Para aquellos que decían que los fundadores del teatro eran cinco, no estaban errados. Lo que ocurrió fue que lo despidieron a la hora de inaugurar el edificio. Si bien, cada uno tenía su rol, esta persona ensombrerada quería que su público se adentrara también en historias tenebrosas, aunque nunca había sospechado que los niños saldrían asustados y los adultos disgustados. 

Luego de una larga conversación, terminaron despidiendo al ensombrerado llevando sus pertenencias hacia donde se ocultaba el sol. Estando en las afueras de la ciudad, se topó con el cementerio. Misteriosamente, la puerta de hierro estaba abierta y decidió hablar con algún responsable para que le dieran trabajo.

-No me importa el dinero, solo quiero ser útil -suplicaba el hombre con su sombrero de copa.

-Mire que es un trabajo que requiere un cuidado de 24HS.

-Luego de lo que me ha pasado en la ciudad, esto no será ninguna desgracia para mí.

La conversación finalizó con una extensión de brazos. Al día siguiente, con una vestimenta de jardinero, empezó con su rutina laboral y, a medida que pasaba el tiempo, se daba cuenta que necesitaba de esta inmensa soledad para reflexionar sobre su futuro mientras los búhos le hacían compañía en sus descargos mentales nocturnos. Hasta que una noche, su curiosidad fue muy grande y se adentró a una cripta prohibida. En su interior, un laberinto sin fin lo esperaba. La desesperación aumentó y en su locura pereció.

Mientras tanto, en Stonebriar, se cuenta que su alma deambula por el cementerio. Cuando las noticias de su muerte llegaron a la ciudad, los fundadores del teatro se sintieron apenados por el trato que le habían dado. Sin embargo, para conmemorarlo, encargaron al pintor de la realeza para que refleje la esencia del hombre ensombrerado: Franklin.