CAPÍTULO DIECISÉIS

"Deberías faltar hoy, no te ves muy bien".

La voz de JaeBeom resuena en mi cabeza como un molesto recordatorio de que me he enfermado, algo especialmente innecesario ya que el dolor de cabeza que me cargo es lo suficientemente fuerte como para hacerme desear no volver a olvidarme de revisar el clima antes de salir de casa. Ha sido un absurdo descuido de mi parte que me está pasando factura ahora y, mientras intento ignorar la perfecta recreación que ha hecho mi cerebro con respecto a su voz, termino de atender a la clienta frente a mí con una amigable sonrisa que es correspondida de forma inmediata. La observo abandonar la tienda en silencio entretanto mis manos se aferran al mesón cuando un suave mareo me sacude.

«Ya casi termina el turno, aguanta un poco más y serás libreMe animo a mí misma de forma mental, mordiendo mi labio inferior para evitar que mis dientes castañeen cuando uno de esos tantos escalofríos, que me han atacado durante la tarde, me recorre la espina dorsal.

Con mi lengua humedezco mis labios resecos y de forma perezosa me apoyo en el mostrar, sintiéndome lo suficientemente agotada como para querer recostarme en el piso con tal de que eso signifique no hacer ningún tipo de esfuerzo. Una punzada de dolor me atraviesa la sien derecha y me permito cerrar los ojos por unos segundos, entretanto mi mano derecha se dedica a acariciar la zona con la patética esperanza de que aquella simple acción, logre menguar de alguna manera el dolor que me aqueja desde hace ya un buen rato.

Las pastillas no han sido suficiente para combatir los severos síntomas del refriado que he desarrollado y eso, solo me dice que mi sistema inmunológico es un detalle por el que debería preocuparme más. ¿Cómo puedo ser tan débil?

— Ya vete.

La firme voz de JinYoung me hace abrir los parpados lo más rápido que estos me lo permiten. Mi cabeza se gira para encontrarse con el muchacho de aspecto impecable que me observa con una expresión seria a menos de un metro de distancia.

— ¿Qué? — mi voz sale un poco más fuerte que un susurro, lo cual es suficiente para que él la oiga con la claridad que necesita.

— Vete ya a casa, Bomi. Tienes cara de que en cualquier momento te mueres y eso no es una imagen agradable que queramos darle a nuestra clientela — suelta y, a pesar de que intenta sonar indiferente, su mirada es todo lo contrario. Se nota que está preocupado por mí, y saber eso me hace preguntarme qué tan mal debo verme como para que se comporte de esa manera.

— Pero...

— No estás en lugar para objetar. Soy tu mayor y te digo que puedes irte — Palmea mi hombro con delicadeza, como si temiera que cualquier acción más potente pudiera hacerme trizas. — Solo queda una hora y SooYeon, JiSung y yo podemos encargarnos perfectamente de todo. Ve a descansar.

Abro la boca para decir algo más, pero la animada voz de JiSung se abre paso en la conversación antes de que pueda soltar palabra alguna.

— Ya lárgate, mujer. Que tu fea cara espanta a los clientes.

Sonrío por su juguetón comentario y como no me siento bien como para discutir infantilmente con él al igual que siempre, simplemente despeino el cabello de JiSung de camino a los camerinos en busca de mis pertenencias, ganándome un par de quejidos de su parte.

— Noona, ¿no crees que es mejor que llames a alguien para que venga por ti? — pregunta el castaño con expresión preocupada cuando me ve nuevamente. — Podrías llamar a tu novio o...

Por un momento, la idea que me ha dado JiSung es más que atractiva para ser ejecutada, porque entre viajar en la locomoción pública a que mi ex novio — y ahora amigo — me lleve en su auto, es algo más que tentador, pero tan pronto como la idea surge al igual que las ganas, termino arrugando los labios y negando afligida.

No puedo hacerlo.

No porque no crea que Mark acudirá a mi rescate, sino que más bien porque no puedo dejar que Mark vea a JaeBeom. Sé que en mis condiciones no se conformará con dejarme en la puerta del edificio — porque así es él — y aquello es arriesgado, porque no tengo manera de advertirle a Im que alguien más irá conmigo al departamento para que se esconda y así evitar un incómodo encuentro entre ambos.

— No, no puedo hacerlo. Ya no tengo novio.

Los ojos de JiSung se abren de manera desmesurada y su expresión me pide a gritos que lo perdone por sacar a la luz un tema que se podría considerar como delicado, lo cual es todo lo contrario en mi situación.

— ¡Mierda! ¡Lo lamento mucho, noona!

— No te preocupes por eso — Fuerzo a mis labios a dibujar una suave sonrisa para tranquilizarlo y le doy un ligero apretón a su hombro. — Ahora me voy. Adiós.

— Adiós, Noona. Que llegues bien a casa.

Asiento y cuando paso junto a JinYoung en mi camino a la puerta de la tienda, me despido de él y le agradezco por segunda vez el detalle que ha tenido conmigo de dejarme salir un par de minutos antes.

— Solo cuídate. Llama mañana si no puedes venir — me ordena y yo suelto un monosílabo afirmativo.

Para cuando llego a casa, me siento completamente agotada y tengo unas nauseas horribles. El viaje de vuelta a casa jamás me ha parecido tan largo e incómodo como ahora, y mientras mis manos luchan contra la cerradura de la puerta y mi cabeza martillea como queja por cada movimiento ligeramente brusco que hago, mi cuerpo tiembla a causa de un frío que ya no puedo reconocer si es causado por la temperatura ambiental en general o es parte de los desagradables síntomas que se han encargado de consumirme.

Ingreso al departamento y para quitarme los zapatos me siento en la entrada, porque inclinar mi cuerpo en un ángulo muy drástico es sinónimo de un agudo dolor que me atraviesa de sien a sien.

— ¡Hey, Bomi! — La voz animada de JaeBeom me llama desde un extremo de la estancia, pero no me giro a verlo porque en lo único que puedo pensar entretanto me desahogo de mi calzado, es en tirarme en la cama y dormir hasta que me sienta mejor.

Parpadeo un par de veces, intentado así que la bruma que se ha instalado en mi visión desaparezca y que, con ello, la sensación de irrealidad que me ha invadido también se largue. Termino de quitar mi zapato izquierdo con ayuda de unas manos ajenas, que tan pronto se deshacen del calzado se dirigen a mi rostro. Me sostiene por las mejillas con cuidado, obligándome a ver su rostro que ha sido empapado por una capa de angustia que en otro instante me haría sentir culpable.

— Dios, estás pálida y ardiendo en fiebre — bisbisea. — Ven, tienes que recostarte.

Intento hacer lo que me indica, pero las piernas me fallan y vuelvo a caer al piso patéticamente a los segundos. Percibo su firme agarre en mi brazo izquierdo y quiero decirle que puedo hacerlo, que solo necesito que me dé un tiempo fuera para recobrar el aliento perdido a causa del viaje, pero no soy capaz porque estoy tan agotada que ni siquiera puedo empujar esas simples palabras por mi garganta, aunque sea como un débil susurro que no estoy segura de que JaeBeom consiga escuchar correctamente.

Lo intento nuevamente, empujándome con mi brazo derecho y no lo consigo.

— Esto no está funcionando — declara, acercándose más.

El mundo me da vueltas y apenas se me es posible darme cuenta de que los brazos de Im me están rodeando para levantarme. Inspiro profundamente una última vez, dejando caer mi cabeza sin energías en su pecho, y batallo unos momentos contra mis parpados que, finalmente, consiguen cerrarse sin mi consentimiento. La oscuridad me envuelve de inmediato y todo el mundo real queda atrás quién sabe por cuánto tiempo.

Unas horribles náuseas son las que me despiertan de mi letargo y logran sacarme de un salto de la cama. La habitación está tenuemente iluminada por la lámpara junto a mi cama y, gracias a ello, puedo salir de una carrera al baño sin otras complicaciones que las de retener lo más posible mi última comida dentro de mí hasta llegar a mi destino y no crear un gran desastre en el pasillo.

Me dejo caer al piso con una brutalidad causada por mi apuro, y abro la tapa justo a tiempo para dejar caer hasta mi alma al interior del inodoro con unos sonidos muy pocos llamativos. Mi estómago se retuerce de forma dolorosa dentro de mí, la garganta me arde gracias a los jugos gástricos y mis ojos lloran debido a las arcadas que continúan sacudiendo mi anatomía sin piedad, aun después de que ya no queda nada más que sacar de mi interior.

— ¡Hey! ¡Hey! Ya está bien. Intenta calmarte y respirar profundo. Si sigues así, terminaras tirando ahí dentro tus intestinos — bromea JaeBeom, arrodillándose junto a mí y ayudándome a quitar mi cabello de mi rostro, el cual se ha terminado adhiriendo debido a la capa de sudor que me baña.

Hago lo que me índica, guardándome el comentario de que ya sé que debo calmarme y dejando que una de sus manos recorra libremente mi espalda en una señal silenciosa de consuelo y apoyo. Es obvio que por la conmoción ni siquiera he escuchado sus pasos yendo tras de mí en mi viaje de emergencia, detalle que por claras razones me traía sin cuidado en su momento.

Me sonríe de forma dulce cuando consigo recomponerme de lo sucedido y me observa por unos segundos en silencio, esperando paciente a que yo haga el primer movimiento que dicte lo que seguirá a continuación.

— ¿Mejor?

— S- sí... — murmuro sin energías, con un brazo apoyado en la taza. Bajo la tapa del W.C. en un ruido sordo y tiro a la cadena, dando punto final a la situación.

Me ayuda a ponerme de pie, con el mismo cuidado que alguien emplearía con un bebé que recién está aprendiendo a caminar, y me acompaña al lavamanos para que pueda limpiar mi boca de aquel desagradable sabor que la ha contaminado. Paso saliva deseando que esa repulsiva y conocida sensación que tengo en la garganta desaparezca pronto, porque es muy molesta, y mientras tomo mi cepillo para lavar mis dientes como es debido, me digo a mí misma que vomitar es algo normal; todo el mundo lo hace a pesar de que no sea algo particularmente agradable y está bien, pero pensar en ello no es suficiente para que la vergüenza que ha florecido en mí, por ser vista en este momento de debilidad por JaeBeom, se disipe o sea menor.

— Vamos, necesitas recostarte.

Asiento y me dejo ser.

Me acomodo en la cama nuevamente y él me tapa con cuidado, sacándome una sonrisa por su comportamiento tan atento y cariñoso que, sinceramente, no me esperaba ver.

— Te preparé un poco de sopa hace un rato. Te traeré para que comas.

— No tengo hambre — me quejo, sosteniendo su muñeca y evitando así que se vaya a la cocina a por ella.

— Tienes que comer.

— Acabo de vomitar — le recuerdo con el entrecejo fruncido con desagrado.

— Y es por eso que deberías tomar líquidos para que no te deshidrates — dice, sentándose en la orilla de la cama. — ¿Aún te molesta la cabeza?

— Solo un poco, casi nada... — me sincero, con mi espalda acomodada sobre las almohadas y percatándome que llevo mi pijama sobre mi ropa interior. — ¿Qué ha pasado con mi ropa?

— Se te cayó sola cuando te traía inconsciente a tu cama y como creí que eso te asustaría, decidí que era buena idea ponerte tu pijama— mintió con facilidad, sonriendo de lado.

Golpeo su muslo de una manera patética y sonrío divertida por su pésima respuesta.

— Que chistoso... — bisbiseo, virando la vista y fijándome en mí entorno. Las cortinas están cerradas y el reloj en mi mesa de noche marca las doce y media de la noche. — Es muy tarde.

— Sí, lo es... No debiste haber ido a trabajar hoy — me regaña, con su gatuna mirada fija en mi rosto y sus orejas gachas. — Estabas hirviendo en fiebre cuando llegaste.

— Lamento haberte preocupado — digo con sinceridad, jugueteando con las tapas que me cubren.

— Solo no vuelvas a hacerlo — pide en un suspiro pesado. — ¿Segura que no quieres comer nada?

— Segura. Ahora solo quiero dormir.

— Muy bien — Se levanta. — Me iré a recostar al sillón para que puedas descansar — Las comisuras de sus labios se elevan y dejan admirar su perfecta dentadura.

— ¿Por qué haces esto?

— ¿Hacer qué?

— Esto — Muevo mi mano como si eso le fuera a dejar en claro acerca de qué es lo que hablo. — Fingir que duermes en el sofá como te dije que hicieras cuando no lo haces — La sorpresa cruza por su expresión, pero rápidamente se ocupa de camuflarla con una mueca de confusión que no me creo en lo más mínimo. — Sé que duermes todas las noches aquí, con tu forma de gato para que se me sea más difícil percibir el peso de tu cuerpo, y que te vas antes de que mi alarma suene para que yo no te diga nada.

Sus ojos rehúyen de los míos con timidez al verse atrapado, causándome ternura y jocosidad a la vez.

— ¿Desde hace cuánto sabes eso?

— Hace un par de semanas. Una noche desperté y te vi durmiendo a los pies de mi cama — Alzo los hombros con ligereza.

— ¿Por qué no me dijiste nada?

— ¿Hubiera servido de algo?

— Tal vez.

— ¿Por qué no has dormido en el sillón? — le interrogo, sentándome en la cama y admirándolo con suma curiosidad y expectación.

Se deja caer al borde de la cama con una expresión de derrota y, tomándose su tiempo, me contesta en un flojo murmullo que apenas y sí, se me es posible de oír a pesar del profundo silencio que inunda la instancia.

— No me gusta dormir solo.

— ¿Por qué?

— ¿Tiene que haber una razón para eso?

— Teniendo en cuenta que me encuentro hablando con un chico mitad gato... diré que no, pero algo en tu mirada me dice que sí la hay — digo con suavidad, palmeando el lugar junto a mí para que se siente e intentando que la sonrisa en mis labios le quite la incomodidad que le pudo provocar mi anterior pregunta.

Lo veo dudar unos segundos y la forma en la que su cola se mueve con lentitud, consigue distraerme por una fracción de segundo. Finalmente gatea hacía el lugar indicado, aceptando en silencio mi invitación y acomodándose sobre los cojines que le comparto.

Nos recostamos en la cama — yo bajo las mantas y él sobre ellas —, y mantenemos una cómoda distancia que vuelve la situación más íntima y confidencial. Su mirada se encuentra con la mía, sus ojos se ven más oscuros que de costumbre gracias a la poca iluminación y, desde esta distancia, puedo darme cuenta cuánto le ha crecido la barba en estos días en los que no se ha preocupado por afeitarse.

— Desde que sucedió esto de la maldición, no he podido dejar de tener pesadillas. Es fatigoso en muchos sentidos — aclara, jugando a deslizar las yemas de sus dedos por el borde de las sábanas. — El día en que aparecí durmiendo en tu cama solo para fastidiarte, fue el día en que me percaté que la idea de despertar y ver a alguien más junto a mí me... Reconforta — dice, tras pensar un poco en la palabra adecuada que pudiera definir sus sentimientos. — Las pesadillas continúan, pero cuando vuelvo a dormirme después de tener una, sabiendo que hay alguien más conmigo, soy capaz de relajarme. Me hace sentir seguro el saber que... ya no estoy solo.

— Wow, eso está muy feo...

— Sí, no negaré que también me he llevado un par de sustos al despertar y ver tu fea cara, pero bueno, es lo que se tiene y no... ¡AY! ¡Creí que estabas enferma! — se queja en una exclamación más aguda de lo normal cuando entierro mis dedos en sus costillas.

— Ya me siento algo mejor — me excuso. — Oye.

— ¿Sí?

— ¿Cómo fue que terminaste maldito? — interrogo, queriendo saciar mi constante curiosidad y responder la pregunta que me ha mantenido derritiéndome los sesos en más de una ocasión.

— No quiero hablar de eso ahora — Tensa los labios. — Creo que ya es suficiente por hoy. Mejor duérmete que todavía no recuperas todo tu color — Su mano se posa en mi cara y con sus dedos obliga a mis parpados a cerrarse.

Quito su extremidad con una queja escapando de mis labios y vuelvo a abrir mis ojos, encontrándome con sus oscuros orbes.

— ¿Algún día me lo contarás?

— Puede ser.

— Vamos. No seas así — Lo empujo por el hombro y él sonríe, volviendo a la normalidad de inmediato y con la mitad de su cara estampada en la almohada.

— Lo haré. Pero ahora no.

— Promételo.

— Lo prometo — cede y alza una ceja con incredulidad al ver cómo le estiro mi dedo meñique para que lo entrelace con el suyo. — ¿Es en serio?

— Sí, amigo. Muy enserio. Hazlo, vamos — lo presiono, logrando que una risa ligera y nasal se le escape.

— No lo puedo creer... — murmura, enredando su pequeño dedo con el mío y tocando la yema de mi dedo pulgar con la suya. — Prometo que te lo contaré. No sé cuándo ni dónde, pero lo haré.

— Dices dónde como si pudieras irte a algún lado.

— No arruines esto, por favor.

— Okey, me callo — Asiento, deshaciendo nuestro contacto y sintiéndome satisfecha. JaeBeom se recuesta de espalda en la cama, con sus manos cruzadas sobre su estómago y la mirada perdida en el techo de la habitación. — Oye.

— ¿Hum?

— ¿Puedo tocar tus orejas?

— No.

— Por favor.

— No.

— Please.

— Que cambies el idioma con que me lo pides no hace ninguna diferencia.

— Si te lo pido en latín, ¿cambiarás de opinión?

— ¿Sabes suplicar en latín? — pregunta, girándose a verme.

Me encojo de hombros.

— Averígualo.

— Okey, está bien — acepta y me ve expectante.

Deformem.

Sus cejas se juntan y niega.

— Así no se dice.

— ¿Sabes latín?

— No.

— Entonces, ¿cómo sabes que así no se dice?

Arruga los labios y asiente.

Touché. Esto no ha sido una muy buena idea de mi parte — Suspira.

— ¿Puedo?

— Sí. Hazlo, pero ni se te ocurra tirarlas.

— No soy tonta.

— Solo me estoy asegurando. A mí será a quien le duela cuando tires de ella.

Le sonrío, de acuerdo con él, y mi mano derecha se estira hasta alcanzar una de sus orejas. Las yemas de mis dedos índice y pulgar comienzan a acariciar su extraña extremidad con ternura y, de repente, escucho un peculiar sonido viniendo desde lo profundo de su garganta que hace que las comisuras de mis labios se eleven. Está ronroneando.

— Oh, Dios, jamás creí que te oiría hacer eso — admito asombrada.

— Soy mitad gato, ¿qué diablos esperabas? — gruña, con las mejillas algo ruborizadas pero sin hacer ademan de querer alejarse de mi tacto.

— Sí, tienes razón... — susurro, acomodándome en la almohada y divirtiéndome con su cabello y orejas hasta que el sueño se apodera de mí en su totalidad. 

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