"El Árbol Triste"
Con el correr del tiempo, Franklin fue convirtiendo la torre en un nuevo hogar: un refugio rodeado de cuadros, portales a nuevos mundos tan parecidos al de ellos. Él adquirió el don de traspasarlos mediante la práctica y su pasión por la pintura. La sorpresa que se iba a llevar es que Iris también lo adquiriría. ¿Herencia? Su nuevo amigo le enseñó todo lo que aprendió durante su vida y juntos, mediante grandes lienzos, llenaron de color el lugar, como también sus angustiosas vidas. La torre tenía muchos pisos aunque Franklin, debido a su avanzada edad, no pudo recorrerlos todos y decidió esperar a que la niña creciera para que pueda ayudarlo. ONCE AÑOS EXACTAMENTE.
En un día de invierno, se había prendido la chimenea que se encontraba en la planta baja. Iris, una joven y curiosa criatura, levantó su rostro mientras recuperaba el calor corporal extendiendo sus brazos hacia el fuego al observar un enorme cuadro vertical tajado sobre un árbol triste. En ese momento, Franklin no estaba al alcance de sus ojos y, cuidadosamente, ella lo bajó. Una vez en el suelo, buscó aguja e hilo, lo coció y, una vez restaurado, el simple contacto de sus manos con el lienzo la transportó hacia aquel paisaje melancólico.
Un gigantesco árbol con un rostro lleno de sabiduría se encontraba dormido, porque la niña intentó llamarlo varias veces en vano. Sus ramas parecían brazos con dedos humanos. La lluvia no cesaba y necesitaba buscar un lugar donde esconderse para no mojar su única ropa. Sin embargo, se llevó una sorpresa: una terrible araña de catorce ojos presenció la llegada de la humana. Con mucha astucia, le tarareó una canción de cuna para dejarla dormida. Inmediatamente, los pequeños rayos de luz ingresaron en la cueva donde se encontraba refugiada. Al salir, el suelo temblaba debido a un largo suspiro. El árbol había despertado.
- ¡Oh! ¿Quien me ha despertado?
- Fui... yo -respondió Iris, temerosa, cara a cara con quien lo estaba interrogando.
-Muchas gracias. ¿Cómo te llamas, pequeña?
-No hablo con extraños. Me gustaría saber su nombre, primero.
-Te han educado muy bien. Lamentablemente, no tengo un nombre en particular pero sabiendo que me has despertado de un largo sueño, quiero darte un obsequio.
Con una de sus ramas, señaló una hamaca roja. ROJA. Estaba rota. La niña lo percibió. Sin embargo, el árbol hizo su magia: lo reparó atando dos sogas para asegurar el asiento y luego le hizo una seña para que se subiera.
- ¿Qué es este lugar?
-Un bosque perdido, en las afueras de Stonebriar. Sujétate fuerte -le advirtió.
Iris se llevó la sorpresa de que esa hamaca no era común y corriente, sino que funcionaba como un elevador. El regalo la esperaba en las alturas.
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