Desde que Franklin había llegado a la torre abandonada con una pequeña e inocente Iris en sus brazos, la planta baja los había recibido con una pintura anaranjada. Si bien en ella se vislumbraba un paisaje, no tenía vida. El anciano, con su poder de la imaginación, logró restaurarla y acceder al cuadro que tanto le retrotraía a su infancia. A lo que ya estaba dibujado, le añadió color, movimiento, animales. La obra en su totalidad era el reflejo de una granja en pleno otoño, rodeado de girasoles, montañas, calabazas, árboles y una casita de campo junto a un pequeño molino de agua. Solo una pequeña silueta sombría opacaba el paisaje: un espantapájaros.

-Buen día señor, ¿puede ayudarme? -preguntó apenas escuchó unos pasos acercarse.

-Con gusto. Dígame en qué.

-Un extraño ha arrebatado nuestros mas preciados regalos. Pero no sólo a mí, en esta torre hay otros cuadros y padecemos la misma situación. En mi caso, me quitaron mis ojos de botones ¿puede verlo en alguna parte?

El humano recorrió con sus frágiles piernas hasta que algo había sobresalido sobre el cultivo, unos gastados y redondos botones. Los colocó en su lugar y el espantapájaros sintió un alivio al recuperar la vista.

-Muchas gracias...

-Franklin, mi nombre es Franklin. ¿Qué ha pasado aquí, exactamente?

-Hemos vivido en paz durante mucho tiempo hasta que, de repente, la torre fue abandonada y nadie vino a ayudarnos... -interrumpió el relato al extender su brazo de madera al bulto sobre los brazos del hombre. 

-¿Esto? Un regalo de Dios. Es la hija de Su Majestad: Katherine.

El espantapájaros quedó atónito ante semejante noticia. UNA NIÑA.

-Pero... ¿Cuánto tiempo ha pasado?

-¿Hace cuánto vive en este lugar?

-No lo sé. Desde que recuerdo, han pasado varias familias. Una de ellas dijo que estaban bajo el gobierno de un tal... Alex

Franklin sabía muy bien a quién se refería. Alex era el padre de Félix, el actual rey de Stonebriar. Pero también se podría referir a su hermano mayor: Alex Jr.