Capítulo 6
Fue justo en ese instante, cuando creyó que todo estaba perdido, que algo inexplicable e increíblemente extraordinario sucedió. En cuanto sus manos se tocaron con tan solo el suave roce de sus pieles, la electricidad fluyó entre ellos. Como si de un toma corrientes se tratase, toda la energía que había perdido desde que había tenido su última visión, regresó a él con violencia, con renovada fuerza. No entendía cómo era siquiera posible, pero de alguna manera, ella le permitió recargarse por completo en cuestión de segundos.
Lo primero que sintió fue un intenso hormigueo en sus palmas y luego, el característico y chispeante sonido de descarga provocado por la peligrosa acumulación de poder justo antes de ser liberado. Sorprendido, la buscó con la mirada. Era imposible que un humano resistiera semejante potencia sin sufrir ningún daño y, aun así, allí estaba ella, con sus brillantes ojos verdes fijos en los suyos y una preciosa sonrisa en el rostro, tan maravillada como él por lo que estaban experimentando.
"¡Dios, ¿qué es esto?!", se preguntó, confundido, al sentir como su corazón comenzaba a bombear con ímpetu mientras toda la energía invadía su cuerpo, recargando cada célula y tensando cada músculo a su paso. ¡Era lo más extraño y asombroso que le había pasado alguna vez! Su mente, embotada y nebulosa, tan solo un momento atrás, cobró vida también, despejándose en el acto, por completo alerta a todo lo que sucedía a su alrededor.
—Quedate detrás de mí —susurró solo para ella antes de voltear.
No quería soltarla. Ahora que por fin la tenía junto a él, se negaba a alejarse de ella. Deseaba quedarse a su lado, tocándola, acariciándola. Sin embargo, el peligro aún acechaba y debía deshacerse de sus enemigos antes de poder relajarse.
Cerró los puños, en un pobre intento por contener el flujo de luz que manaba de estos, y volteó hacia ellos, erguido en toda su altura, listo para hacerles frente. Estos se encontraban más cerca de lo que jamás habría permitido si hubiese estado al cien por ciento. Al parecer, animados por su pasividad, inconfundible signo de debilidad entre los suyos, lo habían cercado, probablemente creyéndolo una presa fácil.
Fijó los ojos en uno y luego en otro, a la vez que esbozó una sonrisa torcida. Estaban a punto de llevarse una inesperada sorpresa. Los vio intercambiar una mirada, conscientes del cambio en su postura, y entonces, sin más dilaciones, corrieron en su dirección al mismo tiempo. Manifestaban una absurda confianza en sí mismos, propia de quien se sabe en superioridad de condiciones. Lo que ninguno imaginó fue que la chica le hubiese devuelto toda su fuerza vital. De algún modo que todavía no comprendía, tocarla lo había llenado de energía y esta se encontraba a punto de estallar.
Decidido a ponerle fin a la absurda pelea, alzó ambos brazos hacia los costados y abrió los puños, permitiendo que de sus palmas brotara todo su poder. De inmediato, una cegadora luz cubrió sus cuerpos, forzándolos a detener su avance. Sus angustiosos gritos rompieron el silencio de la noche y, al igual que habían hecho los demonios antes, se agarraron la cabeza, desesperados por el agonizante dolor que estaban sufriendo.
Cayendo de rodillas al piso, le rogaron que parara, que por favor perdonase sus vidas, pero era demasiado tarde. Rafael había percibido la profunda oscuridad en ellos, esa podredumbre de la que sabía que no había retorno y no estaba dispuesto a tolerarlo ni un segundo más. No lastimarían a otro ser humano nunca más.
Sus gritos se volvieron jadeos y gruñidos ininteligibles para luego, convertirse en llanto. Un pánico desgarrador asomó en los ojos bien abiertos de ambos mientras sus cuerpos eran sacudidos por violentos espasmos debido al estrés y la tortura. Se estaban muriendo y lo sabían. El final era inminente. Entonces, cual grotesca película gore, sus cabezas explotaron de pronto haciendo que la sangre y pedazos de cerebro saltaran por todas partes. ¡Mierda! Se había dejado llevar demasiado, tan cerca de su propia oscuridad como nunca antes.
Podía sentir que su fuerza mermaba de nuevo, aunque no de la misma forma que minutos atrás, y estuvo seguro de que la presencia de esa mujer tenía mucho que ver en ello. Inspiró profundo para ayudarse a recuperar el control de sí mismo y giró hacia ella. Era consciente de que su aspecto no era el mejor. No solo por el agotamiento que venía sintiendo a causa de la falta de descanso, sino también por las salpicaduras de sangre que ahora manchaban su rostro.
Un escalofrío le recorrió la espalda al notar la expresión en el suyo. Lo miraba fijo y en sus ojos se leía el inconfundible miedo que embargaba todo su ser. Respiraba agitada, sus labios estaban separados y sus manos se habían cerrado en puños. ¡Carajo! No quería que le temiese. No ella. Pero entonces, se percató de que no era a él a quien miraba, sino a algo, o mejor dicho a alguien detrás suyo, por encima de su hombro. "El hechicero", pensó. Al parecer, al ver que los otros habían fallado en su empeño, había decidido salir de su escondite.
Instintivamente, se dio la vuelta, tapándola de nuevo con su cuerpo. Notó de inmediato su influjo sobre sí, pero esta vez no consiguió el resultado buscado. Era como si hubiese una barrera a su alrededor disminuyendo su efecto. ¡Qué extraño! Solo había experimentado algo similar cuando su hermano menor los rodeaba con símbolos protectores para ocultarlos de otros demonios. Sin embargo, no los volvía inmunes al ataque enemigo y no debía olvidarse de eso.
—Hechicero —siseó, tenso.
A simple vista supo que este no estaba a la altura de Jeremías, pero era un guerrero curtido y experimentado, muy fuerte y, más importante aún, sin nada que perder. No iba a cometer el error de subestimarlo. Ella estaba allí y era vulnerable. Jamás haría nada que la pusiera en riesgo.
El demonio inclinó la cabeza en ademán de saludo y sonrió con soberbia.
—Sanador. —Asintió en respuesta—. Sé lo poderoso que sos, pero no vas a poder detenerme. No solo, al menos, y por lo que veo, tus hermanos no están acá para ayudarte.
Se mostraba en extremo confiado. Su mirada, su postura y sus gestos manifestaban una increíble e intimidante seguridad en sí mismo. No lo culpaba. Normalmente tendría razón. Sin embargo, esta vez algo había cambiado. Aún no sabía cómo, pero la presencia de la mujer hacía que su energía no se agotara en ningún momento; por el contrario, parecía, incluso, que aumentaba. Por fortuna, su contrincante no parecía haberse percatado de eso todavía.
—No los necesito para destruirte —declaró, dando un paso adelante. Tenía que mantenerlo lo más lejos posible de ella.
Este sonrió, adivinando sus intenciones.
—Será más fácil para ambos si venís por voluntad propia —dijo sin apartar los ojos de los del sanador—. De hecho, la dejaré vivir como acto de buena voluntad. —Se encogió de hombros—. Al fin y al cabo, no es ella quien le interesa. Solo te quiere a vos.
—¿Quién?
Arqueó las cejas, sorprendido de que no lo supiera.
—El aniquilador.
Rafael se tensó al oírlo. Una vez más, ese ridículo sobrenombre.
—El aniquilador —repitió con sarcasmo y avanzó otro poco más—. Con semejante apodo bien podría haber venido él mismo en lugar de enviar a sus putos lacayos.
Una mueca reemplazó de inmediato la sonrisa en el rostro del demonio y su mirada se volvió mucho más oscura que antes, ya no había deje de diversión alguna en esta. Era evidente que acababa de herir su ego.
Desenfundó sus cuchillos, utilizaba dos al igual que su hermano, y con un grito de guerra, comenzó a correr hacia él. Rafael lo imitó y apuntando las palmas en su dirección, lanzó con ímpetu su haz de luz. Sin embargo, este era rápido y elevándose lo suficiente para evitar el impacto, a una velocidad impensada, cayó justo frente a él.
Gruñó cuando sintió las hojas enterrarse de lleno en sus pectorales y lo empujó con fuerza para quitárselo de encima. Pero, una vez más, le fue imposible alcanzarlo, ya que este se apresuró a apartarse y llevándose sus armas con él, volvió a ocultarse.
Giro sobre sus talones al oír sus carcajadas a su espalda, la sangre brotando sin pausa de sus heridas abiertas. El hijo de puta no solo lo había apuñalado, sino que se movía con sospechosa rapidez. Era como si se teletransportara, lo cual sabía que era imposible, ninguno de ellos lo hacía. La oscuridad se cernía a su alrededor, el reflejo rojizo que antes los iluminaba, comenzaba a disiparse y las sombras se movían errantes, cual fantasmas, confundiendo sus sentidos.
Contempló la luna un instante. Solo eso le bastó para comprender que el eclipse llegaba a su fin. "Magia", recordó, evocando la forma en la que lo había dominado antes. Claramente, algo de ese influjo era capaz de traspasar la coraza que, gracias a ella, lo rodeaba, protegiéndolo. Tal vez por eso, le estaba resultando tan difícil deshacerse de él.
—Me parece que vas a necesitar otro incentivo —dijo una voz desde algún rincón oscuro de la terraza—. Última oportunidad, sanador. Vos elegís si vive o muere.
Inquieto por esa declaración, buscó a la mujer con la mirada. Su estómago se agitó al verla dirigirse de nuevo hacia el borde. Otro demonio, al que no había sentido en ningún momento, la observaba con una maliciosa sonrisa que le heló la sangre. De pronto, la imagen de él torturándola se coló en su mente. No estaba seguro siquiera de cómo era capaz de verlo, no estaba teniendo una visión, pero no tuvo dudas de que eso había pasado. Ese asqueroso ser la había torturado y manipulado para que saltase por la cornisa. Se estremeció al comprender que se trataba de un empático, al igual que su hermano mayor, dotado para influenciar las emociones.
Enajenado, extendió sus alas, dispuesto a ir en su auxilio, pero el hechicero había previsto su reacción y ejerciendo de nuevo toda su influencia sobre él, volvió a doblegarlo. Se interpuso en su camino y clavó uno de los cuchillos en su estómago mientras apoyaba el otro en su garganta, claramente poco preocupado por herirlo de gravedad. No era tan fácil matar a un sanador debido a la capacidad de sus cuerpos para curarse a sí mismos.
Justo en ese momento, un tercer demonio surgió de la nada. ¡Carajo, parecían multiplicarse! Estaba herido y cojeaba, pero eso no pareció detenerlo en su propósito. "¡No, no!", pensó, desesperado al verlo caminar hacia ella. Retrocedió para evitar que su atacante le rebanara el cuello y lo pateó con furia. Tenía que librarse de él de una puta vez para poder protegerla de la nueva amenaza. Pero entonces, vio de lejos como sorprendía al maldito que la estaba hostigando y lo apuñalaba por la espalda. No tenía idea de quién era ni por qué la ayudaba, pero no le interesaba. Sería el siguiente en morir.
—¡Alejate de mí, Mateo! —la oyó gritar, asustada, cuando este intentó amarrarla del brazo.
Lo conocía.
—Por favor, vení conmigo. —Tosió el demonio a la vez que llevaba una mano a su abdomen, cubriendo una fea herida—. Tenemos que salir de acá.
—No pienso ir a ningún lado con vos. ¡¿Cómo pudiste hacerme esto?!
Pero no se molestó en responderle. Decidido, la sujetó con firmeza de la muñeca y tiró de ella para llevarla a rastras hacia la puerta que conducía a la escalera.
Rafael la oyó gritar al tiempo que procuraba zafarse de su agarre y sus músculos se tensaron en respuesta. Lo destrozaría con sus propias manos por tan solo atreverse a tocarla. No obstante, antes debía librarse del maldito hechicero que no dejaba de blandir sus cuchillos contra él. Cegado por la furia, esquivó un nuevo zarpazo y colocó ambas manos en posición de ataque. Podía sentir la potente energía que ella le brindaba, cual batería portátil, como si estuviese conectada, de algún modo, a la misma fuente vital de donde todos los sanadores extraen su poder, y no desaprovecharía esa ventaja.
Plenamente consciente de lo que sucedería, dejó que todo su poder, tan sanador como letal, emergiera a través de sus palmas. Su contrincante no tuvo ninguna oportunidad. En cuanto la luz dorada lo rodeó, cayó como plomo al suelo y con los ojos desorbitados, en medio de un grito escalofriante, se retorció hasta morir. Merecía mucho más que eso por lo que había hecho, pero no podía perder más tiempo.
Voló con premura hacia aquel demonio que intentaba llevarse a su mujer a la fuerza —porque sí, no importaba que apenas la conociera; hacía tiempo que esa hermosa pelirroja habitaba sus sueños, por lo que no tenía la menor duda de que era suya— y se paró justo delante de la puerta, cortándoles el paso.
—Soltala ahora —ordenó con un tono de voz bajo y profundo.
Lo vio dudar, consciente de que acabaría con él en cuanto lo hiciera, con la misma facilidad con la que se mata a un insecto. A continuación, la sujetó de la cintura y la acercó más a él, colocándola por delante de su cuerpo. El muy cobarde se cubría con ella.
Cerró los puños, furioso. No podía atacarlo sin arriesgarse a lastimarla.
—Como sé que no vas a matarme después —balbuceó, nervioso.
—Tendrás que arriesgarte —replicó, con seguridad.
Sin embargo, antes de que ninguno se moviera, ella intervino, llamando al instante su atención.
—Por favor, no. No más muertes —le rogó con los ojos llenos de lágrimas.
¡Mierda! ¿Estaba protegiendo al maldito? ¡¿Por qué?! La observó por un momento. Estaba claro que había notado la sangre que manaba de sus hombros y abdomen, ya que no apartaba los ojos de sus heridas y el miedo en su mirada era más que palpable. ¿Acaso era él por quien se preocupaba? No estaba seguro de la respuesta. Nada tenía sentido cuando se trataba de ella. Aun así, decidió hacerle caso. Después de todo, podía sentir que al demonio se le escurría la vida a un ritmo alarmante.
Asintió para demostrarle su conformidad y tendió una mano hacia ella.
—Dejá que venga conmigo y no te haré nada. Lo prometo.
Mateo frunció el ceño, dubitativo. Sabía muy bien que no cumpliría con su palabra, ningún demonio lo hacía jamás, pero también que no tenía nada que perder. La amaba, siempre lo había hecho, y no soportaba la idea de entregársela a él. Ya había cedido ante su hermano antes, no lo haría de nuevo.
Dispuesto a llevársela de una vez por todas, afirmó la sujeción alrededor de su cintura y desplegó sus alas para levantar vuelo. No obstante, apenas consiguió alzarse unos pocos metros. Jeremías, seguido por Noah y su ejército, acababan de llegar.
Rafael voló en su dirección a toda velocidad al ver que soltaba a la mujer cuando era atacado por su hermano. La atrapó en sus brazos antes de que ambos cayeran al piso y la alejó de aquel maldito demonio que pronto estaría muerto. Ahora que los otros estaban allí, podía por fin cuidar de ella. No le interesaba ninguna otra cosa que no fuera ponerla a resguardo.
Para su sorpresa, ella no se lo hizo fácil. En cuanto oyó gritar de dolor a su captor en el momento en el que sus piernas se quebraban ante el impacto de la violenta caída, se removió para deshacerse de su abrazo. Por supuesto, no se lo permitió. Jeremías ya estaba sobre este y no tenía duda alguna de lo que haría a continuación. El sonido del choque del acero retumbó alrededor cuando, con un movimiento combinado de sus cuchillos, le separó la cabeza del torso.
—¡Oh, Dios! —jadeó al ver tan espantosa escena y dejando de forcejear, giró hacia él, buscando el refugio de sus brazos. Rafael apretó los dientes al no saber a ciencia cierta si lloraba por la impresión de aquella masacre o por la muerte del enemigo.
—No merece tus lágrimas. Era uno de los malos —susurró, incapaz de disimular su molestia.
—Lo sé —respondió entre sollozos—. Pero era mi amigo y la persona que más quería en el mundo —confesó, con angustia, y aferrándose a él, finalmente rompió en llanto.
El sanador hizo a un lado el dolor que sus palabras le provocaban. No sabía por qué le afectaba tanto que ella pudiese querer a otro hombre, pero lo cierto era que su desazón lo lastimaba más que los cortes en su cuerpo. Sin embargo, no dijo nada. Por el contrario, la contuvo en silencio, transmitiéndole una calma que en verdad no sentía.
Tras eso, Noah y sus soldados se desplegaron en diferentes direcciones con el objetivo de cazar a los demonios que encontraran aún en el lugar y rescatar a los prisioneros humanos que siguiesen con vida. Luego, serían los empáticos los que se ocuparían de ellos, ayudándolos a superar el trauma de semejante experiencia.
Jeremías, en cambio, se quedó cerca, respetando la distancia, aunque con toda la atención puesta en él. Lo estaba protegiendo, siempre lo hacía; pero esta vez, su expresión era diferente y supo de inmediato lo que estaba pensando: ¿cómo había hecho para enfrentar él solo a todos sin agotarse en el proceso?
Sin duda, él tenía la misma inquietud; no obstante, descubrirlo no era una prioridad en ese momento. Lo único que le importaba era la mujer. Tenía que sacarla de allí y llevarla lejos, donde nadie más pudiera dañarla. Ignorando deliberadamente la mirada inquisitiva de su hermano, se centró en ella. Ya no lloraba, pero todavía la sentía temblar.
Maldijo en su interior al recordar lo que el hechicero le había dicho durante el enfrentamiento. Era a él a quien buscaban y la habían utilizado como cebo para atraerlo. ¿Pero cómo? ¿Acaso sus visiones estaban conectadas al igual que parecía estarlo su energía? Como fuese, ya tendría tiempo para averiguarlo. Ahora debían marcharse. Estaba claro que había sido una emboscada, por lo que otros más no tardarían en llegar.
Apartándose lo suficiente para poder mirarla, le alzó el mentón con un dedo. Se estremeció en cuanto sus ojos coincidieron de nuevo. ¡Eran preciosos! Grandes, verdes, cristalinos.
—No me tengas miedo —susurró con calma—. Jamás te haría daño.
Para su sorpresa, ella sonrió.
—Eso ya lo sé. En mis sueños siempre aparecés para salvarme, al igual que hiciste hoy.
La contempló, maravillado. No tenía idea de quién era ella y, aun así, sentía que la conocía desde siempre. Incapaz de resistirse, le apartó un mechón de pelo que caía por su rostro, acariciando su mejilla con el dorso de sus dedos. Una corriente lo recorrió entero al sentir su suave piel.
—También apareciste en los míos —confesó—. No sabía quién eras, pero estaba seguro de que me necesitabas. Siento haber tardado tanto en encontrarte. Debí haber venido antes.
Ella negó con la cabeza.
—Te oculté de ellos lo mejor que pude. Al principio no entendía qué era lo que buscaban en mi mente, pero en cuanto descubrí que tenía que ver con vos, con mi ángel vengador que siempre aparecía en mis visiones para salvarme, supe que tenía que protegerte. Alcé un muro cada vez que te sentía cerca para que no pudieran verte.
Rafael se tensó al oírla. Acababa de llamarlo ángel, del mismo modo que Alma lo había hecho cuando Ezequiel se manifestó ante ella por primera vez. Una vieja ilusión, enterrada en lo más profundo de su corazón, revivió con fuerza. ¿Era posible que hubiese encontrado a la mujer que estuvo buscando durante tanto tiempo? Pensó en corregirla, en decirle que él no era ningún ángel; que por mucho que deseara redimirse, seguía siendo un demonio, tan oscuro como los que la habían lastimado. Sin embargo, era demasiado egoísta para hacerlo. Ahora que por fin la había encontrado, temía perderla.
—No dejaré que nadie te lastime de nuevo —prometió.
Se sentía culpable por haber tardado tanto en hallarla. Esa hermosa mujer, conectada a él de un modo que aún no entendía, había sido encerrada contra su voluntad y torturada durante meses con el único propósito de atraerlo a él y así poder atraparlo. Por lo que había oído antes, el aniquilador estaba detrás de todo esto y aunque no tenía la más puta idea de quien era, no descansaría hasta descubrirlo.
—Rafael. —La imponente voz de Jeremías los alcanzó, interrumpiendo tan maravilloso momento.
No obstante, no le hizo caso. Sus ojos se negaban a mirar hacia otro lado.
—¿Ese es tu nombre? —preguntó ella en un susurro—. Es precioso.
¡Carajo, ella era preciosa!
Asintió.
—¿Cuál es el tuyo?
—Luna.
Sonrió. No podía ser de otra manera. La luna la había llevado a ella, era hasta incluso poético que ese fuese su nombre. Pese a la urgencia y a la contundente e imposible de ignorar presencia de Jeremías, se permitió saborearlo.
—Me gusta mucho.
Ella le devolvió la sonrisa y él estuvo a punto de rendirse en ese instante. Quería besarla, incluso en medio de la situación en la que se encontraban, lo único en lo que podía pensar era en probar sus labios.
—¡Rafael! —llamó de nuevo su hermano menor con evidente exasperación.
Era consciente de que este habría notado el curioso intercambio entre ellos, así como también que no estaría de acuerdo con su decisión de llevarla con ellos. Por supuesto, no le importaba demasiado.
—Debemos irnos ya, nena —indicó con dulzura.
Ignoró el resoplido de Jeremías mientras aguardaba su respuesta. Quería darle la oportunidad de elegir, aunque dudaba que fuese capaz de dejarla si ella se negaba a acompañarlo.
—No puedo.
Todo su cuerpo se tensó al oírla. ¿Lo estaba rechazando?
—Solo intento protegerte. Confiá en mí.
—Confío en vos, Rafael —declaró con sus ojos fijos en los de él—, pero hay otros atrapados. No puedo dejarlos; alguien tiene que ayudarlos.
Aliviado, acunó su rostro entre sus manos. Era una mujer valiente y compasiva y era suya. O lo sería. Pronto.
—No te preocupes por eso. Mi gente se ocupará de atenderlos. Necesito sacarte de acá. ¿Vendrás conmigo?
Ella asintió sin dudarlo.
—¡Vayanse ya! —ordenó Jeremías con brusquedad, mientras comenzó a trazar símbolos en el aire, como lo había hecho años atrás en aquella cabaña de Córdoba cuando rescataron a Alma, la mujer de su hermano mayor y líder de la rebelión.
Si bien no estaba para nada de acuerdo, notaba la actitud posesiva de Rafael y sabía que de nada serviría que se opusiera. Había aprendido la lección.
Rafael se apresuró a rodearla con sus brazos y la pegó a su cuerpo. No hizo falta que le pidiera que cerrara los ojos. Lo había hecho nada más acurrucarse contra su pecho. Sin perder más tiempo, desplegó sus alas, igual de negras como las de sus enemigos, y alzó vuelo.
Luna lo había llamado su ángel vengador y no quería decepcionarla. Por supuesto que sabía que no podría ocultarle la verdad por mucho tiempo, pero prefería no tener que decírselo en ese momento. Acababa de encontrar a su mujer y no permitiría que nada la apartase de su lado.
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