Prologue

Pobre, pobre alma abatida y desesperada y profundamente contristada. Atado a lo que él llamaba su pequeña maldición. Él se odiaba profundamente a sí mismo. Él odiaba lo que era, quería morir, pero simplemente no podía. O, quizá si podía. Lo había pensado muchas veces, él sabía que si cometía el más pequeño error, vendrían por él y no volvería a ver jamás la luz del día. Él sabía que podría acabar con su tormento si la guardia lo buscaba y le
asesinaba por dar a conocer quien era en realidad. Pero ¿qué paso? Pues, Él se dio cuenta de que morir no era la solución a sus problemas, eso seria solamente huir cobardemente de ellos. Y no es que no tuviera el amor de su familia, sino que le dolía tener que vivir escondido junto con ella.

Él odiaba eso y quería escapar, quería empezar de nuevo. Y así lo hizo, se propuso cambiar, no quería causar dolor a su familia si moría, así que decidió luchar y tratar de ser feliz a pesar de ser la bestia que lleva por dentro. Ese día caminó por la calle, El Vientiane chocó contra su rostro, levantó la mirada y fue entonces que lo vio, aquel chico de mejillas rosadas y labios tan rojos como una frutilla, su olor y su apariencia le llamaban. El otro chico ni siquiera se percató de su presencia, paso de largo y cruzo la calle.

Él chico de mejillas rosadas tenía sus propios problemas, aun no podía creer que a su corta edad el ya estuviera viviendo solo por culpa de su orgullo. Y es que el odiaba las decisiones que había tomado su familia, él también quería escapar de la realidad, y quizá lo lograría. Él lo había dejado todo atrás, hasta lo que mas amaba, y se había convertido en un robot diseñado para estudiar, dormir y de vez en cuando divertirse.
Él ya no quería saber nada del amor, nunca lo había sentido, su corazón ya no se aceleraba y ya no quería seguir.

Ambos sufrían por cuestiones diferentes, pero ambos tenían algo en común. Ambos querían ser libres. Ambos quería amar y ser amados. Pero uno tenía miedo de amar, y el otro no sabía como hacerlo. En algún momento tendrían que encontrarse, sus caminos entrelazados les enseñarían el camino del amor, vestido de un rojo color frutilla y dulce como un delicioso lollipop.

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