Cuenta la leyenda de la ciudad que, en una de las pinturas que se vendían, vivía un genio, un sabio, habitada en un mundo de tierras flotantes. Su casita, de aspecto acogedor, engañaba a sus visitantes ya que por dentro era mas grande de lo que se veía a simple vista. Se destacaba por tener como un llamador de ángeles, una lampara multicolor que giraba con el viento para ahuyentar los malos espíritus (motivo por el cual la maldición de Félix no fue afectada). Para entrar, había que hacerlo mediante un código. Él se sostenía mediante el lema de los ciudadanos:

"¿Amigo o enemigo?"

Si la clave era correcta, la puerta se abría. De lo contrario, no cedería. Una vez adentro, las paredes lucían como el interior de un observatorio: estrellas por doquier y la silueta del sabio esperando su visita. Los vecinos decían que era un genio porque confundían su apariencia de hombre mayor por la extensa barba gris, concediendo deseos aunque en realidad era un simple vendedor que, gracias a su sabiduría, se lo transportaba a aquellos afortunados que accedían a su vivienda. ¿Genio? No era aunque podría haberlo sido. ¿Sabio? Era lo mas cercano a su personalidad.

El hombre había vivido muchos años en su mundo adquiriendo conocimiento y compartiéndolo hacia quienes le trasmitían confianza. Sin embargo, nunca reveló su nombre a nadie, ni siquiera a sus visitantes, por temor a ser descubierto por malas lenguas.