Capítulo 12

Una llamada imprevista temprano en la mañana despertó a Leonardo y lo obligó a levantarse para tomarla. Llevándose una mano a su cuello dolorido, lo masajeó lentamente mientras caminó hacia la cocina para no despertar a Micaela. Al parecer, había habido un problema en la obra con una de las habilitaciones y se requería de su presencia inmediata para solucionarlo. Maldijo para sus adentros por tener que marcharse, pero sabía que no podía hacer nada para evitarlo.

Luego de asegurarles que en una hora estaría allí, cortó la comunicación. A continuación, posó los ojos en esa hermosa mujer que aún dormía en el sofá y lo tenía loco. Odiaba la idea de tener que dejarla sola y rogó porque la guardia que había tomado Valeria para cubrir a una compañera —según le había comentado Micaela— fuese igual a la de los viernes y no tardase en llegar. Sin hacer ruido, se inclinó hacia ella y le besó la frente con delicadeza.

Lo que en verdad deseaba era despertarla y volver a deleitarse con esos labios que tanto le habían generado la noche anterior, pero no quería interrumpir su descanso, en especial, después del horrible momento que había vivido horas atrás con su ex. Pensó en dejarle una nota, pero no podía demorarse más, por lo que decidió que después le enviaría un mensaje. Recogiendo su campera de la silla donde la había dejado, se abrigó con la misma y se encaminó hacia la puerta. Nada más abrirla, Valeria apareció ante él.

—¡¿Leo?! —saludó, sorprendida—. ¿Qué hacés acá?

Él exhaló aliviado al verla. Ya no tendría que preocuparse por dejarla sola.

—Vale... mejor que te lo cuente Mica. Disculpame, pero en verdad tengo que irme. Por favor no la dejes sola en ningún momento.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó, alarmada.

—Solo, prometeme que te vas a quedar con ella.

—Sí, por supuesto —aseguró y permaneció inmóvil mientras lo observó marcharse hacia su auto para irse con premura.

¿Qué carajo estaba pasando? Entendía que el día que había escapado de Daniel y al no haberla encontrado en su casa, él hubiese cuidado de ella, pero ¿qué había sucedido ahora para que hubiesen pasado la noche juntos de nuevo? Porque de algo estaba segura y era de que Leonardo había dormido allí.

Sintiéndose de pronto ansiosa, cerró la puerta y se adentró en su hogar. Lo primero que vio fue a su amiga recostada en el sofá y eso no hizo más que confirmar sus sospechas. Era exactamente la misma escena de la otra vez. ¿Tendría que ver en algo Daniel? Consciente de que no podría dormirse hasta no hablar con ella, decidió prepararse un café mientras esperaba a que despertase.

No había pasado más de media hora y ya sentía que empezaría a caminar por las paredes de un momento a otro. Necesitaba saber de una vez por todas qué mierda había querido decirle él con eso de no dejarla sola. Impaciente, se acercó hasta el sofá y sentándose a su lado, intentó despertarla. Su expresión era de calma absoluta y eso no hizo más que desconcertarla. La tocó en el hombro y la llamó con insistencia, pero al parecer, estaba profundamente dormida. Lo intentó de nuevo, esta vez con más determinación y la sacudió un poco hasta verla abrir los ojos.

—Vale... ya estás en casa... ¿qué hora es? —preguntó con desconcierto mientras miraba alrededor.

—Son más de las ocho. Perdón por despertarte así, pero ya llevo un rato esperando y estoy realmente agotada. Cuando entré, Leo se estaba yendo y no quiso contarme nada. ¿Qué pasó, Mica?

—¿Leo se fue?

Valeria fue capaz de notar la decepción en su voz y eso hizo que frunciera el ceño. ¿Por qué le afectaba de esa manera?

—Sí, y estaba apurado, pero me pidió que no te deje sola. Por favor, necesito saber qué sucedió.

A ella le sorprendió la petición que le había hecho a su mejor amiga. Si bien era consciente de que lo ocurrido la noche anterior había sido peligroso, ya todo había pasado. Él mismo se había encargado de dejarle claro a Daniel que no volviese a acercarse a ella. ¿Por qué tanta paranoia entonces? Aun medio dormida, se sentó en el sofá y moviendo su cuello para aflojar la tensión que sentía en el mismo, se puso de pie. Necesitaba una taza de té para poder pensar con claridad.

Mientras aguardaba a que el agua se calentase, se sentó a la mesa y la miró a los ojos. Sabía que no le gustaría lo que le diría a continuación por lo que era mejor contarle todo cuanto antes. Le pidió que se sentara también y respiró profundo. Le narró con detalle cómo había sido su tarde y la fuerte pelea con sus padres al darse cuenta de que habían contactado a su ex para entregársela en bandeja —porque, sin duda, había sido eso lo que hicieron—.

Tal y como esperaba, Valeria se puso furiosa y no tardó en comenzar a despotricar contra ellos. Pero no fue hasta que le dijo que Daniel la había seguido hasta allí y había intentado meterla en su auto a la fuerza que se manifestó en verdad alarmada.

—¡Es un hijo de puta! —exclamó con irritación—. ¿Cómo estás? ¿Te lastimó?

—No, no. Por suerte, no. Leo llegó justo a tiempo para impedirlo.

—¡Decime que le dio su merecido a ese imbécil! —rogó con un brillo en sus ojos.

—Lo hizo —respondió con expresión apenada—. Tal vez demasiado...

—¿A qué te referís?

—Bueno... le rompió la nariz y... no sé... creo que con una advertencia habría sido...

—¡Alto ahí! —la frenó en seco—. Ni se te ocurra tenerle lástima. Ese tipo es una mierda y merece eso y mucho más. —Ella asintió no demasiado convencida. En su interior, tenía la esperanza de que fuese el miedo a perderla lo que lo llevaba a actuar de esa manera tan irracional y no porque en verdad quisiera hacerle daño—. Imagino que no le habrás dicho nada de esto a Leo.

—¡Por supuesto que no! —se apresuró a responder—. Sé que lo hizo para ayudarme.

—¡Exacto! Y te digo que Daniel la sacó bastante barata. Podría haberse comido flor de paliza.

—Nunca me dijiste que además de arquitecto también es profesor de artes marciales.

Valeria se sorprendió ante su comentario.

—Se me debe haber pasado. Pero sí, lo es y uno muy bueno, por cierto. Empezó en su adolescencia y ahora da clases de defensa personal en el gimnasio de su hermano tres veces por semana. Si mal no recuerdo, los lunes, miércoles y viernes. ¿Por qué lo mencionás?

—Quiere enseñarme —aclaró con reparo—. Me dijo que se quedaría más tranquilo si yo supiera cómo defenderme.

—¡Es una excelente idea! —afirmó sorprendida de que no se le hubiese ocurrido a ella.

—No lo sé, Vale... no creo que haga falta la verdad. No creo que después de lo de ayer, se atreva a volver por acá.

—Mica, creo que no terminás de entender lo que está pasando. No quería decirte nada de esto para no alarmarte, pero el lunes me asaltaron y aunque no puedo verificarlo, estoy segura de que él tuvo algo que ver.

—¡¿Qué?! —exclamó, nerviosa.

—Sí. Me pareció verlo en ese momento y...

—No, no puede ser. Daniel no sería capaz de hacer algo así. Además, ¿para qué?

—¡Abrí los ojos de una vez, amiga! —explotó, irritada—. Ahora entiendo la preocupación de Leo. Estás enceguecida y eso te vuelve un blanco fácil para tipos como él. ¡Te siguió desde lo de tu mamá e intentó llevarte a la fuerza! Es obvio que eso era lo que buscaba cuando mandó a que me quitaran el bolso. Quería averiguar dónde estabas. Como no le salió, entonces recurrió a tu mamá quien no dudaría en ayudarlo la muy... Mejor me callo.

—Podés decirlo. Que yo no lo haga no significa que no lo piense.

—La muy hija de puta —concluyó con una exhalación. Le dolía ver las lágrimas en los ojos de su amiga y sobre todo que admitiese la verdad sobre su madre. Dejando a un lado su diatriba, se sentó junto a ella—. De verdad me asusta lo que ese tipo pueda llegar a hacer. En unos días volvés al trabajo y no quiero que te sientas indefensa. Sé que no te gustan los gimnasios y en otras circunstancias no te pediría de ir, pero creo que esta vez es diferente. Leo tiene razón, Mica. Él la tiene clara en esto y si te lo dijo es por algo. Yo mañana tengo guardia, pero puedo ver de cambiarla si querés que te acompañe —propuso con recelo. A ella tampoco le gustaba demasiado la idea de ver a Maximiliano después de aquella extraña llamada telefónica pero ahora eso no importaba. Su seguridad iba primero—. Solo prometeme que lo vas a pensar.

Tras verla finalmente asentir, la besó en la mejilla y se marchó a su habitación. Hubiese preferido quedarse con ella más tiempo, pero en verdad necesitaba dormir.

Micaela terminó de prepararse su té y se sentó en el sofá en el que había pasado la noche junto a Leonardo. Repasó en su mente la conversación con su amiga y pronto, sus pensamientos se volcaron de lleno en él. Por lo que le había contado Valeria y lo que ella misma había alcanzado a ver, no solo era un hombre bueno y amable, sino que odiaba el abuso. Dos veces la había salvado después de ser atacada por Daniel y la última podría haber sido muchísimo peor.

Por más que se esforzaba en pensar que no había sido tan grave, la verdad era que estaba asustada. Pensar en lo que podría haber sido de ella si él no hubiese llegado la hacía estremecer. De repente, una horrible sensación la invadió. ¿Y si Leonardo se había visto en la obligación de ayudarla ambas veces porque la veía como alguien indefensa, que necesitaba ser salvada? Quizás era solo su vulnerabilidad la que le atraía de ella. O, peor aún, tal vez eso mismo era lo que lo había llevado a besarla.

No pudo evitar sentirse desilusionada. Para ella, ese beso compartido, tierno y apasionado a la vez, lo había significado todo y ahora temía que no fuese igual para él. De lo contrario, estaba segura de que se habría despedido antes de irse esa mañana, ¿verdad? Deseaba contárselo a Valeria y pedirle su opinión, pero si lo hacía corría el riesgo de desilusionarse aún más. Su propia inseguridad comenzó a carcomerla por dentro y supo que acabaría destrozada si él encontraba alguien más indefenso a quien cuidar y se olvidaba por completo de ella.

Leonardo no veía la hora de llegar a su casa y caer rendido sobre su cama. Desde el momento en el que había recibido esa llamada, su día se había vuelto una completa locura. No había parado de resolver problema tras problema deteniéndose solo unos minutos al mediodía para comer algo rápido. No obstante, ni siquiera había dejado de trabajar mientras almorzaba. Luego de solucionar aquel inconveniente con las habilitaciones, le avisaron que un vecino de la zona había presentado una denuncia por ruidos molestos por lo que debió llamar a sus contactos en el Gobierno de la Ciudad para que se encargasen del asunto.

Por otro lado, el capataz de la obra le informó que había habido un malentendido con el último pedido y faltaba la mitad del material que estaba previsto que recibirían ese día. Por consiguiente, debió ir al corralón de materiales para solucionar el inconveniente. Seguramente podría haber enviado a alguien más, pero dadas las circunstancias, prefirió encargarse él mismo. Cuando regresó, se encontró con que una de las máquinas se había averiado obligándolo a detener la construcción hasta que la misma fuese reparada. De ninguna manera iba a permitir que eso sucediera por lo que, moviendo cielo y tierra —y por supuesto desembolsar más dinero—, consiguió finalmente que le enviaran otra máquina de repuesto.

Cuando creyó que lo peor ya había pasado, un obrero se accidentó al caer de un andamio y debido a múltiples fracturas debió ser trasladado de urgencias al hospital más cercano. Al borde del colapso, se ocupó de llenar los papeles pertinentes para que la aseguradora de accidentes de trabajo cumpliera con su deber y de camino a su casa, pasó a verlo para confirmar su estado de salud.

Todo el día había querido llamar a Micaela. Después de lo que había pasado la noche anterior y tras haberse tenido que ir de forma tan apresurada sin siquiera despedirse, se sentía intranquilo. Sin embargo, no había encontrado un minuto de paz para poder hacerlo. Ahora que por fin se liberaba, ya era muy tarde y seguramente estaría durmiendo. Nada más llegar al complejo, miró en dirección al departamento de su vecina. Estaba por completo a oscuras confirmándole lo que había pensado antes. Al menos, sabía que no estaba sola ya que el auto de Valeria estaba estacionado en la puerta y eso lo calmó en cierto modo.

Agobiado, caminó hacia su casa y sin siquiera molestarse en encender las luces, subió las escaleras y se metió en el baño para darse una ducha caliente. A continuación, se puso su pijama y se acostó en su cama. Después del infierno de día que había tenido, lo único que anhelaba era oír su voz, pero era consciente de que eso no podría ser. Entonces, decidió enviarle un mensaje. Si bien estaba seguro de que no lo leería hasta el día siguiente, era una manera de hacerle saber que había pensado en ella.

Un intenso dolor de cabeza despertó a Micaela la mañana del viernes. Seguramente se debía al hecho de que había dormido demasiado. La tarde anterior había estado limpiando en un intento por distraerse y no pensar en Leonardo. No podía entender por qué ni siquiera se había molestado en llamarla, sobre todo después de haberla besado. ¿Tan poco importante había sido para él? Por la noche había cenado con Valeria mientras miraron una película que no alcanzaron a terminar y ambas se acostaron temprano.

Apretando su frente con la palma de la mano, se levantó y se dirigió al cuarto de baño. Allí, buscó un ibuprofeno y se apresuró a tomarlo. Luego, se lavó los dientes y se metió en la ducha. Con suerte, para cuando terminara, el dolor habría mermado un poco. Por la hora que era, sabía que su amiga ya se habría ido al hospital así que se tomó más tiempo del acostumbrado. Como no tenía previsto salir —de hecho, Valeria se lo había prohibido—, decidió vestirse con un jogging y la remera de él. Se sentía patética al necesitar usarla para sentirlo cerca, pero no le importó.

Luego de desayunar y olvidándose por completo de su malestar, se dedicó a ordenar lo que necesitaría para regresar al trabajo. Lo que le había dicho Valeria el día anterior cuando le rogó que aprendiese a defenderse, la hizo darse cuenta de la proximidad del primer día de clases y eso la ponía un poco nerviosa. En el fondo, también temía que Daniel intentara volver a contactarla y aunque su amiga le había asegurado que ella misma la llevaría y la iría a buscar, sabía que era bastante improbable que eso sucediera debido a sus complicados horarios.

Cuando todo estuvo listo, se preparó una ensalada para acompañar al pollo que acababa de poner en el horno y se sentó en el sofá a mirar un poco de televisión. No había mucho más que pudiese hacer allí encerrada y salir no era una opción. Una vez más, no tenía el control de su vida. Aún lejos, Daniel la tenía prisionera. Volvió a pensar en Leonardo y lo diferente que se sentía con él. Sin embargo, no la había llamado y eso la llenaba de dudas. ¿Acaso se había arrepentido de haberla besado?

Frustrada, apagó el televisor. Por lo visto, una película tampoco serviría para distraerla con el pésimo estado de ánimo que tenía. Tal vez si escuchaba un poco de música en su teléfono conseguiría, al menos, relajarse lo suficiente para no pensar en él. Nada más tomar el celular en sus manos, se percató de que tenía un mensaje sin leer y era del día anterior. Evidentemente, la horrible dolencia con la que había despertado esa mañana había hecho que no prestase la más mínima atención.

Un intenso y repentino cosquilleo en la boca de su estómago la invadió cuando descubrió de quien se trataba. Era él. No se había olvidado de ella, después de todo. Con manos temblorosas, lo abrió para comenzar a leerlo: "Lamento haberme ido sin despedirme. Mi día fue un verdadero caos y creí que no acabaría nunca, pero aun así no saliste de mi mente en ningún momento. Que duermas bien, hermosa." Una sonrisa se dibujó en su rostro y un inevitable y prolongado suspiro salió de sus labios. Abrazándose a sí misma, acarició con la yema de sus dedos la tela de su remera.

El día anterior lo había extrañado de una forma que no creía capaz y su silencio había empezado a desesperarla. Ese mensaje le demostraba, una vez más, que Leonardo era diferente y en verdad estaba interesado en ella. ¿Cómo era eso posible? Comenzó a escribir una respuesta, pero entonces no supo qué poner. ¿Qué le diría? ¿Que se estaba volviendo loca por no saber nada de él? ¿Que ansiaba verlo con desesperación? ¿Que se moría porque la besara otra vez? No, no podía decirle eso. ¿Cuán desesperada sonaría?

Ofuscada, se colocó los auriculares de su amiga y abrió el reproductor de música de su teléfono. Tal vez alguna de las canciones de los ochenta que tenía guardadas y tanto le gustaban, la ayudarían a encontrar las palabras adecuadas. Cerró los ojos en cuanto "I want to know what love is" de Foreigner comenzó a sonar y se dejó llevar por las sensaciones que le generó de inmediato. La letra prácticamente evocaba su mayor deseo, el de conocer, experimentar y sentir el verdadero amor, pero, sobre todo, que fuese él quien se lo enseñase.

Se estremeció al oír el estribillo y no pudo evitar suspirar: "I wanna know what love is. I want you to show me. I wanna feel what love is. I know you can show me" —"Quiero saber qué es el amor. Quiero que vos me lo enseñes. Quiero sentir qué es el amor. Sé que podés enseñármelo"—. Movió sus labios en sincronía y con una sonrisa, se acomodó de lado para disfrutar el resto de la canción.

No supo el tiempo transcurrido, pero de pronto, un intenso olor a quemado invadió sus fosas nasales. Se había olvidado por completo de la comida. Se incorporó cual resorte y corrió hasta la cocina para apagar el horno. Para su fortuna, no había llegado a arruinarse del todo. El sabor tampoco estaba nada mal por lo que sin más dilaciones y con apetito renovado, se dispuso a almorzar. Mientras lo hacía, pensó en responderle el mensaje. A pesar de que le daba vergüenza, quería que supiera que ella también lo había extrañado. Pero entonces, su celular se quedó sin batería.

Luego de ponerlo a cargar, procedió a lavar todo lo que había utilizado para cocinar. Al terminar, miró alrededor. "¿Y ahora qué?", pensó aburrida. Sus ojos no tardaron en posarse en la biblioteca que tenía Valeria en medio del living. Con repentino entusiasmo, decidió buscar algo para leer. No obstante, la anatomía no era lo suyo y su amiga no tenía otro libro que no fuese de medicina. Pero entonces, casi escondido entre tanto manual, encontró algo que no esperaba, el primer libro de "Anne de los Tejados verdes" de Lucy Maud Montgomery.

Aun recordaba el día en el que se lo había regalado. Para ella era muy especial. Desde que lo había descubierto, se había sentido identificada con la protagonista. Anne tampoco cumplía con lo que se esperaba de sí misma, pero a diferencia de su propia historia, sus padres adoptivos aceptaron sus particularidades e incluso la amaron a pesar de ellas. Esos extraños hermanos le dieron a la nena una nueva vida y le brindaron el más lindo regalo que una persona puede dar, su amor incondicional.

Emocionada y aun sorprendida, se sentó en el sofá con la intención de releer aquel libro que tanto la había marcado en su pasado. Sin darse cuenta, las horas pasaron y ya estaba por la mitad cuando un breve parpadeo de luz en su teléfono la interrumpió. La batería por fin estaba llena. ¡Dios, el tiempo volaba cada vez que se sumergía en la lectura! Dejando a un lado el libro, agarró su celular y lo encendió. Aún no había podido responderle a Leonardo y no quería que pensaba que no le importaba.

Sin embargo, antes de que siquiera abriese el mensaje, el aparato comenzó a sonar, sobresaltándola. No reconocía el número y por un instante, dudó de si responder o no, pero finalmente se decantó por lo primero.

—¿Hola? —dijo con timidez.

—Hola, Micaela. Soy Maxi —saludó el chico con voz alegre—. Mi hermano me contó el otro día que estabas pensando en hacerle una fiesta sorpresa a Valeria por su cumpleaños.

—¡Hola, Maxi! Sí, quiero sorprenderla y Leo me dijo que vos podías ayudarme —respondió, de pronto, animada.

—Sí, conozco un par de lugares, pero quería asegurarme primero de que estuviesen disponibles antes de llamarte. Para mí hoy es imposible irme del gimnasio y creo que tampoco convendría que vaya a verte para no coincidir con ella y que termine dándose cuenta de todo. Pensé que tal vez podrías acercarte vos así te muestro las opciones, me decís qué te parecen y a partir de ahí vemos de empezar a organizar todo.

—Perfecto. Me parece bien —le dijo, emocionada, a la vez que se incorporó para buscar una lapicera—. Pasame la dirección que yo veo como llegar hasta allá.

Estaba anotando cuando Valeria llegó del trabajo. Al parecer, había podido cambiar la guardia. Nerviosa de que se diera cuenta de con quien hablaba, se apresuró a agradecerle y tras asegurarle que lo vería en un rato, cortó.

—Hola, llegaste temprano —le dijo al ver que miraba el papel en el que acababa de escribir.

—Sí, por suerte hoy fue un día tranquilo. ¿Cómo fue el tuyo? —le preguntó con una expresión que a Micaela le pareció de desconfianza. Era más que obvio que había reconocido la dirección y estaba esperando que le hablara al respecto.

—Aburrido —alcanzó a decir con dubitación.

—Bueno, pero veo que está por ponerse más interesante —dijo de repente señalando con la mirada la hoja—. ¿Al final decidiste dejar que Leo te enseñe? —A Micaela no le gustaba mentirle, pero tampoco quería que la sorpresa se arruinara antes de que siquiera comenzara a tomar forma. No obstante, no le dio tiempo a responder nada. Contenta, continuó dando su opinión—. Creo que es lo mejor que podés hacer, Mica. Dame unos minutos que me doy una ducha rápida y te llevo. Necesito sacarme el olor a hospital de encima —agregó mientras se apresuraba a subir las escaleras.

—Está bien —alcanzó a decir, resignada. ¿Acababa de aceptar ir a una clase de defensa personal?

Durante todo el trayecto, sintió que iba a empezar a hiperventilar de un momento a otro. Nunca le habían gustado los gimnasios. Se sentía descolocada en ellos y solo con entrar, unas imperiosas ganas de salir despavorida se apoderaban por completo de ella. No obstante, en esa oportunidad no tenía otra opción. Por otro lado, la veía entusiasmada a Valeria quien no había dejado de recalcar lo buen profesor que era Leonardo y la estupenda idea que había sido aceptar su ayuda.

Por su parte, ella se estremecía cada vez que la oía nombrarlo. Aun no le había respondido el mensaje y pensar en que pronto lo vería aumentaba sus ya notorios nervios. Cuando su amiga le sugirió que entrase primero mientras buscaba un lugar para estacionar, creyó que se moría, pero aceptó de inmediato ya que eso le permitiría alertar a Maximiliano de su presencia.

Una vez en la puerta, se armó de valor y tras una inspiración profunda, entró en el local. Lo buscó con la mirada, pero no había rastros de él. Incómoda y sintiéndose observada, caminó hacia el mostrador donde una chica rubia conversaba con quien suponía sería un instructor. Ambos la miraron con sorpresa al verla frente a ellos.

—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó la recepcionista.

—Sí, estoy buscando a... —pero se calló de repente al ver a Leonardo a través de una pared vidriada.

Estaba en medio de una de sus clases y les mostraba con la ayuda de una alumna la maniobra que debían utilizar para liberarse de un ataque por detrás. De pronto, como si hubiese sido capaz de sentir su presencia, lo vio alzar la mirada hacia ella. En ese momento, interrumpió la explicación y le dedicó una hermosa sonrisa que le resultó imposible no corresponder. Notó como la expresión en el rostro de la chica que tenía frente a ella cambió de repente al ser testigo de ese breve intercambio entre ellos.

—Ya sé, no me digas nada —dijo con tono mordaz y una sonrisa burlona—, seguro que te cuesta seguir la dieta y venís a buscar a alguien que haga magia y logre que bajes esos kilos de más con ejercicio.

—¿Qué? —balbuceó, afectada por su malicioso comentario.

—Dejame darte un pequeño consejo ¿Por qué no ahorrás tiempo y salís por donde entraste? —continuó con cizaña a la vez que la miró con desdén—. Dudo mucho que, con tu contextura, obtengas el resultado que esperás.

Micaela no pudo evitar jadear ante aquellas crueles palabras. Era evidente que lo había dicho para herirla, lo que no podía entender era porqué. Sintió que un nudo comenzó a formarse en su garganta dificultándole respirar y sus ojos se llenaban de lágrimas.

Leonardo, que no había apartado sus ojos de ella había sido capaz de notar su reacción. Supo, sin necesidad de oírla, que Sabrina le había dicho algo hiriente. Sintió la ira crecer en su interior y aunque no debía abandonar la clase sin más, era justo lo que pensaba hacer. Pero entonces, vio que su hermano salía de su oficina y caminaba por el pasillo en dirección a la recepción. Solo una mirada entre ellos bastó para que él lo entendiera y sin demorarse más, se apresuró a ir hacia ellas.

—¡Mica, viniste! Te estaba esperando —exclamó con una sonrisa mientras le pasó un brazo sobre sus hombros y la pegó a su costado—. Podés continuar con tu trabajo, Sabrina —le dijo con voz severa dedicándole una mirada de advertencia.

A continuación, condujo a Micaela de regreso a su oficina.

Valeria había tenido que alejarse dos cuadras para poder estacionar su auto. Estaba a punto de entrar al gimnasio cuando Ignacio, que justo volvía de comprar un paquete de chicles, la sorprendió por detrás.

—¡Hola, muñeca! Qué lindo volver a verte. ¿Me buscabas a mí?

—Hola, Nacho. No, la verdad que no —le respondió sin poder evitar sonreír ante su presunción—, pero ya que te veo, aprovecho para agradecerte por no haber sacado ventaja la otra noche cuando no estaba bien. Yo necesitaba un amigo y ahí estuviste para mí.

—Por supuesto, Vale —le dijo con expresión seria—. Me gustás mucho, pero no soy tan mierda. Lo último que pasó por mi mente fue acostarme con vos.

—No dejás de sorprenderme cada día —respondió ella, sorprendida.

—Suelo tener ese efecto en las mujeres —dijo con tono pícaro provocando que Valeria comenzara a reír.

—Sos tremendo —le dijo entre risas a la vez que giró para ingresar.

Se detuvo antes de siquiera abrir la puerta. Desde donde estaba podía ver con claridad como Maximiliano le dedicaba a su amiga una sonrisa capaz de derretir un témpano para luego rodearla con su brazo y llevarla a donde sabía que estaba su oficina. Micaela, por su parte, no parecía oponer ningún tipo de resistencia. ¿Qué mierda estaba pasando? ¿No era que venía a una clase con Leonardo?

Entonces, recordó la conversación que habían tenido antes de salir. En ningún momento le había dicho que haría eso. Había sido ella quien lo había asumido al leer la dirección. ¿Acaso era con Maximiliano con quien había quedado de verse? Una sensación horrible en el pecho la invadió de repente. Nunca había sido una mujer celosa, pero en ese momento, tuvo que contener las ganas de llorar. Aunque sabía que su amiga no era capaz de algo así, no podía evitar que le doliese verla con él.

Girando sobre sus talones, clavó sus ojos verdes en los marrones de Ignacio quien tenía toda su atención puesta en ella.

—Vos querías invitarme a salir, ¿verdad?

—Sí, te había dicho de ir a comer o al cine para demostrarte que en verdad me interesás.

—Perfecto. Es tu día de suerte —respondió con determinación y sin darle la oportunidad de negarse, lo agarró de la mano y lo llevó hacia donde había dejado su auto, minutos atrás. 

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Este capítulo va dedicado a mi gran amiga MnicaDazOrea
Gracias por ayudarme siempre a dar la mejor versión de mí en cada línea que escribo.
¡Te quiero un montón! ❤

¡Espero que les haya gustado!
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