Star 1

La primera estrella podría decirse que fue una de las que más conmovió a Alfred. Le había tocado la fibra sensible de una forma increíble, porque le recordaba en parte a él. Sin embargo, era también una historia muy diferente a la suya.

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—¡Arthur! ¡Espérame! —gritó, el joven americano, mientras corría persiguiendo a aquel inglés de ojos verdes brillantes—. ¡Me prometiste que iríamos juntos a casa! —protestó de forma infantil una vez consiguió llegar a su lado.

—I'm sorry, Al. Me ha surgido un imprevisto, no te puedo acompañar. Mañana te aseguro que volveremos juntos —dijo con una sutil sonrisa en el rostro. Sin embargo, el puchero en el rostro de Alfred, el americano de ojos azules y cabellos rubios, no desaparecía.

Arthur, el chico de ojos esmeralda, dejó escapar una risita por lo tierna que le parecía aquella expresión del chico. Besó su mejilla de una forma fugaz y superficial, consiguiendo sorprender al más joven de los dos.

—No pongas esa cara. Te prometo que mañana volveremos juntos. Te lo prometo. —Alfred asintió no muy convencido y se despidió del inglés.

Ya era la séptima vez que le hacía lo mismo en ese mes: dejarle tirado cuando tenían planeado algo y después posponerlo tanto que queda en el olvido el plan que nunca se lleva a cabo. Alfred no quería sospechar de su pareja, pero no se lo ponía sencillo.

Habían comenzado a salir hace 5 años, cuando ambos tenían 12 años. Evidentemente, eso tenía sus consecuencias: ya no eran como antes.

Alfred lo sentía, con el paso del tiempo, Arthur se volvía más distante a él. Siempre tenía alguna excusa para no poder quedar con él o hacer cosas juntas. Incluso, siendo vecinos, decía que no podía volver con él por diversas razones que nunca explicaba cuáles eran. No obstante, nunca quiso pensar mal de él. En su cabeza siempre surgía el "Arthur no sería capaz de hacer algo así" y, por lo tanto, dejaba pasar todo lo que sentía respecto el tema.

—Supongo que volveré solo hoy también... —se dijo a sí mismo en un murmullo. Se acomodó la mochila en la espalda y comenzó a caminar en dirección a su hogar sin darse cuenta de lo que ocurría a pocos metros de él entre unos cuantos árboles.

Así, los días continuaron pasando y cada vez se volvían más distantes, pero incluso más exagerado que antes. Ahora Arthur casi ni le miraba a los ojos y ni hablaba con él durante horas como solían hacer. No le agarraba de la mano, y ya que decir de un beso. Hacía semanas que no sentía el tacto de los labios de su pareja sobre su piel. Sin embargo, Alfred seguía confiando ciegamente en el inglés. Daba igual lo que viera y le dijesen, él confiaba en su pareja, le amaba, le conocía.

—Alfred-san, date cuenta por favor... —pidió, uno de sus mejores amigos, otra vez.

—Ya te he dicho, Kiku, que Arthur no haría eso —contestó al japonés, a pesar de que su corazón no pensase del todo ese pensamiento.

—No es normal todo esto... Le he visto, con Antonio-san, en el parque ayer por la tarde. Iban como lo hacíais vosotros dos cuando comenzasteis a salir juntos, te lo juro. —comentó de nuevo, el japonés.

—Serán imaginaciones tuyas, Arthur no me engañaría —insistió, el americano—. Ya dejemos de hablar sobre esto. Me aburre. ¿Sabes? Ayer me pasé de nuevo el Pokémon Rubí —comentó con una gran sonrisa que ocultaba su dolor.

No lo quería admitir, quería fijarse en la idea de que Arthur no era capaz de aquello. Pero su corazón no sentía lo mismo. Cada vez que mencionaban el nombre de su pareja, este se estrujaba de dolor, suplicando por un descanso. Cada vez que oía el nombre del amigo de Arthur, Antonio, sentía una furia inmensa crecer dentro de él. No obstante, no quería admitirlo. Arthur y él se amaban, desde pequeños, y eso no iba a cambiar.

—¿Arthur, eso que tienes en el cuello es un chupetón? —preguntó, uno de los compañeros de clase. Es cierto, faltaba comentar que ambos rubios eran compañeros de clase.

Alfred se tensó al oír aquello y miró incrédulo al inglés. Este tenía su rostro pálido teñido por un fuerte color rojo y sus manos tapaban la zona del cuello en la que habían dirigido su pregunta. El americano no quiso creerlo, pero la mirada de miedo que Arthur le dirigió sin quererlo le hizo aclarar todo aquello que no quiso creer.

El de ojos azules se levantó estrepitosamente de su asiento con ojos llorosos y sus mejillas rojas de furia. Fijó su mirada unos momentos en el que se suponía que era su pareja como si quisiese transmitirle lo que sentía en aquel instante. Cogió su mochila y las cosas de su mesa, y sin importarle que el profesor acabase de llegar se fue del aula sintiendo un mar de emociones revolverse en su interior.

—Serás gilipollas —gruñó, Arthur, a su compañero y acto seguido se fue del lugar en busca del americano—. ¡Alfred! ¡Te lo puedo explicar! —gritó a la vez que le intentaba alcanzar.

—No hay nada que explicar, Arthur, me queda bien claro lo que pasa aquí. Me negué a verlo durante todo este tiempo, porque confiaba en ti. Pero ahora ya no hay excusa que valga... Espero que ambos seáis felices juntos, ya no me interpondré en vuestro camino —dijo, casi al borde de las lágrimas.

—No, Alfred, no. No hay nadie más. Yo solo te quiero a ti —le dijo, casi desesperado, y se aferró a la manga de la chaqueta del americano—. Por favor, Alfred, créeme.

—Lo siento, no puedo... No puedo confiar más en ti. Esto es el fin... Siento haber sido una molestia durante todos estos años —las lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas sin control alguno. Salió del lugar, dejando allá a un Arthur petrificado al borde de las lágrimas.

Alfred se sentía como el peor ser del mundo. Como si él tuviese la culpa de todo, se torturaba mentalmente mientras intentaba regresar a casa. Pensaba en lo horrible que era que hubiera atado a Arthur de esa forma a una relación sin futuro como esa, en lo estúpido que fue como para no darse cuenta de los sentimientos de Arthur... Sin embargo, esa tortura llegó a su final con un simple pensamiento: ahora él podrá ser verdaderamente feliz.

Con eso en mente, siguió distrayendo su mente en otras cosas para evitar que su dolor creciese. Pero eso le llevó a un error fatal...

—¡Llamad a una ambulancia! —gritó, una señora, en el paso de peatones.

—No! Al! No! —una voz que el americano conocía bien llegó a sus oídos—. Por favor, Al, resiste. No puedes dejarnos así. Tienes que sobrevivir... Tengo que explicarte la verdad de todo esto —dijo, apresuradamente, sin darse cuenta de que pequeñas gotas de agua salada se deslizaban por sus mejillas. Y, hubiese continuando hablando, pero unos fríos dedos se posaron sobre sus labios.

—No hace falta que inventes más excusas... Ya eres libre para ser feliz... —habló con dificultad, no sentía ninguna energía fluir por su cuerpo—. Solo quiero que sepas... Yo... Te amo... —murmuró, perdiendo sus fuerzas, y su congelada mano cayó al asfalto.

—No... No... Alfred no... No puedes dejarnos así... Tienes que saber la verdad... Alfred no... No! No! No! —sus gritos y sollozos no cesaron hasta que llegó la ambulancia y le separaron del que era su pareja.

Alfred había muerto por su culpa, y había muerto sin saber la verdad de todo aquello.

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¡Al fin llegó nuestra primera estrella! Sí, sí, lo sé. El One-shot a sido muy... “pos ok”. Pero la idea la tenía, y esto es lo mejor que he podido hacer para expresarla en un one-shot.

Aún así, espero que os gustase la primera estrella.
Ciaooooo~~~~~(*'▽'*)♪

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