Capítulo 10
No estaba seguro de cómo sucedería —si es que acaso lo hacía—, pero ante la duda, le dejó instrucciones precisas de qué hacer en caso de que le pasara lo mismo que a su hermano. El cambio de Ezequiel había ocurrido durante la noche, justo después de tener intimidad con la mujer que amaba y, si la historia se repetía, no quería que Luna se sintiese asustada. Por esa razón, le advirtió que no se alarmara y que fuera de inmediato a buscar a los demás. Ellos sabrían qué hacer hasta que recobrase el sentido.
Aun así, no se apartó en ningún momento de su lado. Necesitaba saberla junto a él, sentir su calor contra su cuerpo e impregnarse del delicioso aroma de su piel. Había pasado muchos meses nadando en el mar de la incertidumbre y la desesperanza y ahora por primera vez en mucho tiempo sentía que todo encontraba su cauce. Había seguido el mensaje recibido en medio de su visión y fue en busca de la hermosa mujer de cabello rojo como la luna de sangre. Había protegido su tesoro más preciado y, con ella, aseguró también su salvación. O al menos, eso esperaba.
Con todo eso en mente, le estaba resultando difícil conciliar el sueño. De alguna manera, estaba esperando percibir algún indicio en su interior de que el cambio había empezado. Tal vez, si se daba cuenta en el momento, podía anticiparse y advertirles a sus hermanos. De ese modo, Luna no tendría que afrontarlo sola. Sin embargo, no se sentía diferente; por el contrario, todo seguía igual que siempre. En paz, por supuesto, ahora que la tenía a ella entre sus brazos, pero tan demonio como el día que nació.
Intentando apartar los pensamientos negativos de su cabeza, apretó un poco más su abrazo alrededor de ella y la acercó a él con delicadeza. Cerró los ojos y respiró profundo en un intento por distender cada músculo de su cuerpo y así relajarse. Lo mejor que podía hacer era dormir. Con suerte, en tres días despertaría completamente transformado y podría empezar a disfrutar de su nueva vida junto a su compañera.
Luna advirtió el momento exacto en el que Rafael se quedaba dormido. Con cuidado de no despertarlo, se apoyó en su antebrazo y se incorporó lo suficiente para poder mirarlo. ¡Era hermoso! Su cabello claro, casi rubio, combinaba a la perfección con su piel dorada. Sus ojos, aunque ahora se encontraban cerrados, tenían el color del cielo en una cálida tarde de verano y transmitían la más absoluta calma. Y su sonrisa era la más cálida y bonita que había visto alguna vez.
Incapaz de contener el impulso de tocarlo, llevó una mano a su rostro y le apartó un mechón de pelo que caía por su frente. Lo oyó suspirar cuando las yemas de sus dedos barrieron la piel con suavidad y por un momento creyó que lo había despertado. Sin embargo, él no se movió y, cautivada por la paz que su sola presencia irradiaba, aprovechó para observarlo con atención. Sus rasgos eran delicados, pero masculinos y sus labios, un tanto rellenos y delineados, le provocaban las más deliciosas sensaciones.
De pronto, recordó la pregunta que él le había hecho antes: "¿Por qué no estás aterrada?", le había cuestionado y la verdad era que ni siquiera ella lo sabía. Había sido capturada por personas crueles y seres sobrenaturales de los que ni siquiera sabía de su existencia hasta entonces. La habían sometido a maltratos y tortura, tanto física como emocional, para conseguir sacar de su mente la información de aquel ángel vengador que siempre se le aparecía en sueños y alucinaciones. Y, por último, él había llegado y los había destrozado a todos, sin siquiera tocarlos.
¿Por qué extraña razón no huía despavorida? La respuesta era muy simple: porque no le temía. Bueno, sí a los otros, sin duda, y lo habría intentado si todavía siguiese en ese hospital en donde cada minuto del día ansiaba que fuese el último. Definitivamente, habría corrido bien lejos de esos asquerosos demonios, pero jamás pensaría en escapar de él. Por mucho que el sentido común le indicara lo contrario, nunca podría alejarse de su lado. No importaba cuán oscura fuese su naturaleza. Había luz en su interior, ¡ella la había sentido! Y esa misma luz era la que caldeaba su solitaria existencia.
Y qué decir de lo que generaba en su cuerpo... Cada beso o caricia, o el mero sonido de su respiración en su oído mientras la tomaba con ímpetu y desaforado deseo, la elevaba alto, llevándola al cielo. Era increíble como con solo evocarlo, todo en su interior se agitaba y un anhelo nunca antes experimentado la invadía, en búsqueda de satisfacción. Maravillada por la intensidad de lo que provocaba en ella, apoyó la frente en su pecho y suspiró. Jamás se había sentido de esta manera con ningún otro hombre. Con Rafael, en cambio, estaba conectada desde lo más profundo de su ser.
Inspiró profundo y se acurrucó contra su costado, permitiendo que el delicioso calor que él irradiaba la envolviese, cual manto en medio de una noche de invierno. Ya no estaba sola; su ángel vengador la había rescatado y la había puesto a salvo. Nunca más volvería a sentirse desamparada, incomprendida y vacía. Él era su familia ahora y la protegería de todo mal. Rafael no permitiría que nadie más le hiciera daño jamás.
Despertó con los primeros rayos de sol filtrándose por la ventana. De inmediato, percibió la calidez de Luna a su lado. Con un suspiro y una sonrisa asomando en su rostro, la atrajo suavemente a él. Le gustó comprobar que sus cuerpos encajaban a la perfección y agradeció al universo por haberla puesto en su camino. Pero entonces, la realidad cayó encima de él con cruel aplomo. Nada había cambiado en su interior.
No pudo evitar que la decepción lo embargara y un antiguo miedo se instaló en la boca de su estómago. ¿Y si no era lo suficientemente digno para recibir el don de la divinidad? Quizás, había dejado que la oscuridad avanzara demasiado en su alma y ahora era una parte indivisible suya. Tal vez ya no había redención posible para él, ni siquiera después de haber experimentado el más puro y sincero amor que, horas atrás, habría creído inalcanzable.
El ya familiar roce de una energía ajena lo sacó de sus pensamientos. Su hermano mayor, capaz de percibir las emociones de los otros con su don, sin duda, había sentido su desazón y ahora intentaba comprobar su estado. Lo entendía, en verdad comprendía su preocupación; al igual que él, tanto Ezequiel como Jeremías estaban pendientes de lo que pudiera pasar a continuación. Sin embargo, no podía evitar molestarse por la intromisión. ¿Tan difícil era tener un poco de privacidad en esa casa?
—¿Rafael?
La suave voz de Luna llamó su atención en el acto. Había alcanzado a oír un deje de preocupación en su tono, claramente cauteloso. Abrió los ojos, dispuesto a tranquilizarla, aunque por dentro lejos estaba de sentir calma. Nunca había sido alguien impaciente o ansioso; por el contrario, solía dejar que las cosas fluyeran por sí mismas y siempre se quedaba con el lado bueno de estas. Era un eterno optimista, como decían los que más lo conocían, pero en esta oportunidad, ansiaba el cambio. Necesitaba sentir que su esfuerzo por hacer el bien no había sido en vano. Quería, más que nada en el mundo, ser ese ángel que ella veía en él.
No obstante, justo cuando iba a responder, notó que su cuerpo había empezado a resplandecer. Era el famoso escudo del que le había hablado Ezequiel el día anterior, ese que ella le brindaba por estar cerca y lo protegía del afuera. Al parecer, se había activado de forma automática en respuesta al avance de su hermano sobre su mente sin que él siquiera lo advirtiera. Consciente de que no existía ningún peligro, se obligó a bajar la guardia hasta que poco a poco, sus defensas se fueron apagando.
—Todo está bien, nena, tranquila —dijo en cuanto la luz desapareció.
Le acarició el cabello con ternura, apartándolo de su bello rostro, y la atrajo hacia él para besarla. Si bien lo que tanto ansiaba no había ocurrido —o no todavía—, la tenía a ella y eso era lo único que importaba realmente.
Sonrió al advertir su sonrojo cuando se separaron y se acercó de nuevo para besar ahora su mejilla. A continuación, descendió por su cuello dejando un reguero de besos húmedos en su piel hasta alcanzar su clavícula. ¡Dios, deseaba hacerle el amor una vez más!
—¿Te sentís... diferente? —preguntó ella con dificultad. Lo que él le hacía era demasiado placentero y su cerebro apenas podía concentrarse en hilar las palabras en una frase coherente.
Rafael se detuvo al oírla y se apartó solo lo suficiente para poder mirarla. Intentando disimular su desilusión, esbozó una pequeña sonrisa mientras negaba con la cabeza.
—Nada cambió, pero no te preocupes por eso. Estamos juntos y solo eso me importa.
Luna se dio cuenta de que no estaba siendo del todo sincero, no porque no se sintiera feliz por haberse encontrado, de eso no tenía dudas, sino porque sabía lo mucho que él anhelaba convertirse en un ser de luz.
—Quizás, si seguimos intentando...
La sonrisa del sanador se amplió cuando un delicioso y tentador rubor invadió de nuevo su rostro. Contuvo un gemido al ver el deseo brillar en sus ojos verdes y, con ansia, se inclinó sobre ella.
—Sí, creo que eso es justo lo que tenemos que hacer.
De nuevo, su boca cubrió la de ella y, empujando con su lengua, se adentró en su interior con ardiente fervor. La oyó gemir debajo de él mientras le recorría la espalda con ambas manos y las deslizaba hacia abajo hasta ahuecar sus nalgas. Con una pierna, abrió las de ella y se acomodó justo en medio, al tiempo que se metía un pecho en la boca. El duro pico se irguió en el acto, estimulado por la suave caricia de sus labios. ¡Dios, quería hundirse en ella en ese instante!
De pronto, unos golpes en la puerta interrumpieron el delicioso momento. ¡Mierda! Iba a matar a sus hermanos y lo haría lentamente. ¡¿Acaso el líder había perdido por completo la capacidad para percibir el tipo de emoción que estaba experimentando él justo en ese instante?!
—¡Ahora no! —gritó, antes de apoderarse del otro pecho de Luna, provocando que ella se retorciera de placer ante la succión de su boca.
Afuera, solo hubo silencio. Excelente, lo habían entendido.
Sin perder el tiempo, pasó una mano por el contorno de su silueta, recorriendo con anhelo cada curva de su cuerpo. Era cierto que estaba delgada debido a la pobre alimentación que había recibido en el último tiempo, pero eso no le restaba en absoluto la belleza ante sus ojos. Lo cierto era que poco le importaba cuanto pesase. Su mujer era absolutamente hermosa.
De regreso a su boca, deslizó la lengua por sus labios para comenzar a devorarla con avidez, mientras incursionaba ahora con la mano en la unión de sus cuerpos. Apenas podía controlar el deseo que ella despertaba en su interior. Pero antes de que sus dedos alcanzaran su exquisito destino, volvieron a llamar a la puerta.
¡Mierda! Iba a matarlos de verdad.
—¡Dije que ahora no, carajo! —rugió a quien fuera que se encontrase del otro lado.
Entonces, la imponente y fría voz de Jeremías los alcanzó y la sintieron como si acabara de lanzar sobre ellos un balde de agua helada.
—O salís ahora mismo o tiro la puerta abajo.
Al oír la amenaza, Luna lo empujó para quitárselo de encima y se cubrió con la sábana. Rafael gruñó con frustración y hecho una furia, saltó de la cama para ir a su encuentro.
—¡¿Qué carajo querés?! —inquirió, molesto, abriendo la puerta de par en par.
Al instante, se arrepintió por su exabrupto. Su hermano no estaba solo. A su lado, Alma sostenía una pila de ropa en una mano y una bolsa en la otra.
—Perdón, no queríamos molestar —dijo su cuñada, girando en el acto al descubrir su desnudez.
Lanzando una maldición, retrocedió para ponerse el maldito pantalón que había arrojado al piso la noche anterior y volvió a asomarse.
—Ya podés mirar —declaró, suavizando el tono de voz—. ¿Pasó algo?
—Claramente no —intervino Jeremías, sus ojos fijos en los de él, examinando cada uno de sus movimientos.
Exhaló.
—¿Necesitabas algo, Alma? —preguntó, ignorándolo.
—Solo quería darle esta ropa a Luna. Anoche hice el pedido por internet y acaba de llegar. Espero haber acertado con el talle.
En ese momento, la aludida se asomó por detrás de él, vestida con su remera.
Notó la mirada de su hermano recorriéndola de pies a cabeza y aunque sus ojos no reflejaban ningún interés masculino, no pudo evitar sentirse celoso.
—Muchas gracias —dijo ella con una tímida sonrisa.
—De nada. También les preparé algo de comer. Es bastante tarde ya —justificó, incómoda—. Pero si lo prefieren, puedo traerles una bandeja...
—Me temo que eso no será posible, pequeña. —Todos giraron hacia la voz de Ezequiel quien, sosteniendo a David de la mano, se acercaba por el pasillo—. En cuanto termines —dijo ahora mirando a su hermano—, necesito que vengas a la sala de reuniones. En unos minutos llamará Noah y es preciso que estés —indicó, sus ojos igual de inquisidores que los del hechicero.
Cansado de ser la curiosidad de la casa, le agradeció a su cuñada por el gesto y se apresuró a agarrar las cosas que había llevado.
—Muy bien. Ahora si nos disculpan, quisiéramos un poco de privacidad.
—Cinco minutos, Rafael.
—¡Andate a la mierda, Jeremías! —respondió, antes de cerrarle la puerta en la cara.
Nada más girar, la buscó con la mirada.
—Lo siento, nena. Mis hermanos pueden llegar a ser un tanto intensos.
Ella se encogió de hombros.
—Solo quieren protegerte y para mí eso es muy lindo.
—Vos sos muy linda —susurró, dando un paso hacia ella.
—Tres minutos. —La voz de su hermano se coló a través de la madera.
El sanador gruñó. ¿Acaso el imbécil estaba pegado a la puerta?
—Lo mato.
Pero Luna lo sujetó del brazo antes de que pudiera moverse.
—Mejor cambiémonos y bajemos a comer algo —le dijo con una sonrisa—. Muero de hambre.
Su estómago rugió en protesta.
—Sí, yo también. Pero después... —ronroneó.
—Después —prometió ella.
La reunión duró más tiempo del que había previsto y Rafael comenzaba a impacientarse. Hacía horas que estaban encerrados allí y no lograban avanzar más de lo que ya sabían al principio. Noah, el jefe de zona encargado de la misión que se llevó a cabo en el hospital donde estuvo cautiva Luna, había conseguido algunas respuestas, pero nada tan significativo como para darles alguna otra pista.
Por otro lado, lo creía responsable directo por el fracaso del operativo, ya que, según sus propias palabras, si no hubieran tenido que ir sin preparación para seguirlo, podrían haberlo planificado todo de modo tal que no hubiera habido fallos. En cambio, debieron correr tras él, estropeando la chance de arrancar la maleza, de raíz.
Por supuesto, no se molestó en discutir. Para él no había habido otra opción. O iba esa misma noche o ella moría. La respuesta estaba clara. Por fortuna, sus hermanos lo apoyaron en todo momento y concordaron en que, de haber esperado, posiblemente todo habría terminado del mismo modo.
Lo bueno de todo fue que pudieron rescatar a cada uno de los humanos y llevarlos con los guías para que trabajasen en ellos. Sin duda, llevaría un tiempo curar sus heridas emocionales, pero con paciencia y amor, cualidades que estos tenían de sobra, pronto volverían a sentirse bien y recuperarían sus vidas. Además, ningún guerrero fue herido de gravedad mientras le daban caza al enemigo, así que, desde su punto de vista, las cosas habían salido bastante bien.
—Pero seguimos sin saber quién mierda es el aniquilador —exclamó Jeremías, furioso—. Esta mañana regresé al lugar para intentar percibir algo que se me pudiese haber pasado anoche, pero detrás del velo del hechicero que mi hermano mató no había más esencias que los que estuvieron allí. Es decir, que quien sea, jamás puso un pie ahí y asegurándose de permanecer oculto, maneja los hilos desde la distancia.
—Eso o no se trata de un solo demonio.
Los tres hermanos miraron al jefe de zona a través de la pantalla.
—Explicate —ordenó Ezequiel, interesado.
—Es solo una teoría, pero cuanto más tiempo pasa, más me convenzo de que puede ir por ahí —aclaró—. No pudimos conseguir nada de ninguno de los que interrogamos —dijo en alusión a los enemigos que habían apresado y torturado hasta la muerte—, pero todos se referían al aniquilador con solemnidad. Repetían ese nombre con orgullo y devoción, como si se tratase de alguien, o algo, sagrado al que se le debe rendir culto.
—¿Algo? ¿Algo cómo un lema? —preguntó Rafael.
—Más como un movimiento —afirmó Jeremías, comprendiendo de repente que allí podría estar la clave de todo—. Por eso no pudieron averiguar una identidad en específico y por eso no conseguí obtener ningún rastro. Las órdenes surgen desde las sombras y se pasan de boca en boca por los miembros de un grupo con intereses en común.
—Exacto —concordó Noah con una sonrisa de complacencia.
—Sí, pero hay alguien que da esas órdenes —señaló Ezequiel—. La jerarquía de poder existe por algo, más entre los nuestros. La figura de líder es necesaria para gobernar de forma ordenada. De lo contrario, sería una anarquía, todos buscando su propio beneficio.
—Claro, y ese alguien tiene que ser muy poderoso. Debe contar con los recursos y contactos necesarios para mantener una red de súbditos que lo sigan y estén dispuestos a morir por él.
—Padre —susurró Jeremías, cerrando los puños con fuerza—. No existe nadie más poderoso.
—Creí que habíamos establecido que ya no nos consideraba una amenaza y por eso nos había dejado en paz —señaló Rafael, estremeciéndose ante el mero recuerdo de aquel desagradable ser.
—Quizás nos apresuramos a sacar conclusiones —reconoció Ezequiel, considerándolo todo desde una nueva perspectiva.
Se hizo un repentino silencio entre los hermanos. Si efectivamente se trataba de su padre, entonces tendrían que replantearse el modo en el que seguirían llevando adelante la rebelión. Samael era demasiado ambicioso para detenerse por un simple lazo de sangre y ellos no podían seguir huyendo de un desquiciado. Tenían que ponerle fin a su imperio de una vez por todas.
Varios minutos después, tras cortar la llamada, Jeremías anunció que saldría de nuevo para recorrer la zona del hospital y se marchó a toda prisa. Era consciente de que sería en vano —si no había encontrado ningún rastro en el lugar, menos lo haría a sus alrededores—, aun así, debía intentarlo. No estaba en su naturaleza quedarse de brazos cruzados, mucho menos ahora que su padre volvía a ser un potencial sospechoso.
Rafael salía también cuando Ezequiel lo alcanzó.
—Lo estás llevando bastante bien —dijo, caminando a su lado.
Giró hacia él con el ceño fruncido y sin detenerse, se encogió de hombros.
—Ya nada me sorprende de él.
—No estoy hablando de nuestro padre, hermano.
Exhaló, resignado. Era evidente que no podía ocultarle nada.
—Si te referís a lo que creo, no tengo nada qué decir al respecto. La verdad es que no tengo opción más que aceptar que lo que sea que sucedió con vos, no va a pasarme a mí.
—Eso no lo sabés.
—Si no pasó hasta ahora, no creo que vaya a pasar y la verdad es que preferiría no pensar más en eso. Desde ahora, quiero enfocarme en ella. Eso es lo importante, que la encontré y estamos juntos.
—Es una buena forma de verlo —concordó el líder.
Lo que no dijo, pero pensaba, era que, aunque ahora no le diera importancia a lo demás, sí lo haría en el futuro. Conforme los años pasaran, la chica envejecería y eventualmente moriría, y Rafael quedaría completamente devastado. Su pérdida lo hundiría en la oscuridad más profunda que había adentro de cada uno de ellos y ni él ni Jeremías podrían hacer nada para evitarlo, no cuando todo lo que sentiría su hermano fuese furia, odio e impotencia.
En silencio, continuaron avanzando hasta llegar al living. Allí, los recibió la más bonita de las postales. Luna, sentada en el piso junto a David, le hacía cosquillas al pequeño mientras este se desarmaba en carcajadas. Alma los miraba con una enorme sonrisa en su rostro.
—¡Papi, ayuda! —gritó su hijo al verlo, sin dejar de reír.
Luna se detuvo de inmediato y, cautelosa, miró en su dirección, como si temiese la reacción del ángel. No obstante, se relajó en cuanto lo vio sonreír también.
—Veo que sos buena con los niños —afirmó más que preguntó.
Ella sonrió.
—Siempre me gustaron —respondió, encogiéndose de hombros, gesto que a Ezequiel lo divirtió por ser el mismo que había hecho su hermano, minutos atrás.
Pero antes de que alguien pudiera decir nada más, David contratacó y, arrojándose encima de ella, hizo que ambos cayeran al piso. Las risas volvieron a estallar.
Rafael los miró, por completo cautivado por la felicidad que veía en los dos, pero especialmente en Luna.
—Ella es increíble —susurró Alma, a su lado.
—Lo es —concordó él, embelesado.
—Congenió con David desde el principio, como si se conocieran desde hace mucho —continuó—. Estoy segura de que será una gran madre algún día.
Al escuchar las palabras de su cuñada, el sanador inmediatamente se tensó y como empático, Ezequiel lo sintió al momento.
—¿Qué pasa?
—Que soy un imbécil, eso pasa. —Pasó las manos por su cabello sin apartar los ojos de su sobrino y la preciosa mujer que ya poseía su corazón—. Anoche hablamos de todo. Le conté sobre nosotros y lo que podía ocurrirme en caso de que, como vos, cambiara, pero en ningún momento me preguntó si habría consecuencias para ella y yo tampoco lo mencioné.
Justo en ese momento, Luna alzó la cabeza hacia él. Frunció el ceño cuando sus ojos coincidieron, podía notar la preocupación en estos.
—¿Qué está mal?
—Vamos, mi amor. Es hora de tu baño —intervino Alma con rapidez, llevándose a David y Ezequiel con ella.
De inmediato, Rafael le tendió su mano y la ayudó a levantarse.
—Vamos a mi habitación. Tengo algo que confesarte.
Luna no sabía qué había cambiado, pero a juzgar por la expresión en su rostro, debía de ser algo importante. ¿Acaso su hermano le había dicho algo en su contra? Tal vez se había molestado por cómo jugó con su hijo siendo prácticamente una desconocida para ellos. O quizás había sido a él a quien no le había gustado que mostrase tanta confianza con su familia. Como fuese, algo malo pasaba y de pronto, el miedo de haberlo cagado todo se cernió sobre ella.
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