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Con sus manos se abrazaba su vientre envuelto en dolor por culpa de los golpes de su violenta madre. Jadeo por un instante y la reina, quien justo la estaba observando le preguntó cual era la causa de su estado tan extraño.

Jisoo no dijo palabra, prefirió cerrar los ojos y recostarse en el espaldar de donde estaba sentada.

La mujer de la corona de oro sin algún permiso levantó el velo que cubría el rostro de la chica.

—¿Qué te ha pasado? —Asustada se despertó. En su mente buscaba millones de ideas para mentir a la mujer tan poderosa y preocupada por su estado.

—Me he peleado —la reina la tomó por la barbilla y observó más de cerca cada detalle de su rostro.

—Nunca te metes en problemas —se sentó junto a ella— ¿Quién ha sido?

—Hyemin —mintió, después de todo la mencionada había dejado de ser su amiga desde hace unas pocas horas.

—Apenas regresemos me va a oír. Les he enseñado que actuemos como hermanas, como familia —acomodó el pelo de la adolorida a un lado para verle mejor los hematomas en la cara— Eras tan bonita . Apuesto todo a qué fue por envidia. Nunca vi a Hyemin con buenas intenciones hacia a ti.

La joven se horrorizó con el planteamiento de la reina, pero prefirió callar y volver a cerrar sus ojos.

—Eso mi niña, duerme —le sugirió —. Descansa, pero ahora más que nunca debes llevar el velo sobre tu rostro. Si lo muestras será señal de que eres demasiado débil y no seria bueno para nosotras que eso ocurriese.

Las reglas de la reina era un poco complicadas, excesivas e innecesarias. A la pelinegra ya la estaban empezando a molestar, pero debía contenerse si quería lograr su objetivo.

Aunque temía, temía que su amado en anonimato no la quisiera por tener su rostro destruido.

El corazón le palpitaba con locura cuando pensaba tanto en él. Quería conocer cómo era su rostro. Si era guapo o feo no le importaba, ella había conseguido enamorarse por cómo se expresaba en cada una de sus cartas.

¿A qué se dedicaría? Aunque recordó que le había dicho una frase, la cual tal vez pueda definir su oficio.

"En las noches llenas de estrellas observo el cielo enamorado. Alcanzó a tocar el pincel, con el cual quiero pintar cada línea, cada curva y cada oscuridad de tu cuerpo"

¿Podría ser un pintor? Pero también recordó otra hermosa carta que la confundió.

"Noble es él, noble soy yo. Junto a él siempre estoy, pero por ti dulce leche me transporto a donde quieras vos"

¿Sería un oficial del Rey?

Jisoo tenía tantas dudas, pero no quiso pensar más en ellas; en unas pocas horas estaría junto a él, besándolo y acariciándolo , con las manos entrelazadas iniciando su propia vida lejos de ARA.

—Hemos llegado Reina —anunció la humilde mujer que manejaba el carruaje.

Los ojos de Jisoo se abrieron al momento, emocionada abrió la puerta de aquel coche antiguo y adolorida bajo de este.

—Te veo contenta —Olvidaba la presencia de la mujer que la apreciaba.

—Es por ver a mis hermanos —contestó rápido, la reina sonrió en respuesta y llevó sus manos a su espalda.

Entraron al palacio del rey. Descansaba en su trono con una mano apoyada en su barbilla mientras un pintor de una larga barba le hacía un cuadro.

Al ver este último la presencia de la reina hizo una reverencia.

—¿Qué te trae por aquí mi querida? —preguntó el Rey con ese tono dulce y encantador.

La reina hizo una mueca de asco, no le gustaba ser tratada así por su esposo.

—He venido porque uno de tus hombres a estado en mi región de mujeres —reveló insultada—. A dejado escapar a los animales de la granja. ¡Me ha hecho un sabotaje!

—¿Tienes pruebas para hacer tal acusación? —se levantó enfadado dejando atrás la dulzura —. Mis hombres siempre están ocupados, trabajan arduamente todos los días para que tus "damas" puedan llevarse algo a la boca todos los días.

—Mira lo que te voy a decir —lo señaló—. No me quiero imaginar que estás denigrando a mis mujeres porque te las vas a ver conmigo y claro que tengo pruebas —el Rey alzó los brazos pidiendo que se la enseñara y ella señaló a Jisoo—. Ella es Kim Jisoo, hija de la agricultora Kim e hija de tu oficial. Una de tus ratas dejó abierta su granja. ¿Qué más pruebas quieres?

El Rey no le quedó otro remedio que disculparse y prometió devolverles todo lo que habían perdido, pero la reina aún no estaba contenta.

—No es suficiente. Por culpa de lo ocurrido se ha perdido una joya muy preciada.

—¿Qué puedo hacer yo por eso?

—Construir una exactamente igual –dijo con detalle.

Bufo en desespero porque esa mujer se fuera de su alrededor —Eso haré. Mandare a crear una joya ¿Qué tipo de joya es? —parpadeó dudoso.

—Un anillo de bodas —respondió Jisoo desde donde se encontraba, atrás de la reina con el velo ocultándole el rostro.

—Como diga hermosa —el Rey volvió a ese coqueteo para nada cómodo para las presentes y la reina volvió a poner cara de asco.

—Este hombre no cambia —susurró la reina para sí misma y para su compañera de viaje.

Las enormes puertas brindaron un enorme estruendo al abrirse.  Dando paso a los consejeros reales que sonrieron al ver a ambos reyes juntos en una misma sala.

—¡Al fin los vemos a ambos! —dijo uno de los más pequeños de estatura—. Necesitamos hablar del tema de la natalidad.

La elegante mujer reviró los ojos y tomó rumbo a la salida, pero los guardias reales le bloquearon el paso provocando que mirara con malos ojos al Rey.

—No huyas Jihyo, nuestro reino está en peligro si no detenemos esta división —dijo el más delgado de los consejeros.

—Hablemos —cedió, suspirando y sin remedio alguno.

Los planteamientos entre la realeza y los consejeros eran temas que no se podían discutir con la presencia de la población por lo tanto se pidió la salida de las personas no integrantes de la realeza.

Jisoo estaba contenta y obstinada de estar entre los reyes, discutían como dos niños pequeños, decía ella.

Con prisa fue hasta donde se encontraba su antigua casa, donde ahora vivía su padre y su hermano. Tocó varias veces y no recibió respuesta alguna.

Cuando ya perdió las esperanzas de que le abrieran, sorpresivamente alguien se asomó por la ventana.

–¿Eres? —enarcaba una ceja y sentía curiosidad por aquella que ocultaba su rostro—. Las chicas no pueden estar en la región de los hombres. Debería demandarte.

—He venido con la reina . ¿Usted quien es?

—El dueño de esta casa y no le creo que viniera con la reina.

—¿Cómo que el dueño de esta casa?  —sorprendida— ¿Aquí no vive el guardián Kim?

—No tengo porque darle explicaciones a una doncella —dijo y cerró las ventanas.

Grosero.

Molesta tocó insistentemente la puerta y la ventana en la espera de que aquel desconocido volviera abrirle y darle información sobre el paradero de su padre y su hermano.

Arto de los toques sin freno, el desconocido abrió la puerta, tomó de la muñeca a la joven y la adentró a su casa.

Asustada, agitada y adolorida por la acción tan rápida del pelinegro se soltó de la mano que le agarraba de la muñeca.

—Me lástimas.

—Si te quitas el velo te diré donde esta tu padre y tu hermano.



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