—Una mujer no debería estar en la calle tan tarde —encendió las luces del salón.
—Solo iba....—pensó mucho en una excusa, pero el hombre se le adelantó.
—Su majestad no estará muy contenta cuando le cuente esto.
—No se lo cuentes —pidió—. Por favor.
—No le diré nada, pero a cambio, me debes algo.
Apagó las luces nuevamente y se volvió a la indefinida labor que estaba realizando en el palacio tan tarde.
Jisoo sin importarle lo dicho por ese hombre volvió a su objetivo a pasos apresurados.
En casa de su padre y su hermano, este último la esperaba en la entrada cruzado de brazos. La condujo adentro en cuanto estuvo junto a él.
—Pensé que no venias —dijo en un susurro para no ser escuchado por el señor Kim.
—Me costó mucho trabajo, pero por suerte ya estoy aquí... y no gracias a la reina.
—¿Cómo? —tomaron asiento cerca de la chimenea.
—Si, no me deja verlos a ustedes porque son hombres, esta loca —soltó insultada—. Va a ser complicado encontrar a mi admirador así.
—Tengo un plan.
Las ideas de Kim Samuel no eran en ocaciones las más lógicas, pero en esta situación de desespero era la mejor opción.
La idea era transformar a Jisoo en un hombre, así pasaría desapercibida en la región y podría encontrar sin problema a la persona que amaba.
—¿Qué excusa le pongo a la reina? —resopló—.Cuando no me vea se preguntará porque no estoy.
—¡Esa mujer! —protestó—. Hace las cosas más difíciles... Se me ocurre que puedes decirle que estás en la biblioteca real o dando un paseo. ¿Es necesario que te pegues a ella las veinticuatro horas del día? Probablemente este haciendo otras cosas y ni note tú presencia.
—Hagamos eso entonces. ¿Has descubierto algo?
—Nada, ni rastro, ¿y tú?
—Estamos en las mismas.
...
Con la ropa de su hermano puesta y su pelo escondido en una boina fue suficiente para andar por el pueblo y no ser el centro de atención por ser parte de las féminas.
—Disculpe señor —Se acercó a un vendedor de viandas que contaba su dinero a lujo de detalle con la lengua afuera—. ¿Conoce usted donde queda la escuela de arte?
La primera parada era averiguar donde se encontraba la famosa escuela de arte para hombres. Allí probablemente encontraría lo que buscaba.
—No doy direcciones gratis —no presto la mayor atención.
Grosero.
—¿Cuánto necesita?
—Necesito el sujetador de una mujer.
Grosero y pervertido.
—Pero, ¿donde puedo conseguir algo así? No hay mujeres por aquí.
—Es eso o no te daré nada.
Se salvaba al no enfrentarse a ese hombre con su verdadera identidad, pero a la vez se arrepentía de no haberlo hecho, porque quizás las cosas hubieran sido un poco más fáciles
Con duda, regreso al palacio y escondió en el bolsillo del pantalón que se pondría al día siguiente una de sus ropas interiores más deterioradas.
Al día siguiente volvió con el hombre, este no estaba muy contento con la calidad de la prenda, pero le bastó para dar la dirección de la escuela.
—Puedes llegar ahí más rápido si vas a caballo.
—¿Donde los puedo conseguir?
—Yo tengo los mejores y te los daré, pero esta vez a un precio mayor que el anterior —sus ojos botaban lujuria y puros pensamientos indescifrables para la inocente mente de la pelinegra.
—¿Qué?
—Un cabello de la reina —sonrió— ¿Lo harás por mi ladronzuelo?
—Por usted no hago nada, lo hago por mi, viejo aprovechado —escupió la enorme y redonda cara de aquel hombre.
—¿A quién llamas así? —ofendido, toma una escoba e intenta golpearla, pero ella escapó corriendo.
Nunca en su vida había corrido tanto como ese día. El vendedor iba tras de ella con escoba en mano, chocaba con varias personas y eso le permitía a la chica avanzar hasta que chocó con una espalda.
—Lo siento —dijo el dueño de la espalda—, pero deberías mirar por donde vas.
Alzó la vista y frente a ella tenía al vecino. Bajó su cara al darse cuenta inmediatamente, si la descubría una vez más seguro no contaría con seguir con su plan.
—Disculpe —intentó irse de su lado, pero era encontrase con el vendedor o con el vecino.
El hombre de cabellos castaños se subió a un carruaje y se sorprendió al ver sentado frente a él al chico de hace un rato.
—¿Cómo entraste? —preguntó dudoso.
—No se preocupe, sólo conduzca, por favor —dijo sin mirarlo.
—¿Estás huyendo de alguien? —asintió—. ¿De quién? ¿Por qué?
No respondió.
—Te ayude a escapar de esa persona y no te conozco, por lo menos deberías decirme porque huyes de él.
Silencio.
Resopló —¿A donde vas? ¿Piensas ir a donde voy yo?
—Voy a la escuela de arte —declaró.
—Igual yo. Ahora si respondes. ¿Cómo te llamas?
Debía responderle o si no de seguro iba a ser expulsada del carruaje. Pensó mucho en un nombre y eligió Seong Ji.
—Bonito nombre.
—¿Y usted? ¿Cuál es su nombre?
—No me gusta decírselo a cualquiera, pero tú me has caído bien. Mi nombre es Kim Taehyung.
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