Capítulo 13

Podía sentir aquellos ojos marrones fijos en los suyos y aunque su mirada no la incomodaba, definitivamente no era la que quería sobre ella en ese momento. No supo por qué había arrastrado a Ignacio a aquel bar, pero tenía que ver con la incontenible rabia que había sentido al ver la forma en la que Maximiliano abrazaba a su amiga. Sabía que no tenía razón alguna para estar así, pero no era capaz de medirse cuando él estaba involucrado. La enojaba no ser capaz de controlar sus reacciones. ¿Qué tenía ese hombre que despertaba en ella emociones tan intensas?

Necesitaba distraerse y dejar de pensar, aunque fuese por un minuto y nadie mejor que Ignacio para eso. Si había algo que lo caracterizaba, era su sentido del humor y sus ocurrencias y, a juzgar por el comportamiento que venía mostrando en el último tiempo, parecía que también tenía un lado empático y comprensivo. Durante todo el rato, soportó su mal humor y la escuchó con paciencia quejarse de los hombres y su actitud ante las relaciones. Contrario a lo que hubiese esperado, no intentó justificarlos o siquiera contradecirla. Simplemente, la dejó descargarse y luego intentó animarla.

Cuando sintió que el cansancio comenzaba a vencerla —y el alcohol a afectarla—, decidió que había llegado el momento de irse. Como habían llegado en su auto, lo alcanzaría hasta su departamento y luego seguiría su camino. Sabía que le pediría de quedarse y, para ser honesta, lo estaba considerando. En verdad necesitaba una noche de sexo alocado que la hiciera olvidarse de todo y sabía muy bien que él podría dársela. ¿Por qué entonces no lo sentía correcto? ¿Por qué cuando evocaba el momento justo en el que explotaba en mil pedazos a causa de una irrefrenable pasión, no era Ignacio a quien imaginaba a su lado? ¡Dios, era una completa idiota! Sí, no había otra explicación para lo que fuese que le estuviese pasando.

Detuvo el auto al llegar a destino y giró el rostro hacia él a la espera de su invitación. No obstante, Ignacio no dijo nada. Se limitó a mirarla con expresión seria en el rostro —algo atípico en él—, y con una ternura que le desconocía, le acarició el cabello.

—Me encantaría pedirte que entres conmigo —le dijo en un susurro—. No hay nada que desee más que volver a tenerte en mi cama, pero quiero que sepas que escuché cada palabra que dijiste esta noche y si lo que querés es ir despacio, entonces eso haremos. No tengo prisa, muñeca.

Valeria se sorprendió ante su comentario. Sin duda no esperaba que le dijese algo así y aunque era consciente de que los hombres son capaces de cualquier cosa para conseguir lo que en verdad desean, de algún modo, le gustó oírlo. De repente, lo vio inclinarse hacia ella. Sabía lo que haría y decidió permitírselo. Se estremeció al sentir el calor de sus labios sobre los suyos y la humedad de su lengua cuando esta se abrió paso entre los mismos.

Advirtió la extrema dulzura y suavidad con la que la besaba, como si tuviese miedo de romperla, y una vez más, pensó en dejarlo avanzar. Pero de pronto, con una nitidez que logró impresionarla, volvió a evocar sus ojos. No eran marrones sino celestes, profundos, infinitos. Estaban fijos en ella mientras que, por su frente, un paño húmedo acariciaba su piel refrescándola y aliviando el malestar que la aquejaba. Entonces, ya no fue capaz de continuar. No eran sus ojos, sus manos, mucho menos sus labios, los que deseaba sentir en ese momento.

Interrumpiendo el beso de forma abrupta, se apartó de él y bajó la mirada. Se sintió agradecida de que no le preguntara nada y se limitó a asentir cuando lo oyó decirle que la llamaría. Se marchó nada más verlo bajar del auto conteniendo las repentinas ganas de llorar que la invadieron. No lo haría. No lloraría por alguien que ni siquiera pensaba en ella.

A pesar del mal momento vivido minutos atrás, Micaela logró finalmente sentirse a gusto y todo se lo debía a Maximiliano quien la había rescatado de esa arpía y su lengua de serpiente. Seguía sin entender por qué esa chica la había atacado con tanta maldad. No la conocía, no sabía nada de ella y, aun así, decidió maltratarla. Sabía que no debía hacerle caso. Que, al igual que había hecho en su adolescencia con aquellas compañeras que solían lastimarla por pura diversión, tenía que hacer oídos sordos. Sin embargo, no podía apartar de su mente sus palabras maliciosas. Después de todo, no había dicho nada que no fuese verdad. Ella jamás sería delgada y nunca tendría un cuerpo hermoso.

Casi una hora estuvieron viendo los lugares posibles para celebrar la fiesta sorpresa del cumpleaños de Valeria. Todos le habían parecido muy lindos, pero uno en particular le llamó la atención y se debía a su decoración. Si había algo que a Valeria le gustaba era el estilo vaquero. Película wéstern que pasaran en la televisión, película que ella se sentaba a ver —siempre y cuando no se desmayara antes del cansancio, por supuesto—. Y ese lugar era perfecto. ¡Tenía inclusive un toro mecánico!

Con una amplia sonrisa en el rostro, le contó a Maximiliano la razón por la cual era el lugar indicado. No pasó por alto la sorpresa en su rostro cuando se enteró del peculiar gusto de su amiga. Tampoco la pequeña sonrisa que, en vano, se esmeró en ocultar. Al parecer, le resultaba divertido descubrir esa veta de ella. Lo vio llamar al dueño para consultar de nuevo la disponibilidad, la modalidad de pago y coordinar para hacer la reserva. Para su fortuna, el mismo seguía disponible.

Como la fecha estaba tan próxima, debían optimizar los tiempos para poder organizar todo lo que faltaba, así como la lista de invitados, la torta y definir el tipo de música que pasarían —aunque, dadas las circunstancias, estaba segura del género que predominaría.

De repente, Leonardo entró en la oficina provocando que mirase hacia la puerta. No pudo evitar sentir un cosquilleo en la boca de su estómago apenas vio en su rostro esa hermosa sonrisa que siempre le dedicaba.

—Hola —la saludó mientras se pasaba una toalla por su cuello—. Perdón que no vine antes, pero la clase se extendió más de lo previsto.

—No pasa nada. Estaba con tu hermano arreglando todo para la fiesta de Vale. Queremos hacerla acá —dijo señalando con su dedo una foto impresa.

Se acercó para verla mejor y arqueó las cejas, sorprendido.

—Listo —dijo Maximiliano, aliviado, tras cortar la llamada—. En la semana me doy una vuelta y arreglo todo.

—¡Que bueno! —exclamó ella, emocionada—. Gracias por tu ayuda, Maxi. Por favor decime cuanto tengo que...

—No te preocupes por eso —respondió desestimando el asunto—. Después vemos.

Leonardo asintió hacia su hermano a modo de agradecimiento. Conociéndolo, se haría cargo de los gastos y por supuesto, él ayudaría.

—¿Cómo viniste? —le preguntó, intrigado. Había querido hacerle esa pregunta desde el momento en el que la vio entrar en el gimnasio.

—Me trajo Vale. Está contenta con tu idea de darme clases así que quiso acompañarme, pero no sé dónde está ahora. Me dijo que estacionaba el auto y venía. —Justo en ese momento, oyó una notificación de mensaje en su celular. Se apresuró a leerlo al ver que se trataba de ella—. Bueno, parece que no va a venir. Le surgieron otros planes.

—Está con Nacho —agregó Maximiliano, visiblemente desanimado mientras se puso de pie y guardó el celular en su bolsillo. Al parecer, también él había recibido un mensaje. Era esperable. Después de todo, Ignacio era su empleado—. Disculpen, olvidé que tenía que revisar unas máquinas —dijo a continuación y abandonó la oficina con prisa.

Micaela advirtió la misma mirada que había visto en su amiga la noche en la que, estando enferma, descubrió que él se había marchado mientras dormía. ¿Qué pasaba con ambos? Era innegable la atracción que sentía el uno por el otro. ¿Por qué ninguno de los dos hacía nada para estar juntos? Decidió que hablaría con Valeria cuando estuviesen solas. Tenía que hacerla reaccionar. Hacerle ver que estaba cometiendo un error y lastimando a alguien que sí la quería por perder el tiempo con un idiota demasiado pagado de sí mismo.

Leonardo también fue capaz de ver la decepción en los ojos de su hermano y se sintió impotente por no poder hacer nada para ayudarlo. Varias habían sido las ocasiones en las que estuvo a punto de hablar con Ignacio para pedirle que dejara de mirarse el ombligo por un momento y prestase atención a lo que pasaba a su alrededor. Sin embargo, no lo hizo, no solo porque sabía que Maximiliano se enojaría sino porque tampoco le correspondía a él decírselo.

Intentando no pensar en ello, posó sus ojos en Micaela. Aun no podía creer que estuviese allí, mucho menos, que fuese a tomar clases con él. Notó la preocupación en su rostro y supo a qué se debía. Era la misma que él estaba sintiendo en ese momento.

—¿Así que al final vas a dejarme enseñarte? —le preguntó en un intento por distraerla.

Ella lo miró saliendo de su ensimismamiento.

—Bueno... sí... estuve pensando y... —comenzó a decir mientras se puso de pie, nerviosa.

—Tranquila. No es tan difícil —replicó, sonriente, al advertir su nerviosismo—. ¿Vamos al salón?

—Está bien —aceptó por fin.

De camino a donde lo había visto antes dar su clase, sintió una fría mirada sobre ella. Se estremeció al dar con la misma. Los ojos de esa chica destilaban puro odio. ¡Por Dios, ¿cuál era su problema?! Al parecer, Leonardo se dio cuenta ya que en ese momento ralentizó el paso hasta colocarse a su lado y de ese modo cubrirla con su propio cuerpo. Por un instante, se sintió agradecida, pero sabía que eso no bastaría para que estuviese cómoda. Después de todo, las paredes eran vidriadas y eso le permitiría a ella mirarla cada vez que se le antojase.

—Sé que estar acá te incomoda —le dijo como si fuese capaz de leerle los pensamientos—, pero es el mejor lugar para hacer esto. Quiero que intentes centrarte solo en nosotros y hagas de cuenta que lo que nos rodea no existe —le pidió con voz calma.

Ella asintió dispuesta a intentarlo. No creía que hacerlo le resultase demasiado difícil tampoco. Siempre le pasaba eso cuando estaba con él.

Durante los siguientes veinte minutos, Leonardo le comentó de qué se trataba la defensa personal y qué se debía hacer para poder aprenderla de forma efectiva. Como sucede con todo tipo de entrenamiento, se requiere de continuidad y constancia. No obstante, su caso era diferente. Estaba frente a una situación de extrema urgencia y por esa razón, se dedicaría a enseñarle algunas técnicas y maniobras que le permitirían tener los recursos necesarios para intentar impedir un posible ataque. Por otro lado, le remarcó la importancia del trabajo mental. No solo alcanza con la preparación física, también es fundamental estar atento y saber anticiparse al accionar del agresor. Él le enseñaría a defenderse, pero también a pelear ya que no siempre alcanza solo con tener habilidades defensivas.

—Hasta la ropa que usás o el peinado que te hacés puede ser utilizado por el agresor en tu contra —dijo de pronto, sorprendiéndola—. El cabello largo, una bufanda, una capucha —agregó señalando la campera que ella tenía puesta—. Si alguien quisiera atacarte en este momento, le resultaría muy fácil hacerlo. Solo tendría que tirar de ella y listo. Quedarías por completo a su merced.

Advirtió como sus palabras la afectaban, seguramente al imaginar la situación. La vio apresurarse a sacarse la campera como si eso la hiciese sentirse más segura. Estaba por decirle que no se preocupara, que mientras estuviese con él no corría peligro alguno cuando, de pronto, reconoció la remera que llevaba debajo. Era la que él le había dado cuando se conocieron. Una corriente eléctrica recorrió su cuerpo ante aquella visión y sin poder evitarlo, una tonta sonrisa se dibujó en su rostro. ¡Estaba preciosa!

Micaela sintió su intensa mirada sobre ella provocando que recordara al instante lo que traía puesto.

—Lo siento... no debí ponérmela... prometo devolvértela en cuanto... —comenzó a decir de forma atropellada mientras recogió su campera para volver a cubrirse con la misma.

Pero él la detuvo sujetándola del brazo. Incapaz de apartar las manos de ella ahora que finalmente la había tocado, acercó sus cuerpos.

—Es tuya —afirmó con voz ronca—. Y me encanta como te queda.

La respiración de Micaela se aceleró ante la repentina proximidad. Podía sentir su calor envolviéndola y se estremeció al ver sus ojos celestes fijos en su boca. A partir de ese momento ya no fue capaz de pensar con claridad. No le importaba donde estaban o quien estuviese alrededor, lo único que deseaba era que volviese a besarla.

Leonardo se sintió complacido al ver que su contacto la afectaba del mismo modo que a él. Bajó la mirada hacia sus labios recordando el beso que se habían dado. Ansiaba repetirlo, pero era consciente de que no estaban solos por lo que tenía que contenerse para no comenzar a besarla en ese mismo instante. Pero entonces, la sintió temblar y eso terminó por arrasar con toda su determinación. Pasando un brazo por detrás de su cintura, la atrajo más a él y estrelló sus labios contra los de ella.

Había soñado despierta con volver a sentir el calor de sus labios, con probar de nuevo su sabor y deleitarse con las suaves caricias de su lengua. Podía notar como sus piernas se debilitaban poco a poco y todo su cuerpo temblaba con cada sensual movimiento de su boca. Gimió quedamente al imaginar cómo se sentirían sus labios sobre la piel de su cuerpo y se sorprendió a sí misma ante la intensidad de su deseo. ¿Cómo podía ser que ese hombre le generase tanto solo con un beso?

Él advirtió la forma en la que se desarmaba entre sus brazos besándolo con la misma necesidad que invadía cada fibra de su ser. Sus gruesos labios se movían a la par de los suyos sin prisa, con suavidad, permitiéndole saborearla lentamente, tal y como a él le gustaba. Su gemido, apenas audible, lo tomó por sorpresa provocando que todo su cuerpo reaccionara de un modo poco apropiado para el lugar en el que se encontraban. No quería detenerse, pero sabía que tenía que hacerlo. Cerró sus labios despacio para ponerle fin al beso. Sin apartarse de ella, mantuvo sus frentes pegadas mientras intentaba regular su respiración.

—Me fascinan tus besos —le dijo con sus ojos aun cerrados.

Ella inspiró profundo al oírlo. Quería responderle, pero luego de la forma en la que la había besado, no se creía capaz de articular palabra alguna. Suspiró cuando lo sintió sujetarle el rostro con ambas manos y besarle la frente con ternura. Solo él era capaz de transmitirle tanto con un simple gesto.

De repente, sintió que se tensaba y abrió los ojos, confundida. Buscó su mirada la cual se encontraba fija en algún punto a lo lejos, pero cuando intentó seguir la dirección de la misma, él le habló llamando de nuevo su atención.

—¿Qué te parece si vamos a cenar fuera?

—¿Qué? ¿Así vestida? —cuestionó, inquieta.

Él sonrió.

—Para mí sos hermosa con cualquier ropa —le dijo a la vez que le acomodó el cabello detrás de su oreja. Le gustó la forma en la que ella cerraba los ojos ante su contacto.

—¿Y si cenamos en casa? Puedo cocinar algo —susurró aún aturdida por su caricia.

—Me encanta la idea —aceptó y depositó un casto beso en sus labios.

Luego de darse una ducha rápida, pasó a buscarla por la oficina de su hermano donde le había pedido que lo esperase. Tras fijar fecha para volver a verse y seguir organizando la fiesta de Valeria, ambos se despidieron de él. De camino a la salida pasaron por la recepción. Vio como la chica que antes la había tratado mal, alzaba la vista hacia ellos y la atravesaba con sus ojos llenos de odio. Se sintió molesta. ¿Qué le pasaba con ella? Notó que Leonardo se tensaba y entonces supo que él estaba involucrado. Una fea y repentina sensación se alojó en su pecho. ¿Acaso ellos...? No, no quería pensar eso.

Tomados de la mano, caminaron hacia el auto de él que estaba estacionado unos metros más adelante y subieron al mismo. Micaela no podía dejar de darle vueltas a la idea de que hubiese algo entre ellos. Si bien su inseguridad muchas veces la hacía ver cosas que no existían, era consciente de que no estaba a la altura de un hombre como él. De seguro, muchas mujeres se le acercarían con otras intenciones y esa chica, no parecía ser la excepción. Por otro lado, parecía despechada, dolida. No podía seguir con la duda. Necesitaba sacarse todo eso de adentro.

Leonardo estaba a punto de girar la llave para ponerlo en marcha cuando su repentina pregunta lo paralizó.

—¿Están juntos? —Las palabras salieron de su boca sin vueltas, sin filtro—. La recepcionista y vos —aclaró sin alzar la vista. No se atrevía a mirarlo. No soportaría descubrir en sus ojos una chispa de ilusión por parte de él al hablarle de ella.

Él maldijo para sus adentros a la vez que cerró con fuerza su mano alrededor del volante. Sabía por qué se lo preguntaba. También había notado la mirada que le había dedicado tras haberlos visto besarse. Pensó en decirle que había estado con ella, que solo había sido algo de una noche y que no significaba nada para él, pero temía que su inseguridad y su baja autoestima le impidieran creerle y la hiciera dudar, incluso, de los sentimientos que albergaba hacia ella.

—No estamos juntos —dijo con seguridad. No mentía, no lo estaban—. Tal vez ella está interesada, pero yo no —concluyó con sus ojos fijos al frente.

Él tampoco se atrevía a mirarla. Si lo hacía, no podría ocultarle lo que había omitido adrede. No le gustaba hacerlo, pero estaba convencido de que era lo mejor. Saberlo solo la confundiría y la haría sentirse mal. Tal vez más adelante, cuando no la viese tan afectada, le contaría todo.

Ella asintió, aliviada. Era consciente de que no le habrían faltado mujeres, pero imaginar que pudiese estar con esa chica y que ella lo besara o lo tocase, simplemente le revolvía el estómago.

A pesar de la tensión vivida instantes atrás, el trayecto hasta el complejo lo hicieron en un cómodo silencio mientras se deleitaban con la música de Queen que Leonardo había seleccionado. Micaela sabía que le gustaba mucho la banda y la verdad era que a ella no le disgustaba en absoluto.

—¿Las palabras de amor? —preguntó arqueando las cejas al oír el estribillo en castellano de una canción que nunca antes había escuchado.

Él advirtió su asombro y decidido a animarla, le respondió a través del canto: "Las palabras de Amor. Let me hear the words of love. Despacito mi amor. Love me slow and gently", recitó con una sonrisa traviesa en el rostro mientras movía la cabeza lentamente hacia los lados al ritmo de la música. Se sintió un poco ridículo, pero dejó de importarle en cuanto la oyó comenzar a reír a carcajadas.

Era increíble el efecto positivo que siempre tenía en él esa música. Continuó cantando entre risas hasta que logró que ella también lo acompañara. Entre canción y canción continuaron su camino y para cuando se dieron cuenta, ya habían llegado al departamento. Luego de detener el auto frente al complejo, se bajó del vehículo y se apresuró a rodearlo para abrirle la puerta. Luego, la tomó de la mano y caminó a su lado hasta la casa de Valeria. Tal y como suponían, aún no había vuelto de su salida.

Una vez dentro, Micaela le pidió que se sentase mientras ella se encargaba de buscar todo lo necesario para preparar el salteado de verduras y carne con arroz que tenía en mente.

—¿Querés que busque una botella de vino?

Él negó con la cabeza mientras arrugó su nariz.

—Por mí no. La verdad es que no me gusta. Es raro, lo sé.

—No me parece raro. A mí tampoco me gusta demasiado. Solo tomo cuando Valeria lo hace... para acompañarla. Por lo general tomo agua.

—Agua está bien para mí también.

Ella asintió con una sonrisa y a continuación, sacó dos vasos. Luego de servir la bebida, se dispuso a cocinar. Puso a hervir el arroz y lavó la verdura para luego cortarla en juliana junto con la carne. Leonardo se ofreció a ayudarla, pero se negó alegando que era su invitado.

Menos de tres cuartos de hora después, finalmente se sentaron a cenar. A Leonardo le gustó mucho la comida y no tardó en hacérselo saber. Ella le agradeció el cumplido, contenta de haber podido hacer algo lindo para él. Mientras cenaban, conversaron de todo un poco, pero más que nada de las ideas que tenía para la fiesta de su amiga.

—Gracias por haberle pedido a Maxi que me ayude. Creo que no habría podido siquiera empezar a planificarlo sin él.

—De nada. Es bueno en ese tipo de cosas y le gusta ayudar.

—Sí, me di cuenta, aunque...

—¿Aunque? —preguntó al verla dudar.

Ella lo miró a los ojos evaluando si decirle o no lo que pensaba. No le gustaba meterse en la vida privada de los demás, pero tampoco toleraba ver como dos buenas personas sufrían sin sentido, mucho menos si una de ellas era su mejor amiga.

—Nada... quizás me equivoque, pero... me dio la impresión de que tal vez tu hermano siente algo más por Valeria.

Él sonrió al ver que le costaba hablar de ese tema.

—Maxi está loco por ella. Le gusta desde el mismo instante en el que la conoció.

Micaela exhaló, confundida.

—Es que no lo entiendo. Si le gusta tanto, ¿entonces por qué no le dice nada? O sea, debe ser horrible para él verla con su mejor amigo.

—Lo es, pero está decidido a no interferir y no hay nada que lo haga cambiar de opinión, al menos, no mientras la vea feliz.

—Pero es que ese es el tema, yo no creo que ella sea feliz. —Se detuvo al darse cuenta de que había hablado demás. Leonardo la miró, sorprendido. Si eso era cierto, lo cambiaba todo—. Dios, debería callarme. Si se entera de que dije eso me mata.

—Tranquila, por mí no va a enterarse.

El resto de la cena continuaron conversando acerca de su trabajo. Le contó lo mucho que había avanzado la obra en pocos días y la enorme cantidad de tiempo que le estaba demandando. Entre eso y el gimnasio, apenas si podía dormir lo necesario. Ella por su parte, le comentó de su inminente regreso al colegio y lo asustada que estaba de que su ex fuese a buscarla allí. Después de lo sucedido y de lo que su amiga le contó que había pasado en la puerta del hospital, no podía quitarse de la mente la sensación de que Daniel volvería a intentar acercarse a ella.

—Si él aparece allí... puedo pedir a seguridad que no lo dejen pasar, pero una vez que salga —dijo, de pronto, nerviosa.

Él se incorporó para sentarse a su lado y tomó sus manos entre las suyas.

—Voy a estar yo esperándote afuera. Puedo buscarte todos los días y traerte acá o llevarte conmigo al gimnasio cuando tenga clases. No tengas miedo, Mica. No voy a dejar que te pase nada. Te lo prometo.

—Gracias por hacer esto por mí —dijo, aliviada mientras se puso de pie.

Sorprendiéndose a sí misma, se acercó hasta ubicarse entre sus piernas abiertas y con delicadeza, acunó su rostro entre sus manos. Le acarició la barba con la yema de sus dedos notando que él cerraba los ojos ante su contacto. Entonces, se acercó lentamente hasta unir sus labios. Lo sintió tomarla de la cintura pegándola a su cuerpo y se rindió por completo a su calor.

Sorprendido y maravillado de que ella hubiese tomado la iniciativa, la envolvió con sus brazos para devolverle el beso con mayor intensidad. ¡Dios, solo le bastaba rozar sus labios para que sintiese que todo en él se encendía! Con pasión contenida, la besó con ahínco y recorrió su boca con su lengua. Se permitió a sí mismo deleitarse con su adictivo sabor a la vez que le acarició la espalda en un intento por acercarla aún más.

De pronto, el sonido de la puerta cerrándose con violencia los sobresaltó provocando que ambos se separaran. Al parecer, Valeria acababa de regresar de su cita y a juzgar por la expresión en su rostro, no estaba demasiado contenta. Micaela notó como fruncía el ceño al verlos juntos para luego, con una sonrisa soberbia, negar con su cabeza. ¿Qué le pasaba? Inquieta, avanzó hacia ella, pero se detuvo al verla alzar la mano. Con lágrimas en los ojos y sin decir nada, la vio alejarse en dirección a su habitación.

—¡Vale! —exclamó, desconcertada.

Sintió las manos de Leonardo sobre los hombros y giró para mirarlo.

—Creo que será mejor que me vaya.

—Yo... lo siento. No sé qué le pasa.

—No te preocupes. Tengo planos que revisar y por lo que veo, ella necesita a su amiga. Te llamo mañana —le dijo a la vez que le acarició la mejilla con el dorso de sus dedos.

Micaela cerró los ojos cuando lo sintió depositar un dulce beso en sus labios y a continuación, permaneció inmóvil mientras lo vio partir. Inspiró profundo en cuanto la puerta se cerró y dando la vuelta, se encaminó hacia las escaleras. No sabía qué bicho le había picado a Valeria, pero estaba decidida a averiguarlo.

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