10. ¿Entonces...?
10. ¿Entonces...?
31 de octubre 2000 (continúa)
Camina con ese natural paso que destila sensualidad hasta una mesa de noche junto a la cama. Veo que sus largos dedos revuelven dentro de un cuenco y no tardo en percatarme que contiene una exagerada cantidad de paquetes de aluminio de colores. A un lado, descansa un envase de lubricante.
Vaya, el que haya diseñado esto, pensó en todo.
Capto de reojo que la pelinegra toma un preservativo y voltea hacia mí.
—¿Entonces...? —desliza sus labios al máximo, con el brillo suplicante en sus orbes, como una chiquilla que acaba de descubrir el país del chocolate y ruega por adentrarse allí—. ¿Lo haremos?
Decidido a aceptar el cambio radical en nuestra relación que me ofrece, me cierno sobre ella como un animal sobre su presa, apretándola contra mi cuerpo, restregando esa parte que le arranca un jadeo.
Veo su pecho subir y bajar aceleradamente, sus labios entreabiertos y las pupilas tomando el celeste de sus ojos, hasta volverlos casi negros.
Una vez más aspiro su aroma cambiado, que entra en mis fosas nasales. Huele a perfume exclusivo e imagino que debe ser el cual ella representa.
—Sin compromisos.
—Sin compromisos.
—Tampoco besos.
—¿Otra vez con eso? ¿Es algo que sólo me niegas a mí? —Su ceño se frunce—. Porque te he visto besar a otras.
—Es cosa del pasado —afirmo, rotundo—. No quiero besos. CON.NADIE —puntualizo—. Nada demasiado íntimo —aclaro, por primera vez en voz alta, viéndola parpadear incrédula, y hasta yo me sorprendo.
—Estás dañado —susurra más para sí misma.
Suena decepcionada. Y triste.
No soy capaz de contradecirla, porque tiene razón.
—¿Vamos a follar o a hacer terapia? —espeto molesto, dando un paso atrás—. Me la estás bajando Madison. Y si es lo segundo, me voy a la mierda en este instante.
—¡No! —se arroja sobre mí cuando me disponía a marcharme, empujándome contra la pared—. Quiero volver a tenerte entre mis piernas, Steve. Que me llenes hasta casi desgarrarme. Porque, carajo, fuiste el mejor polvo de mi vida y sólo fantaseo con volver a sentirte adentro.
—Puta madre, Madison. —Y así, el puto calentón que habita en mí, se enciende como una hoguera—. ¿Estás segura Madison? Porque voy a darte duro, fuerte y salvaje.
—¿Es una amenaza? —cuestiona enronquecida. Y ese tono me pone a mil.
—Una promesa y sabes que siempre las cumplo. —También me escucho ronco.
No la dejo decir más, cuando mis labios toman la suave piel de su hombro atacándola a mordiscos y besos, en tanto mis manos capturan los delgados tirantes de su negro vestido para deslizarlos a un lado.
En nada, la tela está arremolinada a sus pies calzados en altos tacones, dándome la vista que me deleita. Sus senos redondos son apetecibles, sin importar su tamaño. Y se alzan con sus cimas rígidas, exigiendo mi atención.
Pocas cosas son las que me hacen obedecer, y los anhelos carnales de una mujer son una de ellas, por lo que mis ásperas palmas por mi constante manejo de armas magrean con rudeza esa carne sensible.
Sus gemidos sólo son provocaciones que dan descargas directas a mi ya dolorosa entrepierna. Pulgar e índice capturan ese minúsculo retazo de carne rosada que aprieto y tiro.
Al parecer con demasiada fuerza.
—¡Ay, Steve! —sisea en protesta—. Que no son de goma. Duele.
Vale, no resiste algo de tortura en sus pezones.
Mis manos vuelven a tomar toda su teta. La otra se escabulle en sus delicadas bragas, abriéndose paso entre sus mojados pliegues. Su sexo sigue estando totalmente depilado.
—¿Ya, Madison? ¿Tan lista para mí?
Ahondo dos gruesos, largos y rudos dedos en su cavidad, escuchando lo encharcada que está, deleitándome con ese sonido que me lleva a penetrarla hasta el puño, haciéndola saltar en el lugar, gritando por la sorpresa y el placer.
Salgo y entro con mucho entusiasmo, sin abandonar las otras tareas sobre su delgada figura. Se aferra a mis hombros con desespero, debilitada por mi acción.
—¡Te quiero desnudo ya! —exige.
Abandono la faena, alejándola un paso, pues yo sigo contra la pared, sintiendo la falta de su calor. Abro mis brazos y clavo mis acerados azules en ella con maliciosa provocación.
—Entonces, hazlo tú misma —contraataco—. Desnúdame.
En un abrir y cerrar de ojos, la evidente experiencia de Madison me tiene en la misma situación. Vestido de Adán, mientras ella está de Eva, pues sus bragas y zapatos desaparecieron.
Es descarada en su escaneo sobre mi cuerpo, el cual está mucho más musculoso y esculpido a la perfección, producto de mis intensos entrenamientos.
—¡Joder, Steve! ¿Con qué coño te has estado alimentando estos dos años? Eres una jodida obra de arte.
—Disfrútame todo lo que puedas —aconsejo arrogante.
Y al parecer, tiene pensado hacerlo.
Mi polla dura e inhiesta brinca orgullosa cuando los celestes ojos opacados por el deseo quedan atrapados por él. Se relame y eso sólo agranda esa parte de mi anatomía que cobra vida con absoluta independencia de mi voluntad.
Aumentando el estímulo sexual, inicio un autobombeo que la tiene agitada y sedienta. Y en cuestión de segundo, arrodillada delante mío. Lo que provoca de inmediato una nueva perturbación en mí, tensionándome.
Tampoco he podido aceptar sexo oral.
No puedo permitirme estar en la boca de alguien. Es una posición que me hace sentir vulnerable y no lo acepto.
Me mantengo alerta, siguiendo sus manos al abrir el envoltorio que había conservado y me enfunda en el condón.
—¿Cuántas veces lo has hecho?
—Muchas —ríe entre dientes—. Aunque de seguro no tantas como tú, así que, ni se te ocurra insinuar algo más.
Me callo cuando veo su intención de probarme con el globo, que al parecer es saborizado de fresa, por el color rosado.
Entonces reacciono y empuño su cabello, desarmando su peinado y arqueo su cuello, estrellando mis ojos con los de ella.
Parece entender la advertencia. Por lo que no reclama.
En cambio, se deja levantar por mí, que sigo con mi mano enredada entre sus finas y suaves hebras. Y con brusquedad la giro, dejándola aprisionada contra la pared, con todo mi cuerpo como grillete y usando mi verga como puñal en su vientre.
—Vas a follarme con eso hasta que me dejes paralítica.
Lo haré, Madison.
Vaya que lo haré.
No me controlaré con ella. Le daré con todo.
En los dos años en que dejamos de vernos, mis encuentros sexuales han aumentado en intensidad y dominación.
La elevo, instándola a rodear mi cadera con sus piernas, empotrándola sin misericordia, al tiempo que choco mis labios con cada parte de su pecho, agrediendo cada centímetro de piel.
—Suplicarás porque te deje acabar, pero no lo harás hasta que yo te lo permita. ¿Entendido? —exige mi lado dominante.
Está tan caliente y desesperada, que acepta.
—Sí, Steve. Haré lo que me digas, ¡pero fóllame de una vez!
Aquí, sonreiría con petulancia y hambruna, pero mis labios están paralizados.
Caso contrario mi pene, que se enclava en su coño chorreante, salpicando mis muslos con sus jugos. El grito es agudo cuando la alzo con brusquedad, enterrándome hasta la empuñadura. Nuestros movimientos son rítmicos, pero desenfrenados, intensos y apremiantes.
Sus uñas se entierran en mi espalda y eso me hace ahogar más mi lanza en su interior. Empujo enajenadamente, empalándola con cada penetración. El calor, la humedad y los músculos de su vagina me tienen sacudiéndome como un poseso.
Estamos sudados, agitados y a punto de estallar, pero pienso demorar esto lo máximo posible, por lo que salgo y me detengo. Antes que pueda abrir los ojos que Madison cerró, la embisto otra vez, más fuerte.
—¡Joder! Sí, sí, Steve. Dame más.
Gruño y decido usar la cama.
Sin salir de ella, me siento en el borde, dejándola encima mío. Sentimos la profundidad de la posición cuando cae por completo sobre mí.
—Salta, Madison —ordeno—. Voy a partirte al medio.
—¡SIIIII!
Brinca como loca, haciendo bailar sus pequeñas tetas delante mío y aprovecho para saciarme de ellas. Empujo mi pelvis hacia arriba, dando el máximo de mí.
Estamos tan enfocados en nuestra burbuja, que cuando la puerta se abre para dar paso a dos figuras, no podemos más que mirarlos, sin remitir ni un ápice en la danza erótica.
Eso no evita que mi mente no se cuestione qué carajo hace Edward con una rubia desconocida en la habitación.
Sus ojos arden al ver nuestra situación. Pero enseguida, se opacan por el morbo y ladea una sonrisa perversa que no augura nada bueno. O tal vez, es el anticipo para algo más... interesante.
Madison y yo, al parecer, compartimos la curiosidad por saber lo que ocurrirá a continuación cuando la acompañante del castaño me come con la mirada, lo que me calienta más, haciéndome imprimir más fuerza a mis movimientos.
Seguimos a los recién llegados, que se desnudan tras tomar un condón y se acomodan en un amplio sofá e imitan nuestra posición. El culo de la rubia sentada a horcajadas queda apuntando a nosotros y la mirada empañada de Edward se fija en las tetas de Madison, al estar de perfil a su ubicación, que no han dejado de bailotear contra mi rostro.
Pasa su lengua por sus labios e inicia sus propios embistes en la muchacha, que grita como histérica, pidiendo más del cabrón arrogante que aprovecha para meter un dedo en el agujero trasero, haciendo círculos en él.
Los gemidos abundan en demasía entre estas cuatro paredes. Y es algo que nos eleva a todos a la estratósfera. Sonidos de cuerpos desnudos, sudoroso y empapados de jugos vaginales chocando resuenan. Gruñidos, jadeos, maldiciones nos tienen eufóricos.
Joder, que esto es fantástico.
Madison salta cada vez más rápido, dejando caer su cabeza sobre mi hombro, donde muerde desesperada, y yo estrello mi pelvis.
Genial, espero que no deje sus dientes marcados permanentemente, combinando con la otra que se dibuja en mi hombro opuesto.
Ignorando esos pensamientos, regreso al percibir en mí la formación de mi orgasmo, y como le anticipé a la modelo, le ordeno su liberación simultánea, al sentirla próxima a su propio punto álgido.
—Córrete, Madison. Hazlo ahora —aprieto mi agarre en su cadera al sentir mi tremendo chorro inundar el preservativo.
—SIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII —grita, alargando su exclamación.
Me embadurna con su néctar y su cuerpo cae laxo sobre mí, abrazándome en un gesto que no me conmueve y hasta me resulta incómodo. Aun así, se lo permito, por los viejos tiempos, concentrado en el ritmo respiratorio que ambos vamos recuperando.
Mis ojos viran hacia Edward, que brama su propia liberación junto con la extraña.
Pasan algunos minutos, en los que ninguno se mueve.
Sólo se percibe la tensión entre Edward y yo, que no dejamos de observarnos, recelosos.
El silencio se rompe cuando la voz de nuestro amigo sale fría y monótona.
—Vete.
La chica se endereza. No veo su cara al seguir de espaldas, pero no hay que ser un genio para imaginar la cara de enfado que se carga.
—¿Lo dices en serio? Me prometiste que el rubio me follaría también si venía contigo.
Ese es un golpe al ego de cualquier hombre.
La mandíbula de Edward se endurece al quedar en evidencia y ridiculizado.
—Te he dicho que te vayas. Eres una zorra, como todas.
Al decir esto, su mirada se posa en Madison, que se tensiona contra mí.
Las protestas de la chica, que ya está rebuscando sus prendas y calzándoselas —lo que no lleva mucho tiempo al ser un minúsculo vestido y un par de zapatos. Nada de ropa interior—, nos mantiene a Madison y a mí mudos.
No dejaré que la lastime, pero si tienen mierdas que resolver, que lo hagan por su cuenta.
Una vez estamos los tres solos, con preservativos desechados, nos ponemos de pie y es la mujer de la habitación la que comienza la batalla al acortar la distancia con Edward y plantar su mano en su cara, en una sonora bofetada, que me tendría riendo si fuera el antiguo Steve.
—¿Zorra? Me dijiste zorra, y para colmo delante de una desconocida. ¿Y tú? Eres un maldito puto mujeriego de mierda.
—Entonces, estamos en igual de condiciones.
—Vete a la mierda. Olvídate de volver a llorar por estar entre mis piernas.
—¡Ja! La que se arrastra hacia mí, llorando porque no es amada... —los chocolates se enfocan brevemente en mí, dándome un claro y resentido mensaje—. ¡Eres tú!
—Hijo de... —se contiene, con sus puños apretados a ambos lados de su cuerpo.
Me sorprendo cuando Edward en respuesta se abalanza sobre ella para devorarle la boca en un beso voraz, que no creo volver a protagonizar en mi vida.
Al parecer, es el tipo de relación que llevan, porque Madison responde con la misma intensidad, metiendo sus dedos entre los cabellos castaños del inglés.
—Me importa una mierda lo que seas. Lo sabes, Madison —explica contra los labios hinchados. Su tono ya no es de reproche.
Las manos masculinas la toman por el culo y la desplaza hasta dejarla recostada en la cama, sobre su espalda y quedando él arrodillado en el suelo, con su cabeza entre medio de sus muslos.
Muy bien. Esa es mi señal para alejarme de estos dos desquiciados.
—Quédate.
Su susurro me detiene cuando estaba por recuperar mis pertenencias.
—¿Qué mierda dijiste, Madison?
—Quédate, por favor. Los quiero a los dos. Por una única vez. Concédeme eso, te lo pido.
Edward no me mira, concentrado en pasar su lengua por el interior de sus muslos, recorriendo desde su intimidad hasta el tobillo, ida y vuelta, como si fuera un mero esclavo.
Madison gime, arqueando su columna cuando la boca de mi amigo toma la flor rosada e inflamada, tirando de él.
Mi polla vuelve a la vida y debo reconocer que nunca había estado en una situación semejante. He estado en orgías, sí, pero siempre siendo el único con testosterona en el lugar.
Ver cómo otro hombre complace a la chica con la que acabo de estar, me está resultando tentador y mi lado sucio quiere ver hasta dónde llegaremos con esto.
Como respuesta me siento en el mismo sofá desde donde Edward cogió a la otra, asegurándome de ubicar mi desnudo trasero en el extremo opuesto, a poca distancia de la cama que se llevará toda mi atención durante los próximos minutos.
Con Madison y Edward como protagonistas.
Nunca habíamos estado al mismo tiempo con una mujer y no sé cómo sentirme al respecto. O cómo actuar, por lo que trato de mantenerme invisible.
Lo que, al parecer, no funcionará para la mujer que en estos momentos tiene al castaño entre sus piernas, porque la muy indecente fija sus celestes en mí.
Comienza a gemir cuando Edward separa más sus piernas y entierra por completo su rostro en el sexo de nuestra amiga. El sonido de sus lamidas, succiones y jadeos ahogados se combinan con los gimoteos femeninos. El largo muslo de piel nívea me tapa la visión de lo que el inglés hace, y lo agradezco, centrándome en la modelo, que no deja de retorcerse, aferrándose con fuerza de los cabellos del autor de su lascivo tormento.
No puedo evitar el placer morboso que me causa el espectáculo privado y mi potente mástil es el testimonio de ello. Tengo las venas a reventar decorando todo mi agrandado tallo y mi corona brillante por el líquido preseminal. Mi mano decide que es hora de entrar en acción y comienzo a masturbarme al ritmo de los gemidos de Madison.
El calor caldea el ambiente, y mi cuerpo arde.
Subo y bajo enajenado, sintiendo las gotas correr por mi cuerpo. Mi torso reluce por la humedad y cada fibra muscular de mi abdomen se tensiona con la proximidad de mi nuevo orgasmo.
Madison disfruta de mi espectáculo. Se lo dedico a ella. Cada jadeo que lanzo está cargado de erotismo, como todo en este ambiente que huele a sexo.
Mierda. Esto es fabuloso.
Se me escapa un gruñido cuando mi simiente se esparce como un geiser al mismo tiempo que el alarido gutural de Madison me hace saber que acabamos al mismo tiempo. Un cosquilleo perverso me recorre cuando la víctima del hambre de Edward modula un silencioso "Steve", después de derramarse en su boca.
Entiendo lo que quiso decirme.
"Pensé en ti. Esto es tuyo".
Después de estallar en mi mano, con la mirada enlazada en la celeste que no dejó de buscarme mientras era devorada y lamida por el inglés, me pongo de pie, determinado a continuar la partida, ascendiendo en el nivel de sexualidad.
—Apártate, Edward.
El estupor lo tiene anclado al suelo. Lo ignoro, pasando al lado de él y me enfoco en la pelinegra que no ha quitado su vista de mí.
—Hora de nuestro segundo round. —No dejo que se recupere y, tomándola de un tobillo, la volteo, dejándola sobre su vientre—. De rodillas —ordeno. Lo hace—. Buena chica. Voy a darte más duro todavía, Madison. ¿Estás preparada?
—¡Joder, que sí!
Estimulo su intimidad con dos dedos, aunque los dos orgasmos la tienen todavía húmeda. Me adentro en ella, doblando mis falanges para acariciar esos puntos que la tienen levantando el culo como una gatita necesitada de cariño.
Una vez recuperado de mi orgasmo, tomo otro preservativo, notando por el rabillo del ojo que Edward se plantó enfrente de Madison. Estamos justo en el vértice de la cama, por lo que el culo en pompa, blanco como la luna, me apunta directamente, en tanto su boca se abre ante el ofrecimiento de Edward para que engulla su pene endurecido.
Uno que no alcanza mi soberbia longitud o grosor.
Veo la cabeza negra aferrarse a la pelvis de mi compañero y no puedo evitar sentirme excitado. Pensé que una situación semejante, con Madison, me llevaría a un estado de celos posesivos. Pero no es el caso, lo que me tiene perdido por un momento en mi confusión.
Sacudo esos pensamientos innecesarios y me enfrasco en la tentadora escena delante mío. Su trasero elevado me llama a atraparla con mis garras y eso hago, después de volver a proteger mi miembro otra vez convertido en roca.
La ensarto de una sola estocada, viendo cómo su cuerpo se balancea hacia adelante, atragantándose con la verga de Edward. Al parecer, eso le gustó porque soltó un largo gruñido.
Comienzo a moverme, hallando el ritmo sincronizado entre los tres y debo reconocer que ver su cabeza siendo tomada por la mano del cabrón mientras la folla con crudeza, me acelera por completo.
Golpeo mis bolas contra su sexo, violentamente, arrancándole gemidos ahogados. Mis vaivenes son salvajes, propios de un ser primitivo. Mis dedos se aferran con tanta fuerza en su cadera, que sé que dejaré marcas en su piel. Y eso me provoca más.
Choco contra ella, al tiempo que su culo me busca. Siento lo hondo que llego con mis veloces e intempestivos embistes.
Salgo y entro repetidas veces, perdido con el punto en que mi pene se conecta con su coño hecho agua. Veo cómo se abre para mí y percibo la manera en que sus músculos internos me rodean.
Me alejo hasta que mi punta roza sus pliegues, y regreso con más ímpetu para ensartarla al máximo.
—¡AAAHHHHH, así me encantaaaaaaa! —llora de placer y eso me enorgullece.
—Deja de hablar y usa esa boquita para lo que sirve. —Los dedos de Edward rodean el fino cuello blanco y en su mirada una nueva oscuridad hace presencia. Una escabrosa que me descoloca, descubriendo un lado desconocido de mi amigo—. Métetela hasta el fondo Maddy. Come todo lo que te doy y trágate la leche que sabes que te gusta, zorrita linda.
¿Zorrita? ¿Otra vez? ¿Pero qué le pasa a este puto cabrón?
Al parecer, Madison no escuchó las ofensivas palabras de nuestro amigo. O en esta oportunidad elige no molestarse. Si es así, no lo entiendo, ni lo comparto, porque, seré un puto que se acuesta con toda mujer atractiva, pero jamás les hablaría denigrándolas. Eso de lo debo a mis padres.
Pero no es mi asunto, ni me meteré en ello.
Los gemidos de Madison recapturan mi atención y retomo la fuerza de mis embistes, que no me había dado cuenta, estaban aletargados.
Uso una de mis manos para colarme entre las piernas de nuestra chica y la estimulo en su punto sensible, aumentando la velocidad de mis vaivenes.
Juego con su clítoris y la tensión alrededor de mi polla aumenta, apretándome deliciosamente. Echo mi cabeza atrás y dejo todo de mí en mis últimos empellones.
—Te siento lista, Madison —su respuesta es empujarme con su culo—. Déjate ir. Hazlo ahora.
Tener este poder es adictivo, y sólo aumenta cuando efectivamente, me ordeña poderosamente, por lo que me corro tras tres embistes más, remarcando cada uno de mis cuadrados abdominales al tensionarme en la descarga.
El gruñido de Edward me da a entender que también se liberó, apretando su férreo agarre contra Madison, para que sea receptora de su semen.
Ella cae rendida, sudada, sucia por todos lados y con una sonrisa lujuriosa bailando en sus labios. Abre sus ojos perezosos y los enfoca en mí, compartiéndome su mirada vidriosa por los restos del orgasmo replicándose en ella. Su cabello revuelto, el sudor en su piel y su pecho agitado son un reflejo de las mismas condiciones que Edward y yo debemos mostrar.
—Este ha sido el mejor Halloween de mi vida —balbucea y yo parpadeo ante la irrelevante información de la estúpida celebración—. Iré a lavarme. —Como puede, se levanta. Sus piernas flaquean y mis reflejos me tienen sujetándola de la cintura. Sonríe como una borracha feliz y se estira hasta depositar un sonoro beso en mi mejilla—. Gracias por cumplirme mi fantasía.
Su contacto ya no me estremece como antes, confirmándome una vez más, que cualquier otro sentimiento más allá de la lujuria está sepultado en mí. Me aparto, algo arisco, pero no se percata. Una vez suelta, me da la espalda y pasa junto a Edward, dedicándole un beso igual.
Edward ríe al verla moverse con torpeza hasta la puerta que todo este tiempo estuvo cerrada a un lado de la habitación, y se pierde tras ella.
Enseguida me mira borrando cualquier atisbo de gracia.
—Entonces me dirás qué mierda fue lo que ocurrió entre ustedes?
Vaya, eso no me lo esperaba. Al parecer, no se olvidó lo ocurrido antes.
—Cogimos. Eso pasó, Edward. —Su rostro se contorsiona—. Hace dos años atrás.
—¿Dos años...?
Lo veo hacer sus matemáticas mentales, cayendo en cuenta de a lo que me refiero.
—Sí. Poco tiempo después de lo de mamá... —desestimo cualquier respuesta de mi amigo, que se muestra compungido y ante la revelación. Será un cabrón, pero apreciaba a mi madre y estuvo a mi lado cuando pasó aquello—. Ella vino a Sharpe Media. Discutimos, tuvimos sexo en su hotel, y volvimos a discutir. Eso es todo.
—¿Y ahora?
Su curiosidad parece genuina, notándose en su tono de voz bajo.
—Seremos follamigos. Igual que ustedes. No te jode, ¿verdad? —cuestiono sin disimular mi sarcasmo.
—Para nada. Nada cambiará entre tú y yo. Seguimos siendo amigos.
Pues díselo a la vena de tu frente, que está por estallar.
—Solo que no follamigos. Eso lo dejamos para Madison —añado.
No hay rastro de broma en mis palabras, pero al parecer son tomadas con gracia por mi viejo camarada, que ríe, lo cual relaja un poco la energía que nos envuelve.
Nos quedamos en silencio hasta que Madison reaparece.
Uno por uno, pasamos al cuarto de baño para adecentarnos.
Una vez vestidos, el frío y la tensión entre los tres regresa, y soy yo el que marca los puntos.
—Que quede claro que esto no volverá a suceder —miro amenazante al inglés. Si bien disfruté de la experiencia, no me interesa repetir el encuentro con otro hombre—. No el meternos en los juegos del otro, Edward. —Cambio mi objetivo a la tercera persona—. Si quieres follar con ambos, Madison, muy bien, lo acepto. Pero por separado. Los tríos, u orgías, los hago sólo entre mujeres.
—¡Acepto! —exclama Madison con demasiado entusiasmo.
—Acepto —repite a regañadientes Edward, echando un ojo sobre la alegre pelinegra.
—Perfecto! Somos adultos que podemos mantener esto sólo en el plano físico. Disfrutaremos cada vez que lo deseemos sin reclamos de ningún tipo. Me gusta eso —explica con una sonrisa enorme, dejando a Edward asintiendo con la cabeza como un estúpido.
Expando mi pecho con arrogancia.
Sé que toma este trato porque realmente nuestros polvos son soberbios, al punto de que nunca se los olvidará y volverá pidiendo por más.
Y yo lo he propuesto, porque, aunque me duela y no quiera reconocerlo, la he echado de menos.
Aunque sé que mi incapacidad para dejar entrar a alguien otra vez en mi vida, la mantendrá a una helada distancia. Porque no tiene idea en lo que me convertí.
Y jamás debe saberlo.
Sin embargo, no puedo dejarla ir del todo.
No otra vez.
De alguna manera, es un retazo de un pasado mejor, que no espero recuperar, pero que me da algo de tranquilidad.
Y bueno, confío en ella —casi por completo—, en el plano sexual.
Se acerca a mí tomándome del brazo espabilándome de mis reflexiones, y aunque lo acepto, no hago nada por responderle el gesto. Con la mano, llama al castaño para repetir su maniobra y de esta manera, los tres nos encaminamos nuevamente a la parte visible del club donde nos encontramos, y que acabo de concluir que será paso obligado cada vez que venga a esta ciudad.
La cual ya no aborrezco tanto.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top