Capítulo 8

Tardó más de lo previsto bajo la ducha. Después de la tensión experimentada en las últimas horas, necesitaba tiempo para serenarse, más aún para recuperarse de todo lo que ella provocaba en él. Por mucho que lo intentara, no había forma de ordenarle a su cuerpo que se sosegara y, ¡carajo!, su erección comenzaba a dolerle como el mismísimo infierno.

Con una exhalación temblorosa, cerró los ojos y se concentró en el agua helada que caía sobre su rostro, deslizándose luego por su pecho y abdomen. Si esto no conseguía apaciguar el ardor de su cuerpo, no estaba seguro de qué otra cosa más lo haría. Bueno, en realidad sí lo sabía, pero no podía dar rienda suelta a sus más bajos instintos. Al menos, no todavía.

Se frotó con el jabón a consciencia, eliminando todo rastro de sangre, sudor y suciedad que hubiese quedado en su piel y cabello mientras repasaba los hechos recientes en su cabeza. Nada tenía sentido aún y, sin embargo, todo encajaba. Era evidente que Luna y él estaban conectados de alguna manera y no descansaría hasta descubrir la razón de dicha conexión. La atracción que esa mujer ejercía sobre él era muy intensa. Nunca antes había experimentado algo similar y la imperiosa necesidad de tenerla cerca, de cuidarla y protegerla, comenzaba a volverlo loco.

Se vistió con premura y sin molestarse en ponerse unas zapatillas, salió de su habitación en dirección a las escaleras. Se detuvo un instante frente a la puerta del cuarto donde Luna debía estar junto a Alma. Se moría por verla de nuevo, por abrazarla y asegurarle que todo estaría bien, que no dejaría que nadie volviera a lastimarla, pero sabía que una vez que lo hiciera, no se conformaría solo con eso.

Exhaló, resignado. Nada más imaginarla desnuda en la ducha o sumergida en la bañadera, con el cuerpo cubierto de espuma, hacía que el suyo cobrase vida con una intensidad que empezaba a alarmarlo. Con esfuerzo, dio un paso hacia atrás y retomó su camino. Ella necesitaba sentirse a salvo, no ser acosada por un maldito demonio pervertido e insaciable. "Puto animal en celo, eso es lo que sos", se dijo a sí mismo mientras negaba con la cabeza.

Una vez abajo, se dirigió al living donde lo aguardaban sus hermanos para que les transmitiera una información que no tenía. Había notado la preocupación en ellos, así como su desconfianza, por supuesto; y aunque ambos sentimientos eran más que esperables según las circunstancias —probablemente él se sentiría de la misma manera si las cosas fueran al revés—, también eran peligrosos, ya que no iba a permitir que nadie la pusiera en peligro otra vez, ni siquiera su propia familia.

Era evidente que ella no tenía control alguno sobre el efecto que tenía sobre él, o sobre lo que fuera que hubiese en su interior y generaba semejante respuesta de su cuerpo y, más importante aún, de sus poderes, y se aseguraría de dejárselos en claro a ambos.

—Te tomaste tu tiempo —recriminó Jeremías sin voltearse hacia él.

Lo buscó con la mirada. Se encontraba de pie frente a la enorme chimenea, contemplando el fuego arder mientras hacía girar el contenido ambarino de su vaso. Arqueó una ceja. ¿Desde cuándo el hechicero hacía bromas de ese estilo? O más específicamente, ¿desde cuándo bromeaba? Debía reconocer que, en su caso, hacía bastante que el buen humor lo había abandonado, pero de ahí a que su hermano menor tomara su lugar, había un largo trecho entre medio.

Por el rabillo del ojo, notó que Ezequiel reprimía una sonrisa. ¿Acaso los divertía? Quizás no estaban tan preocupados como había pensado, después de todo.

—Nos preocupás, Rafael, pero no por las razones que vos te imaginás.

—¡¿Acaso nunca vas a dejar de meterte en mi mente?!

Su hermano alzó los brazos en ademán de rendición.

—Te dije que no lo haría de nuevo y no lo hice. No me hace falta tampoco para darme cuenta de lo que estás pensando ahora mismo. Te conozco, hermano. Por si todavía no te diste cuenta, soy muy observador.

Resopló. Por supuesto que se daba cuenta.

—Lo tengo claro —concordó y se dejó caer en uno de los sillones.

Solo entonces, Jeremías volteó hacia él.

—¿Qué fue lo que pasó hoy, Rafael? Y no me vengas con la mierda esa de que no lo sabés —advirtió, sentándose justo frente a él—. Hace tiempo que tus visiones se volvieron más intensas, vívidas, incluso violentas. Tu comportamiento se volvió huraño, hosco y eso no es propio de vos, hermano. Y todo esto sin mencionar lo que presenciamos más temprano. No había forma de que pudiésemos llegar a vos.

Se tensó al oírlo. ¿Tanto se había descontrolado?

Ezequiel asintió, adivinando lo que pensaba, una vez más.

—Lo intenté. Mientras estabas en trance, traté de llegar a tu mente. No sabíamos qué te estaba pasando y teníamos miedo de que empeorara. Entonces noté que había algo a tu alrededor que te mantenía protegido, aislado y me dejó un lindo dolor de cabeza que aún me molesta —continuó a la vez que se frotó las sienes con los dedos.

—No sé qué esperan que les diga, de verdad no tengo idea de qué me pasó. De hecho, no recuerdo nada más aparte de lo que vi en mi visión.

Jeremías volvió a incorporarse y tras servirse otro vaso de whisky, regresó a su posición anterior, frente al hogar.

—¿Y qué fue lo que viste exactamente? A ella, ¿verdad?

Rafael alzó los ojos, clavándolos en los de él, quien lo miraba, imperturbable.

—Sí, la vi a ella. Estaba en peligro y me necesitaba.

—Eso mismo fue lo que nos dijiste cuando recobraste el sentido y apenas podías sostenerte en pie. Es obvio que entre ustedes hay una conexión y, por lo que deduzco, a través de tu don, ella logró enviarte un mensaje para que acudieras en su ayuda.

Al sanador no le gustó el curso que estaba tomando la conversación. Un instante atrás, le había dicho que no estaban preocupados de la forma en la que él pensaba y, sin embargo, eso era exactamente lo que parecía.

—No es así. Luna intentaba alejarme de ellos, pero yo pude sentirla de todos modos y fui incapaz de ignorarla. Su dolor me afectaba directamente, se clavaba en mi alma.

Un largo silencio se formó entre los tres, antes de que Ezequiel volviera a tomar la palabra.

—Supongo que estoy en lo cierto al afirmar que esta imperiosa necesidad tuya de ir en su búsqueda fue la que hizo que tomaras esa droga, que sabés que ninguno de nosotros aprueba y que, para el caso, solo tiene un efecto temporal, y te fueras sin decirnos nada, poniéndote en riesgo de forma estúpida e innecesaria.

—¿Tengo que recordarte que vos hiciste lo mismo una vez?

Eso pareció sorprenderlo.

—Es verdad, lo hice, no voy a negarlo. Pero se trataba de Alma, la conocía desde que era una pequeña niña desamparada. Para ese entonces, ya la amaba, Rafael. Ella era parte de mí. ¿Vas a decirme que esta chica te inspira lo mismo?

—No... sí... ¡no lo sé! —exclamó, confundido—. Siento que la conozco desde siempre, como si estuviésemos conectados a un nivel muy profundo, como si nos uniera un nexo parecido al que tengo con ustedes, incluso más poderoso. Horas antes, no sabía quién era, aunque sí sentía mucha curiosidad y un poco de ansiedad por encontrarla, pero ahora que ya lo hice, te puedo decir que daría mi vida por ella si tuviese que hacerlo. Ni siquiera lo dudo, Ezequiel. Eso tiene que significar algo, ¿no?

—¡Mierda! —siseó Jeremías, inquieto—. Esto es... o sea que... ¿Vos creés que entre ustedes está pasando lo mismo que con...?

Se detuvo, abrumado por los miles de pensamientos que cruzaban por su mente. No obstante, no hacía falta que continuara. Sabían perfectamente a qué se refería.

—Eso me gustaría muchísimo —reconoció el sanador.

No tenía sentido ocultarles su deseo. Hacía tiempo que soñaba con experimentar lo mismo que su hermano.

El hechicero asintió, reconociendo la verdad en sus palabras. Si bien hasta esa noche, pensaban que lo que compartían Alma y Ezequiel era algo fortuito y único, los extraños sucesos de esa noche indicaban que la historia podría llegar a repetirse.

Su mente volaba de teoría en teoría mientras repasaba lo que había visto en aquella terraza cuando llegó con refuerzos luego de que le hubiese seguido el rastro a su hermano. Este había luchado solo contra humanos y demonios, hechicero incluido, y no se había debilitado ni siquiera un poco. Eso era simplemente imposible, a menos que...

—Te potencia —dijo al llegar a la única conclusión factible.

Rafael asintió en conformidad.

—Es mi teoría también. Luego del primer enfrentamiento, sentí que las fuerzas me abandonaban, como siempre, pero entonces, la toqué y fue asombroso. El poder volvió a mí de golpe y con más potencia que nunca. Era como si ella fuese mi propia batería, como si me conectara con la fuente misma del poder sanador.

—Como si ella fuese el puente entre vos y lo divino —agregó Ezequiel, maravillado.

—Es algo loco, lo sé, pero...

—No sé qué tan loco puede ser después de lo que me pasó a mí —reconoció con una sonrisa. Podía sentir la esperanza en el corazón de su hermano. Hoy más que nunca necesitaba de la protección y contención que ellos podían darle—. No voy a pedirte que mantengas distancia porque sé que no lo harías y tampoco le veo el punto, pero sí que tengas cuidado. No más irte solo a ningún lado. El enemigo está allá afuera a la espera de cualquier oportunidad para abatirnos. Intentemos no darle ninguna. Estamos juntos en esto.

—Juntos —repitió para su tranquilidad.

—Y como estamos juntos —reafirmó Jeremías, haciendo hincapié en la última palabra—. Tenemos que saber con qué estamos lidiando. Noah y sus hombres se están encargando de los prisioneros, pero no parecen tener mucho éxito. Por lo que me dijo cuando lo llamé, estos prefieren morir a traicionar a su líder. ¿Qué sabés de ellos, Rafael? ¿Quiénes son y qué quieren? Y no menos importante, ¿cómo supieron que ella está conectada a vos?

—Porque quien creí que era mi mejor amigo se los dijo.

Los tres giraron en el acto hacia Luna, quien, desde el umbral de la puerta del living, los observaba con cautela. Alma estaba a su lado, de su mano, el pequeño David se frotaba un ojo mientras bostezaba.

Rafael contuvo el impulso de levantarse y avanzar hacia ella, rodearla con sus brazos de forma protectora y apretarla contra su costado para que supiera que no dejaría que nadie le hiciera daño. Ahora que la tensión había pasado, un incómodo y agobiante temor a que lo rechazara se había instalado en su pecho, haciendo que hasta el simple hecho de respirar le resultase difícil.

Por su parte, Ezequiel se incorporó nada más ver a su mujer y su hijo y acudió a su lado.

—¿Pasó algo, pequeña? —preguntó a la vez que alzó a su niño en brazos.

—Solo una pesadilla, pero no se conformó conmigo. Quiere a su papá.

Sonrió ante aquella declaración y con un profundo e incondicional amor refulgiendo en sus ojos, lo atrajo hacia sí mientras lo palmeaba con suavidad en la espalda. Segundos después, se durmió nuevamente.

Apartándose de la pareja, Luna caminó hacia donde estaba Rafael. Solo entonces, el sanador se levantó.

—¿Estás bien? —preguntó, incapaz de ocultar la inquietud en su voz.

—Sí, ahora que vuelvo a verte sí —declaró, sorprendiéndolo—. Por un momento, pensé que todo había sido un sueño y que cuando despertase ya no estarías conmigo.

Incapaz de no tocarla ahora que la tenía en frente, envolvió sus manos con las suyas y las apretó ligeramente.

—Estoy acá, nena, y no pienso irme a ningún lado —susurró solo para ella.

Por supuesto, sabía que sus hermanos lo oirían también, pero no le importaba.

—Dijiste algo de un mejor amigo. —La voz de Jeremías interrumpió el bonito intercambio.

Luna inspiró profundo antes de mirar al fiero demonio que, aunque erguido en una posición distendida y a una distancia prudencial, seguía imponiendo respeto.

—Sí, ¿te acordás del chico al que le rebanaste la cabeza al llegar? Bueno, ese.

Una pequeña sonrisa se dibujó en los labios del hechicero. La chica era valiente. No se amilanaba ante él y eso le gustaba. Sin embargo, esta desapareció antes de que ninguno alcanzara a verla.

—Lo que recuerdo es a un demonio llevándose a una humana contra su voluntad, sin mencionar que se trataba de la mujer que estaba protegiendo mi hermano de un modo bastante territorial. Como verás, no podía permitirlo.

Luna apretó los dientes al reconocer el sarcasmo en su voz y olvidándose de que estaba rodeada por seres sobrenaturales, dio un paso hacia él.

—¡Podrías haberlo atrapado sin necesidad de hacer una carnicería!

Rafael y Ezequiel intercambiaron una mirada de asombro mientras que Alma, completamente maravillada por el modo en el que le hacía frente, esbozaba una sonrisa orgullosa.

Jeremías no se movió del lugar y sin apartar los ojos de los de ella, se encogió de hombros.

—Las sutilezas no va conmigo.

—¡Está más que claro que no! —espetó dando otro paso más en su dirección. Qué estaba haciendo, no tenía ni idea. Al parecer, todo el miedo, el dolor y la impotencia que venía acumulando durante meses, habían llegado a su tope máximo y ahora necesitaba sacárselos de adentro—. Estaba intentando protegerme... —prosiguió con voz temblorosa—. Él no sabía que ellos me... Estoy segura de que buscaba arreglar lo que... —Pero entonces, un sollozo escapó de sus labios, impidiéndole continuar.

Rafael, que se había mantenido cerca para interceder en caso de que fuese necesario, la rodeó con sus brazos y la llevó hasta el sofá. Allí, la hizo sentarse en su regazo y la contuvo mientras ella dejaba salir la angustia contenida. Descubrió, justo en ese momento, que odiaba verla llorar y deseó poder volver el tiempo atrás solo para ver morir de nuevo al miserable que la había traicionado.

—Todo estará bien, nena, tranquila —susurró sin dejar de acunarla con ternura.

Para cuando Luna se recompuso, ni Alma ni el niño se encontraban allí y los dos hombres estaban al otro lado de la sala, conversando en voz baja junto a la barra. Dispuesta a terminar con eso, se limpió las lágrimas y se acomodó en el asiento contiguo.

—Perdón, no quise reaccionar así —dijo para todos en un tono más calmado.

—No te disculpes, Luna. Es más que entendible tu dolor —confortó Ezequiel antes de sentarse frente a ambos. Jeremías, en silencio, permaneció de pie, justo detrás del líder—. ¿Te sentís bien como para contarnos lo que sabés?

Ella miró a Rafael un instante y animada por la tranquilidad que podía ver en sus ojos, asintió.

—Nunca supe quiénes eran, pero sí lo que querían: a él —declaró, señalando con un dedo hacia el ángel de sus sueños.

A continuación, les habló de su propio pasado, de su relación con su madre y la muerte de su padre. También de su recorrido por el colegio y la universidad y lo sola que siempre había estado por el temor de que los demás la juzgaran y la despreciaran. A su lado, Rafael se tensaba cada vez que algo en su relato, activaba una imagen de sus visiones. Sin saberlo, había sentido cada uno de esos momentos con ella.

Finalmente, les habló de Mateo y la amistad que los unía y la forma en la que la había engañado para hacer que fuera a ese hospital.

—¿Vos le habías hablado de...? —comenzó a preguntarle Ezequiel.

—No —lo interrumpió, segura de a quién se refería—. Eso fue lo único que quise guardar para mí misma. Era mi más preciado secreto y nadie, excepto yo, jamás sabría que un ángel me visitaba en sueños.

Rafael notó sobre sí la penetrante mirada de Jeremías. Sabía lo que estaba pensando y estaba de acuerdo con él, ella tenía que saber que no era ningún ángel, pero preferiría decírselo cuando estuviesen solos. No obstante, volvió a sorprenderlo con su siguiente declaración.

—Sé que no lo sos, pero no me importa. No hay oscuridad en vos.

—Sí la hay, Luna —contradijo con pesar—. Ya viste el daño que puedo hacer.

—Estabas defendiéndote —señaló—. No te parecés en nada a ellos. Al contrario, estás lleno de luz. —Sonrió y tomó una respiración profunda—. Suena raro lo que voy a decir, pero cuando estaba en ese lugar, cada vez que me llevaban al laboratorio, podía sentir la maldad que llevaban dentro. Esta se colaba en mi cuerpo, me quemaba, me ahogaba. Con vos fue diferente. Cuando llegaste, fue como si una brisa de aire fresco me golpeara, quitándome el cansancio, el sopor, la bruma que me envolvía. Por fin pude respirar de nuevo y si bien no tengo idea de qué es lo que lo provoca, no quiero que se termine jamás.

—Tampoco yo —susurró él, luchando contra la emoción que comenzaba a embargarlo.

La tomó con ternura de ambas manos. Al instante, de su unión surgió un fulgor dorado y palpitante, como si de un corazón de luz se tratase.

—Impresionante —indicó Jeremías, acercándose para ver mejor—. Es como lo de él con Alma. No hay magia alguna, solo energía fluyendo en una pura y profunda conexión.

—Y una vez más, ese escudo te rodea. Si ahora quisiera entrar en tu mente, sé que no podría hacerlo.

—Puedo sentir el poder fluyendo a través de mí. Es superior, diferente. Y también la percibo a ella, es como si nos hubiésemos vuelto uno.

—Yo siento paz —dijo Luna de pronto con lágrimas en los ojos—. Me siento segura, a salvo y... amada.

Rafael tragó con dificultad al oírla y le acarició el rostro. Dios, quería besarla y decirle que lo era, que, aunque no podía explicar cómo, todo su ser la amaba. Pero esperaría a que no tuviesen audiencia para hacerlo. Había cosas que era mejor confesarlas en la intimidad.

Una vez más, Jeremías rompió el silencio.

—¿Los que te tenían cautiva dijeron algún nombre o mencionaron a alguien que pudiera estar detrás de todo?

Ella negó con la cabeza.

—Tal vez, pero no hay mucho que yo recuerde. Sus tratamientos solían dejarme muy débil. —Rafael maldijo al oírla. Iba a matarlos a todos y cada uno de ellos—. Lo único que sabía era que lo buscaban a él en mi mente y como no lo consiguieron porque yo siempre alzaba una pared antes de que pudieran verlo, decidieron cambiar de estrategia. Por eso me manipularon, instándome a que me arrojara del techo. —Se estremeció al recordarlo—. Estaban seguros de que funcionaría.

—Y lo hizo —afirmó Ezequiel—. Mi hermano tuvo una visión de una mujer de cabello rojo caminando hacia su muerte durante un eclipse claramente provocado por otro de nosotros, uno con poderes especiales, y fue a buscarte. Funcionó justo como pensaron que lo haría.

—Puto hechicero —siseó el sanador, rememorando el enfrentamiento—. Apareció ante mí luego de que matara a dos humanos y dos demonios de bajo rango. Era bastante poderoso, no a tu nivel, por supuesto —aclaró, dirigiéndose ahora a Jeremías—, pero podía sentir su influjo, bueno, al menos lo que lograba filtrarse por el escudo que me protegía. —Sus ojos se posaron en Luna por un momento, antes de regresar a Ezequiel—. Estábamos peleando cuando vi que un empático comenzaba a manipularla. Intenté detenerlo, pero el maldito no me daba tregua. Ahí fue cuando me dijo que era a mí a quien quería.

—¿Quién? —preguntaron sus hermanos al unísono.

Suspiró.

—El aniquilador.

El líder se pasó la mano por el cabello en un gesto nervioso al tiempo que Jeremías emitió un gruñido de exasperación.

—El aniquilador seré yo cuando finalmente lo agarre a ese imbécil.

—Tenemos que encontrarlo. No podemos permitir que vuelva a acercarse tanto a ninguno de nosotros —anunció el líder.

—Oh, contá con eso. Voy a encontrarlo, te lo aseguro, y cuando lo haga, arrasaré con todo a mi paso.

Y sin decir nada más, salió de la habitación, como un huracán furioso.

—Bueno, yo también debería retirarme —indicó Ezequiel, claramente cansado, mientras se ponía de pie—. Ustedes aprovechen para descansar. Confío en que serás más que hospitalario con nuestra nueva invitada.

Rafael notó la diversión en los ojos de su hermano y supo que intentaba provocarlo. Miró a Luna por un momento, temeroso de que aquel insólito y poco común comentario por su parte la hubiese incomodado de algún modo. Sin embargo, se encontró con algo completamente opuesto. Un sensual y delicioso rubor asomaba en sus mejillas a la vez que sus labios se separaban en busca de aire.

—No te preocupes, seré el mejor anfitrión que haya tenido alguna vez.

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¡Hasta el próximo capítulo! ❤

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