Capítulo I: Herencia materna
Era viernes por la mañana. Yo ya había desayunado y vestido cuando papá se levantó. Me dio los buenos días y entonces, salí de casa para coger el bus que me llevaría a clase. Una vez en la parada, el bus llego enseguida y monte en él para ir a la ciudad. Cuando llegue a la ciudad, puse rumbo al conservatorio. Dado que en la ciudad donde vivo no hay nada para estudiar astronomía, aprovecho y estudio música que también me gusta. Me apunté a las clases generales, donde te enseñan a leer partituras y a tocar un poco de los instrumentos de música clásica más habituales. Yo llevo estudiando esto desde que me mude de Japón a España con seis años. Mis profesores, con los que me llevo estupendamente, aseguran que soy un genio en potencia, pero yo no lo tengo tan claro... Adoro la música clásica. Mi compositor favorito es Vivaldi, quien compuso mi pieza favorita, "Las cuatro estaciones". Quiero indagar más en el tema del violín y piano en concreto. Me encantan.
Llegué a clase cinco minutos antes, como siempre. No me gusta ser inpuntual, creo que es una falta grave de civismo y de educación. Pronto sonó el timbre y el profesor de turno nos abrió la puerta. A primera hora en viernes, mi clase tenía sesión de canto. Esto es una escuela de música clásica, así que cantamos coros. Mi posición es la principal, y canto soprano. El soprano es muy difícil porque hay que forzar la voz a un tono muy dulce y agudo. Dado que soy la mejor de la clase, según opinión de mi profesor, - cosa que yo no tengo muy claro... -, confía en mí para ocupar ese puesto. A segunda hora, tenemos clase de piano y a tercera, de flauta. Después, es el recreo. Las tres horas siguientes son: solfeo o lectura de partituras, violín y tutoría. Tras la tutoría, todos nos vamos a casa a comer. Por la tarde, yo tengo otras clases. Asisto a un instituto para aprender lo que la gente de mi edad aprendería, es decir, matemáticas y esas cosas. Me paso los fines de semana estudiando para poder llevarlo todo bien y que no me quede trabajo pendiente. Nunca he suspendido y quiero mantener mis perfectas notas. Papá sabe que me esfuerzo y que si no saco dieces, no me riñe porque sabe que estoy ocupada tanto por el día como por la tarde. Pero intento aprovechar todo mi tiempo, aunque sean solo cinco minutos de cambio de clase. En el bus de ida y vuelta de casa al conservatorio y viceversa voy leyendo apuntes y estudiando. La razón por la que me esfuerzo tanto es mi madre. Cuando la conozca quiero que me felicite por mis notas. Quizá ese es mi verdadero sueño: conocerla. Conocerla y hablar con ella. A fin de cuentas, me llevo mejor con los adultos que con la gente de mi edad. Al parecer, se debe a mi manera de ser. Dicen de mí que soy muy madura, que pienso como un adulto y ese es el principal problema con los adolescentes españoles. Calimocho, espichas universitarias, pédida temprana de la virginidad... Son muy mayores para algunas cosas y luego pretenden no serlo para otras. No me gusta la gente así, por eso no encajo con ellos. Eso... Y luego mi extrema timidez. Pero algún día la venceré y seré más social con los jóvenes. Esa es otra de mis muchas metas.
El último timbre sonó y hubo que recoger las cosas para irse a casa. Con la mochila a la espalda y mi precioso estuche de violín en las manos, me paré a hablar con mis compañeros. Yo era la única chica joven de la clase, pues mis compañeros de conservatorio eran adultos, gente experimentada que habían hecho distintos cursos y me gustaba exprimir sus conocimientos para volverme más sabia yo. Eran todos unos veteranos y me caían muy bien todos. Da gusto sentirte a gusto en un sitio donde te aceptan y respetan por quién eres. De aquí me llevo bien con una chica de veinticuatro años llamada Sofía. Me trata como si fuera su hermana menor. Sofía, junto conmigo y unas pocas personas más, somos de los más jóvenes de todo el conservatorio. Sofía y yo somos muy amigas y volvemos juntas a casa todos los días. Bueno, a la parada del bus. Ella vive en otra zona de la ciudad y yo vivo en un pueblo de la provincia. Pero hoy no volvimos juntas porque yo tenía que hacer una cosa antes de volver a casa y me despedí de mi amiga en la misma puerta del conservatorio. Sofía tomó un camino y yo otro. Mi destino era una tienda que tenían cosas muy rebajadas de precio porque estaban de liquidación dado que los dueños se jubilaban. En mi camino a la tienda apenas había gente por la calle. Lógico, era la hora de salir del trabajo e ir a comer. Pero en cierto punto de mi recorrido, un chico alto, de cabello rubio claro, casi blanco como mi propio cabello, y característicos ojos rojos, iguales a los míos, portador de una serpiente albina que estaba enrroscada por su tronco, salió de detrás de una farola y me paró los pasos. Dejé de mirar al suelo y salí de mi ensimismamiento cuando noté su presencia ante mí. La serpiente del joven estiró su cuerpo hacia mí y sacó su bífida lengua para olerme desde la poca distancia que estaba de mí. Las serpientes albinas son indefensas, no son venenosas y se pueden tener perfectamente como mascota. La serpiente de este chico estaba muy bien cuidada y me encantó contemplarla. Le sonreí al hermoso animal que tenía delante.
-Le has gustado. - Me dijo el chico, en japonés.
-Ah, ¿sí? - Respondí, en el mismo idioma. El chico asintió con la cabeza. - ¿Puedo tocarla? - Pregunté a continuación. El chico se acercó a mí más.
-Sí. - Me dijo. Acerqué mi mano derecha al lomo de la serpiente y la acaricié. Su tacto, húmedo y frío, me resultó demasiado agradable.
-Que bonita es... - Dije, admirandola. - ¿Cómo se llama?
-Ofiuco. - Me dijo.
-Ofiuco... La serpiente que rodea con su cuerpo a todos los Símbolos del Zodíaco... El nombre le pega.
-Gracias. ¿Te gustan las serpientes? A la mayoría de gente les asusta, por eso sólo me tiene a mí como amigo...
-Pues sí, me encantan. Adoro a todos los animales, excepto insectos. - Respondí. Empecé a cuestionarme por qué estaba hablando con un completo extraño si no soy de hablar con desconocidos. El chico sonrió.
-No te gustan los insectos y en cambio te gustan las mariquitas y las mariposas.
-¡Pero no las polillas, exacto! ¿Cómo lo has sabido? ¿Eres adivino?
-Veo el futuro. - Dijo solamente. El chico metió su mano izquierda en su bolsillo del pantalón y sacó algo que no ví porque mantuvo la mano cerrada en posición de dármelo a mí.
-¿Ves el futuro? - Cuestioné, pensativa. Creí que se trataba de una broma.
-Así es, Sora. - Respondió, llamándome por mi nombre, dato que yo no le había dado. - Coge, tengo algo para tí.
-¿Cómo has...? - Articulé, pero me callé al ver demostrado lo que dijo antes sobre ver el futuro. Este chico veía el futuro. Improbable. Imposible. Y sin embargo, cierto. De no serlo, nunca habría podido adivinar mi nombre... ¿No? Detuve la mano derecha, con la que acariciaba a la serpiente albina y puse la mano para recibir aquello que el chico, aparentemente, pretendía darme. El chico apoyó su mano en la mía y la abrió, dejandome ver aquello que me ofrecía. Bajé la mirada y lo observé. Era un bonito y delicado anillo de oro con una flor, metido por una bonita y fina cadenita también de oro. La flor tenía doce pétalos y cada uno estaba hecho con una piedra preciosa distinta: rubí, topacio, carbuncio, esmeralda, diamante, jacinto, ágata, amatista, berilo, ónice y jaspe. El centro de la flor era mitad oro y mitad platino. Era muy hermoso, pero de ninguna manera podía aceptarlo. Era de un extraño, para empezar, y debió valer un ojo de la cara. - No puedo aceptarlo. - Le dije, haciendo el gesto de devolvérselo. El chico frenó mi mano con la suya y me volvió a sonreír.
-No me pertenece a mí, pertenece a Sol. Yo soy su mensajero, me pidió que te lo entregara a tí. Mantenlo siempre cerca de tu corazón, Sora. - Me dijo el chico. Me petrifiqué totalmente al saber que el anillo era un regalo de mi madre. El chico acercó su rostro al mío y me dio un beso en la mejilla. Luego avanzó, con las manos a los bolsillos, con paso tranquilo pero incesante. El beso me hizo reaccionar y me giré hacia atrás. Pero el chico ya no estaba. Miré de nuevo el obsequio y cerré el puño con firmeza. Lágrimas cayeron de mis ojos, formando dos bonitas cascadas cuyas gotas acabaron en mi puño y en el suelo. Entre hipidos, me puse el colgante. El anillo estaba justamente situado en medio de mi pecho, cerca de mi corazón. Siempre cerca del corazón. Era lo adecuado. Me sequé las lágrimas y fui a casa. Ya no quería mirar tiendas. En cuanto llegué, me lavé las manos y me puse a hacer la comida. Papá llegaría pronto. Puse la mesa mientras vigilaba el fuego de la vitrocerámica. Papá llegó justo cuando acabé de poner la mesa. La comida estaba ya hecha y enseguida comimos. En la mesa, papá se quedó mirando a mi colgante.
-Hija, ¿de dónde has sacado eso? - Preguntó mi padre, señalando al colgante.
-Oh, esto... Me lo dio un chico muy parecido a mí físicamente. Dijo que pertenecía a Sol. - Expliqué. Mi padre entrecerró los ojos.
-Ése chico... ¿te dijo su nombre?
-No... Pero llevaba una bonita serpiente albina enrroscada a su cuerpo. - Respondí. Mi padre cerró los ojos y sonrió ampliamente.
-Comprendo. Ya ha llegado el momento... Vaya. - Susurró.
-¿El momento? ¿De qué? ¿De qué estás hablando, papá? - Quise saber, perdida del tema que estábamos teniendo.
-De mudarnos a Japón, hija. Te voy a presentar a tu madre. Ella te lo explicará todo. - Dijo mi padre, sonriéndome y mirándome. Ese gesto, esa expresividad del momento me pareció muy misteriosa, pero me alegré, sin terminar de creérmelo, que volveríamos a Japón.
-¿Va en serio? ¿No me estarás tomando el pelo? ¿Y dónde viviremos? ¿Cómo que me presentarás a mamá? ¡Si decías que sólo la conocías de unos días! ¡Explícate, papá! No me puedes dejar en ascuas... - Dije, rogando explicaciones con sentido.
-¡Ja, ja, ja, ja! Lo siento, hija, pero yo no puedo decirte nada. Viviremos con mis padres, tus abuelos, hasta que encontremos casa propia, claro.
-Vale, siento haberme puesto así... Dime al menos cuándo nos iremos... Ya sabes, para ir haciendo maletas y eso.
-Mañana. Hoy fui a comprar los billetes de avión. Hay que madrugar mucho, cielo, porque primero deberemos ir al aeropuerto de Barajas, en Madrid. - Me explicó mi padre. Asentí y me centré en comer. La chica que mi padre había contratado para hacer la limpieza llegó a las cinco y media. Limpió la casa sin molestarnos dado que vio que estábamos ocupados. Hice una lista enorme de cosas para llevarme conmigo y no olvidarme absolutamente nada. Después, comencé a hacer mis maletas. Eran un montón de cosas. La lista de por sí llenaba cinco hojas por ambas caras. Acabé de empaquetarlo todo hacia las ocho. La chica de la limpieza se fue a su casa cuando acabó su tarea. Al poco cenamos y nos fuimos a dormir. Mañana, papá y yo madrugaríamos mucho y sabiendo eso, nos fuimos a dormir. Mañana por la mañana iríamos rumbo a Barajas, en Madrid. Nuestro destino final sería mi amado Japón.
Ya falta poco para volvernos a ver, Suzuya.
--FIN--
¡Hola, aquí la autora! Antes que nada aprovecho para deciros que el siguiente capítulo comenzará desde el punto de vista de Kagurazaka Shiki y se aclararán muchas cosas. Por el momento... ¿Cómo vais viendo la historia? ¿Os convence Sora? Votad si queréis, comentad si deseáis, siempre contesto a dudas y eso. Nos vemos en el siguiente capítulo. Un saludo.
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