Capítulo 1

"Rafael puede predecir el futuro", había anunciado el consejero al rey de las tinieblas cuando este le preguntó acerca del extraño poder de su hijo.

No era habitual que un sanador tuviese más de un don. Todo su ser estaba diseñado para canalizar la energía proveniente de la fuente vital y utilizarla para sanar heridas y curar enfermedades, por lo que no había sitio para nada más. Sin embargo, el niño había demostrado que su cerebro funcionaba de manera diferente, misteriosa, única, albergando una capacidad que pocos poseían y que podía considerarse una verdadera ventaja a la hora de librar una batalla.

Lo había descubierto de casualidad, por accidente, luego de que despertase sobresaltado en medio de la noche a causa de una horrible pesadilla en la que alcanzó a ver, con extrema nitidez, el cuerpo de su padre tendido en la cama con los ojos vidriosos, vacíos, sin vida. Asustado, había ido en busca de sus hermanos y los tres corrieron hacia sus aposentos donde los guardias apostados a cada lado de la puerta les cortaron el paso.

Como era de esperarse, ninguno de ellos los tomó muy en serio. Después de todo, no eran más que pequeños demonios preocupados por un estúpido sueño. No había forma de que el enemigo ingresara allí. Lo que decían simplemente no tenía sentido. Aun así, habían entrado en la recámara para verificarlo. Ya entonces, el liderazgo de Ezequiel imponía respeto a la vez que la intensa mirada de Jeremías los instaba de alguna manera a obedecer. Pese a su corta edad, el joven hechicero era demasiado poderoso como para que intentaran resistírsele.

Nada más entrar, la sorpresa los invadió al comprobar que, en medio de la fría y oscura habitación, se encontraba el más cruel y malevo demonio hechicero que su pueblo había tenido alguna vez. Ceñido sobre el cuerpo inmóvil de su señor, lo había sometido con su mente de forma salvaje y, con expresión de deleite y satisfacción, en ese momento acercaba un puñal a su garganta.

Samael no era una presa fácil, por lo que nadie jamás lo había atrapado con la guardia baja. Sin embargo, allí se encontraba, a punto de acabar con el rey de las tinieblas. Entonces, el infierno se había desatado en un instante. Gracias a la oportuna distracción que le había brindado la irrupción de sus hijos, seguidos por sus ineptos soldados, logró zafarse del poderoso embrujo y con un temeroso bramido, saltó de la cama, arremetiendo contra el enemigo.

Sujetando el mango del cuchillo que siempre descansaba bajo su almohada, lo había deslizado contra su cuello expuesto y, un segundo después, se lo enterró entre ceja y ceja. Estaba furioso. No entendía cómo había sido posible que aquel intruso sorteara las defensas como si nada. Pero no importaba demasiado ya. Todos estarían muertos antes del amanecer. Samael no toleraba la inoperancia y era conocido por impartir espantosas represalias a quienes se equivocaban.

Cuando más tarde se enteró de que su hijo había sido quien le salvó la vida, quedó encantado y por un tiempo, dedicó toda su atención y sus esfuerzos en él, incluso por encima de Ezequiel, quien siempre había sido su favorito. Que uno de sus hijos tuviese semejante poder era una grata y bienvenida sorpresa. ¿Quién se atrevería a alzarse contra él si en cuanto lo hiciera, sería descubierto en el acto? Sus planes estaban saliendo mejor de lo que había planeado.

Pero no tardó en comprender que el don de Rafael era demasiado volátil y poco confiable. Las siguientes visiones ya no tuvieron la misma claridad y precisión con la que había pronosticado su muerte, por lo que no servían para anticiparse a los hechos. Por el contrario, eran inciertas e impredecibles y el chico tenía escaso o nulo control sobre estas. Las imágenes simplemente surgían en su mente, generalmente en sueños, el mensaje era confuso, borroso, inconexo y por mucho que intentara entenderlo, casi nunca lo lograba.

Pese a su gran desilusión, el poder de la sanación corría con fuerza por sus venas, lo cual hizo que siguiese siendo valioso para su padre. Así como sería capaz de sanar heridas y curar enfermedades, también podría provocarlas y eso era algo que Samael jamás hubiese ignorado. Tener bajo su mando y a su completo servicio semejante arma era un recurso que no desaprovecharía. Más bien lo opuesto. Estaba dispuesto a exprimir hasta la última gota de energía.

Por fortuna, sus hermanos y él se marcharon antes de que tuviese la oportunidad de hacerlo. Aunque Rafael no hubiese demorado ni un instante en hacer uso de su poder si con eso protegía a quienes él amaba, nunca encontraría placer en ello y jamás lo haría para seguir fines tan ruines como los que quería imponerle su padre. Por esa razón, cuando Ezequiel se rebeló contra sus crueles designios, lo siguió sin dudarlo.

Su hermano mayor siempre había sido el más empático y debajo de la oscuridad que yacía en la superficie, su corazón albergaba la luz que los forjó y los conectaba con lo divino. Quizás por eso, Jeremías tampoco se quedó atrás. La lealtad de ambos siempre había pertenecido al mayor de los tres. A donde fuera, ellos lo seguirían y lo protegerían con su vida.

Antes de darse cuenta, otros demonios los imitaron, inspirados por su nueva visión e igual de disconformes con el sadismo y la violencia que su padre fomentaba, en especial contra humanos, meros peones en su juego macabro. No todos se deleitaban con el sometimiento y el flagelo, y la idea de proteger y ayudar a los vulnerables los llenó de entusiasmo. Usar sus poderes para hacer el bien era un gran y bienvenido cambio que les brindaba un poco de paz.

En poco tiempo, se organizaron y formaron la rebelión —como la llamaron quienes siguieron fieles al lado de Samael— a la que hoy avocaban por completo sus vidas y por la cual estaban orgullosos. ¡Carajo, claro que lo estaban! Durante años habían ayudado a miles de personas a no caer en las tenebrosas influencias de quienes, hasta hacía no mucho, habían sido sus compañeros, sus hermanos. Separados en dos grandes grupos, según sus habilidades, los guías se ocupaban de contenerlos y orientarlos mientras que los guerreros se aseguraban de que estos estuviesen a salvo durante el proceso. Y después estaban los sanadores. A diferencia de los otros, solo intervenían cuando la situación lo requería. No había muchos y eran fieramente protegidos por el último grupo.

Su padre siempre había sido consciente del gran poder que ellos poseían y por eso nunca había dejado de rastrearlos. No obstante, todos sus intentos fueron en vano. Como empezaba a comprender, separados eran muy poderosos, pero juntos, casi invencibles. Por esa razón, decidió ir tras sus eslabones más débiles, o al menos, eso pensaron en ese momento. Sus guías comenzaron a ser masacrados en medio de rutinarias y simples misiones y varios de sus guerreros perdieron la vida al intentar protegerlos durante los crudos enfrentamientos.

Pero no fue hasta que atacaron a Alma que consiguieron dar con el líder de la rebelión. En medio de todo el caos, ya tres años atrás, un peligroso hechicero, probablemente lacayo de su padre, atacó con brutalidad a una humana quien, para sorpresa de ambos hermanos, resultó ser alguien muy importante para Ezequiel. Era evidente que lo había olido en ella y le tendió la trampa perfecta para hacerlo salir de su escondite y matarlo.

Pese a no comprender del todo aquella relación, le salvaron la vida y la llevaron con ellos a su hogar. Luego de eso, sucedió la cosa más interesante, incierta e inesperada: el demonio se volvió ángel y la humana, inmortal. Entonces, los problemas aumentaron. Fue tal la descarga de energía tras su transformación, que esta rompió las barreras de protección, permitiendo que su enemigo pudiese localizarlo con facilidad. Este volvió a atacarlo, esta vez llevando refuerzos, aprovechando el momento de vulnerabilidad.

Pero lejos estaba Ezequiel de ser vulnerable. Por el contrario, un nuevo poder brotaba de su ser y dejándolo salir, arrasó con todo a su alrededor. Seis demonios perecieron esa noche y para cuando sus hermanos acudieron a su lado, no había nada más que hacer. Debían abandonar la vivienda antes de que más demonios los encontraran. Se habían expuesto demasiado y no podían permitir que descubriesen el cambio surtido en el líder. Al menos, no hasta que entendieran cómo y por qué se había generado.

Se mudaron a una casa en el campo y desde entonces, varias cosas más pasaron. Rafael tuvo una visión, tan confusa como insólita. Vio el cambio antes de que sucediera, así como un gran vientre abultado, indicador de que la pareja se encontraba esperando un bebé. Por supuesto que era una sorpresa, ya que, desde muy pequeños, su padre los había esterilizado para asegurarse de que no tuviesen descendencia. Eran demasiado poderosos para arriesgarse a que continuasen su linaje. No, ninguno de ellos podía procrear y él lo sabía bien porque, como sanador, podía sentirlo. Aun así, Alma albergaba una nueva vida en su interior y Ezequiel era el padre.

Nueve meses después, un hermoso y regordete niño al que llamaron David nació tras un largo y complicado parto. Al igual que ellos, su hijo era inmortal y su madre, luego de caer en un coma que duró tres largos y tortuosos días —misma cantidad que había durado el proceso de transición de Ezequiel—, despertó cambiada. Ya no era una mortal.

Ofuscado, como siempre le pasaba cuando reflexionaba al respecto sin llegar a ninguna nueva conclusión, empujó lejos el antiguo y pesado libro que tenía delante y se reclinó en la silla. Se frotó el puente de la nariz con los dedos con nerviosismo. ¿Cómo era posible que todavía no hubiese encontrado la respuesta a ese interrogante? Durante años no había cesado de buscar información al respecto y, aun así, seguía como al principio. Sin más datos de los que ya disponían.

Ellos eran hijos de la oscuridad, descendientes de demonios oscuros, pero, de algún modo que todavía no comprendía, el amor tenía el poder de cambiarlos, de transformarlos en seres de luz. ¿Cómo? No tenía la más puta idea y eso lo frustraba sobremanera. Por otro lado, también sabía que las mujeres que estuviesen con ellos, se volverían inmortales al dar vida, es decir, al darles descendencia. Bueno, así había sido con Alma y Ezequiel, y en su interior esperaba que ellos también tuvieran la chance de lograrlo.

Sabía que, por su parte, Jeremías tampoco había dejado de buscar, pero al igual que él, hasta el momento no había tenido éxito. Ni en los libros de hechicería, magia, runas, o siquiera en los muchos mitos y leyendas que los más ancianos conocían, encontró algo de utilidad. En ningún lado se mencionaba nada siquiera remotamente parecido. Por supuesto, sí había hallado similitudes en los cientos de historias de ficción, escritas en diferentes idiomas a lo largo y ancho del mundo. Muchas de ellas, incluso, se acercaban bastante a la verdad, pero ninguna dejaba de ser lo que eran, meras creaciones ficticias.

Aunque su hermano era más reservado en cuanto a sus emociones, podía notar que sentía la misma frustración que solía invadirlo a él cuando todos los caminos se cerraban conduciéndolos de nuevo a la nada. Ambos recordaban, con extrema nitidez, el momento exacto en el que vieron a Ezequiel, imponente y poderoso, alzarse por encima del enemigo con sus blancas y brillantes alas extendidas hacia los lados. Su inmaculado plumaje los cautivó en el acto mientras que de su cuerpo emanaban rayos de luz dorada. Contra toda lógica, había dejado de ser un demonio, para convertirse en un ángel.

Aun hoy no estaban seguros de qué había propinado el cambio, pero sospechaban que tenía que ver con su relación con la humana y la intimidad entre ellos. Creían que cuando su hermano unió su cuerpo al de ella, de algún modo, volvió a conectar con la divinidad de sus orígenes, relegada y olvidada ya mucho tiempo atrás.

Sin embargo, nada de eso explicaba que la oscuridad que habitaba en él se hubiese retirado por completo y su interior evolucionado hasta convertirse en el ser de luz que hoy era, en ese ángel que tanto se parecía a aquellos que abandonaron a la humanidad para dejarla a merced de demonios llenos de malicia y desprecio, ansiosos por lastimarlos y destruir a esa raza a la que consideraban inferior.

Con un gruñido, agarró la botella de whisky a medio terminar y se levantó de la silla. A continuación, caminó hacia la ventana. Desde allí, podía contemplar la inmensa oscuridad reinante alrededor de la vivienda, apenas interrumpida por las múltiples estrellas salpicadas en el cielo. Si bien le gustaba la tranquilidad del lugar, extrañaba la ciudad. Era más fácil buscar distracción y consuelo cuando tenía todo al alcance de la mano. Pero por seguridad, ahora todas las misiones eran manejadas a distancia por conferencias y videollamadas y la soledad comenzaba a pesarle.

De los tres, siempre había sido el más social, alegre, extrovertido. Tal vez por eso, nunca le faltaba compañía femenina. A diferencia del líder, quien antes de formar una familia, su sola envergadura lo volvía inalcanzable, y el hechicero, cuya expresión seria provocaba temor y su postura gritaba que mantuviesen distancia, en su caso era lo opuesto. Las mujeres —demonios por supuesto, ya que nunca osaría aprovecharse de una humana— solían ofrecerse sin tapujos, dispuestas a hacer lo que fuese por complacerlo.

Y lo hacían, no podía negarlo, pero no era suficiente. En el último tiempo, había empezado a sentir que algo faltaba y sus encuentros fortuitos y sin compromiso, lejos de aliviarlo, lo hundían más en su pesar. En especial, después de aquella pesadilla que lo había despertado tras una noche de excesos y lo había dejado tembloroso, en el borde de la cama. Nunca le habían gustado las visiones. Lo confundían y le provocaban malestar físico, pero nada lo había preparado para esta en particular.

Se estremeció al recordar cómo, compelido por un impulso que, al igual que sus premoniciones, escapaba a su comprensión, todavía sufriendo el efecto en su cuerpo, se había tambaleado hacia su computadora para buscar información sobre hospitales. No tenía idea de por qué lo había hecho, pero algo en su interior le decía que ella estaba allí, esa hermosa mujer que había aparecido en su sueño y lo necesitaba. ¿Quién era y por qué sentía que debía protegerla?

Tampoco le encontraba sentido a lo que había visto al principio, casi olvidado luego de las múltiples imágenes de esa pelirroja que, incluso dormido, le había quitado el aliento. La visión de un abultado vientre, un par de grandes manos cubriéndolo y un llamativo anillo con la letra M grabada en él. ¿Acaso su cuñada quedaría embarazada de nuevo? No, no se había sentido como si se tratara de ella. ¿Y de quién carajo eran esas manos?

—¡Mierda! —exclamó, impaciente.

A nada estuvo de arrojar la botella contra la pared y hacerla estallar en mil pedazos. Pero no lo hizo. No les había mencionado a sus hermanos nada sobre esa especie de premonición porque entonces se obsesionarían con eso y lo atosigarían con preguntas que no sabría responder. No, mejor era investigar por su cuenta hasta dar con algo que lo llevase más cerca de ella.

No era propio de él ocultarles nada, así como tampoco descontrolarse de ese modo, pero no podía evitarlo. Ya habían pasado meses desde que había soñado con tan misteriosa mujer y cada día que pasaba, sentía que más en peligro se encontraba. Tenía que encontrarla cuanto antes y protegerla de lo que fuese que intentara dañarla. Sin embargo, el tiempo parecía escurrírsele entre los dedos.

Ninguna foto que encontró en internet le resultó familiar y, según el calendario, faltaban apenas unas semanas para el próximo eclipse lunar. Lo extraño era que este sería apenas visible desde la Tierra y en su sueño, la luna refulgía al rojo vivo. Tal vez, se trataba de una metáfora... Gruñó y bebió otro largo trago de su bebida. Comenzaba a desesperarse. Al igual que con el misterio de la transformación de su hermano, necesitaba respuestas y no estaba obteniendo ninguna.

—¿Debo empezar a preocuparme? —La serena voz de Ezequiel lo alcanzó desde el umbral de la puerta.

Sonrió. Su hermano mayor era un guía con la habilidad de percibir y manipular las emociones de los que lo rodeaban, potenciada aún más, luego de su transición. Por supuesto que percibiría la turbación en él.

—¿Alma ya no te soporta y te echó que viniste a fastidiarme a mí? —provocó con picardía.

Tenía que distraerlo o se daría cuenta de que algo ocultaba y no quería compartir con él lo que en verdad le preocupaba. Ya suficiente tenía encima de sus hombros.

Sus carcajadas no se hicieron esperar.

—Juraría que hay momentos en que lo piensa, pero es demasiado buena para decírmelo —replicó, divertido.

Negó con la cabeza. Ezequiel podría mostrarse risueño y bromear de forma casual, pero estaba atento al más leve cambio por parte suya. Con su maravilloso y a la vez inoportuno don, sin duda habría sentido su inquietud y se disponía a hacer algo al respecto. Lo corroboró en cuanto notó su energía en su interior, intentando calmar la agitación que sentía y aplacar la oscuridad que a veces emergía de él.

—No lo hagas —siseó, luchando contra esta—. Necesito la motivación para encontrar la verdad. Solo así puedo protegerlos.

—Estamos bien, Rafael. No tenés que preocuparte por nosotros. Nadie sabe lo que pasó y las defensas de Jeremías siguen en pie y mejoradas. Ya pasaron tres años y nadie vino a buscarnos. —Exhaló cuando lo vio agarrar otro libro de su biblioteca personal y llevarlo a su escritorio. Era evidente que no quería hablar al respecto—. Intentá dormir algo por lo menos. Si nos atacan, tampoco serías de mucha ayuda si estás agotado.

No respondió y él no dijo nada más. Se marchó en silencio dándole el espacio que necesitaba.

Se aflojó en cuanto estuvo solo de nuevo. Era cierto que nadie había intentado atacarlos en todo ese tiempo, aun así, no iba a confiarse. Sin embargo, Ezequiel tenía razón. No sería capaz de proteger a nadie si apenas podía mantenerse en pie. Y esto también valía para el otro asunto. Cansado como estaba, le resultaría más difícil interpretar sus visiones y, por ende, tardaría más en encontrarla.

Resignado, se dirigió al mullido sillón que tenía junto a la cama. Esta estaba cubierta con libros y papeles y no tenía la energía suficiente para ponerse a ordenar. Hacía semanas que no dormía bien y su cuerpo comenzaba a mostrar los signos de agotamiento. Con un gruñido, se dejó caer en este y llevando la botella a sus labios, bebió un poco más. Nada de lo que había hecho hasta ahora lo había llevado a ningún sitio y eso lo frustraba sobremanera.

Ni hablar de sus estúpidas visiones. ¡Las odiaba! Siempre lo había hecho. Estas mezclaban pasado, presente y futuro, dejándolo confundido y alterado. Lo cierto era que no se consideraba a sí mismo un clarividente. ¿Cómo podía serlo si ni siquiera podía descifrar lo que veía? Prueba innegable de eso era la propia aparición de Alma en sus vidas. Para él también había sido una sorpresa cuando su hermano mayor arriesgó su vida para proteger a la mujer que amaba. Porque podía ser un guía y empatizar con el dolor de una humana, pero jamás habría actuado así de no amarla.

De un trago, se acabó el contenido de la botella y, con los brazos apoyados en los extremos del sofá, cerró los ojos. Si bien no quería admitirlo, sentía envidia de todo lo que su hermano había conseguido en el último tiempo. No tenía idea de que pudiese albergar en su interior ese anhelo de amor. No obstante, allí estaba, más vivo que nunca. En el fondo, ansiaba hallar a una buena mujer y formar una familia junto a ella, del mismo modo que Ezequiel lo había hecho.

Quizás por eso se había obsesionado tanto con encontrar respuestas. Tal vez no era su necesidad de hallar una explicación a la transformación de su hermano, sino de descubrir qué hacer para que a él también le sucediera. Y por Dios que lo había intentado. Durante el día, mantenía la mente ocupada en las misiones, pero al caer la noche, se sumergía en libros y navegaba por la DarkWeb en busca de información.

Y cuando la decepción caía sobre él, buscaba distraerse de la manera más básica y terrenal, lo cual le permitía, además, liberar toda la tensión acumulada. No obstante, terminaba sintiéndose peor que antes, ya que lo que en verdad buscaba era a su compañera, esa mujer que esperaba que existiese para él, del mismo modo que Alma lo hacía para el líder, y era consciente de que no la encontraría en las de su clase. Con ellas, ninguna emoción estaba en juego. Solo un ansia primitiva, instintiva y animal.

Y lo peor de todo, era el corrosivo odio a sí mismo que lo invadía al volver a casa. De alguna manera, sentía que la decepcionaba. A ella. A esa mujer que estaba destinada a él. Era como si la traicionara al dejarse llevar por sus más oscuras pulsiones y saciar con otra su hambre voraz. ¡Carajo, ¿acaso estaba volviéndose loco?! ¿Cómo podía engañarla si ni siquiera sabía si en verdad existía? Al parecer, ninguna lógica importaba. Se sentía sucio, vacío, con una culpa imposible de ignorar y que lo llevaba a hundirse en el alcohol para apagar la mente.

Poco quedaba del buen humor y la ligereza que siempre lo había caracterizado. Ya nada lo satisfacía y la tristeza y la soledad en su corazón parecían agrandarse a pasos agigantados. Sin duda, esa era la razón por la cual su hermano y su mujer estaban tan preocupados por él. Sabía que también Jeremías se habría dado cuenta. Era imposible no hacerlo. Sin embargo, no dijo nada. Lo entendía. Lidiaba con su propia mierda y no querría dar pie a que él le preguntase al respecto.

No supo en qué momento se quedó dormido, pero para cuando despertó, todo su cuerpo se encontraba en completo estado de alerta. Una capa de sudor cubría su frente, sus manos temblaban y su respiración estaba agitada.

La botella vacía cayó de su mano golpeando el piso con un ruido seco. Estaba consciente, pero su mente seguía en su sueño, las imágenes deslizándose una tras otra delante de sus ojos. Era la misma visión que aquella vez, la de la hermosa mujer de cabello rojo, solo que, en esta oportunidad, lo veía todo a través de sus ojos.

Ella estaba lúcida, para nada perdida como él había creído. Percibía cada acción y suceso, pero no tenía control alguno sobre estos. Alguien más la impulsaba a moverse. La estaban manipulando. Ya no tenía dudas de eso.

Entonces, saltó.

Su corazón se detuvo por una milésima de segundo, antes de lanzarse al galope de forma frenética, experimentando como propia su angustia y la terrorífica certeza de que iba a morir.

Volvió en sí justo antes de que la pesadilla terminara.

Podía sentir aún la vibración en su pecho tras el profundo y grave bramido que acababa de soltar cual animal salvaje. El vello de su nuca se encontraba erizado, así como sus alas por completo extendidas a ambos lados de su cuerpo, y de sus manos chispeaban intensos y violentos destellos de luz.

¡¿Qué mierda?! Eso era nuevo.

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¡Hasta el próximo capítulo! ❤

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