V

El gran salón de baile estaba atestado de invitados.

Las damas en sus pomposos vestidos giraban en suaves círculos, rozando con la falda de tul y seda los mocasines de los caballeros.

Del techo un imponente candelabro araña de plata con filigrana bañada en oro colgaba, con una sarta de delicados cristales de cuarzo transparente en forma geométrica. Había sido un regalo del rey como enhorabuena al compromiso de su hermano.

Era más como un adorno, simplemente estaba ahí para que su belleza fuese admirada.

La verdadera iluminación se ubicaba en los pares de candelabros que posaban en la pared tapizada, distribuidos por toda la habitación color crema.

Uno de los laterales del salón consistía en un minucioso trabajo de herrería donde aseguraron la cristalería dispareja al hierro forjado y prolijo, flanqueado por cortinas imperiales de tela bordó. Su madre había elegido esta habitación –teniendo en cuenta la dimensión,  también– precisamente por la vista, daba directo a los jardines de crisantemos que despertaron la fascinación del resto a primera vista; eran una novedad recién introducidos desde Francia que solo cuatro apellidos en toda Inglaterra obtuvieron el placer de poseer. Y en el centro, la magnífica glorieta con piso de mármol y madera blanca; útil para beber el té y otros encuentros.

Las flores se mecieron con gracia por obra de alguna brisa, y Jungkook deseó atraer un poco de ella hacia el espacio cerrado.

Hacía un calor de los mil demonios.

El pelinegro fastidiado llevó una mano al cuello de su casaca –que se ajustaba a su piel como un molesto collar para sabuesos– e intentó hacerlo un poco más holgado. No funcionó, la tela era gruesa y áspera.

Y ya fuere por el calor o no, pero su mal humor solo empeoraba a medida que la noche avanzaba.

Se había recluido a una esquina del salón, apoyado entre el ventanal de cristal y una capa de la cortina que le hacía pasar desapercibido.

Las damas con su lunar pintado en la mejilla que mostraban sonrisas ensayadas, los hombres que aprovechan cualquier mínima oportunidad presente para hacer conexiones de negocios con su padre o él, y presentarle alguna descendiente solterona. Todos querían del apellido Jeon aunque sea un roce, una ínfima parte de su poder y su estatus ante la corona.

Su familia fue tan privilegiada que incluso a los asistentes al baile, se les otorgó un permiso especial para exonerarlos del toque de queda por esta noche.

Entre las parejas que danzaban un vals divisó a Félix con Tiffany, mientras que la madre de la chica se atragantaba con disimulo un eclair del banquete. Pero los tórtolos estaban en su mundo perlado.

Bueno, al menos alguien estaba disfrutando hoy.

Él había crecido en este ambiente, rodeado de todo lo opulento y lo bueno y  malo que eso traía consigo.

Cualquiera pensaría que estaba acostumbrado pero no era así, la única razón por la que sobrellevaba esta parte de sus responsabilidades era Taehyung.

Su amigo siempre había estado aquí, nunca se perdió un baile, un festejo. La mejor parte siempre fue cuando, pasada la medianoche en su habitación, acallaban sus gemidos en la boca del otro para evitar ser atrapados. Ese golpe de  adrenalina era toda la emoción que Jungkook necesitó pasados los aburridos eventos.

No obstante, él no esperó que Taehyung apareciera hoy. No cuando la ceremonia póstuma de sus progenitores había sido tan reciente.

De hecho, había intercambiado duras palabras con su padre por negarse a la postergación de este evento. Y todavía estaba enojado; una festividad de tal magnitud se le hacía desconsiderado a la memoria de los Kim, por decir lo menos.

En otras circunstancias las habladurías mal intencionadas no faltarían ante un actuar tan mal visto, pero como se trató de los acaudalados Duques, nadie dijo una palabra.

Con un bufido se giró de cuerpo completo hacia el cristal, donde se recostó. Y descansó la vista en el paisaje nocturno, seguía tan perdido en su anhelo de un poco de aire fresco hasta que divisó una sombra moverse entre las columnas del pasillo lateral cruzando el jardín.

No una sombra, una persona.

Jungkook frunció el ceño, esa área estaba prohibida para los invitados se suponía.

Apoyó ambas palmas en el cristal, bloqueando la luz del salón para ayudar a sus ojos a captar la silueta que se deslizaba en la zona no iluminada.

Cuando lo hizo, su corazón aumentó de latidos.

¿Podría ser Taehyung?

Los guardias de la mansión lo conocían lo suficiente como para dejarlo vagar libremente por los alrededores.

Con una agilidad medida para no atraer vistas inoportunas, sus pasos se apartaron del cristal ahora empañado.


Luego de aquel encuentro con Bogum en ese sucio callejón, no le había vuelto a ver más. Así que supuso que en verdad se había marchado.

¿A dónde? Solo él sabía.

Pero esperaba fuese muy lejos.

Taehyung había tenido dificultades en este nuevo cuerpo. Se sentía como si estuviera experimentando las normas básicas de la vida otra vez; comer, correr, saltar. Salvo que sin la parte de respirar ya que no había una vida como tal.

Aprender todo por su cuenta, sin un guía que lo ayudase, fue un desafío complicado que sus encías recuerdan muy bien.

Controlar su fuerza para no quebrar un tronco al apoyarse, atenuar o acelerar la velocidad en sus piernas a conveniencia, así como enfocarse directamente en qué planos y ángulos su visión podía centrarse fueron retos mínimos. Nada se comparó con sus colmillos.

Retraerlos y alargarlos por voluntad le llevó un tiempo.

La siguiente parte fue cazar, un cervatillo despistado fue lo que se cruzó en su camino. Con repulsión hacia su propio ser, había girado el pescuezo del animal antes de encajar sus dientes el cuello recubierto por pelaje. Evitarle un sufrimiento innecesario era lo mínimo que podría hacer por la desafortunada criatura.

Y supo que tomó la decisión correcta apenas probó la primera gota de sangre en su lengua. Se aferró al cuello como un caníbal, dejó que la euforia de sentir el hambre por fin mermando lo invadiera. Sintió sus venas expandirse para recibir el líquido, con la avidez de un hombre que no ha conocido el agua ni comido en años.

Con esa fuerza, lo drenó, todo lo que estuvo a su alcance. Hasta que solo quedó entre sus palmas una mezcla grotesca de pelos densos, huesos y la carne ensangrentada y destrozada.

Taehyung no se esperó que le gustara tanto.

Con el paso de los días fue aprendiendo más cosas.

Por ejemplo, el olor del ajo era intolerable, sus ojos se volvían rojos cuando comía o experimentaba emociones intensas, lo mismo pasaba con sus dientes y uñas que aumentaban de tamaño; fuera de eso, podía controlarlos para dar un aspecto normal.

Y por último y la más importante, sus pupilas podían expandirse y contraerse doblegando la voluntad de un individuo, si lo miraba fijo a los ojos.

Compulsión, era su nombre.

Fue lo mismo que hizo Bogum con él, recordó no sin el disgusto saliendo a flote.

Y muy a su pesar debía admitir lo comprendía, la sangre humana era mucho más dulce que la animal. Más embriagante.

Taehyung había elegido a una persona al azar, cuyo rostro ni recuerda, en una calle despoblada en una noche solitaria. Un alma en pena que había burlado el toque de queda.

Y tomó la decisión por la misma razón que impulsa a todas las malas decisiones: curiosidad.

Pero era magnética, casi onírica. Si la anhelada iluminación a la que aspiraban los cristianos tuviese un sabor, sin duda sería este.

Tuvo que darle crédito a Bogum por beber lo justo, al menos.

Era más difícil de lo que pensó, abandonar una vena tierna que aún latía con vigor.

Y con cada llama de vida que apagaba, su humanidad se iba marchitando un poco más.

Se había convertido en un ermitaño de la oscuridad, cazaba a sus presas de madrugada y regresaba al ático en el deteriorado granero en espera del amanecer. Aveces traía alguna de ellas consigo para finalizar su cena sin prisa y con calma. Se atascó en esa rutina por tres días.

Y ni siquiera podía matar el tiempo en dormir, por lo que tenía espacio de sobra para su mente trabajar al libre albeldrío.

Pensar en lo que Bogum dijo fue instantáneo. En ese entonces estaba tan enojado que solo quería estrellar un puño en su cara, sin embargo lo que el imbécil había contado era cierto.

Los anuncios en papel manchado y tinta negra corrida ya comenzaban a pegarse por toda la ciudad.

Si no se marchaba de aquí en cuatro días, estaría perdido.

Observó con impotencia el paisaje verde del día, y testarudo alargó una mano que mudo retiró cuando el olor a carne quemada se hizo presente.

Extrañaba el sol, el aroma de las flores con el rocío mañanero, y Jungkook.

No había un instante en que no deseara un abrazo suyo, con esa contención que solo él podía otorgarle. Nunca había pasado tanto tiempo privado de su presencia.

La sangre era una necesidad visceral, Jungkook lo era emocional. Ambas igual de vitales y poderosas, descubrió.

Tal vez fue sobrepensar demasiado, o tal vez su cerebro nunca se recuperó del disparo porque justo ahora se encontraba haciendo una locura.

Había burlado la seguridad de la residencia Jeon y acercado lo suficiente como para poder percibir los invitados en el salón de baile.

Una sonrisa genuina se dibujó en el rostro cuando lo vio, con su cuerpo recostado al cristal.

Estaba con el ceño profusamente fruncido y los labios apretados en una mueca que hizo reír al castaño.

Su amigo probablemente estaba lamentando que su compañero de crimen haya faltado esta noche.

El júbilo se reemplazó por nostalgia.

"Lo siento, Kook" le susurró a la imagen a lejana. "No puedo permitir que me veas así. Todavía no"

Como si el viento hubiese efectuado de mensajero directo hacia el oído humano del pelinegro, su amigo observó en su dirección.

Taehyung se convirtió en un borrón, oculto tras la circunferencia marmoleada de una columna.

A esta distancia era imposible que sus ojos comunes distinguieran un rostro específico, pero no quería arriesgarse a llamar su atención.

Se conformaba con verlo desde la distancia, a pesar de que quería tan mal besarlo, treparlo como un árbol y drogarse de su aroma.

A pesar de su inmediato escondite, Jungkook ya se estaba moviendo por el salón con la intención de perseguir la figura que divisó en medio de la oscura noche.

Ese tonto... No tenía ni un solo hueso cobarde en su cuerpo.

Taehyung realmente debería irse antes de que bajara.

Jungkook ya estaba por llegar a la puerta  cuando su madre lo asaltó junto a dos damas. Una de ellas tenía tantas arrugas en el rostro que fácilmente podría ser abuela de la joven; una chica bella –admitió a regañadientes–, tenía el cabello rojizo brillante en un recogido pomposo con algunos crespos que tocaban su piel como la nata blanca. La parte de arriba de su vestido rosa palo se ceñía a su delgada silueta como un guante, en un diseño atrevido que mostraba la curva de su cuello, las clavículas y sus hombros; un conjunto escandaloso que solo favorecía a las prostitutas más ofrecidas de las cantinas.

Pero evidentemente se trataba de una joven de alta cuna, una con la que los Jeon parecían tener planes para su amigo.

Sin embargo su rostro, tan delicado y salpicado de puntos marrones, no le resultaba familiar. Y Taehyung podía decir con certeza absoluta que conocía a todas y cada una de las más poderosas familias de Inglaterra. Mérito por el que trabajaron sus difuntos padres.

No, la chica debía ser una extranjera.

La señora Jeon siguió parloteando algo que no pudo escuchar muy bien por el maldito sonido del violonchelo y las otras voces mezcladas.

Entonces el mayor besó la mano de la dama más joven, como tradicionalmente se hacía en saludo. La chica tuvo la audacia de sonrojarse y reír tras su abanico extendido. Entonces tocó el pecho de Jeon.

Ella en realidad había tocado el pecho de Jungkook.

Y Taehyung acababa de notar que a sus nuevos cambios como neófito se le añadió la posesividad, al parecer.

Quería tanto rebanar esa mano.

Era obvio que a la mujer le gustaba lo que veía, Jungkook tenía ese efecto. Lo sabía bien Taehyung, que llevaba cada día que su memoria puede albergar admirando su rostro y nunca se cansaba de verlo.

Y era sórdido, porque nunca había pensado en Jungkook como suyo.

Siempre supo que sería desplazado por una mujer algún día, y nunca protestó en voz alta. Hasta ahora.

La forastera se apegó aún más cuando él amablemente rechazó su tacto.

Kim elevó una comisura del labio por su descaro.

Sería tan fácil tomar su cuello de cisne y partirlo como un carboncillo, que la idea comenzaba a tentarlo.

Lo mejor sería que se marchase ahora por donde mismo vino –saltar los muros que rodeaban el jardín nunca fue más fácil– antes de que cometiera una locura.

Una mayor que el hecho de albergar sentimientos románticos por su mejor amigo.

Confieso que estoy de bajón.

Hace una semana recibí a unos familiares del extranjero que no veía hace cinco años y justo ayer los despedí. Estos momentos post despedidas siempre me dejan un vacío inmenso aún cuando ya debería estar acostumbrada. En especial por mi primo a quien soy bastante cercana, así que tengo un mental breakdown horrible que probablemente dure mucho.

En fin, espero que les haya gustado el capítulo. Solo quedan dos (o tres más, ni idea xd) y puedo dar por concluido este mini fic.

Un beso grande, gente bonita. Espero tengan un día brillante hoy
(⁠✿⁠^⁠‿⁠^⁠)

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