Capítulo 4

Despertó sobresaltada al sentir que tiraban con brusquedad de ella. No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que se quedó dormida tras llorar hasta agotar sus lágrimas, y su cuerpo apenas le respondía. ¿Por qué habían vuelto? ¿Qué querían de ella? Gimió al sentir el férreo agarre alrededor de su brazo. El escozor de la fuerte tenaza de esos dedos presionando sin piedad sobre los moretones que ya parecían ser permanentes en su piel la dejó sin aire.

"¡No, no! ¡Por Dios, no de nuevo!", se lamentó en silencio al comprender que volvían a llevarla al laboratorio. Trató de resistirse, como siempre hacía, pero eso solo los hizo sujetarla con más fuerza. Pensó que tendría más tiempo antes de que volvieran a buscarla; sin embargo, sus intenciones eran claras. Querían someterla de todas las maneras posibles hasta encontrar lo que escondía su mente. Y por supuesto, cuanto más agotada estuviese más fácil les resultaría.

Pero no estaba dispuesta a entregarlo. Aunque ansiaba con desesperación hallarlo también y descubrir el porqué de aquella poderosa conexión, jamás permitiría que esos monstruos le hicieran a él lo mismo que a ella. No sabía por qué lo protegía con tanto ahínco, ni siquiera quien era —o qué—; no obstante, para ella no había otra opción. No cuando lo único que percibía en esos asquerosos animales era un profundo odio y anhelo de muerte.

No, no lo consentiría de ninguna manera. No cuando eso podría significar que le hicieran daño. Él era lo único que todavía estaba intacto en su interior y así seguiría mientras que de ella dependiera. Aun así, no podía ignorar la realidad. Comenzaba a sentir la grieta en su mente, la inestabilidad de aquellas paredes que resguardaban sus pensamientos más profundos, lo cual indicaba que lo que fuese que le hacían parecía estar funcionando. Tal vez debía empezar a considerar el ponerle fin a su vida. Solo así acabaría aquella horrible tortura.

Un sollozo escapó de su boca al tiempo que los temblores invadieron su cuerpo. Sus fuerzas mermaban alarmantemente y era cuestión de tiempo para que terminase quebrándose. Se las había ingeniado muy bien hasta ahora para mantenerlos lejos de él, de su imagen y las sensaciones que provocaba cada vez que surgía en sus pensamientos, pero no creía que pudiese seguir haciéndolo y cuando al final su visión surgiese en su mente, entonces todo estaría perdido.

—A este ritmo va a quedar piel y huesos —murmuró una voz cerca de ella con notoria desaprobación.

—¿Desde cuándo te importa? —se oyó otra un poco más lejos. Había sorpresa y diversión en esta.

—No me importa, pero tampoco me quiero coger a un esqueleto cuando se cansen de ella. Se está quedando sin tetas.

Se envaró al sentir la brusquedad con la que unas grandes y pesadas manos apretaron con dureza sus pechos por encima de la ropa. Abriendo los ojos en el acto, los clavó en aquella bestia que la miraba con absoluta lascivia y se removió para evitar el contacto. Pero ya la habían atado a la camilla y el repentino latigazo de dolor que irradió por sus extremidades desde muñecas y tobillos la hizo detenerse. Su piel estaba lastimada y oscura debido a los moretones que dejaban las cintas utilizadas para amarrarla.

Su compañero lanzó una fuerte carcajada.

—Esquelética, pero salvaje —indicó el otro, divertido.

—Sí, y no sabés cómo voy a disfrutar domándola.

Las lágrimas brotaron de sus ojos al percatarse de que no tenía salida alguna. Si el tratamiento no acababa con ella, entonces ellos lo harían.

De pronto, el sonido metálico de una cerradura, seguido por el rechinar de una puerta, los interrumpió. De inmediato, ambos hombres se apartaron de la camilla para dejar lugar al médico que se encargaba de administrarle la medicación y aplicar las descargas.

—Por favor, no —rogó entre sollozos pese a que sabía que sería en vano.

—No te resistas y todo acabará pronto —susurró este con un atisbo de compasión en la mirada.

¿De verdad? ¿Acaso sentía lástima por ella ahora?

—Se equivocaron de persona —balbuceó, nerviosa, mientras sentía la aguja perforando su piel —. Por favor, doctor. ¡Se lo suplico! No soy nadie, no hay nada especial en mí. ¡No lo haga!

No pudo continuar con su ruego. La medicación ya había entrado en su torrente sanguíneo y comenzaba a sentir su efecto. La visión se le volvió borrosa al tiempo que sus párpados comenzaron a cerrarse. Apenas notó las hábiles manos del médico mientras colocaba alrededor de su cabeza los electrodos que la conectaban a la máquina, a su vez acoplada a una computadora. Sabía lo que estaban haciendo. La sedaban para que no opusiera resistencia y luego, le aplicaban una droga que estimulaba sus visiones. Estas eran traducidas por un programa en imágenes que se reproducían ante ellos a través de un gran monitor. En resumen, veían cada cosa que ella pensaba.

Cerró los puños con la poca fuerza que aún tenía. Las descargas no tardarían en llegar y con ellas, un aluvión de imágenes de las que tenía escaso o nulo control. Sus pensamientos más profundos, sus sueños y fantasías, sus deseos y miedos. La sensación era violenta, dolorosa, como si en verdad una mano hurgara en su cerebro arrancándole pedazos. El dolor solo mermaba si dejaba de resistirse, si le daba libre acceso a su mente. No obstante, no pensaba hacerlo. Cualquier cosa antes de entregarlo a él, aún si eso significaba su final.

—¿Por qué mierda demora tanto?

Pese al embotamiento y el cansancio, Luna fue capaz de oír la pregunta pronunciada a través de un parlante. La voz era desconocida para ella.

—Porque se resiste, incluso sin fuerzas.

El médico fue incapaz de disimular la admiración en su respuesta y a ella se le revolvió el estómago. ¿Acaso debía sentirse agradecida por eso?

—Aumentá la potencia entonces, no podemos seguir esperando.

—Pero eso la mataría —argumentó.

—Un riesgo que tendremos que correr.

Un repentino silencio se formó entre ellos mientras el doctor, evidentemente conflictuado, decidía qué hacer.

—No lo veo conveniente, señor. Creo que...

Antes de que pudiera terminar, la puerta se abrió de par en par. Los enfermeros dieron un paso hacia atrás como si buscaran la protección en la penumbra. El médico, por el contrario, permaneció estático con la mirada clavada en el intruso.

Luna abrió los ojos con esfuerzo e intentó enfocarlos en aquel desconocido que, al parecer, tenía mayor autoridad. Era alto y fornido. Tenía el cabello largo y ennegrecido, y su piel aceitunada estaba marcada por una desagradable cicatriz que le atravesaba el rostro desde la ceja hasta el mentón. Jamás lo había visto en su vida, pero su sola visión la hacía temblar como nunca nada antes. Su mirada, oscura y escalofriante se posó en ella por un momento, paralizándola por completo, y supo que estaba en presencia del mal.

—Ahora —ladró la orden.

El médico abrió grande los ojos al notar como su propia mano se acercaba al comando de la máquina sin que él la controlase y aumentaba la potencia de las siguientes descargas.

—Es demasiado. No lo soportará —exclamó, asustado, en un intento por impedir lo que vendría a continuación.

Sin embargo, este no cedió e imponiendo su mando sobre el científico, lo obligó a obedecerlo. Luna comprendió, entonces, que aquel misterioso y terrorífico ser tenía un poder sobrenatural.

A pesar de estar esperándola, la repentina descarga la tomó por sorpresa. Un gruñido escapó de sus labios nada más recibir el impacto de aquel golpe eléctrico bestial y su cuerpo se arqueó con violencia hacia arriba como si buscara saltar de la camilla, cosa que habría hecho si no estuviese sujetada firmemente a esta. Sus ojos se tornaron blancos mientras la corriente recorría cada fibra de su ser provocando incontrolables espasmos. A pesar de su férrea voluntad, fue incapaz de resistirse esta vez.

El velo finalmente cayó y una serie de variadas imágenes comenzaron a sucederse una tras otra en su mente. Todos sucesos traumáticos de su vida, momentos en los que se había sentido sola y vacía, desde el fallecimiento de su padre hasta el instante en el que había sido tomada prisionera allí. Muerte y dolor, soledad y desesperación. Entonces, percibió su calidez. Esa que siempre surgía al final de sus visiones, justo antes de que él apareciera con su majestuosa presencia para transmitirle todo el amor que faltaba en su vida.

"¡No!", siseó en interior y reunió las últimas fuerzas que le quedaban para evitar mostrarles su rostro. No importaba si era real o un producto de su imaginación. Era suyo y no lo compartiría con ellos. Mucho menos sabiendo que lo que buscaban era destruirlo. Contra todo pronóstico, las imágenes se volvieron borrosas, impidiéndoles una clara visión de lo que había en su mente.

Todo sucedió en un par de segundos; no obstante, se sintió como si hubiesen sido horas. Poco a poco, la oscuridad se cernió sobre ella, opacando la imagen que veían en el monitor. Su mente comenzaba a apagarse lentamente al tiempo que su cuerpo era llevado al límite de su resistencia. Pronto su corazón se detendría y todo habría acabado. Moriría protegiéndolo y solo por eso, había valido la pena.

Pero el alivio llegó antes de que todo se volviera negro. Quedó laxa sobre la camilla, apenas consciente de lo que sucedía a su alrededor.

—¡¿Por qué no funciona, carajo?! —exigió el intruso con frustración.

—No lo sé —respondió el médico mientras le tomaba el pulso—. Jamás vi semejante fortaleza en uno de nosotros antes.

—¿Me estás diciendo que ella es especial? ¿Que es más que una insignificante y frágil humana?

Pese a estar sumergida en una marea negra, sin control alguno sobre su cuerpo, alcanzó a oírlos. "Uno de nosotros". "Una insignificante humana". ¿De qué estaba hablando?

—Eso es exactamente lo que estoy diciendo —replicó el científico entre dientes—. De todos, es la única que... Un minuto más y habría muerto... Usted mismo lo vio, señor —continuó con renovado respeto, o miedo tal vez, frente al hombre, o ser, que se encontraba parado frente a él—. En cuanto apareció la luz dorada y su silueta acercándose, todo se volvió borroso. Ella lo hizo. Aún muriendo, no dejó que lo viéramos.

Un grito de furia brotó de su pecho a la vez que, con un brazo, arrojó al suelo el instrumental quirúrgico que yacía sobre la mesa contigua.

—Propongo dejarla descansar, esperar a que se recupere y...

—No —lo interrumpió.

—Pero, señor.

—Llevaremos esto al siguiente nivel —prosiguió, ignorándolo, y esbozó una escalofriante sonrisa—. Si en verdad están conectados como se cree, él la sentirá y no será capaz de ignorarla. Vendrá dispuesto a salvarla y entonces le daremos caza.

—Pero el General se molestará del cambio de planes y...

Una vez más, sus palabras quedaron inconclusas y sin explicación alguna, gobernado por una fuerza ajena, agarró una tijera de entre las pocas cosas que quedaban sobre la mesa de trabajo y con mano temblorosa, lo llevó hasta su propio cuello.

—Es por mí por quien deberías preocuparte ahora mismo. No agotes mi paciencia si no querés que te descarte como la inmunda marioneta que sos.

—Haré lo que me pida —se apresuró a decir.

La extraña influencia cesó en el acto.

—Dale algo para despejarla.

—¿Qu... qué?

—Tiene que estar completamente consciente para lo que sigue. Necesito toda su atención. Habrá algo que puedas inyectarle, ¿verdad?

—Sí, puedo contrarrestar el efecto de la medicación y hacer que reaccione, pero en cuanto a su cuerpo... Está demasiado débil aún...

—Vos hacé lo que te estoy pidiendo que de eso me encargo yo.

Asintió, nervioso. Lo que estaba por hacer era peligroso y, sin duda, iba en contra de todos los principios morales de su profesión. No obstante, sabía que era demasiado tarde como para tener remordimientos.

Mientras aguardaban a que hiciera efecto lo droga, los enfermeros se dispusieron a liberarla de sus ataduras. No estaban seguros de lo que sucedería a continuación, pero fuera lo que fuese, tenían claro que la chica no volvería a su cuarto.

—¡¿Qué estás haciendo?! —reclamó alguien más desde la puerta.

A pesar de su embotamiento, Luna estaba atenta a cada cosa que decían con la esperanza de encontrar el momento para zafarse de ellos y salir corriendo. Era consciente de que no tenía muchas chances de lograrlo, pero no se rendiría ahora. En cuanto ellos se distrajeran, escaparía y si eso no era posible, entonces buscaría la forma de acabar con su vida. Pero toda su resolución se fue a la mierda cuando reconoció aquella voz.

—Improvisando —respondió el extraño ser sobrenatural con una sonrisa sardónica.

—No era lo que habíamos arreglado. Prometiste que la dejarías en paz si no conseguías lo que buscabas.

—Mentí —dijo encogiéndose de brazos.

Ninguno de los presentes se dio cuenta de que Luna se encontraba despierta y completamente alerta. Sus ojos, bien abiertos, se encontraban fijos en los del único amigo que había tenido en su vida. Allí estaba Mateo, si es que ese era su verdadero nombre, de pie frente a su torturador con actitud desafiante. La expresión de su rostro era dura, muy diferente a como lo recordaba, y en su mirada se reflejaba la oscuridad de su ser.

—Esto ya fue demasiado lejos.

—No pensabas igual cuando nos la entregaste. Estabas muy seguro de que ella sería útil para encontrarlo.

—¡Es evidente que estaba equivocado! —exclamó, furioso—. Hablaré yo mismo con el General y le explicaré...

—¿Qué? ¿Qué vas a explicarle? ¿Que preferiste proteger a una asquerosa humana a cumplir con sus órdenes?

—¡Esto va a traer consecuencias! Las personas de la zona comienzan a sospechar.

—Entonces mejor nos apuramos —insistió con sarcasmo.

—¡No voy a dejar que la sigas lastimando!

Sonrió.

—¿Y cómo vas a impedirlo?

Con una velocidad impensada, sacó un largo cuchillo del interior de su chaqueta y dio un paso amenazador hacia su contrincante.

—No te olvides de que tu poder de titiritero solo te funciona con ellos —provocó.

—No necesito usar mi poder para vencerte —aseveró sacando él también su arma.

Luna estaba petrificada. Sin parpadear, contemplaba la impresionante pelea. Ni siquiera entendía por qué lo hacían. Quien creía su amigo la había entregado porque pensaban que ella serviría para encontrarlo a él —si bien no sabía a quién de referían, sospechaba que se trataba de su ángel—, y ¿ahora intentaba protegerla?

Se sentía débil y confundida. No solo acababa de ser torturada física y mentalmente, sino que, además, había descubierto la existencia de seres sobrenaturales, uno de los cuales era Mateo.

No tenía idea de qué estaba pasando, pero de algo estaba segura: debía salir de allí. Respirando profundo en un intento por recuperar algo de calma, miró con cautela a su alrededor. Tanto el doctor como los enfermeros se habían alejado hacia el otro extremo del laboratorio y observaban el enfrentamiento con evidente terror. En otras circunstancias habría sentido lástima por ellos, pero no esta vez. Los tres eran cómplices de esos demonios, por llamarlos de alguna manera, ya que no encontraba otra palabra para definir la oscuridad que había visto y sentido en ellos.

El estruendo del acero chocando entre sí la regresó de nuevo al presente y logró ponerla en marcha. Girando hacia el costado con cuidado de no incorporarse del todo, se deslizó para bajar torpemente de la camilla. Contuvo un gemido al sentir el filo de un tornillo que sobresalía del borde raspándole el brazo derecho, pero más debió contenerse cuando al aterrizar en el piso sobre el izquierdo, un bisturí que había caído antes se enterró en su carne.

Tras una profunda respiración que la ayudó a controlar las oleadas de ardor y dolor, se lo arrancó y recurriendo a la poca energía que consiguió recuperar, comenzó a arrastrarse gateando hacia la puerta, ahora despejada. El corazón le latía desbocado, golpeando con fuerza contra su pecho, su respiración se encontraba agitada, y todo su cuerpo temblaba.

Solo se permitió sentir esperanza cuando alcanzó el umbral. No sabía adónde debía ir, no conocía el camino hacia la salida; sin embargo, tampoco importaba demasiado. Cualquier dirección que tomase serviría para alejarse de ese lugar. Pero entonces, advirtió que sus piernas y sus brazos dejaban de responderle a la vez que una oscura y maligna energía se apoderaba de ella. Contra su voluntad, se irguió en toda su estatura y volteó hacia atrás.

Mateo yacía inmóvil sobre un charco de sangre en el piso. Su pecho se sacudía con cada dificultosa respiración y sus ojos la miraban con arrepentimiento. Sin lógica alguna, la alivió que no estuviese muerto. Después de todo, había sido la única persona a la que había dejado acercarse lo suficiente. Y, más importante aún, a lo último había intentado ayudarla. No obstante, estaba herido y no había mucho que pudiera hacer ya. Su torturador, en cambio, se encontraba de pie junto a él, con la respiración acelerada y sus ojos fijos en los de ella.

Sin proponérselo, la imagen de un imponente, fuerte y hermoso guerrero surgió en su mente. Era él, su ángel vengador, quien siempre acudía cuando se sentía vulnerable. "No", se lamentó, alarmada, y trató de apartar la visión, pero no fue capaz. A diferencia de las veces anteriores, en esta oportunidad no era ella quien lo evocaba. De alguna manera que no terminaba de entender, él había irrumpido en su mente.

—Finalmente —anunció el demonio con una sonrisa macabra en el rostro. Había visto la verdad en sus ojos—. Avisen a los otros y prepárense para su llegada —indicó a sus acólitos.

—¿Y si no viene? —preguntó uno de los enfermeros.

Se encogió de hombros.

—Entonces ella morirá y habremos perdido el tiempo.

Luna se estremeció al oírlo, pero ya no había nada que pudiese hacer al respecto. Aquel despreciable ser controlaba cada uno de sus movimientos.

Plenamente consciente de todo a su alrededor, se encaminó hacia la escalera y comenzó a subir. Conforme ascendía, advirtió la extraña iluminación proveniente de afuera. Un reflejo rojizo se filtraba por las pequeñas ventanas dándole una lúgubre tonalidad al interior.

Subió los últimos peldaños y abrió la puerta que conducía a la azotea. Un escalofrío la recorrió nada más salir. El viento se arremolinaba a su alrededor agitando su pelo y en lo alto del cielo, una redonda y centelleante luna roja se alzaba, majestuosa, iluminándolo todo. Se trataba de un eclipse lunar, de lo que se conocía comúnmente como la luna de sangre. "Apropiado", pensó con pesar.

Incapaz de detenerse, continuó avanzando hacia la cornisa. Podía sentir la sangre deslizándose por sus brazos desde los hombros lastimados. Esta iba dejando un reguero de gotas a su paso. Y aunque intentó resistirse, fue en vano. Aquel poder oscuro que la manipulaba cual marioneta con hilos era demasiado fuerte para ella.

Una absoluta tristeza la invadió al comprender que había llegado su hora. Entonces, se permitió evocarlo una última vez, dándole la bienvenida a la radiante visión de ese ser luminoso que pugnaba por emerger en su mente. Exhaló, feliz. Era impactante, glorioso. La imagen de la perfección hecha hombre.

"Adiós, mi ángel", se despidió de él con un suave murmullo que no llegó a salir de sus labios y cerrando los ojos, dio el último paso.

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¡Hasta el próximo capítulo! ❤

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