2. Té de limón y miel

La mañana del miércoles me desperté con la sensación de haber sido atropellada, la lluvia y el frío pasaron factura a mí ya enfermo cuerpo. Me sentía pesada, la cabeza me dolía. Para cuando salí de casa estaba un poco más caliente de lo normal y tenía la voz rasposa. 

Por suerte esa mañana debía pasar por el estudio Cousteau, ese era mi lugar favorito en el mundo. Marie y Gustave eran un amor de parejita. Con los años habíamos pasado de un trato formal a algo más amistoso y sus actitudes conmigo eran las mejores, más que un recado, visitarlos era un paseo. 

- Bonjour ma chère Celine- sonreí por el cálido recibimiento de Marie. Estaba sentada en su escritorio, con una mano en el mouse y la otra en su bonita panza de siete meses- Has venido por el Atlas ¿Me equivoco? - Gustave apareció por un pasillo peinándose el bigote con los dedos.

 - Tu jefecito ya me ha gritado preguntando dónde te metiste con sus planos- bufé agotada. 

- Hoy estoy cansada, si me echa sería muy feliz, no tendría que volver a verle la cara de glaciar que tiene- Marie soltó una carcajada, acompañada de la risita de su esposo, yo intenté reír, pero un ataque de tos me lo impidió- Vine por el Atlas, si necesitan algo más, también puedo llevárselo- expliqué carraspeando. Marie me observó preocupada y me advirtió que tenía que cuidar mi salud como por enésima vez en lo que iba del mes de Diciembre, el señor Cousteau desapareció por el pasillo contrario al que venía y trajo consigo tres portaplanos. 

- Los grandes son del proyecto, el pequeño es la planimetría de nuestra casa, dile que le eche un ojo y me avise que le parece- asentí concentrada memorizando toda la información. 

 Caminé a la puerta de salida, cargada con los enormes tubos, con Marie detrás mío diciéndome que si Elio me molestaba tenía plena autorización para llamarla en búsqueda de auxilio, me ayudó abriéndome la puerta del estudio y la del taxi.

-Au revoir mon cher, cuídate del frío y del señor glaciar- Se despidió sonriente mientras me iba pierdiendo entre las calles de la ciudad. 

Veinte minutos me tomó llegar a la oficina, Claire una de las secretarias de la mesa de entrada me ayudó con uno de los portaplanos al ver que no pude avanzar más que cruzando la puerta del enorme edificio, avanzamos juntas hacia el ascensor. Veintidós pisos más tarde me encontré frente a las puertas del estudio, con la pequeña pelirroja pisándome los talones.

Apenas asomé la naríz en la planta número veintidós, Davinna hizo una seña clara de que no era un buen día, pero lamentablemente para mi y yo trabajaba haciéndole frente a un hombre gruñón. Dos golpecitos en la madera fueron suficientes para firmar mi sentencia de muerte y sin darme tiempo a pensar la puerta se abrió mostrando a un Elio impecable; por supuesto que iba impecable. Traje azul marino, corbata negra, perfume cítrico y cara de leche cortada.- ácido como solo él podía estar-.

Tomó de las manos de Claire el porta plano y con movimiento de cabeza le indicó su retirada, casi que pude verla correr despavorida a las puertas del ascensor, no supe si reír o llorar, pero la molestia en la garganta volvió a hacer de las suyas, provocándome un ataque de tos horrible que fué dejando una sensación de ardor a lo largo de mi garganta. Me observó con cara de pocos amigos, sabía que odiaba que me enfermara, porque eso complicaba el trabajo en la oficina, pero ambos éramos conscientes de que parte de mi mala salud esa mañana era por su culpa; suya y de nadie más.

Se corrió a un lado dejándome espacio para pasar, dándome a entender que aunque estaba de mal humor, esa mañana iba a comportarse como un caballero. Ignorandolo un poco procedí a ubicar todas las cosas sobre su escritorio, dejé preparados los portaplanos en el lugar. Cuando mi tarea estaba terminada me giré para volver por el mismo lugar por donde había ingresado a la boca del lobo pero choqué contra su pecho. Sus manos me agarraron fuertemente de ambos brazos, la molestia de la garganta volvió a hacerse presente y suspire fuertemente, intentando volver a relajarme.

– Lacroix, define primera hora-. Pregunto por lo bajo soltándome cuidadosamente. Apreté mis manos a ambos lados de mi cuerpo buscando frenar las ganas de arrancarle el cabello a tirones. Sus ojos observaron mis manos y mis labios apretados en una fina linea buscando serenarme. Siento que quiere matarme tanto como yo quiero matarlo a él– Son casi las ocho y media de la mañana.– Quería pelear, porque esa semana estaba agotada pero las fuerzas y mis ganas de vivir en ese momento iban disminuyendo. Mi cuerpo me lo hizo saber. Sentía las extremidades calientes y como si el corazón se iba a salir de mi pecho, un pequeño mareo me sorprendió dándome segundos para prenderme al respaldo del sillón detrás de mí. Pude sentir sus dedos alrededor de mi antebrazo dándome estabilidad instantánea. Sus ojos se serenaron y yo solo pude suspirar. Volvimos a foja cero en la pelea semanal.

– Si me permite voy a tomarme unos minutos.– susurré juntando las fuerzas que quedaban en mi garganta. El cuerpo me hervía y sentía que los ojos me dolían cada vez que pestañeaba. Negó, suavemente me guió al juego de sillones de su estudio y me sentó en el sofá.

– Te traeré un té y algo para que te suba el ánimo, cuando estés mejor me comentarás sobre los Cousteau.– Suspira pasándome una mano por la frente.– Apostaría todo mi sueldo a que estás levantando fiebre, pareces Rodolfo, el reno.– En otro momento hubiera reído pero me sentía lo suficientemente mal como para buscarme una batalla nueva.

Acomodó el escritorio rápidamente y salió de la oficina sin dudarlo un segundo, justo a tiempo para que su teléfono sonara en la mesa de dibujo. Junté fuerzas desde el fondo de mi ser y me levanté con pasos lentos. Después de varios años se me permitía atender el teléfono del señor Fai, ya que la mayoría de sus llamadas eran del trabajo. Observé cuidadosamente la característica telefónica y con un pequeño carraspeo atendí.

– Aló, je suis le secrétaire personnel de M. Fai (Buenos días, habla la secretaria personal del Señor Fai).– Mi voz sonaba ronca. Una pequeña discusión se oyó al otro lado y un dulce acento francés me recibió de regreso.

– Bonjour, je suis la mère d'Elio (buenos días, soy la madre de Elio).– Hace varios años no hablaba en francés con nadie que no fuese mi familia, los Cousteau y por supuesto, mi jefe.

– Bonjour Mme Fai, comment puis-je vous aider? (Hola señora Fai, ¿en qué puedo ayudarla?).– Podía escuchar su pequeña risa al otro lado del auricular, pero antes de que pudiera escuchar lo que iba a decirme la puerta se abrió mostrando a Elio con una taza en la mano, el malestar volvió a instalarse en mi estómago y antes de qué pudiera escuchar o responder a lo que su madre decía ví sus ojos agrandarse, caminó a paso apresurado y tomó el teléfono llevándolo a su oreja, precionandolo contra el hombro mientras me tomaba con una mano del brazo y en la otra llevaba el té.

– Aló. Oui maman, c'est moi (Hola. Si, soy yo mamá).– Volvió a sentarme en el sofá y extendió el té hacia mí, tomé la taza mientras él tomaba el teléfono en una mano.– Je vous appellerai plus tard, je fais quelque chose d'important. ( Te llamo luego, estoy haciendo algo importante).– Colgó el teléfono y lo dejó sobre la mesita ratona, fué hasta el baño del estudio y volvió con un par de aspirinas.

– Gracias.–

– Tómalas y quedate en el sofá hasta que tu cara deje de pasar de ser roja a blanca en micro segundos.– Exclamó antes de volverse al escritorio para comenzar a revisar los portaplanos.

– Los grandes son del Atlas. Gustave envió el pequeño como un favor personal; es el plano de su casa.– Me miraba fijamente desde la silla de su escritorio.

– ¿Tomaste algo para el resfrío anoche?.– Su pregunta me hizo removerme en el sillón. ¿Acaso tenía cámaras en mi apartamento?.– Podría apostar lo que fuera a que no lo hiciste y que en estos momentos estás incubando una gripe enorme como este proyecto. Exclamó golpeando su dedo índice contra uno de los tubos del Atlas.

Aparté la mirada porque a veces su papel de conversador era más intimidante que la cara de leche cortada. Pude escuchar su pequeña risita seca, deja de observarme y negando comienza a concentrarse sobre lo que dejé en su escritorio. Mi cuerpo comenzó a temblar. Tomé las pastillas y un poco de té antes de dejar todo en la mesita y volver a semi recostarme sobre el apoyabrazos del sofá. Cuanto menos me dí cuenta me quedé dormida. Dormida en horario laboral, dormida... En la oficina de mi jefe.

...

El cielo se teñía de violetas, rosas y un fuerte naranja, siempre lucía tan bonito desde ese ventanal, pero entonces recordé algo, esa vista pertenecía al ventanal del piso veintidós, exactamente el ventanal detrás del escritorio de Elio. Me sobresalté en el sofá.

Una manta estaba colocada a lo largo de mi cuerpo, el té seguía sobre la mesa ratona y mis manos comenzaban a sudar dándome cuenta de lo que había hecho. Elio se encontraba en la mesa de dibujo, pero mis movimientos debieron alertar porque rápidamente se giró hacia el sofá, me observaba pacientemente desde el otro lado de la habitación.

– Buenas noches, Celine.– Hablaba tan suavemente que apenas podía reconocerlo como mi jefe. Hacía tal vez dos años que habíamos pasado a una relación jefe-secretaria mucho más fría y seria, donde había dejado de ser Celine para pasar a ser solo Lacroix, su casi sombra. A veces llegaba a extrañar al señor Fai que conocí en mi primer año trabajando en el estudio, pero era comprensible, yo era su secretaria y él era mi jefe, no existen los tratos "amigables" en trabajos como el nuestro. De todas maneras sonaba tan suave, con el apenas audible acento francés, como si mi nombre baila en su legua a medida que salia de sus labios. Tuve que volver a la realidad cuando caminó al sofá para dejarme otra taza de té. Limón con miel; mi garganta lo agradeció enormemente.

– Señor Fai.– Me observo por encima de sus lentes a medida que hablaba.– Lamento mucho haberme quedado dormida. Sé que no hay excusas y puedo preparar la carta de renuncia cuando quiera.– Sonrió de medio lado y suspiró pesadamente. Hace un gesto con la mano restándole importancia.

– Yo debería pedir disculpas. Me he estado portando como un imbécil, últimamente. A veces olvido que mis empleados tienen algo más allá afuera y que esto es su trabajo, no su proyecto de vida.– Suspiró pesadamente, dejó los lentes en la mesita y se giró hacia mí.– Lamento haber incrementado tu gripe, Celine.–

– Está bien, Señor Fai.– La culpa podía conmigo a más no poder, quería irme a casa a toda costa. Se levantó a por una bolsa en el escritorio y la dejó frente a mi.

– Tu novio llamó a la oficina, le expliqué la situación y trajo estos para ti.– Suspiré, esa era otra de las razones por las que últimamente estaba cansada y triste.– Cuando te sientas un poco mejor puedo llevarte a casa.– Explicó. Se levantó y volvió a sentarse frente al plano.

Suavemente me levanté con el té y fuí hacia el ventanal que se extiende detrás del escritorio del señor Fai. La ciudad siempre se veía preciosa al atardecer pero últimamente los atardeceres estaban cada vez más bonitos. Las estelas de luces recorriendo la autopista creaban caminos de luces tan fascinantes que podía imaginarlo todo en un cuadro. Por el reflejo de la ventana descubrí a Elio observando la ciudad.

– Estar a tanta altura es como convivir con grandes edificios, no hay personas, no hay palabras, sólo silencio y quietud.– Podía verlo trazar líneas suaves sobre el papel como si fuera lo más fácil del mundo.

– A veces se necesita a alguien más.– Dije vagamente mientras volvía al sofá. Hablar de cosas que no eran del trabajo con Elio parecía surreal. Cambió de lápiz mientras buscaba las otras reglas.

– A veces te puedes hartar de la gente, Celine.– Ahí estaba otra vez, otra vez mi nombre bailaba en su voz. Podía verlo observando a través del ventanal que parecía un espejo al iluminarse por las lámpara de la mesa donde estaba él.

– Puede ser.– Suspiré suavemente

– Debería ser ilegal que la gente afecte tu vida– Gruño molesto mientras borraba una línea mal trazada. Ahí estaba, ese era mi jefe, el malhumorado Fai.

– Pero no lo es, señor Fai– Su espalda se puso rígida y se giró hacia mi.– Volveré a casa, ya me siento mejor.– Aclaré. Ordené algunas cosas fuera de lugar en su escritorio, tomé las tazas de té que había en la mesita y caminé a la puerta. Elio salió a mi encuentro, bloqueandome el paso en el medio de mi escapada.

– No voy a dejar que vuelvas en un taxi sola, Celine– La diferencia de altura me obligó a levantar un poco mi cabeza para poder mirarlo. La mirada de fuego había vuelto y sabía que la batalla estaba perdida.

– Está bien, señor Fai– Había batallas que prefería no pelearlas.

Abrió la puerta de su estudio para mi, me dirigí automáticamente a la cocina para dejar todo. Busqué mis cosas en el pequeño escritorio que ocupaba cada mañana. En la mesa había una pila de papeles con una considerable altura, en la parte superior había una pequeña notita que decía "Mayer", en una caligrafía sumamente conocida. Podía asegurar que ese hubiera sido mi trabajo del día. Metí todas las hojas en una carpeta bajo su atenta mirada.

– Ese no es trabajo tuyo, Lacroix.– Podía sentir su enojo en el tono de su voz, tomó la carpeta bufando, rápidamente la saqué de sus manos y la pegué a mi pecho.

– No voy a recargar a Davinna, señor Fai. Ese era mi trabajo– Me observó impaciente. Casi pude predecir su intento de volver a arrebatarme la carpeta.– Suficiente, Elio– El enojo era notable en mi tono de voz y suponía que haber usado su nombre iba a poner una pausa en ese tira y afloje.

– Deja de ser una niña, Celine– Abrí mi boca indignada.– Mayer puede hacerlo mañana, ha sido mi culpa que estés enferma. No te recargaré con más trabajo mientras estés así–.

Tomé la carpeta con ambas manos y la estampé en su pecho, acercándome más de lo que debía, pero el dolor de cabeza estaba a un paso de volver a asaltarme y estaba cansada de este juego, quería descansar y seguir como siempre, apenas hablando en la oficina y odiándonos mentalmente. Estaba cansada y enojada, a partes iguales, porque estaba engripada por su capricho.

– Si no va a dejarme hacer mi trabajo, hagalo usted. Davinna no tiene que sufrir su capricho también, señor Fai.– Sostuvo la carpeta contra su pecho cuando retiré mis manos rápidamente. Ajusté la correa del bolso en mi hombro y caminé al ascensor apresuradamente. Ya presentía el telegrama de despido en mi buzón a primera hora de la mañana.  

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