𖣯 17; wish the death . . .

CHAPTER SEVENTEEN;
desear la muerte ، ˖

Intentar explicar qué era ese portal era realmente complicado y hacer que las personas lo entendieran sin pensar en enviarlos al loquero también era un reto. Pero lo estaban intentando. Robin, Logan y Erica solo podían mirarlos con su frente arrugada y una gran expresión de confusión plasmada en su rostro.

Todo se complicaba con cada segundo que pasaba, el ruso que Steve había noqueado estaba desaparecido y ahora una alarma ensordecedora sonaba, probablemente anunciando la presencia de los americanos dentro de la base.

No importaba hacia dónde corrieran, por todos lados habían salas llenas de rusos y más rusos siguiéndolos. Kiara procuraba tener a Érica y Dustin cerca de ella, le ponía nerviosa que estuvieran expuestos a una situación como esa.

Creyeron estar atrapados, estar tan cerca de esa máquina y aquel portal era simplemente aterrador. Los gritos desesperados de Dustin hacían que la frustración en Kiara aumentará debido al miedo que sentía al pensar que le podían hacer algo al menor.

Pero habían logrado salir gracias a Steve, por desgracia ahora se encontraban encerrados en una habitación que parecía no tener otra salida y al otro lado de la puerta había rusos empujando intentando entrar.

Logan encontró un lugar por dónde irse, la ventilación, Erica y él ya estaban dentro pero Dustin se había quedado afuera mirando a Harrington y Walters que luchaban por mantener la puerta cerrada junto a Robin.

─ Vete con ellos ─ Steve ordenó, con la voz rasposa por el esfuerzo, mientras empujaba la puerta.

Kiara negó con la cabeza, casi sin pensarlo.

─ No voy a dejarte aquí, Steve ─ dijo, firme, aunque su voz traicionaba la angustia. El pánico comenzaba a acumularse dentro de ella. No podía perderlo, no ahora.

─ ¡Kiara! ─ Steve la miró intensamente, sus manos apretando la puerta con más fuerza. ─ Tienes que irte. Tienes que estar a salvo.

Kiara, temblando, se acercó un poco más.

─ ¿Qué quieres que haga, dejarte aquí para que te maten? ─ La furia de las circunstancias salía a través de su voz. Ella había intentado ser valiente, pero él siempre lo había sido más. Y ahora, todo lo que sentía era miedo de perderlo.

Robin, con la puerta temblando bajo el peso de los rusos, gritó a su lado.

─ ¡Es posible que nos maten y ustedes siguen con cursilerías!

Kiara miró a Steve, y por un momento, todo a su alrededor pareció desvanecerse. Solo estaba él. Esa conexión inexplicable que se había forjado entre ellos, más fuerte que cualquier palabra o promesa.

─ No te voy a dejar solo ─ le susurró, acercándose a él, sus ojos reflejando un dolor que él conocía demasiado bien.

Steve, temblando, vio cómo su rostro se iluminaba por el reflejo de las luces intermitentes. Sentía el peso de la responsabilidad, pero también sentía el tirón de su corazón hacia ella.

─ Kiara... ─ Su voz se rompió por un segundo. ─ Quiero que salgas de aquí. Te lo... te lo pido.

La miró fijamente, como si fuera la última vez. El tiempo parecía detenerse.

Kiara no dijo nada más, solo se lanzó hacia él, tomando su rostro entre sus manos y besándolo con una desesperación silenciosa, un beso cargado de todo lo que no habían dicho, de todo lo que temían perderse.

Pero el sonido de los rusos casi derribando la puerta los sacó del trance.

─ ¡Vete! ─ Steve la empujó con suavidad, aunque con firmeza.

Kiara, con el corazón retumbando en el pecho, dudó por un segundo, pero luego, al ver a Dustin, quien aún no se atrevía a entrar al ducto, actuó.

En el momento en que Dustin se adentró en el ducto y cerró la rendija, los rusos lograron derribar la puerta. Ver un montón de armas apuntando en su dirección hizo que las lágrimas comenzaran a formarse en los ojos de Kiara, y su cuerpo se llenó de un frío mortal. Pero lo único que pudo hacer fue mirar a Steve.

Sus ojos se encontraron una última vez, y, en ese instante, todo lo demás desapareció. El miedo, la confusión, el peligro, solo quedaban ellos.

─ Steve... ─ susurró, como si estuviera rezando para que todo fuera diferente.

─ Todo estará bien— intentó reconfortarla sabiendo que sus palabras eran vacía.

Ella asintió, con los ojos llenos de lágrimas.

Morir joven no estaba en sus planes. No estaba preparada para dejar de existir, ni siquiera para una muerte tranquila, pero en ese momento, todo lo que deseaba era que el sufrimiento terminara, ya fuera muriendo o no. El dolor era insoportable, y su cuerpo ya no aguantaba las descargas eléctricas ni los golpes implacables que le arrebataron el aliento.

Las lágrimas se deslizaban por su rostro, cayendo con una fuerza salvaje, como si toda la desesperación del mundo se vertiera en cada gota. Gritos de dolor brotaban de su garganta, rasgando su voz, desgarrando algo mucho más profundo que la piel. Su piel quemaba, sus músculos se retorcían en agonía, y lo único que podía pensar era en que ya no quería seguir, que deseaba que todo terminara, de cualquier forma.

Había estado allí, encerrada, durante lo que parecía una eternidad, soportando humillaciones, golpes, y las risas crueles de aquellos hombres. Habían insistido una y otra vez, preguntándole lo mismo, como si sus palabras pudieran cambiar algo.

— ¿Para quién trabajas? —repetían, su voz burlesca, fría como el acero.

Pero Kiara no podía darles lo que querían. La respuesta siempre era la misma. Desesperada, trataba de convencerlos con una historia incoherente sobre un grupo de adolescentes curiosos que por accidente habían descubierto ese lugar, aún que era la verdad, no le creían.

No querían escucharla. La foto que le mostraban no hacía más que aumentar la presión, la amenaza implícita en cada uno de sus gestos.

Y mientras la corriente eléctrica recorría su cuerpo, penetrando en sus nervios, su mente comenzó a desvanecerse hacia sus recuerdos más queridos. Pensó en Valery Griffin, su amiga, su compañera de toda la vida. No quería morir sin saber si estaba bien. Quería saber que Valery seguía allí, viva, riendo.

La imagen de Jonathan Byers, su mejor amigo, se coló en su mente: el calor de su sonrisa, el abrazo reconfortante que siempre la había protegido. Ni siquiera la tortura podía arrancar esos recuerdos.

Y luego llegaron las figuras que la habían cuidado como una hija: Lily Walters, con su fuerza inquebrantable, y Joyce Byers, con su amor infinito. Recordó cómo Joyce la había mirado con una ternura que nunca había recibido de nadie más.

Max, Dustin y Will, niños que habían llegado a su vida por casualidad, pero que ahora formaban parte de su corazón. En un instante, esos pequeños momentos de ternura se acumularon, uno tras otro, creando un refugio dentro de su alma.

Por último, Steve. Ese chico que había logrado romper su corazón, pero que también había sido la razón por la que aprendió a sanar. Él era la promesa de algo bueno, incluso en medio del caos.

No quería que su último pensamiento fuera el rostro de esos horribles rusos, con sus ojos vacíos, llenos de odio. Si algo debía quedarle en la mente, que fueran los ojos brillantes de Steve, su mirada llena de cariño, de un amor que ella no había tenido el valor de reconocer hasta entonces.

— ¿Para quién trabajas, Corcel Blanco? —Las palabras llegaron como un golpe seco, amenazante.

Kiara intentó no quebrarse, pero su cuerpo temblaba incontrolablemente, la lucha interna era casi insoportable. Aunque sus ojos reflejaban miedo, ella trató de mantener la mirada fija, desafiante, aunque su interior estuviera a punto de colapsar.

"... mi amiga Corcel White me invitó a su boda, será fuera del estado, lamento no poder recibirte."

No sabía si aquello era cierto, si de alguna forma su madre estaba involucrada en todo eso, pero algo dentro de ella le dijo que podría usarlo. Podría manipular la situación a su favor.

Un tirón brutal la obligó a sentarse en una fría banca de metal. Su cuerpo estaba rígido, entumecido, y los espasmos que recorrían sus extremidades solo empeoraban la sensación de que no podía escapar.

— ¿Para quién trabajas? —La voz del ruso resonó de nuevo, esta vez más cercana, más aterradora.

Con cada respiración, Kiara luchaba por mantener el control. Sentía que su corazón latía con fuerza, como si fuera a estallar dentro de su pecho. Su cuerpo seguía temblando, pero no podía dejarse vencer. Si iba a morir allí, tenía que hacerlo con dignidad. Alzó el rostro, sus ojos reflejando una valentía que no sentía.

— Se los diré, pero dejen ir a los otros dos chicos. —Las palabras salieron de su boca en un susurro entrecortado, tembloroso, pero cargadas de la única esperanza que le quedaba: hacer tiempo para que los demás pudieran escapar. — Ellos no tienen nada que ver.

Sabía que su historia no sería creíble, no tenía la astucia de Robin ni la inteligencia rápida de Dustin. Ella solo actuaba por impulso, dejándose llevar por un amor incondicional que la había hecho hacer cosas insensatas, cosas locas.

Y esa vez no sería diferente. Si su vida debía acabar allí, al menos lo haría por ellos, por sus amigos, por todos los que significaban algo en su vida.

Steve sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor cuando vio a Kiara, inconsciente y arrastrada por los soldados, su cuerpo frágil. El terror le quemaba la piel, pero lo peor era la total impotencia que lo paralizaba. Quería gritar, moverse, correr hacia ella, hacer algo, cualquier cosa para evitar que la dañaran más, pero estaba atado, sus muñecas apretadas por las cuerdas que lo mantenían prisionero, inmóvil. Su mente daba vueltas, buscando una salida que no existía, mientras su corazón se rompía al verla tan vulnerable, tan indefensa. El dolor de no poder ayudarla, de no poder protegerla, era un peso insoportable en su pecho, y lo único que podía hacer era observar cómo la arrastraban, sintiendo cada segundo como una eternidad en la que su amor, su única razón de estar allí, se desvanecía ante sus ojos.

No importaba que no pudiera respirar, que sus oídos le zumbaran o estuvieran golpeándolo por varios minutos hasta dejar su rostro desfigurado lleno de sangre y hematomas que comenzaban a ponerse feos. Su mente solo podía pensar en su novia.

Incluso con la droga que habían metido en su cuerpo solo podía pensar en Kiara y en lo que pudieran estarle haciendo.

─ ¿Qué le hicieron?─ gritó con rabia e intentó quitar las ataduras inútilmente.

Se removía bruscamente en la silla provocando que los cinturones de cuero lastimaran sus brazos, pero no le importaba porque Kiara parecía tener varias heridas y no estaba seguro si seguía respirando.

Otro hombre vestido con bata blanca y un delantal negro comenzó a poner artefactos filosos sobre una mesa, pero esa no estaba siendo la mayor preocupación de Steve.

─ Vamos a probar otra vez─ dijo el hombre─ ¿Para quien trabajan?

─ Para Scoops Ahoy─ la droga en su cuerpo lo hacía lanzar respuestas sin sentido

─ ¿Cómo nos encontraron?— les volvió a preguntar con el mismo tono sombrío y amenazante.

─ Por pura casualidad— Robin a su espalda respondió esta vez mirando con la misma preocupación a Kiara.

─ Más mentiras.— dijo el ruso con un notorio enojo y molestia en su mirada.

Por otro lado, Kiara comenzaba a recuperar la consciencia, su cuerpo estaba adolorido, sentía un gran ardor en su rostro y los recuerdos de hace unos minutos eran borrosos al igual que todo a su alrededor.

Cuando pudo estar consciente por completo se dio cuenta que estaba amarrada a una silla incómoda en una sala que parecía un consultorio, frente a ella estaban Steve y Robin atados de espalda al otro en unas sillas.

─ ¡Espere, no! Paren─ Kiara gritó con voz ronca al ver qué el supuesto doctor dirigía unas pinzas hacia las uñas de Steve dispuesto a arrancarlas.

Sus miradas se cruzaron, ver al otro en aquel estado los hacía sentir un hueco en el corazón, lo único que querían era correr hacia el otro y abrazarse para jamás soltarse. Salir de ahí y tener esa cena que habían acordado.

─ Había un código. Oímos un código─ Robin le siguió

─ No mentí en esa parte─ La morena insistió─. Transmitieron esa estupidez secreta a toda la ciudad, nosotros la captamos con Cerebro y la desciframos en un día. Un grupo de chicos que tienen trabajos de mierda descifraron su código en un día─ No sabía qué era lo que le había dado ese golpe de valentía para enfrentar al ruso.

─ La gente sabe que están aquí─ Robin se burló

─ ¿Quién sabe, suka?— El ruso bramó con desprecio.

─ Oh, Dustin lo sabe— Steve balbuceó con inconsciencia.

─ Steve─ Ambas chicas reprendieron al otro que de pronto parecía haber caído bajo el efecto de las drogas inyectadas.

Los nervios en Kiara aumentaron ante la mención del menor.

─ Si, Dustin Henderson, él lo sabe─ Repitió ignorandolas

─ ¡Steve!─ Kiara gimió ya enojada

─ ¿Dónde está?─ Inquirió mirando al chico.

─ Se fue hace mucho, imbécil. Debe estar llamando a Hopper y él llamará al gobierno de EE. UU vendrán abriéndose paso a tiros y los enviaran de una patada a Rusia─ balbuceó

Por alguna extraña razón, el enojo de Kiara se disipó y comenzó a reír sin motivo ante aquellas palabras. Algo andaba mal y ella no lo sabía, podía sentir una extraña sensación en su cuerpo, todo a su alrededor parecía irreal.

─ No me digas─ el ruso lo retó

─ Oh, no subestimes a unos pubertos mocosos─ Kiara comentó

La alarma hizo que las risas cesaran, el ruso le dio una mirada a la chica quien sonrió con orgullo y arrogancia. Para después salir de la habitación y dejarlos solos.

Al poco rato la puerta se abrió, Logan entró dando un grito y lanzándose contra el supuesto doctor con una lanza eléctrica la cual colocó directo en su pecho electrocutado al hombre.

─ ¡Henderson! Que loco justo estaba hablando de ti─ Steve exclamó a lo que el chico se acercó a desatarlo.

─ Prepárense para correr

─ ¡Logan!─ Kiara exclamó con una exagerada felicidad─ ¿Qué crees? ¡Mi mamá es una espía!─ tras decir eso comenzó a reír a carcajadas.

─ ¿Qué mierda te hicieron?─ el rubio se quejó antes de liberarla.

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