Capítulo 9

Un rotundo silencio se formó en el ambiente nada más quedarse solos. Luna se retorcía las manos, nerviosa, mientras que Rafael intentaba contener la necesidad de lanzarse sobre ella y hacerle el amor. Sus bajos instintos se encontraban más despiertos que nunca y, por un momento, temió no ser capaz de controlar a la bestia salvaje que pujaba por salir y tomar por fin lo que era suyo.

Inspiró profundo en un intento por apartar de su mente las imágenes de ellos juntos que surgieron con asombrosa nitidez: sus grandes manos recorriendo la suave y bella piel de su cuerpo cubierto de sudor mientras la sometía con su boca y se deslizaba en su interior. Su miembro se endureció de solo pensarlo y, con dolorosa exigencia, presionó contra el pantalón, en un claro pedido de liberación.

—Luna...

Su nombre, susurrado en un tembloroso jadeo, hizo que todo su cuerpo se estremeciese. Podía sentir el intenso deseo que lo embargaba, era el mismo que la invadía a ella cada vez que lo veía en sueños. Incapaz de resistirse a su llamado, alzó la vista y clavó los ojos en los suyos. Fuego. No había otra palabra para lo que estos transmitían. Su mirada irradiaba la ardiente necesidad que, sin duda, ambos sentían.

—Rafael... —Fue lo único que pudo decir y, sin embargo, fue más que suficiente.

El sanador cerró los ojos un instante al oírla. ¿Cómo era posible que lo acariciase con solo nombrarlo? Si así lo sentía sin que ella siquiera lo tocase, ¿cómo sería cuando finalmente la tuviera entre sus brazos? ¡Mierda! Necesitaba llevarla a su cama de inmediato.

—Vayamos a mi habitación, nena —le indicó con repentina brusquedad. Maldijo para sí mismo al ver la confusión en su rostro, pero era lo mejor que podía hacer para no ceder al imperioso impulso de aprisionarla contra la pared y enterrarse en ella sin preludios—. Tenés que dormir. Debés estar agotada —aclaró, suavizando el tono, a la vez que le tendió su mano.

Luna la tomó sin dudarlo y en silencio, caminó junto a él de regreso a la planta de arriba donde había estado antes. Su corazón palpitaba con fuerza al tiempo que la tensión invadía su cuerpo. Estaba cansada, no iba a negarlo, pero sabía que no dormiría, aunque lo intentara. No con él tan cerca, al menos. No entendía qué le estaba pasando. Nunca había sido como esas mujeres libres y sin prejuicios que toman lo que desean cuando quieren. Para ella, el sexo es mucho más que un encuentro casual. No obstante, era en lo único en lo que podía pensar en ese momento.

De pronto, le preocupó que hubiese malinterpretado sus intenciones. Parecía apurado por hacerla dormir y lo cierto era que estaba tan poco acostumbrada a relacionarse de forma personal con la gente que tal vez había confundido amabilidad con interés. Quizás, solo deseaba ayudarla, mostrándole la hospitalidad de la que había hablado con su hermano antes. No pudo evitar decepcionarse. Pese a que se sentía bien que alguien quisiera cuidar de ella, con él anhelaba más. Mucho más.

Sin pronunciar una palabra, permaneció junto a la puerta mientras lo veía despejar la inmensa cama que ocupaba gran parte de la habitación, o así lo percibía ella debido a sus recientes pensamientos. Decidida a enfocar su atención en cualquier cosa que no fuesen ellos acostados y desnudos, miró a su alrededor. Había libros y papeles por todos lados, tanto sobre el colchón como en el escritorio. Algunos, incluso, se encontraban amontonados en una alta pila en el piso. Claramente, Rafael era de los que les gusta investigar.

—Perdón por el desorden —lo oyó decir mientras tiraba varias botellas vacías de alcohol al cesto de basura—. Yo... creo que pude haberme obsesionado un poco con encontrar respuestas. —Sonrió con resignación y se encogió de hombros.

Los ojos de Luna aterrizaron en el acto en su boca. Tenía una sonrisa preciosa y por un momento, tuvo problemas para centrarse en lo que estaba diciendo. Sin embargo, una palabra había llamado su atención.

—¿Respuestas? —preguntó, intrigada—. ¿A tus visiones?

—Sí y no —dijo vagamente, poniéndose serio de repente.

—No hace falta que me lo cuentes si no querés.

Si bien lo había dicho con sinceridad, fue incapaz de disimular su desilusión. Quería acercarse a él, conocerlo más y también que confiara en ella. Estaban conectados de algún modo que todavía no comprendía y, aunque no lo presionaría, se moría por saber más sobre su vida, sus sueños y, por supuesto, las visiones que parecían compartir.

—Quiero —aclaró, dando un paso hacia ella al notar su inquietud—. Y voy a hacerlo —aseveró—. Solo que necesitás dormir algo. Mañana podemos...

—No —lo interrumpió, ahora ella acercándose a él—. Necesito saber por qué te veo en sueños y alucinaciones desde que tengo uso de razón. Quiero saber por qué me siento tan atraída a vos que estoy dispuesta a todo, incluso morir, para que nadie pueda hacerte daño —declaró, con lágrimas en los ojos—. Tengo que saber qué me está pasando. Probablemente te suene extraño, lo sé. Es obvio que no te pasa lo mismo y...

No pudo seguir hablando. Rafael había salvado la poca distancia que los separaba y en ese momento, le sujetó el rostro con ambas manos, sus pulgares acariciando sus mejillas con suavidad.

—No sé qué te hizo pensar que no me siento igual, pero voy a corregir ese error en este preciso instante.

Y sin más, la besó.

En cuanto sus labios se rozaron, todo a su alrededor dejó de existir. Dispuesto a demostrarle cuán equivocada estaba, empujó con su lengua, adentrándose en los confines de su boca con apasionado deleite. Gimió al sentir la calidez de la suya que en el acto había salido a su encuentro y, bajando ahora una mano hasta alcanzar la parte baja de su espalda, profundizó el beso mientras la atraía más a él.

Luna se desarmó por completo en su abrazo. Se estremeció al sentir la inconfundible muestra de su excitación contra su vientre y se apoyó en él para sentirlo aún más. Tembló al oírlo gruñir contra su boca cuando sus senos presionaron contra su firme pecho y, abandonada por el placer, le mordió el labio inferior, tirando suavemente de este. Las manos de Rafael se cerraron a ambos lados de su cintura en respuesta, sus dedos enterrándose en su carne, mientras continuó besándola con ímpetu.

—¡Dios, apenas puedo controlarme! —murmuró en cuanto se separaron para tomar aire.

—Entonces, no lo hagas.

Tras otro gruñido, volvió a besarla, su lengua acariciando la suya mientras exploraba cada rincón de su boca. Su dulce sabor lo volvió loco y tuvo que reunir la escasa voluntad que aún conservaba para ponerle fin al exquisito beso. Era consciente de que no podía avanzar sin decirle las posibles consecuencias que habría tras estar juntos. Ella debía saber lo que sucedería —o al menos, lo que esperaba que sucediera— en cuanto fueran uno.

La quería. ¡Dios, cómo la deseaba! Más que a ninguna otra mujer, pero no iría más lejos sin que tuviese toda la información. Si luego de eso, ella decidía parar todo y marcharse, lo respetaría, aunque eso lo destrozase por dentro.

—No lo haré, nena, y te juro que, si es lo que en verdad querés, no voy a contenerme más, pero antes debemos hablar. Tenés que saber en qué te estás metiendo.

—Sea lo que sea, no me importa —replicó a la vez que se puso en puntas de pie para alcanzar su boca de nuevo.

—Pero a mí sí —susurró, a escasos centímetros de sus labios—. Por favor, Luna, dejame que te cuente quien soy, que soy —remarcó—, y el riesgo que corrés por el solo hecho de estar a mi lado.

Podía notar el esfuerzo que estaba haciendo para no ceder y supo que era importante para él que ella lo escuchase.

—Está bien.

Rafael le besó la frente con dulzura y tomándola de la mano, la llevó hacia la cama, ahora despejada, para que tomase asiento.

—Soy un demonio —aseveró, sin intentar suavizarlo—. Perdón que sea directo, pero honestamente después de lo que viste hoy, no tiene sentido que le dé vueltas al asunto. Soy un demonio —repitió—, igual que los que nos atacaron en la terraza del hospital. Y aunque me encantaría decirte que soy ese ángel que tanto esperabas, no puedo mentirte. Provengo de la oscuridad, del mismo modo que lo hacen ellos.

Notó que Luna abría la boca para contradecirlo y colocó un dedo sobre sus labios para impedírselo.

—Por favor dejame terminar —rogó, acariciándola con ternura.

Tragó con dificultad al verla estremecerse ante su tacto. Contenerse estaba resultando más difícil de lo que había pensado.

—La diferencia es que mis hermanos y yo renegamos de nuestra propia naturaleza y nos rebelamos para proteger a los humanos. Desde que los ángeles se marcharon hace ya mucho tiempo, nadie más veló por su seguridad y con el correr de los años, el dominio de los de mi raza sobre los tuyos escaló de forma alarmante. Nos asqueaba lo que les hacían y decidimos hacer algo al respecto. Por eso traicionamos a nuestro padre, el ser más cínico y ruin que existe en este mundo, y nos levantamos contra su imperio.

—¿Él es... el diablo? —pregunto, temerosa.

—No, a él lo mató un arcángel en la última batalla. Samael, mi padre, es peor. Es ambicioso, oscuro y sádico y está dispuesto a lo que sea con tal de no perder el trono, incluso matar a sus propios hijos.

Luna jadeó.

—¿Creés que los que me tenían a mí siguen sus órdenes?

—No. Si bien intentó cazarnos en varias oportunidades, desistió cuando comprendió que a ninguno de nosotros nos interesaba tomar su lugar. Sin embargo, alguien nos está rastreando y eso no es algo que podamos tomar a la ligera. Hace tres años intentaron matar a Ezequiel, mi hermano mayor y líder de la rebelión, y atacaron a Alma para atraerlo. Para cuando llegué yo, ella estaba muy grave y aunque pude salvarla, casi muere. Hoy, es a mí a quien buscan y te utilizaron como cebo para atraparme. No entiendo cómo supieron de nuestra conexión cuando ni siquiera nosotros teníamos idea. Eso es lo más peligroso de todo porque no sabemos con quién estamos lidiando.

—Lo descubriremos juntos —declaró ella, sorprendiéndolo.

—No, si algo te pasara por mi culpa...

—Eso no sucederá. Dijiste que cuando te toco —susurró a la vez que tomó sus manos entre las suyas—, te doy fuerza, que evito que tu energía se drene y según lo que mencionaron también tus hermanos, que te brindo un escudo que te protege. ¿Acaso no lo ves? Estando juntos, serías intocable.

—¿Por qué no estás aterrada? —preguntó, de pronto, confundido. No era que estuviese quejándose; por el contrario, admiraba su valentía—. Cualquier otra persona en tu lugar estaría huyendo de mí en lugar de querer tocarme.

Sonrió.

—Cuando tuve las primeras visiones, me asusté mucho y lo oculté de todos para que no creyeran que me había vuelto loca. Siendo una niña, vi a mi padre morir minutos antes de que mi madre me avisara que había tenido un accidente. ¿Hay algo más aterrador que eso? No lo creo. Luché toda mi vida contra lo que creía que era una maldición, pero fue justamente eso lo que te trajo a mí. Sabía de tu existencia desde mucho antes de conocerte. Cada vez que te me aparecías, me dabas paz y me calmabas cuando más lo necesitaba. Enterarme de que sos un demonio no cambia en nada lo que siento por vos. Lo único que me aterra es perderte ahora que por fin te encontré.

—Jamás me perderás —aseguró, conmovido. No tenía idea de cómo era posible amar a una persona que recién conocía, pero no tenía dudas, la amaba con toda su alma—. Quiero que seas mía y ser tuyo por siempre —declaró, incapaz de apartar los ojos de los de ella—. Pero antes tenés que saber lo que puede pasarme después de que estemos juntos. Yo podría cambiar.

Frunció el ceño.

—¿Cambiar?

Rafael le contó sobre la transición de Ezequiel luego de que se acostase con Alma y aunque no sabía a ciencia cierta si para ellos sería igual porque lo sucedido con su hermano no tenía precedente alguno, en verdad lo ansiaba con todo su ser. No solo porque eso le daría más poder, lo cual le otorgaba ventaja sobre sus enemigos y le permitía proteger mejor a su familia, y ahora a ella también, sino porque eso eliminaría por completo la maldita oscuridad en él.

—Eso es hermoso. ¿Por qué querría negarme?

—No lo sé. Nunca antes pasó. Quizás no funcione conmigo o yo no sea lo suficientemente digno...

—Lo sos para mí. Fuiste, sos y siempre serás mi ángel vengador. La pregunta es, ¿me deseás lo suficiente para arriesgarte?

Inspiró profundo al oírla. ¿Qué si la deseaba lo suficiente? ¡Más y explotaría!

—Te deseo más que lo que necesito respirar, nena.

—Entonces, haceme el amor.

Sujetándola de la nuca, tiró de ella y se apoderó de su boca con salvaje posesividad. Ahora que Luna lo sabía todo, nada podría detenerlo. La haría suya y le demostraría con hechos, lo que acababa de decirle con palabras. A pesar de que apenas se conocían, la conexión entre ellos era tan fuerte que se sentía como si lo hicieran desde siempre. Era como si sus vidas hubiesen estado unidas desde el comienzo para que sus caminos finalmente confluyeran en el momento preciso.

Impulsado por aquellas emociones que se había esforzado en reprimir durante tanto tiempo, la rodeó por la cintura y se puso en pie, llevándola consigo. La oyó jadear ante el repentino movimiento y el sonido le erizó la piel. Sintió las manos temblorosas de ella incursionar por debajo de su remera a ambos lados de su torso y gimió cuando sus dedos finalmente lo tocaron. ¡Carajo, estaba demasiado excitado! Tenía que encontrar el modo de controlarse.

Se separó de ella solo lo suficiente para pasar la prenda por encima de su cabeza. Se sentía nervioso, como si nunca hubiese hecho esto antes. Luna no era como ninguna mujer con la que hubiese compartido cama en el pasado y no quería lastimarla. Su hermano nunca había mencionado nada respecto a esos temas de su relación y a él no se le había ocurrido preguntar. Ahora se arrepentía. ¿Y si era muy bruto y le hacía daño?

Con extrema delicadeza, le quitó la ropa, ansioso por descubrir lo que había debajo. Sabía que no estaba usando corpiño. Los cuerpos de ambas mujeres eran diferentes y eso hacía que fuese imposible compartir prendas íntimas. Se moría por ver cómo eran sus pechos, por tocarlos y llevárselos a la boca. Por burlarse de ellos con su lengua hasta que le pidiese que terminara con esa tortura. Quería oírla gemir ante las caricias de sus manos y sentirla temblar debajo de él cuando finalmente entrara en ella.

No obstante, en cuanto su piel quedó a la vista, se quedó petrificado. Había olvidado por completo los moretones y rasguños que sabía que tendría por culpa de aquellos animales que la maniataban para torturarla. Su corazón se aceleró y sus puños se cerraron ante el torbellino de emociones que lo invadió de repente. La vio retroceder y cubrirse con sus brazos.

—No te gusto —afirmó ella, avergonzada, mientras intentaba recoger la ropa.

Maldijo por su torpeza y se apresuró a detenerla.

—No es eso, por favor disculpame —se las arregló para decir con voz ronca.

—Sé que estoy demasiado flaca, ellos me llamaban esquelética cuando...

—¡Sos perfecta! —La interrumpió, conteniendo el gruñido que amenazaba por brotar de su garganta—. Y tu cuerpo no tiene nada de malo, aparte de las marcas que esos hijos de puta dejaron en él.

Solo entonces, Luna advirtió las marcas en sus piernas, torso, brazos, y muñecas. Las había visto más temprano mientras se bañaba, pero no les dio demasiada importancia. Ni siquiera le dolían ya.

—Se irán con el tiempo —afirmó a la vez que intentó alcanzar su ropa de nuevo.

Una vez más, Rafael se lo impidió.

—Se irán ahora mismo.

Sin darle tiempo a nada, la alzó en brazos y la llevó hasta la cama. Tras recostarla con suavidad, se sentó a su lado y colocó ambas manos sobre ella. Al instante, la luz dorada brotó de sus palmas.

Luna no apartó en ningún momento los ojos de los de él mientras sentía como su calor se movía por cada centímetro de piel, sanándola a su paso. Se estremeció cuando, al terminar, él volvió a recorrerla con la mirada. Esta reflejaba la mezcla de emociones que lo embargaba.

—Gracias —dijo en cuanto sus ojos volvieron a encontrarse.

Por un instante, temió que luego de eso, se echara para atrás. Sin embargo, su rostro se había relajado y una hermosa sonrisa volvió a asomar en él.

—Sos más hermosa de lo que había imaginado —aseveró al tiempo que se inclinó para depositar un suave beso en su cuello—. Mucho, mucho más hermosa —continuó, dejando un reguero de besos en su piel conforme iba descendiendo, poco a poco.

Luna se arqueó al sentir su cálida boca alrededor de un pezón y gimió cuando su lengua lo lamió despacio. Sin dejar de estimularla, Rafael cerró una mano sobre su otro pecho, acariciando la punta con su pulgar. ¡Por todos los santos, la sensación era absolutamente increíble! Incapaz de quedarse quieta, deslizó las suyas por su musculosa espalda, notando cómo sus músculos se tensaban a su paso.

—Te daré tanto placer que te olvidarás de todo, excepto de mí —susurró contra su humedecida piel, antes de bajar hasta su estómago y dejar un beso en él—. Nadie más va a lastimarte mientras yo viva. —Descendió un poco más—. Voy a saborear tu cuerpo hasta que me sientas en tu alma. —Sus labios rozaban ahora su vientre mientras sus manos le separaban las piernas con impresionante delicadeza—. Te comeré entera como el depredador que soy.

Luna jadeó al sentir su ardiente boca sobre su zona más sensible y sin poder evitarlo, llevó ambas manos a su cabeza, enterrando los dedos en su cabello.

—¡Oh, Dios!

—Te gusta esto, ¿verdad, nena? —preguntó, complacido de sentirla retorcerse de placer.

Pasó la lengua lentamente a través de su abertura hasta volver a su centro y succionar de él.

—¡Sí, sí!

Continuó con la maestría de su boca sobre su sexo, llevándola a la cima en pocos minutos. Tal y como le había dicho, podía sentir cada beso y caricia de su lengua justo dentro de su alma. No podía pensar en nada más que no fuese él y el fuego de su boca bebiendo de ella con hambre, una y otra vez. Tembló ante los primeros espasmos y supo que se avecinaba el mejor orgasmo de su vida. No era una mujer con mucha experiencia, pero estaba segura de que ningún hombre estaría jamás a la altura de su ángel.

Rafael gruñó al advertir que estaba cerca y sin dejar de besarla, introdujo un dedo en su interior. Al instante, su cuerpo se contrajo, comprimiéndolo. Gimió de nuevo al imaginarse lo que sentiría cuando la penetrara con su falo y agregó otro más. Los sonidos que ella hacía lo estaban volviendo loco. No aguantaría mucho más, por lo menos no la primera vez y quería que acabase alrededor de él.

Se apartó de ella para bajar de la cama y librarse del resto de su ropa. Contuvo otro gemido cuando su pene saltó hacia adelante al verse liberado de la opresión del pantalón y lo agarró con su mano, sin dejar de mirarla. Este latió contra su palma. ¡Mierda, no iba a aguantar! Todo era demasiado intenso y en cuanto se enterrase en su calor, estallaría. Se arrodilló de nuevo entre sus piernas y colocó su miembro en su entrada. Ambos gimieron cuando la punta se deslizó en su interior

—¡Dios, se siente tan bien! —dijo de forma entrecortada mientras se sumergía un poco más profundo en su ardiente humedad.

—Por favor, Rafael.

—¿Qué, nena? Decime qué querés.

—A vos. ¡Ahora!

Y eso fue todo. Aferrándose a sus caderas, empujó hacia adelante y se enterró de lleno en ella.

Luna gimió ante la brusca y deliciosa invasión y enroscó los tobillos detrás de su espalda para instarlo a moverse. Podía sentir su agitada respiración en su cuello, así como la contracción de sus bíceps, evidenciando el esfuerzo que estaba haciendo por contenerse.

El tiempo se detuvo nada más penetrarla. ¡Dios, los ángeles y el puto cielo acababan de descender sobre él! Sabía que sería maravilloso, había podido intuirlo por la forma en la que su cuerpo reaccionaba a ella, pero la realidad superaba, con creces, sus expectativas. Nunca se había sentido de este modo. Jamás había experimentado una conexión tan poderosa tanto a nivel físico como emocional con nadie más y supo, con certeza, que acababa de encontrar su lugar favorito en el mundo.

Con esfuerzo, retrocedió lo suficiente para volver a deslizarse dentro con tortuosa lentitud. Podía sentir sus tobillos en la base de la espalda, presionando para que fuese más rápido, más profundo. Salió y entró de nuevo, esta vez con más ímpetu y apretó la mandíbula al oír su largo y erótico gemido. Incapaz ya de moderarse, apoyó su antebrazo sobre el colchón y la sujetó por detrás de la rodilla, alzándole la pierna hasta encontrar el ángulo perfecto, Entonces, aumentó la intensidad de sus movimientos.

—Vamos, nena, acabá para mí.

Su ronca y temblorosa voz, junto con las exquisitas sensaciones de él entrando y saliendo de ella con desenfrenada pasión, terminó por arrojarla al borde del abismo. Jadeó su nombre mientras experimentó el más brutal de los orgasmos.

Rafael gruñó al sentir la presión alrededor de su eje y ya sin fuerzas, se dejó ir, vaciándose por completo en su interior.

Para cuando logró recuperarse y respirar con normalidad, la buscó con la mirada. Necesitaba comprobar que estuviese bien. Le gustó notar satisfacción en su mirada.

—Nunca más saldrás de esta cama —advirtió con una sonrisa traviesa bailando en su rostro.

—Como si quisiera hacerlo alguna vez —replicó, igualando la apuesta.

Se carcajeó al oírla y acostándose sobre su espalda, la acercó a su costado. Después de tanto tiempo de flotar en la más profunda oscuridad, por fin volvía a experimentar la alegría. Un rayo de luz acababa de entrar en su vida y se disponía a disfrutar de cada bendito segundo.

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¡Hasta el próximo capítulo! ❤

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