Capítulo 3
Sus puños golpeaban, implacables, contra la bolsa de arena que colgaba en un extremo de aquel cuarto convertido en sala de entrenamiento. Al igual que los humanos, ellos también se ejercitaban arduamente para mantenerse fuertes y en forma. No importaba que el poder corriese por sus venas por naturaleza, en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo era fundamental la resistencia, contar con una excelente preparación física y disponer de un vasto conocimiento de las técnicas de combate.
No obstante, no era esa la razón que impulsaba a Rafael a arremeter con tanta saña contra su inanimado contrincante. Como si estuviese poseído por el mismísimo diablo, golpe tras golpe, descargaba toda la impotencia que lo embargaba desde el mismo instante en el que abrió los ojos esa mañana. Durante días, o más bien meses, luchaba con la enorme frustración de no poder hallar una respuesta satisfactoria a sus interrogantes, en especial el que tenía que ver con aquella hermosa y misteriosa mujer que invadía sus sueños e, incluso, su vigilia.
Si bien sus visiones siempre habían tenido un efecto negativo en él, un impacto directo en su cuerpo que lo dejaba casi sin fuerzas, nunca antes habían provocado que su poder se activase, mucho menos estando aún dormido, y eso le preocupaba bastante. ¿Acaso estaba empezando a perder el control de sí mismo? Con un gruñido, lanzó un gancho de derecha que hizo crujir la argolla que sostenía la pesada bolsa, y continuó descargando en esta su furia contenida. La violencia empleada hizo que sus nudillos ardieran con cada embestida, pero no le importaba. Ya se curaría más tarde.
Era consciente de que su extraño don de la clarividencia era incierto e inmanejable y hacía tiempo que había dejado de intentar controlarlo, por lo que se limitaba a sacar provecho de este cuando podía y cuando no, simplemente lo desechaba. Pero esta vez no podía hacer eso. No desde que ella había aparecido en sus sueños. Algo en su interior lo impelía a buscarla, a encontrarla y protegerla. Sin embargo, por mucho que se esforzara, no hallaba la respuesta a ese enigma y eso comenzaba a desesperarlo.
Necesitaba con urgencia saber a quién pertenecían esos brillantes ojos verdes que refulgían con terror en sus visiones. Esos que habían quedado grabados en su memoria y lo acompañaban a cada minuto del día. ¿Quién era ella y dónde estaba? Y más importante aún, ¿por qué carajo no podía dejar de pensarla? Estaba seguro de que esa vulnerable joven pertenecía a su futuro, así como también que debía salvarla. Lo que todavía no podía precisar era de qué, o peor aún, de quién. Sentía como el tiempo se agotaba y no había nada que pudiese hacer al respecto.
—¡La puta que los parió! —gritó con furia a la vez que lanzó otra trompada contra la bamboleante bolsa.
A continuación, arrojó otra y luego, una más. Y no se detuvo allí. No podía. Asaltado por una efervescente y peligrosa ira, continuó descargando toda la frustración acumulada hasta que finalmente, con un gruñido, la pateó con tanta fuerza que esta terminó zafándose del gancho, cayendo contra la pared opuesta.
Un largo silbido proveniente de la puerta lo alcanzó haciendo que volteara en su dirección. De pie, apoyado en el marco y con una sonrisa torcida, Jeremías lo observaba con admiración.
—Eso sí que fue intenso. Sabés que no puede devolverte el golpe, ¿no?
En otras circunstancias, Rafael habría sonreído ante ese comentario, pero la inquietud que todavía podía sentir en su interior le impedía pensar claramente. Y sabía que su hermano podía verlo. Era imposible no hacerlo.
—Ahora vas a tener que limpiar todo este desastre antes de que Alma te lance encima a Ezequiel —provocó, de forma burlona—. Ojo, no me estoy quejando. Normalmente soy yo quien hace estas cosas.
La respiración de Rafael era rápida y sus ojos, fijos en los suyos, advirtieron a Jeremías de la oscuridad que flotaba cerca de la superficie. Eso lo sorprendió. Si bien sabía que, al igual que él, no había dejado de buscar una explicación a lo sucedido años atrás con su hermano mayor y que la falta de resultados lo frustraba, tuvo la impresión de que había algo más que lo perturbaba. Sin cambiar su expresión socarrona, lo pinchó un poco más, dispuesto a descubrir qué lo tenía así.
—Si realmente necesitabas descargar con alguien podrías haberme llamado. Sabés que no hay nada que disfrute más que una buena pelea. Creo que hasta incluso podrías habérmelo puesto difícil en esta ocasión.
Cualquier otro día, habría lanzado una risotada al oírlo. Era consciente de que lo estaba provocando. Siempre encontraba la oportunidad para chicanearlo y desatar su lado belicoso. Y por supuesto que nunca lo decepcionaba. Los dos sabían que no había forma de que pudiera vencerlo, al menos no en un enfrentamiento mano a mano. Jeremías no solo era un hechicero, sino también un guerrero implacable y temerario, y un sanador jamás estaría a su altura, por muy poderoso que fuese. Sin embargo, nunca se había achicado y él disfrutaba de verlo intentarlo.
Pero hoy no se sentía él mismo y temía que la oscuridad latente que tanto se esforzaba en mantener a raya finalmente saliera. ¿Cómo mierda lograría obtener la gracia que Ezequiel había recibido convirtiéndolo en un maldito ángel si permitía que la parte más baja de su ser saliera a flote? No, lo mejor que podía hacer era alejarse de lo que pudiera amenazar el poco control que aún conservaba. Se encerraría en su habitación y bebería hasta olvidarse de todo. O tal vez, ¿por qué no?, buscaría un poco de compañía femenina. Ignorando el rechazo que esa idea le provocó, se dio la vuelta para recoger sus cosas.
Pero su hermano, percatándose de su comportamiento evasivo y al parecer dispuesto a hacerlo reaccionar, continuó con su hostigamiento.
—¿No? Lástima. Tenía ganas de bailar un rato. Porque te imaginarás que con vos ni siquiera tengo que esforzarme.
Su bravata se vio interrumpida cuando sintió un repentino siseo junto a su oído. Volteando hacia atrás, advirtió que el cuchillo de Rafael se encontraba clavado en la pared. Se tocó la oreja al notar que esta le ardía y esbozó una sonrisa al ver la sangre en sus dedos. Girando de nuevo hacia él, arqueó una ceja, divertido.
—Efecto sorpresa —señaló con aprobación—. Me gusta.
Esta vez sonrió, pero sin rastro alguno de diversión en su rostro. Más bien lo opuesto. Era una sonrisa siniestra que, de alguna manera, logró intimidar a Jeremías. ¿Qué carajo? A continuación, sacó otro cuchillo de su cinturón y dando un paso hacia él, lanzó la primera estocada. No obstante, su hermano era muy rápido y hábil. Con una destreza admirable, curvó su cuerpo hacia atrás protegiendo su abdomen y lo golpeó con su puño.
Un rugido furioso y atemorizante vibró en su pecho a la vez que la frustración emergió, irrefrenable, de su interior cuando un segundo golpe se estrelló en su mandíbula, desestabilizándolo. Jeremías no había sacado sus armas aún y no parecía tener intenciones de hacerlo tampoco. Dominado por completo por una oscuridad que lo aplastaba, deslizó el cuchillo hacia delante lanzando desenfrenados zarpazos hasta que logró hacerle un tajo en el brazo. De inmediato, se dibujó una larga y fina línea de sangre que comenzó a deslizarse por su piel.
Aprovechando su sorpresa, lo golpeó con su mano libre antes de volver a apuntar con el filo hacia su cuello. Este retrocedió en el acto y ahora sí sacando sus dos cuchillos, interceptó el letal movimiento, desarmándolo. Su hermano, al verse desprovisto de su arma, apretó los puños con fuerza a la vez que cerró los ojos y al volver a abrirlos, de sus palmas comenzaron a saltar chispas doradas. Jeremías maldijo al comprender que iba a usar su poder en su contra. ¿Acaso se había vuelto loco?
Incapaz de refrenarse, notó como las ventanas se abrieron de par en par dando paso a un repentino y violento vendaval que se desató en el acto alrededor de ambos. Frunció el ceño al notar la oscuridad que irradiaban los ojos de su hermano. Era la misma que le devolvía el espejo siempre que contemplaba su reflejo en este. Pero en su caso, la negrura parecía haberse apoderado por completo de él. Sin duda, lo había tomado por sorpresa y eso le dio una ventaja que jamás habría obtenido en un combate verdadero.
—¡¿Qué mierda estás haciendo?! —espetó con brusquedad, sus ojos fijos en la luz titilante que irradiaban sus manos.
Pero este no lo oía y con una ferocidad que jamás le había visto, apuntó las manos hacia él. Gruñó al sentir el impacto de su luz que en ese momento era todo menos sanadora y se escudó con sus cuchillos. Las runas grabadas en estos no solo impidieron que lo hiriese, sino que le devolvió el ataque con fuerza duplicada.
Rafael jadeó al sentir en su pecho su propia energía y cayó hacia atrás. Por fortuna, esto bastó para que saliese del trance en el que se encontraba. Cerrando los ojos de nuevo, inspiró profundo en un intento por calmarse y luego, exhaló despacio. Poco a poco, la energía en sus palmas se fue sosegando hasta desaparecer, así como lo hizo el súbito viento.
—Siento haberme dejado llevar así —se disculpó, apenado.
Jeremías, que había vuelto a guardar sus armas, se acercó e inclinándose hacia él, le tendió una mano para ayudarlo a levantarse.
—No, hermano, fue mucho más que eso —siseó, aun molesto por el inesperado enfrentamiento—. Sé que algo te pasa, pero esperaba a que fueras vos quien quisieras hablar de ello. Esto ya comienza a ponerse extraño y peligroso. Alma y David viven en la casa también y no voy a dejar que nadie los lastime, ni siquiera vos.
—Sabés que jamás les haría daño.
—Como también creía que nunca usarías tu poder en mi contra —señaló, mordaz.
Notó como sus palabras le afectaban, pero no le importaba. Necesitaba comprender la gravedad del asunto. No podía seguir evadiéndolos. No obstante, decidió cambiar de tema.
—En una hora habrá una videoconferencia con los jefes de zona —dijo de pronto, sorprendiéndolo. Estaba seguro de que no había ninguna reunión programada para ese día—. Date una ducha, descansá un poco y ordená tus ideas —advirtió y al verlo asentir, se encaminó hacia la puerta.
—Jeremías —llamó, inquieto, antes de que saliera—. Por favor no le digas nada de esto a Ezequiel hasta que... No quiero que...
Era evidente que le costaba hablar del tema y eso no hizo más que aumentar la preocupación que ya sentía. Lo que fuese que le estaba pasando afectaba su control y disciplina y eso no era bueno. Nada bueno.
—Si él no está acá en este momento es porque aún no volvió de su paseo con su familia, pero en cuanto lo haga no tardará en darse cuenta. No te olvides de que nuestro hermano es empático y tiene la capacidad de entrar en tu mente si se le antoja.
—Lo sé —reconoció. No tenía dudas de que percibiría su estado anímico nada más verlo—. Solo necesito tiempo.
—A juzgar por lo que pasó recién, diría que no tenés demasiado.
Asintió. Jeremías tenía razón. El combate se le había ido de las manos. Algo que se suponía debía ser amistoso o una mera actividad de descarga, se tornó oscuro y peligroso. ¡Dios, hasta había usado su poder del modo que su padre tanto deseaba! ¡Y contra su propio hermano! Necesitaba tranquilizarse antes de que todo se fuera a la mierda. Esa noche hablaría con ellos y luego, se acostaría temprano. No saldría ni bebería. Procuraría recuperar horas de sueño y una vez más descansado, evaluaría sus opciones.
Tras recoger sus cosas, salió del gimnasio y se dirigió a su habitación. Exhaló al entrar en ella y ver el terrible desorden. Había papeles por todos lados, libros abiertos y varias botellas vacías. No podía creer que hubiese estado viviendo en esas condiciones. Sin duda, su cuarto era un fiel reflejo de su mente caótica, pero eso iba a cambiar a partir de ahora. De momento, ordenaría su recámara y ya después, su vida. No podía dejar que sus visiones le obnubilaran el juicio. Tampoco debía obsesionarse con encontrar la fórmula para replicar lo que le había sucedido a Ezequiel. Ya había tenido suficiente con desear lo imposible.
Cuarenta minutos después, su determinación volvió a flaquear. En cuanto se metió bajo la ducha y permitió que su cuerpo se relajase con el agua caliente, la imagen de una pelirroja de ojos verdes, enigmática y frágil, acaparó por completo todos y cada uno de sus pensamientos. ¡Mierda! Tenía que dejar de pensar en ella. En especial ahora que tenía una reunión por delante con Ezequiel.
Durante años había lidiado con la extraordinaria habilidad que su hermano poseía y había aprendido a mantener a raya sus emociones, o eso quería creer al menos. Sin embargo, dudaba de que fuese capaz de disimular nada esa noche. Su inquietud era más que palpable.
¿Cómo podía ser que una mujer que no conocía y que jamás había visto en su vida le afectara de ese modo? ¡Ni siquiera sabía si existía realmente! "Sabés que sí", susurró una voz en su mente, en respuesta a sus dudas. La tristeza que había advertido en su mirada lo había calado hasta los huesos y el dolor que había atestiguado en su rostro tiraba de él como si entre ellos hubiese un lazo invisible que los uniera. No entendía cómo, pero su visión le había desgarrado el alma dándole solo una opción: encontrarla.
Tras dejar caer la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y permitió que el agua se deslizara por su cara, procurando relajarse. Aun así, sus músculos seguían tensos, contraídos, agarrotados. Su cuerpo se negaba a bajar la guardia y sumergido en ese estado de interna lucha, recordó algo de pronto. En su sueño había oído una voz. Una especie de letanía solemne similar al sermón de un cura en la iglesia, pero más de advertencia que de alabanza, profética. Sin embargo, no conseguía evocarla. Cerró la ducha y resopló. No era de extrañar. Al fin y al cabo, sus visiones siempre habían sido raras.
Un poco más despejado al salir del baño, se vistió con premura y bajó hasta la sala que usaban para cada reunión. Por suerte, algunos ya se habían conectado y la atención de Ezequiel se encontraba centrada en lo que ellos decían. En silencio, se aproximó a la mesa y se sentó en el otro extremo, procurando mantener la mayor distancia posible con él. Jeremías, por su parte, no apartaba la mirada de la pantalla, concentrado también en lo que exponían en ese momento los jefes de zona. Bien. Todo estaría bien.
Pero entonces, su hermano mayor giró la cabeza hacia atrás y fijó sus inquisidores ojos grises en los suyos. Se removió, incómodo, en la silla al notar que fruncía el ceño, pero le sostuvo la mirada. No estaba dispuesto a dejarle ver más de lo que, sin duda, ya habría percibido. Por fortuna, no dijo nada y se volvió de nuevo hacia sus interlocutores. Exhaló, aliviado. El que no estuviesen solos lo había salvado de momento.
Atento a lo que hablaban, comenzó a relajarse hasta que sintió el roce de una tranquila y sosegada energía en su interior. Apretó los dientes al reconocer su procedencia y clavó la mirada en la nuca de su hermano. Lo estaba tanteando, escaneando sus emociones.
—Te pedí que no hicieras eso —siseó en voz baja, molesto, mientras alzó con brusquedad sus entrenadas barreras.
Su hermano lo miró al oírlo y arqueó una ceja ante su determinación. Con su reacción no había hecho más que confirmar que algo ocultaba. Sabía que de nada serviría si Ezequiel decidía penetrar sus defensas. No obstante, también que no lo haría sin una buena razón. Percibió su retirada, lo cual ratificaba lo que pensaba, y en silencio, apartó la mirada. No dijo una sola palabra, pero no hizo falta. Sus ojos lo habían transmitido todo. En cuanto la reunión terminase, le exigiría respuestas.
Varios minutos pasaron mientras los jefes de zona los ponían al tanto del avance de las misiones, el estado de sus sanadores, la dedicación de sus guías y el impecable desempeño de sus guerreros. Desde que habían sido atacados, años atrás, y mudado a la casa de campo, todas las reuniones eran virtuales y una vez al mes ellos acudían a un punto de encuentro lejos de allí para verse en persona. Ezequiel lo prefería así para poder percibir la energía de todos y asegurarse de que todo iba bien.
Pese a que sabían que la traición no había venido de ellos, no se fiaban. Ya no se trataba solo de proteger a su hermano y líder, sino a su familia también. Por seguridad, nadie sabía de la existencia de Alma y David, como tampoco del cambio sufrido en él y preferían que siguiese así, al menos, hasta entender lo que lo había provocado. Rafael sonrió al recordar el modo en el que la pobre chica debía lidiar con la sobreprotección de los tres. Nunca salía a menos que fuese acompañada por uno de ellos y jamás se quedaba sola en la casa. Aun así, sabía que a su cuñada eso no le molestaba. Al contrario, disfrutaba de su compañía.
—¿Sucede algo, Ezra? —preguntó de repente Ezequiel.
El aludido alzó la vista, sobresaltado, al oír su nombre y con nerviosismo, se acomodó en la silla.
—No... nada...
Su poca convicción al responder llamó la atención de todos. Rafael frunció el ceño al comprender que algo ocultaba. El líder asintió. No obstante, a él no lo engañaba. Por cómo apretaba la mandíbula, supo que no lo dejaría ahí.
—¿Algo que te gustaría agregar a tu reporte? —insistió.
Este titubeó por un momento antes de responder que no.
—Qué extraño... —dijo Ezequiel con un tono de voz calmo, lo que contradecía a la evidente tensión que manifestaba su postura—. Hace unos días me enteré de algo que puede estar sucediendo en tu zona, pero no le di demasiada importancia porque, si fuera así, sin duda habrías mencionado algo —continuó sonriente y con una lentitud que sacaba de quicio a cualquiera—. ¿Verdad?
—¡Por supuesto! —afirmó, molesto por la acusación implícita—. ¿Acaso lo dudás? ¿A qué vienen tantas preguntas?
Rafael se preguntaba lo mismo. No entendía qué se proponía su hermano con esa actitud. Pero Ezequiel no respondió. En cambio, le pidió a Jaime, el jefe de la zona que colindaba la de Ezra que contase al resto lo que habían hablado días atrás. Este, extrañado por su petición, procedió a relatar lo sucedido.
—Una de mis guías vino a verme luego de que acudiera al llamado de una joven que, desconsolada y con un frasco de pastillas, lloraba dispuesta a terminar con su vida. Por fortuna, Davina llegó a tiempo y desplegando su poder sobre ella, consiguió calmarla lo suficiente para que desistiera de esa decisión y dejara salir toda la angustia contenida. Entonces, la chica comenzó a rezar pidiéndole a Dios que le diera fuerzas para seguir.
Rafael, completamente abstraído por el relato, se tensó al oír eso. No había nadie a quien rezarle. Contrario a lo que los humanos piensan, Dios nunca fue el ser todopoderoso, omnipotente, perfecto e infinitamente bueno y justo que los protege y los cuida si estos son fieles. Dios es todo lo que los rodea, el sol, la tierra, la luna, la luz y el amor que lleva cada uno dentro, lo que los une como hermanos y los mantiene vivos. Y los ángeles son sus guardianes, fieros guerreros que dispersan ese resplandor para que la oscuridad no tenga lugar. Sin embargo, se habían ido, renunciando a la humanidad. Solo quedaban ellos que intentaban con todas sus fuerzas salvarlos del abismo.
—Las cosas que dijo la sorprendieron. Es enfermera y entre sollozos pedía piedad para los enfermos que se encontraban encerrados contra su voluntad en su lugar de trabajo. Dijo que los conectaban a máquinas y les daban descargas eléctricas, que estos gritaban, lloraban y se sacudían con violencia debido a las convulsiones que a veces el tratamiento les provocaba y que nadie nunca iba a visitarlos. Los pacientes estaban por completo a merced de los médicos que dirigían el "hospital del terror", como ella lo llamó y que jamás había visto tanta crueldad y desolación. Por último, aseveró que no podía hacer nada por ellos, más que intentar mitigar un poco su dolor mientras asistía a esas bestias en las torturas que allí dentro se llevaban a cabo.
—¡Pero eso es terrible! ¿Cómo no hiciste nada al respecto? —objetó otro de los jefes, conmovido por lo que acababa de escuchar.
—Porque tras decir eso, la joven empezó a responderle a Dios, como si en verdad estuviese manteniendo una conversación con él, y ahí dijo que como era su voluntad, seguiría trabajando allí porque aceptaba que era su enviada en la Tierra para velar por ellos hasta que el ángel de la muerte finalmente fuera a buscarlos y los devolviera a Él.
Un rotundo silencio se elevó entre ellos.
—Como verán —intervino ahora Ezequiel—, aunque debía estar en el informe, tras semejante declaración, Jaime no tomó en serio sus palabras, y yo tampoco, por supuesto. Sin embargo, después me quedé pensando en ello. Había algo que seguía dándome vueltas en la cabeza al punto de obsesionarme. La chica había sido muy específica en cuanto a las cosas que se hacían en ese lugar. Entonces, me pregunté si no podía ser que efectivamente fuera verdad, pero que no le estuviésemos dando credibilidad debido a su enfermedad mental. Así que le pedí a mi hermano que investigara.
Rafael miró a Jeremías quien, imperturbable, miraba a la pantalla. ¿En qué momento había sucedido eso? ¿Tan ausente había estado que no se enteró de nada? Como si le hubiese leído el pensamiento, este fijó los ojos en él. Por supuesto que no lo había hecho. Solo Ezequiel tenía ese poder. No obstante, lo conocía y se imaginaba lo que pasaba por su mente. A continuación, deslizó hacia él el informe del que hablaban. Lo miró rápidamente y sintió un escalofrío al leer las palabras de aquella joven. Intrigado, buscó la ubicación comprobando que se trataba de la zona de Ezra.
En ese instante, todos vieron, sorprendidos, como dos guerreros lo sujetaban de ambos brazos y se lo llevaban para que el que le seguía en jerarquía ocupara su lugar. No hizo falta que preguntaran nada. Acababan de presenciar un cambio de mando. A partir de ese momento, había un nuevo jefe de zona, quien dispondría de todas las decisiones referentes a las misiones pertenecientes a su área.
—Lo que dijo la chica es cierto —aseveró el reciente jefe tras saludar a todos—. Cuando Jeremías se puso en contacto conmigo ayer por la noche, yo mismo lo acompañé al lugar. Desde afuera, no parece más que un edificio abandonado, pero es mucho más que eso. No sé todavía las razones de Ezra para ocultarnos esto, pero no tengan dudas de que voy a descubrirlo. Mis guerreros le sacarán la verdad, aunque sea lo último que hagan, tanto a él como a cualquier cómplice que pudiera tener —prometió, furioso por la traición de quien había sido su superior durante décadas.
—Gracias, Noah. Lo que sucedió es lamentable y yo mismo tomaré represalias —anunció Ezequiel con un tono de voz que estremeció a más de uno. Porque su hermano podía ser un guía empático, pero era fieramente poderoso y todos lo sabían. No necesitaban enterarse de que ahora, encima, sus dones se habían magnificado a raíz del cambio—. Sé que Jeremías te asistirá en esta misión, pero te pido que me avises si necesitás que alguien más lo haga.
—Por supuesto. Toda ayuda es bienvenida.
—Yo también iré —dijo Rafael alzando la vista del informe.
No supo qué lo había llevado a ofrecerse. Lo cierto era que no estaba en condiciones de nada. Cansado, agotado y con escaso control de su poder sanador, podía llegar a ser un peligro para otros y para sí mismo. No obstante, fue incapaz de mantenerse al margen. Algo en su pecho lo instó a querer participar.
Notó el breve intercambio de miradas entre sus hermanos y el posterior escrutinio del líder, y por un momento pensó que se negaría. Sin embargo, asintió.
—Excelente —convino el joven—. Me temo que muchos allí van a necesitarte. Ya te estoy enviando por mail todo lo que tenemos del lugar.
Mientras se despedían y se desconectaban, abrió el archivo y de pronto, se sintió ansioso. Ese macabro hospital tenía algo que lo atraía de una manera que no comprendía. Como si desde allí tiraran de él por medio de un cordón invisible instándolo a que fuera. Se apresuró a leer. El sitio había sido construido originariamente para albergar a enfermos de tuberculosis y con el correr de los años fue abandonado. Al parecer, ahora funcionaba como psiquiátrico en el que se efectuaban experimentos humanos.
"¡Mierda! ¿Cómo pudo haber ocultado esta información ese imbécil?", pensó indignado. Menos mal que su hermano ya estaba tomando cartas en el asunto, de lo contrario, él mismo lo mataría. Continuó leyendo. Había rumores entre los lugareños de que el lugar estaba embrujado y que los fantasmas deambulaban por la noche lamentándose por el sufrimiento allí vivido y según varios testimonios, nadie que entraba, volvía a salir. Definitivamente, había demonios involucrados.
—¿Estás listo para decirme qué te pasa? Puedo sentir tu conflicto y quiero ayudarte —preguntó Ezequiel.
Pero él no respondió. Estaba tan compenetrado en el texto que apenas lo escuchó. Notando que había fotos adjuntadas, abrió la primera, seguro de que fuera lo que fuese, la imagen lo impactaría. Y no se equivocó. Aunque por motivos diferentes, lo que vio lo dejó sin aire. Era exactamente igual al lugar que había visto en sueños.
—Rafael, ¿me estás escuchando?
Alzó la vista, confundido, pero antes de poder responderle, Jeremías se levantó y abrió la ventana.
—¿Qué carajo?
Al oír a su hermano, él también se levantó fijando los ojos en la redonda, brillante y oscura luna que se alzaba en el cielo, enrojeciéndolo todo con su luz. Era un eclipse, pero ninguno que hubiese visto antes. De hecho, no era natural. Alguien lo estaba creando del mismo modo en que su hermano generaba tormentas, agitaba el viento y hacía temblar el suelo.
—Luna de sangre —susurró, tembloroso.
Entonces, como si hubiese sido atravesado por un rayo, una potente electricidad recorrió su cuerpo y lo hizo caer de rodillas. Su cabeza colgó hacia atrás mientras que de sus manos saltaban destellos de luz y sus ojos se volvían blancos. Volvió a ver la imagen de su sueño y de pronto, oyó una voz grave y profunda que recitó el mensaje que no había podido recordar antes: "El día que la noche se tiña de rojo tu más preciado tesoro te será arrebatado y con ella, tu salvación".
Una vez más, contempló a la hermosa mujer que caminaba hacia su inminente muerte en lo alto de la terraza de aquel hospital. Pero entonces, ella posó los ojos en los suyos, clamando por ayuda. ¡Dios! Allí estaba y corría un grave peligro. Tenía que ir a buscarla. Debía salvarla antes de que el maldito eclipse terminara.
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