fuente misma de calor. Su miembro palpitó en respuesta. ¡Dios, estaba completamente mojada! La vio arquearse aún más hacia su mano conforme se volvía más atrevido y sintió la necesidad de que fuese consciente de él, de su presencia, de sus caricias. Se colocó sobre ella y le besó el cuello recorriendo con su lengua cada centímetro de su suave y tersa piel.
—Mirá lo que me hacés incluso estando dormida —le susurró al oído con la voz entrecortada—. Me tenés fascinado.
De pronto, un intenso relámpago, seguido de un fuerte trueno, iluminó la habitación permitiéndole tener una clara visión de aquella increíble mujer. Sabiendo que si seguía ya no podría detenerse, decidió apartarse. Sin embargo, ella lo detuvo al rodearlo con sus brazos. La buscó con la mirada y se sorprendió al advertir que sus hermosos ojos verdes estaban fijos en él. Aún en la oscuridad, podía notar el deseo que los desbordaban.
—¿Estoy soñando de nuevo? —preguntó con desconfianza.
Sonrió al descubrir lo que su pregunta delataba. No era la primera vez que soñaba con él.
—No, preciosa, no lo estás.
Vio como una sonrisa se dibujó en sus deliciosos labios antes de que atrapase uno de ellos con los dientes. Entonces, la oyó suplicar y su ruego terminó por doblegarlo por completo.
—Entonces no pares. Te necesito dentro de mí ahora.
Dispuesto a complacerla, apoyó los labios en su abdomen y recorrió su piel con la lengua en un camino descendente. Enganchando el lateral de su pantalón con los pulgares, comenzó a deslizarlo hacia sus tobillos. Junto con él, también arrastró la pequeña pieza que cubría su intimidad. La despojó de lo que la separaba de él y regresó despacio dejando, a su paso, un reguero de besos en la parte interior de sus muslos. La sentía estremecerse y eso lo estaba volviendo loco. Se moría por probarla y, por lo que ella estaba demostrando, parecía ansiosa porque él lo hiciera.
Valeria tembló de anticipación cuando sintió que se acercaba a su zona más sensible. Su aliento caliente golpeó contra la humedad de su sexo y se retorció ante la sensación que solo eso le provocaba. Lo sintió comenzar a recorrerla despacio con su lengua y se arqueó hacia él para sentirlo aún más. Cuando se acercó a su centro, ya no fue capaz de refrenar el jadeo que escapó de su boca. Todo su cuerpo se encendió ante el estímulo de aquella lengua que, implacable, la torturaba con suaves y sensuales movimientos. Se aferró a sus hombros al sentir que sus labios atrapaban aquel nudo para succionar con fuerza y anheló descubrir cómo se sentiría llegar al final del sueño.
Maximiliano aumentó la intensidad de sus besos en cuanto notó el efecto que tenían en ella. Un intenso deseo lo invadió amenazando con hacerle perder el poco control que aún conservaba. Jamás una mujer lo había excitado tanto y ansió el momento en el que entrase por fin en ella. Se separó para quitarse la ropa y despojarla a ella también de lo único que aún llevaba puesto y luego, se tomó unos segundos para contemplarla. ¡Era bellísima! Y muy pronto completamente suya. Se arrodilló entre sus piernas a la vez que rebuscó con prisa en el bolsillo de su pantalón donde siempre tenía un preservativo. Pero entonces, la oyó hablar.
—No, con vos no. Quiero sentirte —remarcó rodeándolo con sus piernas para acercarlo.
La miró fijo a los ojos. No había nada que deseara más en ese momento que poseerla sin ninguna barrera entre ellos, pero no estaba seguro de que fuera lo más prudente. No después de lo que había pasado.
—No creo que...
Pero se quedó sin habla cuando la sintió apretarlo aún más y alzar la pelvis hacia él. La punta de su miembro rozó su ardiente y húmeda entrada llevándolo al instante al borde de la locura.
—Vale... —jadeó con voz entrecortada. Sabía perfectamente que no podría resistir mucho tiempo más aquella deliciosa tentación.
—Por favor, Maxi —susurró en un sensual ruego—. Me estoy cuidando y siempre usé protección. No quiero nada de eso con vos.
Esas palabras lo hicieron vibrar destruyendo por completo su determinación. Ya sin fuerzas, ni ganas, de seguir reprimiéndose, empujó hacia adelante y se enterró profundo en su interior. La oyó gemir ante su imperiosa invasión y una descarga de excitación recorrió todo su cuerpo. Sentirla a su alrededor apretándolo, comprimiéndolo, quemándolo, lo extasió por completo. Ardiendo de deseo, retrocedió solo un poco y volvió a entrar con ímpetu. Ella despertaba sus instintos más bajos y primitivos.
Valeria jamás había anhelado tanto a un hombre en su vida y la sensación de recibirlo en su interior fue mejor que cualquier sueño que hubiese podido tener. Él avivaba un fuego que no conocía, que nunca antes habían avivado en ella y que pronto comenzó a consumirla. Estaba siendo todo menos delicado y eso la encendió aún más. Con cada embestida, perdía un poco más de consciencia cayendo rápidamente en una espiral de sensaciones que colmaba por completo todo su ser. No había lugar para ningún pensamiento. Solo existía una gran pasión que recorría su cuerpo de pies a cabeza. Apenas habían comenzado y ya se sentía al borde del abismo.
Maximiliano estaba maravillado por la forma en la que se entendían en la cama. Siempre había sido intenso y apasionado, pero jamás había perdido el control de sí mismo. Con ella todo era diferente. Solo el contacto de su piel desataba su fiera interior haciéndolo comportarse como el macho alfa que necesitaba domar a la hembra. Sus gemidos, sus caricias, lo estaban volviendo loco y solo podía pensar en llevarla hasta la cima.
En medio de la bruma de aquel torbellino de placer, notó el calor de sus pequeñas manos sobre sus mejillas y abrió los ojos para fijarlos en los de ella.
—Decímelo de nuevo —la oyó pedir entre jadeos.
—¿Decirte qué? —preguntó con dificultad, sin entender del todo a qué se refería.
—Lo que me dijiste cuando creíste que estaba dormida. Eso tampoco fue un sueño, ¿verdad? Realmente lo dijiste.
Entonces comprendió de qué se trataba. Esbozó una sonrisa de satisfacción. Lo había escuchado, después de todo. Podía sentirla al límite y era consciente de que él no estaba lejos.
—Lo dije —confirmó con voz ronca sin dejar de moverse—. Te amo.
Valeria se dejó llevar por el éxtasis que esas palabras le brindaron y clavando las uñas en su espalda, estalló en mil pedazos.
Maximiliano gruñó enardecido en cuanto la sintió deshacerse debajo de él. Su más que notorio orgasmo desencadenó el suyo al instante y con una última embestida, se hundió en ella derramándose en su interior. Con el corazón latiendo de forma desenfrenada, enterró su nariz en el hueco de su cuello mientras intentaba recuperar el aliento. Sentía que acababa de tocar el cielo con la mano y no daba más de felicidad. Pero entonces, la oyó hablar de nuevo.
—Yo también te amo —susurró tras un exquisito suspiro y él supo, con certeza, que no solo lo había tocado, sino que se encontraba en él.
Una sensación de frío la invadió de repente y estremeció su piel, despertándola. Al igual que el día anterior, le había ganado a la alarma por lo que la desactivó antes de que comenzara a sonar. De inmediato, imágenes de esa noche pasaron por su mente y no pudo evitar esbozar una sonrisa. ¡Dios, jamás nadie la había complacido de esa manera en la cama! No se consideraba a sí misma una mujer fatal, pero tenía algo de experiencia. Sin embargo, la mayoría de los hombres con quienes se había acostado, se preocupaban más por ellos mismos que por hacerla gozar a ella. Maximiliano era diferente.
Girando hacia el costado, extendió el brazo hacia el lado de él. Aún estaba tibio por lo que no hacía mucho que se había levantado. Confundida, se sentó y miró a su alrededor. Su ropa ya no estaba en el piso donde la había arrojado antes de hacerle el amor. ¿Acaso se había marchado? No, no sería capaz de irse de ese modo. Envolviéndose con la sábana, se puso de pie y salió de la habitación. Tal vez había bajado para prepararse un café. Pero entonces, oyó el sonido de la ducha. Un escalofrío recorrió su columna, más por saberlo desnudo en su baño que por el frío reinante.
Avanzó despacio hacia la puerta y la abrió para luego asomarse en su interior. A pesar del vapor, distinguió a la perfección su figura detrás de la mampara. Vibró por dentro ante la visión de su firme y marcado cuerpo debajo del agua. ¡Dios, ese hombre era una obra de arte! Sintió de pronto el intenso impulso de meterse allí dentro y que fuesen sus manos las encargadas de enjabonar cada centímetro de su piel. Sin embargo, se contuvo. ¿Y si no le gustaba que lo invadiese de ese modo? Tal vez sería mejor que fuese a preparar el desayuno. Retrocedió un paso para salir cuando lo oyó hablar.
Maximiliano había advertido su presencia desde el instante en el que había abierto la puerta y sintió la reacción de su cuerpo en cuanto la imaginó pegada a él debajo de la lluvia. Notó su mirada fija y eso no hizo más que aumentar su deseo. No obstante, ella no se movió del lugar. ¿Acaso temía que la rechazara? ¿No le había demostrado la noche anterior lo mucho que la deseaba... que la amaba? Esperó paciente a que se acercara, pero no parecía tener intención de hacerlo. Entonces vio por el rabillo del ojo que se alejaba y decidió detenerla. No estaba dispuesto a dejarla marchar.
—Buenos días —saludó con tono juguetón girando hacia ella.
Valeria alzó la vista hacia él y lo vio en todo su esplendor. Por acto reflejo, cerró con fuerza su mano alrededor del borde de la sábana que estaba usando para cubrirse y tragó con dificultad. Conteniendo un gemido, apretó sus piernas en cuanto experimentó una deliciosa descarga eléctrica justo en su centro. No podía creer la forma en la que la afectaba, incluso sin tocarla.
—Buenos días —balbuceó con voz trémula dejando en evidencia su nerviosismo—. Yo solo... ¿quisieras café o...?
Pero su pregunta quedó inconclusa cuando él salió de la ducha y caminó hacia ella. Sin decirle nada, le acarició una de sus mejillas y se inclinó para besarla.
—Solo te quiero a vos —murmuró contra sus labios provocando que soltara lo único que los separaba.
Entonces, le acarició la espalda notando como su piel se estremecía ante el roce de sus manos, más aún cuando la pegó a su caliente y mojado cuerpo. La arrastró hacia la ducha y continuó besándola debajo del agua. Era la única mujer que conseguía enloquecerlo de ese modo y no podía esperar un minuto más para hacerla suya de nuevo.
No supo en qué momento acabó bajo la ducha, pero tampoco le importaba demasiado. Ni siquiera era capaz de hilar pensamiento alguno. Lo único en lo que podía concentrarse era en las deliciosas caricias y los sensuales besos con los que Maximiliano lograba prenderla fuego. Porque eso sentía cada vez que él la tocaba, un ardiente e intenso fuego que encendía, al instante, cada fibra de su cuerpo.
Maximiliano abandonó su boca para continuar por la línea de su mandíbula y descender hasta su cuello. Notó que ella ladeaba el rostro para darle espacio y se dedicó a beber de su piel con ansia. Sin embargo, se detuvo al sentir la leve presión de sus manos sobre su pecho. Se apartó, confundido y la miró a los ojos en búsqueda de una respuesta. Su mirada brillaba con el mismo deseo que lo estaba consumiendo a él. Frunció el ceño al no entender por qué lo había detenido. Pero entonces, la vio acercarse a él y apoyar sus dulces labios sobre la piel de su abdomen.
—Mi turno —la oyó decir antes de comenzar a descender recorriéndolo lentamente con su lengua.
Dejando caer la cabeza hacia atrás, apoyó una mano en la pared del costado para mantenerse en pie y la dejó hacer. Sabía lo que se proponía y esperó ansioso a que llegase a su objetivo. Emitió un largo gemido cuando la sintió tomar su miembro con la mano y deslizarlo con suavidad dentro de su boca. ¡Dios querido! Nada de lo que había experimentado alguna vez tenía punto de comparación con la sensación que le proporcionaban sus labios y la suavidad de su lengua. La suavidad con la que se deslizaba alrededor de su falo y el calor abrasador que lo envolvía, lo transportó de inmediato al siguiente nivel. Debía detenerla en ese instante o terminaría antes de poder satisfacerla a ella.
Al igual que había hecho él la noche anterior, estaba decidida a darle placer con su lengua. Le gustó verlo debilitarse nada más tomarlo con su boca y la excitó sentir el modo en el que su respiración se agitaba haciéndose más pesada. Advirtió cómo se aferró a la pared, perdido por completo en las sensaciones que ella le provocaba. Por la tensión que podía ver en sus músculos, supo que estaba cerca y eso la estimuló aún más. Aumentando la intensidad de sus movimientos, lamió su zona más sensible y volvió a envolverlo con sus labios. Repitió lo mismo varias veces más hasta que él la sujetó de los brazos y la hizo ponerse de pie.
—Suficiente o no podré controlarme —alcanzó a decir con voz ronca.
La miró por unos segundos, encantado con la visión de su bello rostro transformado a causa del placer. Sus labios hinchados lo atrajeron como la luz a los insectos y sin poder contenerse, los cubrió con los suyos. Los devoró con hambre saboreándose a sí mismo en ellos y eso terminó por enloquecerlo. Sin dejar de besarla, la hizo apoyar la espalda en la pared de azulejos y se acomodó entre sus piernas. Alzó una de ellas con su mano y mirándola a los ojos, la penetró con fuerza. Ambos jadearon en el momento en el que fueron uno.
Valeria exclamó su nombre en cuanto él comenzó a moverse, extasiada de sentirlo deslizarse en su interior. La intensa pasión que se generaba entre ellos era algo de otro mundo. De hecho, el mismo podría estar cayéndose en ese momento y no se enteraría porque solo había lugar en su mente para lo que estaba sintiendo. Se aferró a sus hombros y dejó caer la cabeza hacia atrás disfrutando a pleno de cada embestida. Sintió el calor de su respiración sobre su cuello mientras la tomaba con fuerza enterrándose cada vez más profundo en ella. Podía saborear su clímax y sonrió ante las primeras contracciones.
Maximiliano no se detuvo hasta sentir que la hacía perder el control. Él mismo había estado a punto de hacerlo cuando la oyó gritar su nombre, pero, para su fortuna, había podido contenerse a tiempo. Decidido a llevarla al límite del precipicio, hundió su rostro en su cuello y continuó con sus embates hasta sentirla contraerse a su alrededor. Supo que se avecinaba su orgasmo y se dejó llevar con la intención de que esta vez llegasen juntos. Ella no lo decepcionó y aferrándose a su cuello con fuerza, emitió un delicioso gemido. Él gimió también alcanzando por fin su liberación.
El éxtasis que la colmó al llegar a la cima fue brutal y todo su ser vibró al sentir la electricidad en todo su cuerpo. Advirtió su orgasmo, casi al mismo tiempo que el suyo y se sintió plena. Jamás se había sentido de ese modo antes, ni siquiera en su mejor noche. Nada igualaba hacer el amor con él. Nadie lo igualaba a él. Llevó ambas manos a su rostro y lo sujetó para que la mirase. Entonces, volvió a decirle que lo amaba. Alcanzó a verlo esbozar una hermosa sonrisa antes de apoderarse de sus labios, una vez más.
Bebió un sorbo de café, maravillada de que ya no hubiese rastro alguno de las horribles náuseas que la habían torturado el día anterior. Aunque no le sorprendía demasiado. Luego de aquella increíble ducha, su período había decidido llegar por lo que su cuerpo por fin empezaba a encontrar un equilibrio.
—Espero haberlo hecho bien —dijo Maximiliano llamando su atención.
Sabía que se refería al café que había preparado mientras ella terminaba de ducharse, pero no pudo evitar pensar en todo lo demás.
—Muy bien —respondió con una sonrisa pícara.
Él arqueó las cejas, divertido y se acercó hasta quedar frente a ella. Con delicadeza, apartó un mechón de su cabello colocándolo detrás de su oreja y depositó un casto beso en sus labios.
—No me refería a eso, pero me alegra saber que te gustó —murmuró contra sus labios—. Ojalá pudiera quedarme, pero no quiero que llegues tarde al hospital. Además, debo ir al gimnasio. Tengo miles de cosas que hacer antes del viaje.
—¿Viaje?
Frunció el ceño al darse cuenta de que no sabía nada al respecto. ¿Acaso Micaela no le había comentado nada? Al ver que esperaba una respuesta, procedió a contarle acerca de su viaje anterior y la posibilidad que había surgido de hacer negocios con el dueño actual de un viejo complejo de cabañas que había junto al lago en su pueblo natal.
—Por eso Leo también viene. Si todo sale bien, él va a ser el encargado de diseñar los planos.
—Entiendo —respondió intentando disimular la decepción que la invadió al pensar en que pronto se marcharía—. ¿Y cuando te vas?
—Este fin de semana. —Advirtió de inmediato el cambio en su expresión y se sintió complacido de comprobar que no era el único al que no le agradaba la idea de estar separados—. Me gustaría que vinieras. Mica también va a venir y no quiero que te quedes sola. No con el loco de su ex al acecho.
Ella se sorprendió ante su petición. La verdad era que le gustaba la idea de irse con él, pero no estaba segura de poder dejar su trabajo así sin más.
—Es que...
—Por favor —insistió mientras le acarició la mejilla con ternura—. Vale, lo que dije anoche es cierto. Siempre voy a estar para vos, pero también me gustaría que estés para mí, a mi lado, de ahora en adelante—. La vio cerrar los ojos ante su contacto y asentir. Feliz con su respuesta, se inclinó hacia ella y volvió a besarla con ternura—. Bueno, ahora sí tengo que irme —dijo, renuente—. Necesito pensar qué voy a hacer con el gimnasio durante mi ausencia. No quiero cerrar, pero tampoco creo que dejar a Nacho a cargo sea lo más conveniente. Anoche discutimos y...
—Por mi culpa, ¿verdad? —lo interrumpió, apenada.
—No, por su culpa —aclaró.
A continuación, volvió a despedirse de ella y tras prometerle que la llamaría más tarde, se marchó.
Valeria se dejó caer en la silla, preocupada por lo que acababa de escuchar. Aunque él lo negara, sabía que había sido ella el motivo de la discusión entre ambos amigos y eso la hacía sentirse un poco culpable. Jamás había sido su intención que ellos tuviesen problemas. Intentando olvidarse del asunto, terminó su café y comenzó a pensar en el viaje mientras recogía sus cosas para irse al hospital. Debía reconocer que no le vendría nada mal unas pequeñas vacaciones a esa altura del año. Realmente estaba agotada y luego de los nervios del día anterior, alejarse de todo era una excelente idea, sobre todo si eso le permitía pasar más tiempo con él.
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