11. Caballo negro (Parte II)

11. Caballo negro (Parte II).

—Detente o perforo tu cerebro con una bala.

Todo su cuerpo se tensiona y lentamente levanta las manos. Estas son grandes y están magulladas y mugrosas.

Doy un paso atrás. Nunca debes darle la posibilidad a tu oponente de que te quite el arma, por lo que mantengo la distancia justa. Valiosa lección.

—Aléjate de él —ordeno con frialdad, sin levantar la voz, ni la vista, para que no puedan acceder a mi rostro, todavía oculto bajo la gorra y la capucha.

El desconocido obedece y se gira hacia mí. Mis pupilas detallan el característico tatuaje de la banda en uno de su bíceps.

Así que es un desertor.

Hay rabia desfigurando todas sus facciones y el rojo de sus ojos me dice que no están así por las lágrimas.

Este idiota está intoxicado. Drogado, vaya uno a saber con qué, además de bebido, como su pestilencia a vodka me recuerda. Tal vez, lo hizo para tomar valor de algún lado y enfrentar al jodido líder de una pandilla. ¿Por qué? No lo sé, y no me interesa tampoco, aunque las palabras anteriores se repiten velozmente en mi mente.

El hijo de puta arrodillado escupe sangre y ríe. Una vez más.

—Tardaste demasiado, Andrew. Al parecer, tengo un puto ángel guardián que me protege —sonríe con soberbia, y su blanca dentadura destella, con algo de sangre sobre sus dientes—. No sé quién eres, pero gracias. Te recompensaré muy bien, hermano.

Mi arma abandona al imbécil inoportuno y la dirijo a su verdadero destino.

—No soy tu hermano. Si no dejo que te mate, es sólo porque el trabajo para acabar con tu vida me pertenece. Y siempre cumplo con mis encargos.

Lo veo arrugar su ceño, confundido, pero enseguida parece comprender mis palabras.

—¿Tú...?

—Te equivocaste al meterte en territorio que no te compete. Vengo a limpiar la basura.

Cuando estoy por apretar el gatillo, otra vez el imbécil inoportuno actúa intempestivamente. Sólo que esta vez el blanco soy yo.

Ingenuo.

—¡NO! —grita—. No lo puedes matar.

Su vozarrón es como un trueno y si pretende intimidarme con ella, saldrá decepcionado.

Busca tomarme del cuello, pero con un golpe con la culata de mi SIG Sauer le golpeo en su nuez de Adán con la fuerza justa para alejarlo, haciéndolo boquear en busca de aire.

—Quédate quieto o te acabo a ti también —amenazo.

Las palabras salen entre mis dientes apretados. Me está rompiendo las bolas y mi paciencia es escasa.

El otro cree que puede escapar ante mi distracción, pero antes que pueda moverse, le doy un rodillazo debajo de su quijada que lo deja estúpido.

Más estúpido, vale aclarar.

—Tú, quietito. Será rápido y sin dolor.

—Por... favor... —suplica entre jadeos.

Y no, no lo hace la escoria.

Es el imbécil inoportuno el que me ruega. Y veo en sus ojos la necesidad de ser él el ejecutor.

Lo veo con sus manos en su garganta dolorida, buscando recuperar su voz.

—Déjame... a mí. Debo... hacerlo... yo... por...

—Te entiendo —lo corto, recordando su discusión—. Pero no te dejaré matarlo. Él es mío. Sin embargo, puedes estar en primera línea para ver cómo acabo con su vida —zanjo.

Rendido, asiente y se coloca a mi lado, a unos pasos de separación, todavía sobándose la zona afectada.

No dejo de estar alerta, pues no confío en nadie.

—Si me dejas vivir, te pagaré el doble —gruñe nuestra víctima.

Su arrogancia no ha desaparecido. La furia nubla su mirada desde su humillante posición. Sus ojos oscuros como su piel ruedan hasta la puerta, esperando por un refuerzo que nunca llegará, porque la cerré y trabé con una barra metálica al salir.

Veo la intención igualmente de gritar por auxilio y es cuando mi dedo obra su trabajo.

Lo ejecuto, metiéndole la bala con mi insignia entre sus cejas.

El cuerpo se desploma sin vida, cayendo de costado y la mancha de sangre comienza a expandirse debajo de él.

Guio mi pistola humeante a mi indeseable acompañante.

—Arrodíllate. —No reniega y su alta figura desciende, sin desconectar sus orbes de los míos—. Debería matarte.

Me sorprende no hallar miedo alguno en él.

Por el contrario.

Firme resolución. Y algo más... Algo que reconozco cada vez que choco contra la figura que el espejo me devuelve, clavándome sus ojos profundos e insondables.

Veo dolor y muerte.

Decido bajar mi arma, esperando no arrepentirme de mi decisión.

—No diré nada.

Responde como si hubiera esperado mi amenaza.

—Lo sé.

Y realmente lo siento así.

Se pone de pie con esfuerzo, sujetándose del abdomen. Debe estar con bastante dolor.

Giro sobre mis talones y llevo mis pasos hacia la salida del callejón. Es mejor apurarme antes que noten la extensa ausencia de su difunto líder.

Observo de reojo al imbécil inoportuno que ha corrido cojeando hasta otro rincón creyendo que no noté dicho acto desesperado. Lo veo agacharse y tomar del suelo con sus sucias manos lo que parece ser un colgante arrancado con un anillo. Como si fuera el bicho despreciable del Señor de los Anillos, este Gollum afroamericano resguarda su tesoro enseguida en su bolsillo tras besarlo.

Yo prosigo con mi alejamiento.

—¿Y qué hay de los demás? ¿Los dejarás vivos? Son peligrosos. Cualquiera de ellos simplemente tomará el lugar de Blood. Nada cambiará aquí.

Su tono es molesto y suena a reproche.

Me detengo y sin voltear. Resoplo ante su atrevido cuestionamiento.

Medito si contestarle, porque sinceramente no es su jodido problema. Ni siquiera debería dejar que me vea, mucho menos explicarle.

—No son parte del contrato. No ando por ahí matando indiscriminadamente a las personas. No importa lo mierda que sean o si lo merecen. No te equivoques. No vengo a limpiar tu barrio. Y mucho menos soy un alma caritativa.

—Eso está más que claro —suelta con grueso sarcasmo—. Espera... ¿contrato? —Silencio—. ¿Eres un sicario?

Lo ignoro, pero el hombre maltrecho parece decidido a continuar.

—Entonces, era una mentira tu amenaza de matarme. No lo hubieras hecho, ¿verdad?

—No, pero si no dejas de tocarme los cojones, te pegaré un tiro sin dudarlo.


Llevo varias calles caminando a oscuras. Ni siquiera regresaré a la habitación que ocupé durante estos días. Sólo quiero llegar a mi coche, uno de bajo perfil, y abandonar este lugar. Quierouna larga ducha, comida decente, un trago de buen bourbon y mi cómoda y amplia cama.

Unos pasos repiquetean atrás mío. Cada músculo de mi cuerpo se contrae. Ralentizo mi andar y cierro mis manos en puños listo para estamparlos en el poco sutil cazador.

—¡Hey! ¡Tú! —Mierda. Esa gruesa y molesta voz ya me es familiar. Es el imbécil inoportuno. Aun así, no me detengo—. ¡Niño!

¿Niño?

¡Vamos! Que tengo veinticinco años y él tendrá diez años más que yo, como mucho. No muy bien llevados por su deplorable estado. Sigo mi camino, ignorándolo.

Percibo sus pesados pasos ahora corriendo hacia mí y mis instintos reaccionan atrapando al imprudente hombre por el cuello, tomándolo por sorpresa, para llevar su cuerpo hasta chocarlo con una pared de ladrillos.

Compruebo una vez más que su altura es semejante a la mía. Sus músculos se endurecen ante mi accionar.

—Yo... —suena ahogado—. Sólo quería agradecerte.

Aflojo mi agarre, liberándolo, todavía alerta.

—¿Agradecerme? Estuve a punto de matarte por entrometerte.

—Entonces, tengo dos cosas por las cuales agradecerte —frota su garganta, tosiendo. Ya es la segunda vez que le castigo esa zona. Sonrío internamente—. Una, por dejarme con vida al no pegarme un tiro, lo que sería un desperdicio de plomo; y la otra por permitirme ver a los ojos a esa inmundicia cuando lo asesinabas.

—Listo. Ya lo hiciste. Ahora vete. Sigue con tu vida.

—Bueno... eso, es otro problema.

—Que no me compete.

Esta conversación sólo me provoca fastidio.

—Por favor. No tengo a donde ir.

—Te repito que ese no es mi problema. Y odio repetirme.

—Sin embargo, puedo ser tu solución.

Arrugo mi entrecejo ante su atrevimiento y fijo mis oscuros témpanos azules en él.

—¿A qué?

—A cualquier inconveniente.

Medito su respuesta.

—¿Qué quieres?

—Trabajar para ti.

—Será para usted —mejor bajar su altanería desde ahora—. Y no. No necesito a nadie interfiriendo en mis asuntos.

—No sé quién seas tú —intenta nuevamente. Lo miro con gélido reproche—. Usted —se corrige—. Pero entiendo lo que hace. Y puedo asistirlo. Conozco el bajo mundo y puedo ser sus ojos y oídos donde lo necesite. Después de todo, un niño rubio, bonito y obviamente rico a pesar de esas ropas —señala hacia mi muñeca izquierda, por lo que no dudo que se debe estar entreviendo el brillo de mi reloj, pero ya no necesito ocultarlo—, no pasa desapercibido.

Este sujeto definitivamente perdió la cordura y todo atisbo de recato.

—¿Por qué confiaría en un extraño? ¿O por qué confiarías en un extraño? 

—Sólo tengo una respuesta para ambas cuestiones. Porque creo, o mejor dicho, sé que puede seguir salvándome la vida. —Arqueo una ceja—. Me refiero a que los de la banda pueden matarme si se enteran de que soy testigo de la ejecución de Blood.

—Te perdonarían si me delatas. ¿No te interesaría volver a su banda? Aparecerías como un héroe si les entregas al asesino de esa mierda.

Atisbo en su semblante dolor, ira y repugnancia. Una mezcla que disimula rápido.

—No quiero volver a ese mundo. Eso me costó todo —se endereza, con lo que parecen ser los restos de su marchito orgullo. Debo reconocer que, si se pone en forma, puede ser intimidante por su anatomía—. Si me acepta, le seré leal. Tendré un propósito y jamás lo traicionaré. Mi vida será suya.

Entrecierro mis párpados, evaluando su oferta e intenciones.

Podría ser un peón muy útil en mi tablero. O tal vez, un caballo.

Sí. Eso es. 

Porque esa pieza representa a la figura que escolta al rey.

Un caballo negro, porque se considera a este —al contrario que el caballo blanco—, estar dominado por su parte animal, como demostró en el callejón. Aunque eso deberé cambiarlo, pues, como dice siempre Gerard, no debemos dejarnos someter por las emociones.

Y así volverlo un caballo blanco.

Para ser capaz de proteger a su rey —que vendría a ser yo, el rey blanco—, con sus movimientos.

—Muy bien. Estarás a prueba por un tiempo.

—Sí señor —extiende su mano para sellar nuestro pacto. Pero lo ignoro, continuando con mi marcha y siendo seguido por mi nueva sombra.

—Obedecerás cada orden que te dé sin cuestionamientos —explico—. Me dirás todo lo que deba de saber sobre ti. Incluyendo por qué ese hombre te conocía y quería matarte. Y tú a él.

Noto de reojo cierta duda cruzar su semblante.

—¿Es necesario?

—Sí, para asegurarme de que seas de confianza y no terminemos en la misma situación.

Igualmente, confirmaré todo investigando por mi lado, para evitar sorpresas desagradables. No caeré fácilmente.

—Yo... —titubea ante lo que evidentemente es un pasado trágico que quiere mantener enterrado. Parece pensarlo un poco y asiente resignado después de unos segundos—. Lo haré. —Intenta esbozar una mueca en su oscuro rostro a modo de sonrisa, reafirmando su decisión. Aunque, no le sale. Vaya... definitivamente, está tan atrofiado como yo—. Sí, señor.

Sólo nos demora dos calles más llegar hasta mi vehículo.

—Por cierto —continúa cuando nos detenemos frente a la máquina—. ¿Cuál es su nombre?

—Sharpe, Steve Sharpe. Señor Sharpe para ti.

—Yo soy Andrew, señor Sharpe. Andrew Carlson.

—Muy bien, Andrew —saco las llaves de un bolsillo—. ¿Sabes conducir? —Asiente—. Toma las llaves y conduce. Serás mi chofer y asistente.

Sé que estoy siendo imprudente por su grado de alcohol, pero su prueba comienza ahora.

—Sí señor Sharpe. ¿Y me enseñará a pelear? —cuestiona cuando ambos estamos adentro, yo ocupando el lugar de copiloto.

Su idea podría beneficiarme y recuerdo el comentario de Gerard antes de este trabajo. Con entrenamiento, sería un formidable oponente con el cual practicar. Y que combata cuando sea necesario.

—Lo haremos. Pero, antes que nada, deberás desintoxicarte. Nada de drogas y alcohol.

Sus manos aprietan con fuerza el volante una vez iniciamos la marcha.

—Sí señor Sharpe. Gracias, señor —murmura con pesar—. ¿A dónde vamos?

—A Manhattan. A mi apartamento. —En realidad, el de mi padre, cuando era soltero y que he estado empleando desde la tragedia, por su cercanía a la empresa—. Donde te darás una ducha. Apestas.

—Lo siento señor —se lamenta avergonzado.

—No debes hacerlo. Hoy tu vida cambiará. No te faltará nada a mi lado, y recuperarás tu dignidad. Y se mantendrá así siempre y cuando cumplas con tu parte.

—Lo haré señor Sharpe.


******************************************************

N/A:

¿Qué les pareció? Así es como Steve y Andrew se conocieron... había pensado desarrollarlo en la primera parte, pero me alegro no haberlo hecho.

Gracias por leer y votar, mis Demonios!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top