Capítulo 14
Azotó la puerta de su habitación con fuerza y cerró con llave. Apoyó la espalda contra la madera mientras intentaba regular su agitada respiración. Sabía que su amiga la seguiría y en ese momento no se sentía capaz de enfrentarla. Acababa de verla besándose con su amigo y aunque eso definitivamente era algo bueno, la hizo sentir mal. Era más que evidente que entre Micaela y Leonardo pasaba algo o, al menos, empezaba a pasar. Pero entonces, ¿por qué había dejado que Maximiliano la abrazara de ese modo? Y más importante aún, ¿por qué lo había hecho él?
Ya no entendía nada y eso la angustiaba. Ni siquiera con ella, con quien había llegado a formar una linda relación antes de que todo se volviera confuso, se había mostrado nunca así de expresivo. Y la sonrisa que le había dedicado... Dios, solo con verlo esbozarla, experimentaba un intenso cosquilleo por todo su cuerpo. Sin embargo, esa noche, le había provocado todo lo contrario. ¿Por qué le afectaba tanto?
Era la primera vez que sentía algo así de intenso e irrefrenable por alguien y la verdad era que no sabía qué hacer con ello. Debido a su notable belleza, solían ser los hombres quienes la buscaban, pero con él era diferente. ¿Sería justamente eso lo que hacía que lo deseara de ese modo? Porque sí, lo deseaba; ya no podía seguir negándolo. Se había sentido atraída hacia él desde un principio, desde que lo había conocido junto a su hermano el día que se mudó al complejo. Y si bien Leonardo tampoco se había mostrado como un depredador, estaba segura de que se debía a que entre ellos no existía chispa alguna.
Con Maximiliano todo era tan distinto. A él no podía leerlo como a otros hombres y eso de algún modo la hacía sentirse insegura, vulnerable. Nunca avanzó, pero algunas de sus acciones la hacían dudar, en especial la forma en la que a veces se quedaba mirándola con un brillo especial en los ojos. Asimismo, había otros momentos en los que parecía simplemente ignorarla.
La complicidad que sentía con él tampoco ayudaba. Por primera vez en la vida, un hombre se preocupaba por ella y no por cuanto tiempo tardase en quitarle la ropa y eso la frenaba. Temía que, si se diera cuenta de sus sentimientos, terminase alejándose y jodiendo su relación para siempre. ¿Qué hizo entonces? Cometió el peor error que podría haber hecho, meterse con su mejor amigo.
Ahora sí había perdido cualquier oportunidad, si es que alguna vez la había tenido, porque si había algo que lo caracterizaba, era su lealtad y estaba segura de que jamás se metería con la chica de un amigo. ¡Qué loco que, en un intento por no alejarlo, terminara haciendo justamente eso! Ahora ya no había marcha atrás. Quizás debía pasar página de una vez y considerar la propuesta de Ignacio. Después de todo, pareció sincero cuando le dijo que la esperaría y podría ser la forma de olvidarse definitivamente de Maximiliano.
Unos golpes en la puerta la sobresaltaron haciéndola regresar con brusquedad al presente. Tal y como había pensado, Micaela quería hablar con ella. La sintió mover el picaporte y empujar la misma cuando no le respondió, pero había cerrado con llave lo cual impidió que avanzara. Nuevos golpes, que pudo sentir sobre su espalda, se oyeron con más fuerza.
—Andate, Mica. Quiero estar sola —dijo por fin.
Un breve silencio se hizo del otro lado.
—No voy a irme. Quiero saber qué te pasa.
—No me pasa nada, solo estoy cansada. —No mentía, también lo estaba, pero no había sido por eso que se había encerrado.
—¡Valeria, abrí la puerta de una vez! —la oyó decir en un exabrupto. Le sorprendió el tono empleado. Era raro que alzara la voz. Resignada, giró la llave y se alejó unos pasos para dejarla pasar.
—Mica, no quiero hablar... —comenzó a decir mientras dio media vuelta para quedar frente a ella.
—¡Es que no te entiendo! —la interrumpió, sorprendiéndola una vez más—. Me insististe para que vaya al gimnasio, incluso quisiste llevarme, pero desapareciste y después me mandaste un mensaje para decirme que estabas con Nacho. Ahora parece que te molestara verme. ¡¿Qué hice?!
—¡¿En serio me estás preguntando, Micaela?! —exclamó, exasperada—. Te vi con Maxi. Por eso me fui.
—¿Qué? —preguntó, desorientada. No entendía a qué se refería.
—¡Y me sentí una imbécil! —continuó—. Pensaba que ibas a la clase de Leonardo, no a encontrarte con él.
—¡No fui a encontrarme con él! —contradijo, molesta por su presunción.
—¿Ah no? ¿Entonces no era él con quien hablabas por teléfono más temprano? —presionó, consciente de que la estaba acorralando. Notó sus nervios y no necesitó respuesta alguna para confirmar sus sospechas—. Vi cómo te abrazaba y te sonreía mientras iban a su oficina.
—¡No fue así! —contradijo comenzando a enojarse—. Solo me ayudó porque la recepcionista que tienen se metió conmigo. Estaba siendo amable, nada más.
Valeria frunció el ceño, confundida.
—¿Cómo? No lo sabía... ¿Qué te...?
—No, no lo sabías, pero tampoco te molestaste en preguntarme —señaló, dolida—. Simplemente asumiste algo y actuaste en consecuencia.
—Tenés razón, perdoname. No sé qué me pasa últimamente. Ya no sé ni quien soy.
A continuación, se sentó en su cama con la cabeza gacha. Sintió que el colchón se hundía levemente y supo que su amiga se había sentado a su lado.
—Vale, no es Maxi quien me interesa. Sé que te gusta. Jamás te haría eso.
Ella alzó la vista de nuevo.
—¿De dónde sacaste que...? A mí no me... Yo estoy con Nacho.
—Dale, amiga. Ambas sabemos muy bien que no te mueve un pelo.
—Tal vez... pero al menos yo sí le gusto a él —dijo con voz quebrada.
Micaela bufó.
—Siempre admiré tu fuerza y tu seguridad, pero esta no sos vos. Deberías hablar con Maxi, decirle lo que en verdad sentís. Puede que te sorprendas.
Negó con su cabeza a la vez que se mordió su labio inferior. No tenía sentido seguir fingiendo delante de ella. La conocía demasiado bien. Con un gruñido, se dejó caer de espaldas sobre la cama. Se sentía una tonta. No solo había desconfiado de su mejor amiga y la había acusado de algo que sabía que no era capaz, sino que, peor aún, había estado a punto de acostarse con Ignacio solo por despecho.
Todo lo que le había contado Micaela era lógico. Sin duda, Maximiliano intervendría si veía que estaba siendo maltratada porque así era él: atento, amable, compasivo. Necesitaba pensar en otra cosa o enloquecería. Volvió a sentarse y la miró a los ojos. No le había preguntado aun qué había pasado con Sabrina. Cuando oyó lo que le había dicho, se indignó. Se juró a sí misma hacerle una visita pronto y ponerla en su lugar. Nadie trataba de ese modo a su amiga y sobrevivía para contarlo.
—Entonces, ¿qué está pasando entre Leo y vos? —lanzó de repente cambiando de tema—. Supongo que el beso que vi antes no lo imaginé. —Notó el inmediato rubor en su rostro y no pudo evitar sonreír—. ¿Están juntos?
—No lo sé... todo es muy reciente.
—¿Es la primera vez que se besan?
—No —dijo con sus mejillas al rojo fuego—. Nos besamos por primera vez la noche en la que me defendió de Daniel. —Hizo una pausa para inspirar hondo—. Fue tan lindo... Él es... Dios, todavía no puedo creer que yo le guste.
—¿Y por qué no habrías de gustarle?
—Dale, Vale. Sabés por qué.
—Mica, tenés que dejar de verte a vos misma de esa manera. Sos hermosa tal cual sos, por dentro y por fuera—remarcó.
La vio sonreír ante su comentario.
—Eso mismo fue lo que él me dijo.
Le gustó oír eso.
—Si Leo me caía bien antes, ahora lo hace más todavía porque es capaz de verte de verdad —declaró tomándola de la mano—. Por favor dejá de pensar tanto y por una vez en la vida confiá.
Si tan solo ella fuese capaz de seguir su propio consejo...
Luego de aquella conversación, Valeria tardó en conciliar el sueño y cuando por fin lo logró, el mismo no fue para nada reparador. Cansada, tanto física como mentalmente, al día siguiente se levantó temprano para ir a trabajar. Si bien no solía hacerlo los sábados, debía cubrir a quien le había hecho el favor de tomar su guardia la noche anterior. Amaba lo que hacía por lo que siempre iba al hospital con una sonrisa. Sin embargo, ese día le estaba resultando muy difícil. No podía dejar de pensar en todas las malas decisiones que había tomado en el último tiempo y que la llevaron a sentirse pésimo consigo misma.
Al terminar su turno, salió con prisa hacia el estacionamiento en dirección a su auto. Había bajado mucho la temperatura y el cielo, completamente encapotado, auguraba tormenta. Deseaba llegar a su casa y darse un buen baño de inmersión —tal vez con una copa de vino para relajarse—. Sabía que esa noche Micaela cenaría en casa de Leonardo por lo que estaría completamente sola.
Al entrar, la encontró arreglándose. Estaba preciosa y se lo hizo saber. Ella no tardó en sonrojarse lo cual le pareció adorable. Podía ver lo que tanto le gustaba de ella a su amigo. Era tan diferente a la mayoría de las mujeres —incluso a ella misma—. Era fresca, natural, dulce y compañera. Sin duda, Leonardo también era muy afortunado. Solo esperaba que fuese capaz de atravesar las barreras que ella había alzado a su alrededor por miedo al rechazo y complejos que, desde pequeña, la atormentaban impidiéndole disfrutar.
—¿No querés venir con nosotros? —le preguntó llamando su atención—. No me gusta la idea de que te quedes sola.
—No te preocupes por mí. Pensaba acostarme temprano y estoy más que segura de que Leo querrá tenerte para él solo.
—Vamos a pedir una pizza y ver una película. Nada más —aclaró, avergonzada por su insinuación—. Además, probablemente venga Maxi también. Creo que podría ser divertido si vinieras.
Se tensó ante la sola mención de su nombre. ¡Dios, ¿acaso las cosas iban a ser siempre así entre ellos?! Aun recordaba el primer tiempo en el que no dejaban de reír cada vez que se veían. Sin embargo, ahora parecía que no pudiesen estar en un mismo lugar por más de diez minutos sin que alguno de los dos se molestase por algo. Todos los planes que tenía para esa noche se derrumbaron en ese mismo instante. Cambiaría el baño de inmersión por una ducha rápida y luego saldría. No había forma de que se relajase sabiendo que estarían tan cerca.
—No, gracias. Lo que menos necesito ahora es cruzarme con él —aseguró con expresión seria—. Pensándolo mejor, voy a ir al centro comercial. Necesito animarme un poco y sé que ir de compras me levantará el ánimo.
—¡Qué distintas que somos! A mí me provoca justamente todo lo contrario. Aun así, te adoro y no sé qué sería de mi vida sin vos —le dijo con sinceridad antes de besarla en la mejilla.
—Yo también te adoro —le respondió conmovida a la vez que la rodeó con sus brazos de forma afectuosa.
—Si te arrepentís, sabés donde encontrarnos —agregó mientras se dirigió hacia la puerta.
—Eso no va a pasar. Que se diviertan —respondió con una sonrisa. No había chance de que cambiara de opinión. La noche anterior se había prometido a sí misma olvidarse de lo que fuese que estuviese sintiendo por él y cenar juntos no era lo más indicado para el caso.
El centro comercial estaba atiborrado de gente y aunque eso jamás le había molestado antes, tanto tumulto empezaba a ponerla de mal humor. Ni siquiera podía probarse ropa tranquila sin que la estuviesen apresurando para que liberase el probador. Aun así, logró comprarse algunas cosas que le gustaron. Luego de varias horas en las que los pies comenzaron a dolerle, decidió sentarse a la mesa de una de las cafeterías y consentirse con un buen café con leche acompañado de una porción de torta de chocolate.
Estaba lloviendo cuando se retiró del lugar. ¡Con razón había tanta gente allí dentro! Hacía aún más frío, —si acaso eso era posible— por lo que los vidrios se habían empañado. Activó el limpiaparabrisas y el desempañador y emprendió su camino. Si bien no estaba tan lejos de su casa, debía atravesar por una zona fea de la ciudad para llegar a la misma. Entre eso y la poca visibilidad que había a causa del clima, termino por perder la poca calma que había obtenido tras su paseo.
Acelerando para poder salir de esa área lo antes posible, condujo casi a ciegas por las oscuras calles hasta la avenida que dividía los barrios. Una vez del otro lado, se sintió más segura. Pero de repente, al querer hacer un cambio para bajar la velocidad y continuar con más prudencia, notó que el pedal del embrague no opuso resistencia. Lo intentó nuevamente, pero este se hundió hasta el fondo nada más tocarlo. Definitivamente, algo no andaba bien.
Temiendo quedarse sin frenos, se apresuró a apagar el motor y, ayudada por la inercia, giró el volante para arrimar el auto hacia el cordón de la vereda. Cuando por fin se detuvo, encendió las balizas. No entendía por qué el pedal no le respondía y pensó que tal vez había pinchado una goma. Era un poco extraño que no se hubiese dado cuenta, pero toda su atención había estado puesta en salir de aquella zona desierta y oscura por lo que tampoco era descabellado que lo hubiese pasado por alto.
Abrió la puerta y descendió del vehículo para comprobarlo. Nada. Los cuatro neumáticos estaban intactos. A continuación, se dirigió al frente y levantó el capó para ver el motor. No sabía por qué lo hacía ya que no entendía nada de mecánica, pero estaba nerviosa y quería llegar a su casa. Sin esperar más, buscó el celular en su bolsillo y llamó al auxilio mecánico. Ni siquiera se molestó en resguardarse de la lluvia. Quería solucionarlo de una vez por todas.
¡Dos malditas horas era lo que le habían dicho que tardarían en llegar! Al parecer, debido a la tormenta había habido varios accidentes y el servicio se encontraba colapsado. No podría creerlo. Se sentía frustrada, indignada, furiosa. Desde que se había enfermado, su vida no había dejado de empeorar y empezaba a sentirse al límite. Muy, muy al límite.
Gritó con furia en cuanto cortó la llamada y contuvo las ganas de arrojar el teléfono al piso. En su lugar, cerró el capó con fuerza. Justo en ese momento, vio que un auto se detenía detrás del suyo. Las brillantes luces del mismo apuntaban de lleno en su dirección por lo que no podía ver con claridad a la persona que acababa de bajarse y caminaba hacia ella. De pronto, un intenso destello en el cielo lo iluminó todo permitiéndole distinguir de quien se trataba.
Maximiliano había alargado el momento de reunirse con su hermano y Micaela para darles algún tiempo a solas. Lo había sorprendido la invitación. Si bien era habitual que cenasen juntos cada tanto, sabía lo entusiasmado que estaba con ella y pensó que preferiría más intimidad. Sin embargo, había insistido. Según él, Micaela tenía algunas ideas para la fiesta de Valeria y quería contárselas. Por supuesto que no dudaba de que eso fuese cierto, pero tenía la leve sospecha de que el verdadero motivo no era ese. Algo le decía que lo que intentaban provocar era un encuentro casual entre él y Valeria.
Encendió la radio y se dirigió al complejo. La imprevista tormenta por fin había cedido un poco dejando en su lugar una fina llovizna que salpicaba con minúsculas gotas el parabrisas. Estaba a mitad de camino, cuando el parpadeo de unas balizas delante de él llamó su atención. Su estómago dio un vuelco al reconocer su auto. Tenía el capó levantado y no había rastros de ella. Inquieto, bajó la velocidad y se detuvo justo detrás. Advirtió su inconfundible silueta en el momento en el que la vio cerrarlo con brusquedad.
Se tensó nada más ver la expresión de su rostro. Supo con certeza que algo le había pasado y no pudo evitar alarmarse. Abrió la puerta de inmediato y salió para ir a su encuentro. Avanzó hacia ella despacio. Sabía que las luces de su auto le impedían distinguirlo a esa distancia y no quería que se asustara. Pero entonces, un enceguecedor relámpago lo iluminó todo y por la cara que puso, supo que lo había reconocido.
Valeria se quedó inmóvil observando como aquella impetuosa figura se acercaba cada vez más. Un estremecimiento recorrió su columna cuando se dio cuenta de quien se trataba. Tanto su cabello como su ropa se encontraban completamente mojados, pero estaba segura de que no era eso lo que hizo que comenzara a temblar. "No puede ser", pensó al ver a Maximiliano avanzar hacia ella con expresión seria en el rostro.
Se daba cuenta de que estaba al borde del colapso y lo que menos necesitaba en ese momento era que él la viese en ese estado. Sentía que no podría contener por mucho tiempo más las lágrimas que ya amenazaban con inundar sus ojos, pero debía hacer el esfuerzo. No podía quebrarse. No delante de él.
Toda su determinación se hizo añicos cuando oyó la preocupación en su voz al preguntarle si se encontraba bien. Todas las emociones dentro de ella se agolparon en su pecho intensificando, aún más, el creciente nudo que sentía en su garganta. Sin ser capaz de responderle, negó con su cabeza y sin más, rompió en llanto.
—¿Qué pasó? ¿Chocaste? ¿Estás herida? —insistió, nervioso, a la vez que la sujetó con delicadeza por los hombros.
—No, no estoy herida, estoy cansada —exclamó en medio del llanto mirándolo con angustia y sin proponérselo, largó todo lo que tenía dentro—. Siento que estoy perdiendo el control de mi vida. Todo el tiempo estoy pensando que algo malo le puede pasar a mi amiga si la dejo sola. Trabajo todo el día, duermo muy poco y me enfermé como hacía años no lo hacía. ¡Odio estar enferma! ¡Me trae los peores recuerdos y me genera una sensación espantosa! —continuó sin pausa hablando de forma atropellada—. Y para rematar, este auto de mierda se rompe y los del auxilio mecánico me dicen que van a tardar dos horas. ¡Estoy agotada, Maxi! Me siento sola... Ya no doy más.
—Ey, ey, tranquila. No estás sola, Vale —se apresuró a decirle mientras le acarició el rostro con suavidad—. Yo estoy acá con vos y siempre voy a estar cuando me necesites —remarcó, conteniéndola.
Ella lo miró a los ojos —esos cristales que le generaban tantas emociones cada vez que los posaba en los suyos— y asintió. No sabía por qué, pero siempre se las ingeniaba para tranquilizarla con sus palabras.
—Gracias —susurró, casi inaudible, luego de exhalar el aire que había retenido sin darse cuenta.
—No tenés nada que agradecer —respondió a la vez que le acomodó un mechón de su cabello detrás de su oreja. Advirtió que cerraba los ojos al sentir su contacto y eso le agradó—. ¿Mejor? —le preguntó cuando vio que su respiración recuperaba su ritmo normal.
Al verla asentir, le pidió que le diese más detalles respecto a la falla del auto. Valeria le relató entonces lo que había pasado.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó, intrigada al ver que abría la puerta para sentarse al volante.
—Estoy seguro de que... —comenzó a decir mientras apretó el pedal—. Sí, se rompió el cable del embrague.
—¿Y eso qué significa? —indagó a la vez que se abrazó a sí misma. Estaba helada y sabía que no tardaría en comenzar a tiritar. Él se dio cuenta y se apresuró a sacar las llaves del tambor y salir del auto.
—Significa que el auxilio mecánico que llamaste no va a poder hacer nada para arreglarlo y te va a ofrecer remolcarlo a un taller mecánico —explicó mientras cerró la puerta.
—Pero yo no conozco ninguno... nunca antes necesité... —susurró comenzando a alterarse nuevamente
—No te preocupes —la interrumpió mientras sacó su celular y tecleó por unos segundos—. Lo vamos a llevar al taller de un amigo mío. A esta hora ya está cerrado, pero no va a tener problema en recibirlo. Su casa está justo atrás del negocio. Quedate tranquila, Vale. Todo va a estar bien.
—De acuerdo —aceptó tras un suspiro.
—Ahora vayamos a mi auto que estás empapada y no quiero que tengas una recaída. Esperaremos allí hasta que vengan los del auxilio.
En cuanto la vio asentir, se atrevió a apoyar una mano en la parte baja de su espalda y la guio hasta su vehículo. Le abrió la puerta y tras asegurarse de que estuviese a resguardo, lo rodeó por delante para entrar por su lado. Acto seguido, encendió la calefacción y sin apartar sus ojos de ella, le pidió que se quitase la campera para que lograra calentarse más rápido. En su interior comenzó a luchar contra el fuerte impulso que lo invadió de cobijarla entre sus brazos.
Valeria obedeció de inmediato y, deshaciéndose de su campera, la apoyó en el asiento trasero. Luego giró hacia adelante y, temblorosa, acercó sus manos a las rejillas de ventilación. Podía sentir su intensa mirada sobre ella y un estremecimiento la recorrió entera hasta alojarse a modo de descarga en su bajo vientre. Era extraño como cada vez que estaba con él, experimentaba emociones tan contrapuestas. Por un lado, se sentía cuidada, protegida, pero por el otro, por completo vulnerable. Si había alguien capaz de atravesar su coraza de mujer aguerrida que todo lo puede, sin duda era él y temía que, si lo dejaba hacerlo, terminase por meterse de lleno en su corazón —eso, suponiendo que no lo estaba aún.
Maximiliano la observó con atención mientras se frotaba las manos delante del pequeño ducto de calefacción. No parecía estar funcionando ya que no paraba de temblar y eso no hizo más que acrecentar sus ganas de abrazarla. Entonces, la voz de Jason Mraz y los suaves acordes de su guitarra llenaron poco a poco el silencio que se había formado entre ellos volviendo más cálido e íntimo el ambiente. Tragó con dificultad al darse cuenta de la increíble similitud entre lo que decía la letra de la canción y todo lo que pensaba y sentía él desde que la había conocido. ¡Dios, cada vez le resultaba más difícil contenerse!
"Well you done me and you bet I felt it. I tried to be chill but you're so hot that I melted. I fell right through the cracks and now I'm trying to get back. Before the cool done run out, I'll be giving it my best-est and nothing's going to stop me but divine intervention. I reckon it's again my turn to win some or learn some, but I won't hesitate no more, no more. It cannot wait. I'm yours" —"Bueno, me conquistaste y podés apostar a que lo sentí. Traté de relajarme, pero sos tan ardiente que me derretí. Caí entre las grietas y ahora estoy tratando de volver. Antes de que se acabe la calma, daré lo mejor de mí y nada me detendrá excepto la intervención divina. Creo que es mi turno de ganar o aprender algo, pero no dudaré más, no más. Esto no puede esperar. Soy tuyo".
Se dio cuenta de que ya no quería detenerse, de que no podía seguir dudando ni reprimiendo todo lo que sentía por ella. Al fin y al cabo, como decía la canción, él era suyo, completamente suyo. Por primera vez, no pensó en nadie más y sin vacilar, la sujetó del brazo para tirar de él con delicadeza y acercarla a su cuerpo. No soportaba más el tenerla tan cerca y no poder tocarla. Deseaba rodearla con sus brazos y abrigarla con su calor.
Valeria se sorprendió ante su contacto, pero no lo rechazó. Por el contrario, se dejó envolver por sus fuertes brazos y apoyando su cabeza sobre su pecho, cerró los ojos. Su contención era justo lo que necesitaba —y deseaba— en ese momento. No pudo evitar que de su boca escapara un pequeño gemido al sentir su calor junto con su masculino y embriagador perfume. Estaba segura de que él la había oído, pero, como el caballero que era, no dijo nada.
Reconoció la canción que sonaba de fondo y, dispuesta a apartar de su mente cualquier pensamiento que intentara entrometerse, se enfocó en la letra. "Well open up your mind and see like me. Open up your plans and damn you're free. Look into your heart and you'll find the sky is yours. So please don't, please don't, please don't. There's no need to complicate 'cause our time is short. This, oh this, this is our fate, I'm yours" —"Bien, abrí tu mente y mirá como yo. Ampliá tus horizontes y diablos, sos libre. Mirá dentro de tu corazón y encontrarás que el cielo es tuyo. Así que por favor no, por favor no, por favor no. No hay necesidad de complicarse porque nuestro tiempo es corto. Esto, oh esto, este es nuestro destino, soy tuyo".
Era como si el cantante le estuviese hablando directamente a ella. ¿Acaso tenía razón? ¿Debía dejar de pensar tanto las cosas y decirle lo que en verdad sentía? Entonces, recordó las palabras que su amiga le había dicho cuando le aconsejó hablar con él. Se separó tan solo unos centímetros y buscó sus ojos. No tardó en encontrarlos. En ellos estaba su cielo, su brillante y celeste cielo. Nerviosa, intentó apartar la mirada, pero ya no fue capaz. Los mismos parecían tenerla hipnotizada. Su corazón se aceleró al volver a sentir en su interior esa conexión que siempre había tenido con él.
Maximiliano sintió un cosquilleo en la boca de su estómago cuando la vio alzar la vista hacia él. Sus ojos verdes, más bonitos que nunca, se clavaron en los suyos provocándole un estremecimiento. Estaba tan cerca que solo debía inclinarse un poco para perderse en esos labios que tanto ansiaba probar. Notó que su respiración se aceleraba a la par de la de ella y ya no fue capaz de seguir luchando contra sí mismo.
De repente, una parpadeante luz amarilla los interrumpió llamando la atención de ambos. El remolque había llegado. Valeria estaba tan afectada por lo que había estado a punto de pasar que no pudo moverse. Para su fortuna, Maximiliano sí lo hizo y con premura y admirable compostura, bajó del auto para hacerse cargo de la situación. Lo vio hablar con el hombre por unos minutos y luego de que este subiese el vehículo al camión para transportarlo, volvió junto a ella.
Luego de pasar por el taller mecánico y asegurarse de que estuviese listo para el lunes, se dirigieron por fin a su casa. Ambos iban en silencio, conscientes de lo que habrían hecho si no los hubiesen interrumpido. Al llegar al complejo, la acompañó hasta su puerta y con un suave y prolongado beso en la mejilla que a ambos les supo a poco, se despidió de ella.
—¿No ibas a ir a cenar a la casa de Leo? —le dijo al verlo alejarse. Era evidente que intentaba prolongar la despedida—. Bueno... eso fue lo que me dijo Mica.
Maximiliano sonrió. Le gustó saber que habían hablado de él.
—No, ya es tarde y estoy seguro de que pueden prescindir de mí. Buenas noches, Vale.
—Buenas noches —respondió en un susurro.
Sin duda sus amigos podían prescindir de él. De lo que no estaba tan segura era de que ella pudiese hacer lo mismo.
------------------------
¡Espero que les haya gustado!
Si es así, no se olviden de marcar la estrellita y comentar.
Les recuerdo que pueden seguirme en Instagram donde suelo compartir fragmentos de todas mis historias.
instagram.com/almarianna
También pueden unirse a mi grupo de facebook: En un rincón de Argentina. Libros Mariana Alonso.
¡Hasta el próximo capítulo! 😘
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top