Epílogo
Tras dar a luz, pocos días antes de que se cumplieran los nueve meses, Luna se deslizó en un profundo sueño, del mismo modo que años atrás lo había hecho Alma. Al igual que sucedió con ella, el parto fue largo y complicado, lo que hizo tambalear la habitual calma y seguridad de Rafael. Sin embargo, lo había logrado y por un momento, cuando tuvo a la diminuta y preciosa criatura en sus brazos, sintió que todas sus preocupaciones desaparecían. Solo por unos segundos, no hubo lugar para nada más que no fuese el incondicional amor que le inflaba el pecho.
Había sido un embarazo maravilloso. No había habido malestares ni síntomas desagradables. Por el contrario, el placer y la libido de Luna se habían visto aumentados de forma tal que todos los residentes de la vivienda fueron muy conscientes de eso. El deseo estaba a flor de piel y solo era aplacado cuando se sumergía entre las sábanas —o en la ducha o en el piso, o en cualquier superficie libre— con su amado ángel vengador. Por esa razón, solían pasar horas encerrados en la habitación, amándose y venerándose mutuamente.
Ezequiel y Alma sonreían cuando esto sucedía. Les resultaba gracioso verlos correr de pronto a su cuarto luego de que un beso o una caricia compartida despertara de nuevo la pasión contenida. Tan solo una mirada bastaba para que el fuego surgiera entre ellos, amenazando con consumirlos. Eran completamente incapaces de contenerse y eso, algunas veces, colocaba al líder en un lugar complicado, ya que, con su gran empatía, podía sentir en su propio cuerpo los estragos del hambre que se desataba en el interior de su hermano. No obstante, lo complacía la inmensa felicidad que ambos irradiaban.
El que no estaba demasiado contento con la situación era Jeremías. Aunque no tenía los dones de su hermano y no experimentaba en carne propia las emociones del sanador, le era imposible ignorar la energía sexual que siempre se desataba entre ellos. En cada oportunidad, se apresuraba a huir de la casa, llevándose a David con él para explorar los alrededores. Sin embargo, eso no siempre funcionaba y entonces, se marchaba a alguna misión donde pudiese pelear y liberarse así de la tensión que se acumulaba, día tras día, en su cuerpo. Claro que era consciente de que había otras formas menos peligrosas de hacerlo, pero por alguna extraña razón, la sola idea le causaba rechazo.
Lo peor de todo era que Rafael lo sabía perfectamente y no lucía ni un poco arrepentido, lo que provocaba en el hechicero un peligroso y violento deseo de borrarle la sonrisa jactanciosa de la cara con una trompada. Por supuesto, se contenía. Era consciente de que, si cedía al impulso, no solo haría que sus cuñadas se asustaran, sino que su maldito hermano se descostillaría de risa y no tenía la más mínima intención de darle esa satisfacción.
Además, contrario a la desvergüenza y falta de pudor del sanador, Luna sí se mostraba apenada. Al parecer, estaba al tanto del efecto que tenía en sus hermanos las revolucionadas hormonas de su compañero y procuraba, siempre que podía, no aumentar su desdicha. Solo con eso —y por supuesto por el hecho de estar llevando en su vientre a su segundo sobrino o sobrina—, se había ganado su completa lealtad y absoluto respeto, aplacando, aunque fuera un poco, su belicosidad innata. Por lo visto, las mujeres de sus hermanos tenían el poder de volverlo más civilizado de lo que jamás reconocería en voz alta.
No obstante, todas esas cuestiones pasaron a un segundo plano cuando, tras largas horas de parto, la hija de Rafael y Luna finalmente nació. Sí, era una niña. Una hermosa, radiante y diminuta bebé de cabello rojizo y ojos verdes como su madre. Increíblemente vulnerable y a su vez poderosa. Inmortal como ellos y con unos pulmones que, al instante, hicieron temblar los cristales de la casa. Todos la amaron nada más verla, muy conscientes de que harían cualquier cosa para mantenerla a salvo. Incluso David, con sus casi cuatro años ya, se mostró de lo más protector con su prima.
Como habían previsto, apenas la pequeña nació, Luna se desvaneció, entrando en ese sueño profundo al que Rafael era incapaz de acceder para traerla de regreso. Aunque se sintiese morir al verla apagarse delante de sus ojos, no podía hacer otra cosa más que esperar a que la transición se completara y su mujer volviese a él. Ahora entendía la impotencia y desesperación que ella había experimentado cuando le tocó a él.
No importaba lo mucho que estuviese preparado para ese momento, la repentina desconexión lo golpeó con fuerza, provocando un vacío que lo dejó helado y devastado. Era incapaz de sentirla y su ausencia lo quebró por dentro haciendo que su corazón se encogiera de miedo ante la posibilidad de que algo saliera mal y no regresara. Solo tener en sus brazos a su pequeña princesa aliviaba un poco la desolación de su alma. Aun así, sentía que no era suficiente. Necesitaba a su mujer, el amor de su vida y su otra mitad.
Tal y como sucedió en su caso, el cambio de Luna se completó antes que el de su cuñada y un día y medio después de parir, despertó en los fuertes y cálidos brazos de Rafael.
Era una mañana hermosa, el sol se elevaba lentamente por el horizonte, tiñendo el cielo con pinceladas naranjas, amarillas y celestes que iluminaban los campos alrededor de la casa. Sus suaves rayos se filtraron lentamente por la ventana, rozando sus cuerpos con suaves caricias y caldeando por dentro sus almas.
Lo primero que vio al abrir los ojos fue a su pequeña hija, yaciendo sobre su pecho, en un pacífico estado de duermevela después de haberse alimentado de ella. A continuación, buscó la mirada de Rafael, quien la sostuvo con más fuerza al sentir su regreso, la felicidad asomando en su rostro a través de una cálida sonrisa y lágrimas en los ojos.
—Bienvenida, mi hermosa Luna —murmuró con voz trémula debido a la inmensa emoción que lo embargaba.
—Mi amor —alcanzó a decir ella en un suave susurro.
Sus bocas se rozaron en una tierna caricia llena de amor y devoción. Estaban juntos de nuevo y por la energía que manaba de ella, supo que la transición se había completado. Ahora su mujer también era inmortal.
Necesitado de sentirla, de perderse en su adictivo sabor, barrió con su lengua la unión de sus labios hasta sumergirse en su interior, cálido y dulce. Todo su cuerpo se encendió al instante y el deseo se arremolinó en la base de su columna, plenamente consciente de ella, de su cercanía, de la suavidad de su piel y el ardiente fuego que lo aguardaba entre sus piernas.
Sin embargo, no podía dejarse llevar por el deseo. Su pequeña estaba allí y sabía lo mucho que ambas se necesitaban. Ralentizó el beso poco a poco hasta ponerle fin y se apartó lo suficiente para poder mirarlas. Esperó. No quería perderse el momento exacto en el que las dos mujeres de su vida se reconocieran.
Inspiró profundo cuando Luna sonrió al tiempo que su niña abría los ojos y los fijaba en los de su madre. Justo en ese instante, el sol brilló con más intensidad, extendiendo sus rayos dorados sobre ellas, envolviéndolas en su cálido y amoroso manto, bendiciéndolas con su luz. La escena le arrebató el aliento.
—Es preciosa —declaró, conmovida.
—No podía ser de otra manera, nena, es igualita a vos.
Luna sonrió al oírlo. Adoraba que la llamase así.
Justo en ese momento, la bebé abrió la boca y emitió un adorable quejido. Parecía sonreír también, aunque los dos sabían que era demasiado chiquita aún para hacerlo a voluntad.
—¿Qué nombre le pusiste?
—Ninguno todavía. Quería que lo hiciéramos juntos.
Lo amó aún más por eso, si acaso era posible.
—Aurora —dijo ella al ver la forma en la que el sol la acariciaba con suavidad, arrancando destellos rojizos de su corto y fino cabello—. Significa amanecer.
Rafael permaneció callado durante un segundo. Tenía los ojos humedecidos y una cálida y radiante sonrisa asomó en su rostro.
—Es tan apropiado —murmuró a la vez que rozó la mejilla de su hija con el dorso de sus dedos—. Luna y Aurora, mi brillante amanecer.
A continuación, se inclinó hacia la niña y susurrando palabras de amor, depositó un tierno beso en su frente. Luego, hizo lo mismo con su mujer mientras las envolvía a ambas con sus protectores brazos. Suspiró. Jamás se había sentido tan feliz, tan absolutamente pleno. Allí estaba su familia, su más preciado tesoro, y una nueva vida comenzaba para todos ellos. Una vida llena de luz y amor.
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¡Y llegamos al final! ❤
En el siguiente apartado podrán ver los personajes.
Estoy contenta y orgullosa de haber terminado otro proyecto, en especial uno de romance con fantasía, que no es mi género habitual. Gracias a todos por leer.
¡Espero que les haya gustado!
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