───THREE: darling i'd wait
CHAPTER THREE
cariño yo esperaría
ESTELLA VOLVIÓ A VERLE, aunque no había muchas dudas al respecto. Dos días después de su paseo por el lago, él había aparecido frente a su ventana al anochecer. No era como si lo hubiera estado esperando sentada leyendo mientras la luz del sol se atenuaba, era como si supiera que estaba allí antes de asomarse a la ventana.
Esta vez caminaron por un bosque. Por lo general, a Estella le habría aterrorizado caminar entre los oscuros e inquietantes árboles al comenzar la noche, pero la presencia de él no dejaba lugar a la ansiedad. Esta vez le hizo preguntas y ella respondió con entusiasmo. Le habría dicho a Carlisle todo lo que él quisiera. Por supuesto, él nunca le pedía mucho más que su historia familiar y sus aficiones, pero ella no tenía ni una sola idea en la cabeza que no quisiera compartir.
Dos noches más tarde volvió. Esta vez se encontraban en un prado, tumbados en la hierba y mirando las estrellas. Estella dejó que Carlisle le explicara las distintas constelaciones que se extendían por el cielo. Por supuesto, ella ya conocía muchas de ellas y él era consciente de ello, pero a Estella nada le gustaba más que oírle hablar. Había algunas estrellas de las que no sabía el nombre. Él hablaba de ellas con tanta facilidad como si la información estuviera escrita en una página delante de él.
Sabía tanto que él mismo podría haber sido una estrella. Estella no se habría sorprendido, al fin y al cabo tenía una presencia etérea. Mientras yacían en la hierba suavemente mullida, Estella se dio cuenta de que sus manos estaban entrelazadas una vez más. Era algo a lo que se estaba acostumbrando. El impacto de sus manos heladas había desaparecido y Estella sólo sentía calidez mientras yacía a su lado.
Pasaban la mayor parte del tiempo fuera. Estella no podía decir que supiera dónde vivía Carlisle, pero eso no le molestaba demasiado. Caminaban y entraban y salían fácilmente de la conversación. El silencio nunca era forzado ni incómodo y Estella no recordaba la última vez que se había permitido estar tan relajada.
De vez en cuando bailaban como la noche en que se conocieron. Al principio Estella creyó que aquello resultaría extraño debido a la ausencia de música, pero de algún modo la perfecta fluidez de sus movimientos llenaba el aire de silencio y les distraía de la tranquilidad. A veces Carlisle tarareaba suavemente para sí mientras la paseaba. Estella sonreía y entonces su risa angelical llenaba el espacio entre ellos.
A pesar de que los días se adentraban en el invierno, Estella nunca se dio cuenta del frío que la rodeaba. Pasaron las noches más frías caminando hasta que Estella pudo ver su aliento en pequeñas nubes ante sus ojos. Esto la conmocionó un poco.
Evidentemente, la distracción de Carlisle le había impedido darse cuenta del frío que hacía en realidad. Carlisle afirmaba que apenas sentía el frío, así que ella decidió no mencionarlo.
Poco después llegó la Navidad. No le sorprendió descubrir que Carlisle era bastante religioso. Estella nunca había sabido qué pensar de la religión. De niña recordaba haber creído desesperadamente en un Dios hasta que le rogó que mantuviera a su madre con vida hasta su cumpleaños. Después de perderla, supuso que la creencia se desvaneció, pero seguía participando en muchas de las celebraciones religiosas.
Carlisle no hablaba mucho de sus creencias, lo cual era comprensible. Lo único que decía era que la religión lo había salvado de tomar un camino más oscuro en la vida. A menudo Estella sentía una gran curiosidad por saber a qué se refería, pero nunca se lo preguntaba. Estella sabía que los secretos no significaban necesariamente algo malo.
Para el año nuevo Estella había comenzado a preocuparse de cuánto tiempo él estaría alrededor para. De un modo u otro, el tiempo siempre habría estado en su contra, pero Estella deseaba que los días no pasaran tan deprisa. Carlisle llevaba en Washington más tiempo del que pretendía, ella lo sabía, y aunque él seguía diciendo que tenía una razón perfectamente válida para quedarse para siempre, Estella se preguntaba cuándo dejaría de ser suficiente.
Claro que ése no era el único problema. En agosto Estella estaría casada con un hombre horriblemente pretencioso, sin ningún interés real en su mente, sólo en su aspecto. No le gustaba pensar en el futuro sabiendo que se escondía en lo que serían sus días más felices. Cada vez estaba más cerca.
En enero fue cuando las cosas cambiaron. Carlisle era médico. Se había enterado a las pocas semanas de conocerse y se había quedado relativamente sorprendida. No porque no lo pareciera, sino porque había tardado tanto en mencionarlo. La mayoría de los médicos presumían mucho de su profesión, siempre se presentaban con su título y hablaban de su formación y sus conocimientos.
Estella respetaba mucho a los médicos. Al fin y al cabo, hacían cosas excelentes. Se sintió cada vez más encariñada después de saber que Carlisle era uno de ellos. No le gustaba hablar de lo que hacía para parecer mejor. De todos modos no le hacía falta, a los ojos de Estella ya era perfecto.
En enero empezó a ausentarse. Había una desagradable infección que se extendía por Nevada hasta Colorado y parecía picar hacia el sur. Llamaron a Carlisle y a muchos otros para que ayudaran en lo que pudieran, lo que significaba que se iba mucho.
Volvía cada semana, lo que podría haber sido suficiente si Estella no se sintiera como si estuviera en equilibrio sobre la aguja de un reloj a punto de caer. Carlisle tampoco estaba contento. Por supuesto que nunca diría que no a ayudar a los demás, sobre todo si sabía que su talento en el campo podía marcar una diferencia real, pero estar separado de Estella era más difícil de lo que había imaginado.
Todos los sábados volvía, esperando fuera de la ventana con la respiración contenida. Estella siempre estaba allí esperando. Se le iluminaba la cara cuando lo veía salir de la oscuridad y se le dibujaba una sonrisa en el rostro. Intentaban evitar la conversación sobre la infección porque Estella sabía lo perturbada que estaba la mente de Carlisle. Más de lo que él admitía.
Todos los miércoles Estella recibía una carta. La primera había sido una sorpresa. Las criadas le habían traído el correo con curiosidad, pero ella nunca les dejaría saber la verdad de lo que ocurría. Nadie más le habría escrito y, mientras sus ojos recorrían las palabras, sintió como si él se las dijera al oído.
Como todo lo que hacía, su escritura era perfecta. Las letras finas e inclinadas eran precisas y organizadas. Estella sabía que, aunque parecía que se había esforzado mucho para que todas las letras tuvieran el mismo tamaño y longitud, para él era algo natural. Cada carta empezaba con la frase "mi querida Estrella", que la hacía sentir como si fuera la única mujer del mundo.
En cambio, el esfuerzo se había concentrado en las palabras. Escribía como poesía, cada una de ellas grabada con promesas que ella sabía que él cumpliría. Estella seguía soñando con él todas las noches. Comprendía que era tan ingenua y desesperanzada como todas las heroínas de los libros que solía odiar, pero no podía evitar ese sentimiento arremolinado en su interior que hacía que su cabeza se llenara de sus palabras y nada más. Después de todo, siempre dicen que el amor joven es el que más brilla.
Cada vez que cerraba los ojos, Estella juraba que podía sentir su frío beso en los labios. Lo mismo ocurría cada vez que lo veía. El suave abrazo que duraba unos instantes. A veces se quedaba más tiempo y otras veces su pensamiento calculador debía de haberle vencido, ya que se alejaba con una sonrisa de conocimiento.
Las cartas se acumulaban en una caja de zapatos debajo de su cama. Entre el miércoles y el sábado, ella volvía a leerlas y repetía el proceso cuando él desaparecía cada sábado por la noche. Esto continuó hasta bien entrado marzo y Estella hizo todo lo posible por no temer por lo que pudiera ocurrir al llegar el verano. Le habría encantado verlo todos los días, aprovechar al máximo el tiempo que pasaban juntos, pero supuso que era mejor así, que tal vez dolería menos. Estella dudaba de que algo pudiera mitigar lo horrible que sería, pero tenía esperanzas de que así fuera.
Nunca hablaban del tiempo si podían evitarlo. Carlisle era consciente de que el camino de Estella estaba escrito en piedra y aunque ella odiara la idea de seguirlo no había nada que pudiera hacer. Estella esperaba que la inteligencia de Carlisle le hubiera encontrado una salida sencilla, pero ni siquiera él pudo encontrar una respuesta. Para ella eso significaba que era inútil.
Era viernes 29 de abril cuando Estella se sentó en su habitación a leer la carta más reciente. En su mayor parte, podía recitar las cartas mientras dormía. Tal vez las leía demasiado, pero la falta de su presencia lo convertía en una necesidad para ella. Sin embargo, este viernes no era como los demás, había sido su vigésimo segundo cumpleaños.
De niña, Estella había adorado los cumpleaños. Le encantaban las atenciones, los regalos y las fiestas. Desde que murió su madre, la idea no había sido tan perfecta. Había aceptado el glamour de una fiesta y había mantenido la sonrisa pegada a la cara durante toda la noche. Pero su mente había estado vagando inquieta hacia su habitación y las cartas bajo la cama.
Había habido más pretendientes en la fiesta. Algunos mejores que las alimañas que su padre le había traído anteriormente. Ninguno de ellos era Carlisle, eso era algo que Estella nunca superaría.
Había estado absorta en la melodía de las palabras cuando hubo un ligero golpe en su ventana. La primera respuesta de Estella había sido miedo, la segunda, esperanza, y cuando se levantó de un salto para abrir las cortinas se dio cuenta de que la segunda vez había tenido razón.
Carlisle le sonreía a través del cristal con su belleza y aplomo habituales. Estella se quedó boquiabierta mientras abría la ventana y le permitía entrar con elegancia en su habitación.
-¿Estás aquí? -Estella rió emocionada mientras le rodeaba el cuello con los brazos-: Es viernes.
-Lo sé, -murmuró él mientras le devolvía el abrazo con la misma fuerza, apretando los labios contra su hombro. permanecieron así un momento antes de que una corriente de aire frío se colara por la ventana y Estella se viera obligada a moverse y cerrarla de nuevo.
Él nunca había estado en su habitación, recordó Estella mientras lo observaba lentamente. No había nada que reflejara su personalidad en ningún lugar de las paredes. Su madre había elegido la mayor parte de la decoración según sus propios gustos y, por mucho que Estella se pareciera a su madre, se diferenciaban de forma bastante evidente.
-¿Qué haces aquí? -preguntó Estella cuando él se volvió hacia ella.
-He estado en Wyoming, allí la infección no es tan grave, así que he podido venir antes, -explicó él, paseándose por el suelo-. Y no iba a perderme tu cumpleaños... aquí tengo algo para ti.
Carlisle metió la mano en el bolsillo de su abrigo y sacó un pequeño paquete envuelto en plata. Estella miró la caja con asombro, y sus ojos volvieron a posarse en los de él.
-No hacía falta que me trajeras nada, -sonrió levemente, cogiéndolo de sus manos.
-Quería hacerlo.
Estella rasgó con cuidado el papel de la caja y quitó la tapa del envoltorio de terciopelo. Dentro había un precioso collar dorado con un pequeño colgante de una estrella. Por un momento no pudo apartar los ojos de él. La estrella era tan perfecta, tan sencilla, tan elegante. Parecía algo que hubiera encontrado en un sueño.
-Me encanta, -sonrió Estella mientras lo sacaba de la caja- ¿me ayudas a ponérmelo?
Carlisle asintió con una sonrisa mientras le quitaba el amuleto. Ella le dio la espalda y se apartó el pelo. El colgante descansaba perfectamente entre sus clavículas y trató de no estremecerse al sentir su frío tacto en el cuadrado de su espalda.
-Me alegro de que te guste
-Es perfecto, -sonrió Estella mientras se volvía de nuevo hacia él-. Muchas gracias.
Ella se acercó para besarle de nuevo, y él le entrelazó los dedos en el pelo, atrayéndola hacia sí. Sus cuerpos chocaron tan suavemente como la pintura, perfectamente forjados.
-Te he echado de menos, -susurró Estella mientras se separaban.
Carlisle sonrió mientras ella lo miraba fijamente. Había algo en su belleza que la dejaba sin palabras. Él solía decir lo mismo de ella y, aunque Estella no creía que pudiera estar a su altura, sabía que lo decía en serio.
Estella volvió a instigar el beso, feliz de sentir la presencia de su mano en la nuca mientras sus labios se movían suavemente contra los suyos. Poco a poco sintió que el mundo se desvanecía mientras la electricidad crepitaba contra su piel. Carlisle le puso la otra mano en la espalda y tiró de ella para acercarla. Estella no recordaba que hubiera sido así antes. Debía de echarla de menos.
No estaba segura de cuánto tiempo había pasado, el tiempo se convertía en un misterio cuando estaban juntos. Estella descubrió que se apasionaban cada vez más a medida que pasaba el tiempo, hasta que sintió que sabía lo que iba a ocurrir a continuación. Su mano se enredó en el pelo de él mientras sus piernas chocaban contra la cama detrás de ella.
Entonces, como si hubiera caído el telón, él se apartó con ojos llenos de disculpas y arrepentimiento. Estella se le quedó mirando un momento, esperando a que hablara. Parecía que no encontraba las palabras.
-No puedo, -suspiró con frustración, Estella se preguntó por qué estaría enfadado.
-Está bien -Estella sonrió con sinceridad-, no tenemos que hacerlo.
-Yo quiero, -continuó él, con la voz llena de verdad-, no quiero hacerte daño.
-¿Cómo podrías hacerme daño? -Estella se rió ante la sola idea-: No está en tu naturaleza.
-No quiero correr ese riesgo, -murmuró Carlisle en voz baja- te prometo que es mejor así.
-Mientras te tenga a ti -Estella sonrió suavemente-, entonces no me importa lo que hagamos.
Hicieron de todo menos eso. Estella no quería cuestionar su razonamiento y eso no le importaba en absoluto. Había dicho en serio cada palabra pronunciada. Sin embargo, no podía mentir que apreciaba la forma en que se movían juntos, la forma en que su piel fría la rozaba. Estella lo tendría para siempre si la eternidad hubiera sido una posibilidad. El tiempo iba siempre en su contra desde el momento en que se miraron, pero se perdieron en los momentos que pasaron juntos. Tanto que el tiempo les parecía un extraño.
Habían hablado brevemente después, mientras Estella se recostaba contra su hombro, con el cuerpo girado hacia el suyo. Por supuesto, no encontraría nada más que yeso opaco, pero a ella le gustaba ver cómo sus ojos recorrían la pintura agrietada y el papel pintado seco.
Estella se durmió más rápido de lo que hubiera querido. Le habría encantado pasar toda la noche hablando, no perder el tiempo extra que les habían regalado. Era imposible. Tenía los ojos cansados y más pesados de lo que recordaba. Él la había agotado y, mientras la rodeaba con un brazo frío y perfectamente elaborado y le susurraba que dormir no era una debilidad, Estella había vuelto a caer en esos maravillosos sueños que tanto le gustaban.
Sin embargo, aquella vez fue diferente, ya que cuando despertó se dio cuenta de que seguía viviendo dentro de uno de esos sueños. Estella no se había movido mucho, descubrió que su cabeza seguía recostada sobre el hombro de Carlisle. Lo que la sorprendió fue que él no se había movido en absoluto. Seguramente no podía estar tan cómodo. Se preguntó si habría dormido, mientras lo miraba sus ojos seguían arañando el techo. Estella decidió que no podía haberse pasado diez horas mirando pintura descascarillada, debía de tener el sueño ligero. Tenía sentido.
Estella deslizó la mano por su pecho, que estaba tan frío como el resto de su cuerpo; su piel no era distinta de la piedra lisa. Después de todo, era muy fuerte. Al principio Estella no se había dado cuenta de ello, pero ahora que había visto los músculos de sus brazos y su torso, cuidadosamente elaborados, no podía creer que hubiera sido de otra manera. Al fin y al cabo, parecía haber sido creado a imagen y semejanza de los cielos.
Su mirada se dirigió hacia ella y una sonrisa se dibujó en sus labios.
-Perfecta, -susurró, y Estella sintió que el corazón le brillaba.
-¿Has dormido bien? -preguntó Estella interesada.
-Tan bien como siempre... quizá un poco mejor, ¿y tú?
-Brillantemente -Estella sonrió-. Ojalá pudieras estar aquí todas las noches.
-Yo también lo deseo -Carlisle suspiró-. Ojalá las estrellas hubieran escrito un destino mejor para nosotros.
Estella estuvo de acuerdo y volvió a apoyarse en su hombro. Siempre tenía ganas de preguntarle sobre el futuro de forma racional, con la esperanza de que su tono tranquilo hiciera que la situación pareciera menos horrible. Sin embargo, era una ilusión. En su mente se había explicado demasiadas veces. No tenían ninguna esperanza de estar juntos, en ningún universo.
Carlisle jugaba con su pelo, haciendo girar los largos rizos entre sus dedos como si fueran cintas. La miraba con tanto cuidado que Estella olvidó lo fría que sentía su piel contra la suya. En lugar de eso, sintió la calidez que desprendían sus ojos.
-Dime algo -murmuró Estella suavemente.
-¿Contarte qué?
-Cualquier cosa, me gusta oírte hablar.
Carlisle pensó mientras apoyaba la parte lateral de la cara en la parte superior de la cabeza de Estella. Le había contado historias de todos los lugares hermosos que había visitado, todas las cosas asombrosas que había visto. Incluso los detalles más pequeños e insignificantes, que ella guardaba en su mente como trofeos. Había grabado cuentos de las estrellas y leído poemas directamente de su mente. A Carlisle le preocupaba que al final se le acabaran las cosas que contarle, no es que les quedara demasiado tiempo.
-¿Has oído alguna vez la historia de Píramo y Tisbe? -preguntó Carlisle.
-Creo que no.
-Fue un poema escrito por Ovidio, la historia que inspiró Romeo y Julieta.
Estella escuchó con atención mientras él comenzaba a hablar, podría haberlo escuchado hablar hasta que finalmente se marchitara. Si pudiera elegir, tendría su voz en su mente para siempre.
-Al igual que Romeo y Julieta, a Píramo y Tisbe se les prohibió estar juntos. Sus familias no lo permitían, pero vivían en casas contiguas separadas por un muro. Había un agujero en la parte inferior de la pared, lo suficientemente pequeño sólo para una araña, pero les concedió lo que querían, la capacidad de hablar el uno con el otro.
»Durante un tiempo eso era todo lo que necesitaban, oírse el uno al otro. Supongo que, como nosotros, hablaban de todo lo que podían. Sin embargo, después de un tiempo se dieron cuenta de que eso no era suficiente... que necesitaban estar juntos.
»Idearon un plan para huir y encontrarse bajo una morera en el extremo más alejado del pueblo, para poder dejar a sus familias y tener por fin una oportunidad en el amor. Tisbe llegó primero bajo el árbol, llegó temprano y durante un rato esperó.
»Sin embargo, entonces vio a una leona que caminaba hacia ella con la boca cubierta de sangre. Atemorizada, corrió a esconderse y, en su precipitación, dejó caer su capa bajo el árbol. Se escondió en una tumba y vio cómo la leona desgarraba su manto antes de adentrarse en la noche. Tisbe no podía estar segura de que el león se hubiera marchado realmente, así que esperó un poco más.
»Píramo llegó poco después, por supuesto Tisbe no estaba allí, pero su manto sí. Desgarrado y cubierto de sangre. En su horror por haber permitido que esto sucediera y su incapacidad para vivir en un mundo sin ella, cayó sobre su espada, la sangre manchando las hojas blancas de la morera.
-Estoy seguro de que puedes adivinar lo que pasó... Tisbe lo encontró al volver de su escondite. Evidentemente horrorizada de que él hubiera caído sobre su espada porque pensaba que ella había muerto Tisbe copió la misma acción para que pudieran permanecer juntos en otra vida. Se dice que los Dioses admiraron tanto su adoración que cambiaron el color de la fruta de Morera al color manchado.
-Eso es trágico -murmuró Estella pensativa mientras volvía la vista hacia él- ¿Crees que habría funcionado?
-¿Qué habría funcionado?
-Si Píramo y Tisbe no hubieran muerto... ¿crees que huir de todo les habría permitido estar juntos?
-No estoy seguro, -Carlisle sonrió con complicidad mientras le besaba la coronilla-, las complicaciones no tienen nada que ver con la familia a la que pertenecen.
Ella supo que ya no estaban hablando de la historia cuando él pronunció esas palabras de pesar. Sin embargo, mientras Estella se apoyaba en su hombro y miraba el cielo que amanecía lentamente, se preguntó si le importaba mucho cuáles podrían ser esas otras complicaciones. Lo que sí sabía con certeza era que haría cualquier cosa por estar con Carlisle.
-Te amo -murmuró Estella en voz baja-, ¿lo sabes?
-Lo sé -Carlisle suspiró-. Te amo infinitamente, mi Estrella.
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