Remy Poinsot

(Creado en Artbreeder)

Kastan no podía dormir.

La cabeza del condenado rodaba tras sus párpados cada vez que cerraba los ojos.
Se dio varias vueltas sobre las sábanas de seda que cubrían la antigua cama de su padre, hasta que decidió levantarse.
Abrió las cortinas y lo primero que saludó a sus ojos fue Stormhold. La luna bañaba de luz blanca el pico blanquecino que se perdía entre las nubes tormentosas del invierno.
Lo recorrió un estremecimiento. Era como ver un verdadero gigante dormido. Si de día daba miedo, de noche parecía un verdadero animal al acecho, enorme, monstruoso, más grande que toda la cuenca de Pravel.

¿Cómo se había sostenido el país por tantos años sin cruzar Stormhold? Era un misterio.

Antes de la crisis había existido un camino, el Cruce. Un recorrido pedregoso que se podía sobrevolar o cruzar andando, aunque a pie tomaba semanas.

Los últimos mensajeros que lo cruzaron lo habían hecho antes que su padre naciera. Antes de la masacre.

Se decía que en la montaña habitaban bestias. Criaturas enormes, monstruos, lobos gigantes, lagartos con cientos de colmillos y serpientes aladas del tamaño de un navío aéreo capaces de aplastarlos bajo la constricción de su propio cuerpo.

Los mensajeros tenían experiencia cruzando Stormhold. Se preparaban por años para subir la escarpada pared. Muchos tenían piernas y brazos enormes, debían saber enfrentarse a las bestias. Llevaban suministros, fuego enlatado, rifles de cinco puntas, hachas y picas. Los Intentores solían construir espejos que al reflejar la nieve, la luz del sol volvía semi invisibles a sus portadores.

¿La meta? Cruzar la montaña para cazar a los animales que habitaban en la planicie que había al otro lado. Muchos mensajeros regresaban semanas después con cargamentos de comida.

El país no podía arriesgarse a pasar al otro lado, más allá del Puente de Cristal, donde la planicie acababa, así que confiaban en sus mensajeros para obtener suministros cada seis meses.

Y así fue siempre, hasta el brutal incidente.
Se decía que las criaturas tenían hambre, que las bestias se habían quedado sin animales a los que comer. Entonces, bajaron al pueblo en la noche de Semöain, la festividad que marcaba el inicio de la primavera.
La tradición dictaba que todos los niños menores de siete años tenían que vestir como animales y pasearse por la ciudad repartiendo fruta y dulces para el buen augurio y que las cosechas fueran provechosas.
No obstante, cuando los niños pasaron cerca de las cavernas de Rougha, no volvieron a aparecer.
Aunque sus padres los buscaron por todos lados, los niños no aparecieron hasta que el sol centelleó sobre la cuesta de la montaña, que amaneció teñida de rojo.

Cien niños murieron masacrados esa noche, y lo peor fueron las condiciones de su descubrimiento.
Nunca pudieron reconocerlos.

Desde entonces se prohibió volver a cruzar la montaña, y el Cruce de los mensajeros, fue clausurado.

Uno de los cuerpos apareció en las cavernas de Rougha. Muchos rumores apuntaban a que los mineros de piel roja habían sacrificado a los niños para evitar que las bestias bajaran a la ciudad.
Se decía que tenían un trato.
Nunca se comprobó si fue cierto, pero aún así, fueron desterraron a Stormhold como castigo, lo que llevó a una guerra civil que casi destruyó el país.
El rey de entonces, su bisabuelo Terbias, emitió una sentencia a los sobrevivientes cuando la guerra fue ganada por sus soldados, limitando a los pieles rojas solo a la zona de las cavernas, prohibiéndoles el paso a Somersand.
Las cavernas de Rougha eran el límite del sendero del Norte, donde se desplegaban los campos de maíz y de trigo, justo donde comenzaba el camino hacia Stormhold. Los sobrevivientes se convirtieron en prisioneros de su propio territorio, obligados a trabajar en la cosecha eternamente a cambio de no volverlos a desterrar.

Nunca volvió a saberse de los demás pieles rojas cuando fueron desterrados a la montaña.

Remy provenía de Rougha, era un descendiente de aquellos sobrevivientes sentenciados a vivir al borde del país. Testigos de todas las leyendas que cobraban vida en la frontera.

Cuando Kastan tenía ocho años, en plena fiesta de la cerveza, se perdió en los campos de trigo. Todos buscaron con desesperación al príncipe y único heredero al trono, y quién lo encontró sino que Remy, que tenía trece años.

Si bien las leyendas que más abundaban en torno a Rougha hablaban de los lagartos gigantes que bajaban de vez en cuando y se ocultaban en los campos que colindaban las cavernas, la verdad era que había cosas mucho peores y tangibles que habitaban en los acueductos: ratas.

Y sí, podía parecer algo mundano, pero las ratas de Pravel medían lo mismo que un recién nacido, tenían hileras de dientes puntiagudos y una cola ponzoñosa.

Kastan se quedó atrapado en un laberinto de maíz y corrió por su vida intentando salvarse de un ejército de esas criaturas.

Fue Remy, quien, con el conocimiento del terreno y la fuerza de sus brazos, armó trampas con tal agilidad que salvó al príncipe de ser devorado.

Kastan estaba casi seguro que las bestias de las que todos hablaban podían ser esas criaturas. Las ratas habitaban en todos lados, incluso en los baños del palacio.

Fue tal el acto heroico de Remy, que el capitán de la guardia en ese entonces lo vio como potencial soldado. Essio no parecía muy convencido porque el niño era un piel roja, provenía de la zona de la masacre y sus antepasados tenían mala reputación. No obstante, Cardigan, el capitán, lo transformó en su sucesor.

Así fue como Remy pasó de ser un pobre huérfano descalzo que cuidaba las plantaciones de trigo, a uno de los mejores reclutas de la armada.
Con los años, el lazo que se estableció entre el príncipe y el soldado se fue solidificando hasta que se convirtieron en mejores amigos. Kastan inició su preparación para el trono, que nunca tomó en serio, y Remy fue educado para transformarse años después en el nuevo Capitán.

Él, Remy y Vionne eran inseparables, y fue el mismo Remy quien en una jugarreta cuando tenían dieciocho años causó un encuentro secreto entre sus amigos para que finalmente se confesaran sus sentimientos.

Remy había sido no solo su salvador, sino que el empujón que Kastan necesitó para declararse a Vionne.

Estaba seguro que si las Aristas lo respetaban, no era por su estatus de rey o de antiguo príncipe, era por sus contactos. Podía poner las manos al fuego que Yetrovitch le tenía más confianza a Remy, que a él.

Y no le importaba, porque si él no tenía pasta para gobernar, Remy le ayudaría.

Esa noche tenia una horrible sensación en la boca del estómago. La cabeza de Fenris rodaba a sus pies en sueños gritándole que todo era su culpa, y el llanto del bebé inundaba sus oídos en un eco lejano.

Odiaba esa habitación. Era oscura, siniestra, las sombras se arrinconaban en las paredes como espectros, ¿cómo era posible que su padre pudiera dormir en aquellos aposentos?

Se fregó la cara con las manos, se calzó las botas, un abrigo grueso y salió de la habitación hacia el pasillo en penumbras.

A medio camino de la tercera planta se escabulló por un pabellón exterior unido al ala oeste del palacio. El cuartel de los soldados era una edificación de ladrillos grises revestido aleatoriamente por murallas blancas y condecorado con pilares de mármol en la entrada. Ostentaba la misma elegancia que el mismo Capitolio. Los soldados no podían vivir en nada menos que en un lujo como aquel. Muchos a esa hora estaban jugando cartas o bebiendo. Cuando Kastan pasó por el costado, le hicieron breves reverencias. Ninguno estaba a gusto con él al trono, pero mientras Remy fuera el jefe, estaban obligados a respetarlo.

Honraban demasiado a su Capitán como para llevarle la contraria.

Al ingresar, fue directamente hacia la habitación de su amigo, una de las más grandes, por supuesto.
Kastan tenía la mala costumbre de no golpear la puerta, en especial si estaba estresado o cuando venía escapando de su padre buscando refugio; o, estaba ebrio.
Esa noche, abrió sin más, y un cojín le dio de lleno en la cara.

—¡Lo siento! —Exclamó con una risa apretada, cerrando la puerta de golpe.

Al cabo de unos segundos, y de varios ruidos al interior, la puerta volvió a abrirse y un joven Intentor de cabello castaño salió por ella. Se venía acomodando la camisa dentro de sus bambuchas grises, y, colgando de su cuello, habían unos anteojos parecidos a los que llevaba Ronan esa mañana.

—Majestad —balbuceó el muchacho con una inclinación torpe de cabeza, sin mirarlo.

Luego bajó las escaleras sin indiscreción. Kastan apretó la sonrisa y se asomó con cuidado por la abertura de la puerta.

—¿Ahora puedo entrar?

—Que seas el rey no te da derecho a ser impertinente —le recriminó Remy. Kastan ingresó, cerrando la puerta a su espalda.

La habitación era redonda, las ventanas estaban cubiertas por cortinas beige y la cama estaba desarmada. En el suelo estaban todos los cojines y parte de las sábanas.

—No podía dormir —le confesó.

—¿Y tenías que venir a joderme a mí? ¡Hace semanas que quería ligarme a Yerai y acabas de cagarla!

—¿A un Intentor? —Alzó la ceja apoyándose en el marco, cruzando los brazos.

Remy no lo miró. Estaba de espaldas a él, sentado al borde de la cama, con el torso descubierto mientras se colocaba sus botas.

—¿Por? ¿Tienes algún problema al respecto? —Preguntó poniéndose de pie mientras se alzaba los pantalones.

Kastan alzó las manos en paz, conteniendo las ganas de reír.

—No, no... es que como siempre dices que los Intentores novatos son charlatanes y eso... bueno, no me lo esperaba.

Remy se giró hacia él con los brazos cruzados.

—¿Qué quieres, Kastan?

—Ya te dije, no puedo dormir —dijo poniéndose serio. Recordó el sueño de la cabeza rodante y lo recorrió un escalofrío—. La cabeza de ese tipo me persigue, el llanto de ese bebé me está volviendo loco. Necesito sacar a esa mujer de la cárcel, ¿me ayudas? Quiero compensarla de alguna manera.

—No podrás hacer nada, tengo entendido que a los prisioneros se los llevaron hace algunas horas hacia Rougha.

—¿Qué? —jadeó—, ¿por qué?

—Es la sentencia de Yetrovitch —Remy carraspeó e hizo la mejor imitación del cardenal—: ¡Que se los coman las bestias, para que aprendan a apreciar que la vida bajo el puente es mejor que vivir en la montaña!

—¿Y por qué ese viejo imbécil dicta las sentencias? ¡El rey soy yo!

—¿Por qué no vas y se lo recuerdas? —ironizó—. Yetrovitch no te respeta Kas, te ve como un niño malcriado, te hace creer que tienes el control pero sabe que su voz tiene más poder que la tuya. Anda, ve a detener los carros que van a Rougha, párate ante ellos y exige asilo para los prisioneros. Que por cierto, son todos quienes se estaban manifestando frente al Capitolio esta mañana. Familias enteras que mueren de hambre —se lamentó. Caminó hasta una mesa y abrió una botella de licor llenando dos copas, le ofreció una a Kastan pero éste de repente ya no tenía ganas de nada—. Ningún guardia te hará caso porque dirán que son órdenes del cardenal.

—Ese viejo no puede pasar por encima de mí, sigo siendo el rey —reclamó angustiado—. ¿Para qué sirvo si no es para mover influencias? ¿De qué sirve tener la corona? ¡Algo de poder debe conceder!

Remy le colocó una mano en el hombro.

—Me causa gracia que ahora te preocupe el peso de tus labores cuando nunca quisiste nada con el trono —lo miró suspicaz—. ¿Qué cambió?

Kastan se soltó con furia.

—¡Que hoy maté a un inocente! ¡Eso cambió! ¡No puedo dejar que como rey ese hijo de puta me haga cometer tal atrocidad! ¡Tengo que frenarlo!

—Pues, tendrás que pensar en un buen plan —bebió el licor de golpe—. Porque Yerai me comentó que se están movilizando desde Pontia Vetra —lo miró de costado, Kastan sintió la boca seca, así que se vio obligado a beber—. Se viene una guerra civil Kas —bajó la voz y soltó un hondo suspiro—. ¿Y quién crees que la va a liderar?

Kastan se dejó arrastrar hasta el suelo, abatido y desarmado.

—Ese estropajo con bastón va a desterrarme a la montaña si no defiendo el trono —se quejó apesadumbrado—. Pontia Vetra tiene las mismas posibilidades de morir de hambre que el resto del país, ¿por qué lo apoyan?

—Porque las Aristas comandan ahí, ¿no lo has pensado? —Por el tono, Remy parecía estar diciendo algo obvio—. Ronan y Yanna viven en Pontia Vetra, Yetrovitch lo hace en su catedral, pero la Fe que promulga mueve masas. Mientras los otros dos le besen los callos, la gente confiará y tendrán esperanza. Una falsa esperanza, pero es peor a nada.

—Es que no tiene sentido. El hambre nos matará a todos tarde o temprano, no importa quién esté en el trono. No importa lo que les prometan. A no ser que ellos sepan algo que yo no.

No lo comprendía. No entendía la insistencia del cardenal por liderar un país que estaba muriendo ni el de la gente de Pontia Vetra preparándose para defender los suministros si eventualmente se quedarían sin nada.
El silencio cayó sobre ellos por un largo segundo, entonces Remy se acuclilló frente a él.

—Tiene todo el sentido —susurró mirando el suelo con los ojos muy abiertos—. Kas, ¿y si es así? Si efectivamente la momia ambulante sabe algo ¿y si el Este tiene provisiones? ¿O reservas de Oro?

Kastan lo miró alarmado.

—Sería terrible. Si el resto del país se enterara...

—No habría guerra civil, sería una masacre monumental.

—¿Crees que se quiere apoderar del país usando las provisiones del Este como moneda de cambio?

Remy soltó una risa seca. Negó con pesadumbre.

—No necesita una moneda de cambio, solo tiene que esperar a que el resto del país se muera. Algo que va a ocurrir sí o sí. Los asentamientos no durarán mucho más tiempo —se puso de pie y comenzó a agitar una mano como si contara objetos en el aire—. El norte, oeste y sur morirán de hambre antes del próximo verano, si no es que se matan entre ellos antes que el invierno acabe. Se pelearán los suministros que queden. Dos semanas antes que tu padre muriera, en Volka derramaron los desagües de resina, echaron a perder todas las plantaciones de arándanos rojos. Los vecinos jamás habían tenido problemas hasta ese día. Tu padre encarcelo a muchos.

—Pero... tienen la granja de salmones —recordó Kastan, Remy negó con la cabeza.

—Hace tres meses que ya no hay salmones —lo miró choqueado—. ¿En qué mundo vives?

—Hace tres meses no pensaba en ser rey —le recordó agachando la cabeza—. ¿Cómo es posible que no queden salmones?

—El hambre —se lamentó el capitán—. ¿Entiendes lo que está haciendo Yetrovitch? Va a matar de hambre a todo el país para que las pocas personas que viven en el Este lo pongan a él al trono. Tiene muchísima lógica —se pasó las manos por la cabeza calva, y se fijó en el rey. Kastan no podía lucir más abrumado—. Necesita gente que lo siga, Yanna lo adora y las personas confían en su ministra, la van a seguir donde sea, y si ella sigue a Yetrovitch, pues...

—Pontia Vetra se va a apoderar del país —comprendió Kastan—. Es menos gente y deben tener reservas de algo que desconocemos. Me dejarán a la merced de un país que no puedo controlar —se puso de pie, aterrado—. Hoy me vieron matar a un inocente. Lo hice para tener la confianza del viejo pero el imbécil me usó para que la gente me odie. Va a dejar que el país se alce para que me saquen del trono y él se lo tome a la fuerza.

—Con el Este como sus ciervos, con Yanna y Ronan líderando, aplaudiendo sus pasos y apoyando tu destitución.

—Tenemos que detenerlo, Remy. No puede ganar —no se había dado cuenta del sudor frío que le empapaba la cara.

Remy asintió.

—Debes encontrar suministros. Detener el hambre para acabar con la guerra.

—¿Y cómo mierda se hace eso si no nos queda nada?

Remy negó abatido.

—No tengo idea.

NOTAS

Es que si ya no queda nada, ¿cómo salvas a todos?
Aquí hay gato encerrado, y, aunque se alce una de las capitales, no hay certeza que aún así, puedan sobrevivir.
Stormhold, ¿qué ocultas? ¿Qué hay más allá de tu tormentosa fachada?
¿Podrá averiguarlo Kastan?

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