prologue

P R O L O G U E



No había otra manera de definir a Ophelia Beaufort que no fuera como una persona insaciable.

En dónde ella pusiera los ojos y le gustara, sin ningún esfuerzo, ella lo tendría en ese instante con mucha facilidad. Siempre era así: no había nada que ella no pudiera obtener con sólo una mirada.

Quizá toda esa suerte se debía principalmente a que era mitad veela y el que hubiera hederado esa hipnotizante belleza gracias a su madre, hacía que cualquier persona sin importar su género se rindiera a sus pies. O también podría ser la manera en que batía sus pestañas haciendo que sus ojos azules resplandecieran aún más u el que sus palabras sonaran como si fuera un canto de sirena al salir de sus labios. Por todo eso, Ophelia no podía decir que su vida era difícil, ella jamás se quejaba por la suerte que tenía, en todo caso, ella agradecía de no necesitar nada de ningún hombre (Oh, ella no los soportaba).

Y Leia Beaufort, su madre, compartía el mismo pensamiento. Ninguna de las dos necesitaron la presencia de una figura paterna para poder ser una familia feliz. Al contrario, toda la herencia que había heredado su madre cuando su abuelo falleció era tan grande que no les preocupó nunca el que el padre de Ophelia nunca se hubiera hecho cargo de su responsibilidad. Sin contar que, la conexión que tenían madre e hija era tan fuerte que si no fuera por la diferencia de edad, bien ambas podrían pasar por hermanas gemelas.

Así es cómo el lado perfecto de la vida de Ophelia Beaufort se veía cuando la conocías superficialmente, pero ese no era el único lado que ella tenía. Oh, no. Había uno más oscuro del que nadie sabría que la perfecta mitad veela se encontraría llorando cada noche de su adolescencia hasta quedarse dormida, cada que un nuevo falso rumor se esparcía por todo el castillo de Beauxbatons, dejándola a ella con una pésima reputación.

Pero eso no era lo más desagradable, no, lo peor era cuando encontraba que las creadoras de dicho rumor se trataban de sus mismas compañeras, las cuáles Ophelia en algún momento creyó que eran sinceramente sus amigas cuando claramente nunca fue así.

A cada una le convenía tener una buena relación con la familia Beaufort por su estatus de pureza de sangre y el poder que su apellido conllevaba. No era un secreto que los Beaufort y los Lestrange estaban conectados, éstos últimos aunque siendo mortífagos, no dejaban de ser poderosos en el mundo mágico.

Con el paso de los primeros años en Beauxbatons, sin amigas, Ophelia se fue apegando cada vez más a los estudios y leyendo cada cosa que llamara su atención: desde su amado libro de pociones hasta las revistas vogue que su madre encargaba con tanta frecuencia, el último grito de la moda. La sabiduría siempre sería su mejor arma, pero el mundo mágico no estaba preparado para que una chica que era conocida por ser una perfecta veela no sólo destacara su belleza sino que también fuera muy inteligente.

No importaba cuántas veces ella haya sido la número uno en cada clase, todos dirían que Ophelia se habría copiado e incluso que habría usado sus «encantos de veela» para que alguien le hiciera cada trabajo.

Ella había luchado contra cada uno de esos terribles prejuicios y falsas acusaciones pero todos ésos terminarían por rebasarla finalmente. Eran demasiados y Beaufort estaba muy cansada de que nadie le creyera a excepción de la directora Olympe Maxime quién por alguna razón, ella era su estudiante favorita.

Fue entonces cuando en su cuarto año, Ophelia terminaría cediendo ante los prejuicios y ella misma aceptaría ser la rubia tonta que todos creían que era. Tan pronto lo aceptó, todo comenzó a cambiar, de repente ella se convertiría en la más popular del colegio y estaría rodeada de un montón de amigos que a Ophelia no les importaba en lo más mínimo. La popularidad: ¡claro que sí!, ¿Los falsos amigos? Nunca.

Sus compañeras ya no eran crueles, al contrario, ellas se volverían serviciales y dispuestas a todas las órdenes que Ophelia Beaufort les diera.

Lo más triste fue cuando después de tanto fingir ser una persona de intelecto escaso, Ophelia de verdad creería que la inteligencia no estaba hecha para ella. Poco a poco los libros fueron desapareciendo, y su otro placer culposo apareció: ¡La ropa y los zapatos!

Por lo que, para su último año en el colegio, Ophelia Beaufort ya era una completa chica material y con una elocuencia gigante al hablar. Y lo mejor de todo, ella ya no estaría sola. Entre todas las personas tóxicas que pisaron su vida, finalmente encontró a alguien con quién podría ser ella misma sin tener que fingir... Sería su otra mitad.

Eros Rousseau.

Él guapo estudiante de Beauxbatons llegó a su vida de una forma muy inusual cuando por accidente Ophelia le rompió la nariz al tratar de esquivar un molestoso mosquito que rondeaba cerca suyo. ¿Lo mejor? Era que él era todo lo que necesitaba en ese momento de su vida.

Pero esa es otra historia, ahora lo importante era hacer que su último verano antes de entrar al su último año en Beauxbatons fuera el mejor de su vida. Y no estaba nada lejos de lograrlo.

Pasar tiempo de calidad con la familia de su inseparable mejor amigo, los Rousseau, era todo lo que Ophelia necesitaba para alegrar y por supuesto alivianar sus últimas semanas de vacaciones. Por lo que no había mejor manera de disfrutar su verano que a lado de su otra mitad: Eros. Alto, sonrisa resplandeciente, con toda la pinta de ser un príncipe con esos preciosos esmeraldas relucientes en su mirada. Y para tristeza de muchas chicas, inclusive el de Ophelia, él era abiertamente gay.

Eros había persuadido con toda su encantadora personalidad (¡Qué error!) a la madre de Ophelia para que le permitiera viajar hasta Londres y asistir al campeonato mundial de quidditch junto con toda su familia. No fue una tarea muy difícil el que la señora Beaufort aceptara. Ella conocía a los Rousseau y también sabía que su única hija muy bien podría acabar siendo la futura integrante de aquella familia si se comprometía con su mejor amigo Eros.

Uh, qué equivocada se encontraba su madre...

Mientras Eros se mantenía con los pies en la tierra y con la única mentalidad de convertirse en un futuro magizoologo, Ophelia vivía entre lienzos, millones de vestidos, faldas, zapatos y muchos zapatos más. Los dos amigos eran completamente opuestos al otro, sin embargo, eso los hacía más unidos porque Ophelia no sabría que hacer si no tuviera algún día a su Eros, y Eros no sabría quien ser si no tuviera a su Ophelia.

Bueno, eso eran algunas veces. Otras más, eran peleas y fuertes discusiones sobre el comportamiento del otro, las cuáles Ophelia ganaría siempre con su increíble persuasión.

—Sólo tú podrías usar ésas botas en la peor ocasión —dijo Eros, señalando sus pies—. ¡Estamos en un campo y hay lodo! ¡Y además son blancas!

—No son cualquier «botas» —reprochó Ophelia muy ofendida—, son las botas de temporada. Las otras no combinarían jamás con mi atuendo. —se señaló a si misma. Llevaba una camisa blanca debajo de una cazadora de cuero azul cielo, junto con el pequeño short de cintura alta de mezclilla y sus preciadas botas altas de ligero tacón que ahora Eros detestaba enormemente—. ¡Y mejor deja de quejarte y ayúdame a no mancharme!

Él sin poder refurtar al respecto, mantuvo a la rubia cargada en sus brazos en todo el transcurso de camino hasta donde se encontraba la tienda de los Rousseau, mientras la sostenía de sus piernas y escuchaba los constantes quejidos de ella sobre el mal olor que había en el lugar.

—Es un mundial. Por supuesto no iba a oler bien, Fée. —dijo Eros con cansancio—. Pesas mucho...

—¿Me estás llamando gorda? —cuestionó rápidamente Ophelia, indignada—. En todo caso yo no lo estoy, tú eres el debilucho aquí. Yo tengo la suficiente carne necesaria para entrar en mi precioso atuendo...

Eros rodó los ojos escuchando todo el parloteo de su amiga. Él estaba muy acostumbrado a sus constantes cambios de humor y a toda esa aura dramática que la rodeaba. En lugar de molestarse, a él le daba gracia escucharla, sólo que jamás se lo diría, eso aumentaría su ego en tendencias múltiples.

—Creo que debemos llevar un poco de agua —comentó Eros mirando la fila de brujos haciendo cola junto con una cubeta.

La rubia dirigió su mirada hasta donde el chico miraba y soltó un suspiro agotador antes de asentir.

—Está bien —bufó—, aunque sigo pensando que sería mucho más fácil lanzar un aguamenti...

—Fée. —gruñó Eros.

—¡Está bien! ¡Está bien! —dijo Ophelia alzando sus manos en rendición—. Pero hagámoslo rápido porque está llegando más gente.

Eros bajo con cuidado a su amiga mientras él invocaba una cubeta. Ophelia se dedicó a cruzarse de brazos a la espera de que su amigo hiciera todo el trabajo duro, estaba tan distraída viendo como la fila avanzaba que no notó cuando un chico pelirrojo la empujó por poco ocasionando que cayera sobre el lodo que estaba a un costado, pero sus botas no sufrieron la misma suerte. Un chillido dolorido salió de los labios de Ophelia mientras veía a las botas que antes eran blancas, ser embarradas de lodo. Su irritación creció cuando escuchó que su mejor amigo soltaba una carcajada burlona por el fatal destino de sus cuidados obsesivos.

¡Ay! —chilló Ophelia—. ¡No te rías!

—¡Vamos, Fée! —dijo Eros que fracasaba en un intento de ahogar su risa—, ¡son sólo botas!

La rubia se giró para mirar al culpable de su tragedia y se encontró con tres chicos exactamente eran dos niños y una niña, mientras dos contenían su risa, el niño más alto estaba rojo como un tomate haciendo notar más la existencia de sus pecas y comparando el tono de su cabello con el de su rostro.

—Pe...Pe...Perdón —musitó el pelirrojo, muy nervioso—. No fue... mi intención.

—No te preocupes. —dijo Ophelia, hablando en inglés mientras se sentía mal por el chico—. Todo es culpa de mi amigo.

¡Oye! —gritó Eros eliminando cualquier rastro de risa y mostrándose indignado por la acusación poniendo ambas manos en sus caderas—. ¡¿Y yo por qué?!

—Por haber decidido que era buena idea detenernos por agua. —respondió Ophelia encogiéndose de hombros. Regresó su mirada a los chicos y puso su mano en el hombro del pelirrojo. Un terrible error, el chico parecía estar a punto de desmayarse—. Todo está bien. Fue sólo un accidente, no sucede nada. —y con un movimiento de su varita el lodo desapareció. Ophelia le sonrió—. ¿Ves? No pasó nada.

Pero el pelirrojo no respondió, sólo emitió un chillido apenas audible que incómodo a la rubia y miró a los amigos del chico en dónde el azabache le sonrió divertido a la veela.

—Él estará bien. —le tranquilizó.

Ella asintió levemente y miró a su mejor amigo que sólo se encogió de hombros. Luego, después de que Eros terminara de tomar el agua, se despidieron de los tres chicos y los dos comenzaron a caminar hasta la tienda en dónde los Rousseau ya los esperaban.

—No sé si sentirme celoso porque al chico no le gritaste y si hubiera sido yo me hubieras golpeado —dijo Eros cuando se sentaron en el sofá—, ¡incluso me hiciste cargarte sólo para que tus botas no se ensuciaran cuando también podrías haber utilizado un simple hechizo!

—Oh, ¿el pequeñín Eros está celoso de un niño de catorce? —se burló y él le sacó la lengua infantilmente. Ella rió—. A ese niño le gusté, Eros. ¿Viste lo rojo que se puso? Si le gritaba entonces se hubiera muerto allí mismo, por eso no lo hice, además tú fuiste el que se ofreció a cargarme. Una oferta así no la hubiera desechado.

—Sigo enojado. —refunfuñó cruzado de brazos—. Me cambias por una zanahoria.

—Jamás podría cambiar a mi Eros por una zanahoria. —dijo Ophelia con total seguridad.

—¿En serio?

Ella rodó los ojos y sonrió.

—Totalmente. Y mejor será descansar porque en la noche hay que arreglarnos antes del partido. —ordenó Ophelia levantándose del sofá.

—Pero aún hay tiempo —se quejó Eros—. Y...

—¡A la cama!

Él bufó.

—¡A la orden, mi capitán!


Al oscurecer, Eros y Ophelia se habían adelantado antes que los señores Rousseau para comprar las extraordinarias cosas que vendían a fuera del estadio. Mientras la rubia se probaba las distintas bufandas de Bulgaria (Ella realmente no le gustaba ni un poco el quidditch pero que amaba ver a los jugadores mientras jugaban), apoyaba más que nada al equipo búlgaro por llevarle la contraria a su mejor amigo y porque, vamos, estaban muy guapos los jugadores. Por otra parte, Eros era un fanático del quidditch, el se divertía y le gustaba volar, por lo que no era nada sorprenderte verlo coleccionando figuritas de los jugadores de cada equipo. A Ophelia le gustaba molestarlo con eso, por supuesto.

—¡Ésa es la chica a la que le manchaste las botas, Ron!

—¡Cállate, Harry! ¡Te escuchará!

—Y eso sería una pena terrible... —se escuchó otra voz más gruesa—. Pobre muchacha, ya imagino el desastre que le dejaste...

—¡Papá Sirius! —exclamó una voz femenina—. ¡Deja de molestar a Ron!

Ophelia escuchaba las voces más cerca y con uno de los binoculares se giró para ver de quiénes se trataban. El susto de muerte junto con el grito que se llevó no podría explicarlo jamás porque al voltear lo único con lo que ella se había encontrado eran unos inmensos ojos azules más claros que los suyos. Tuvo que bajar los binoculares para llevarse una mano al pecho y tratar de controlar su agitada respiración, poco a poco los ojos azules de la otra persona se veían a una distancia menor cercana que con el aumento del artefacto.

¡Por todos los Dioses y brujas existentes! —gritó Ophelia hablando en perfecto inglés para que la pudiera comprender—. ¡¿Me querías matar o qué?!

—Lo siento —dijo sonriente—. No pensé que fuera tan horrible para causar esa impresión.

Ophelia le enojó mucho más esa respuesta porque dentro suyo quería sonreír, pero la sensación del susto seguía presente y el qué él luciera tan poco afectado estaba resultándole un mal sabor de boca. Por eso cuando lo miro nuevamente para gritarle todo lo que se le ocurriera, no pudo. Ella realmente no lo había visto bien la primera vez, por lo que en la segunda quedó sin aire y no precisamente por el anterior susto llevado sino por lo guapo que estaba el hombre frente a ella.

Era alto, con cabello pelirrojo que llevaba sostenido en una coleta larga y un aspecto de chico malo que tanto le gustaba, traía de pendiente un colmillo de dragón y estaba tan guapo que le había robado la respiración a Ophelia.

Eros observaba todo a su lado, tuvo que pasar su mano frente a ella un par de veces para que Ophelia pudiera reaccionar. Parpadeando y completamente sonrojada, ella tragó saliva y asintió repetidas veces (¿Por qué? ¡Ni ella sabía que estaba haciendo!).

Fée. —le llamó Eros—. ¿Quieres comprar esos binoculares?

Ella movió su mano en una respuesta distante mientras le lanzó el artefacto a su amigo que a duras penas logró atrapar en el aire, con una mirada fea, él regresó al vendedor para comprarlos.

El pelirrojo nunca dejó de mirarla más que nada divertido y muy curioso por su reacción tan obvia. A ella de verdad le había gustado lo que estaba viendo. Un poco más y Ophelia se hubiera mordido el labio pero los gritos de otros chicos se lo impidieron.

Al girar la mirada pudo observar a los tres chicos que ella se había topado en la tarde, a los causantes de que sus botas hubieran tocado el lodo pero ella prefirió ignorarlos para seguir admirando al hombre bello que estaba frente suyo.

—Tendré más cuidado para la próxima. —le aseguró el pelirrojo—. No quiero estar asustando a las visitas.

La rubia asintió distraídamente.

—Sí, guapo —ella negó rápidamente arrepintiéndose de ser tan directa. Se corrigió—, q-quiero decir... ah... eh... ¿lindo?

Él mostró un pequeño sonrojo pero no le importó demostrarlo algo que a Ophelia se le hizo mucho más interesante.

—Nos vemos después... guapa. —le guiñó un ojo antes de alejarse.

Los nervios revoloteaban dentro de Ophelia pero ella no los había recordado tener antes. Estaba muy nerviosa pero al mismo tiempo quería seguir hablándole cosa que le fue imposible luego de que Eros regresara y la tomara de la mano para arrastrarla al estadio.

—Puedes coquetear después —le dijo Eros—, ahora tenemos que ir a ver el partido.

—¡Pero...!

—¡El partido, Fée! —la cortó su mejor amigo y tras hacer un miles de pucheros quejumbrosos, ella termino siguiéndolo sin rechistar.




Irlanda había ganado y con eso, toda la victoria y las risas se las llevaron ellos. La celebración no parecía bastar, incluso después de que todos iban a ir a dormir pero terminó siendo todo lo contrario. Gritos y desesperación se apoderaron de la brillante noche estrellada.

En un momento entre todo el caos, los amigos corrían entre los montones de brujas y magos que trataban de huir de los mortífagos. Los padres de Eros se habían perdido entre todo el caos, cosa que había resultado muy extraño para los dos jóvenes.

La desesperación de Ophelia había sido muy grande junto con sus ganas de sobrevivir, sin saberlo, ella tenía sostenidas las dos varitas mágicas (las de Eros y la suya) y lanzaba hechizos sin saber realmente si le atinaba, ella sólo corría mientras Eros le gritaba que se detuviera para que le entregara su propia varita pero ella por supuesto que no lo haría. Una vez que había comenzado a lanzar hechizos no se pudo detener, muy irónicamente (con mucha suerte) logró derribar a más de tres mortífagos. ¿Cómo? Ni ella sabía. Incluso cuando se topo con el mismo pelirrojo que ella había coqueteado horas atrás se detuvo, en su lugar ella lo empujó para salvarse y llegar junto con Eros hasta el bosque.

Su lema de supervivencia era algo cómo: primero Eros y yo, luego el resto.

—¡Estás loca! —le gritó Eros cuando llegaron al bosque. Su pecho subía y bajaba, mientras que sus esmeraldas resaltaban de temor—. ¡Atacaste a los mortífagos y empujabas a las personas!

—¿Pero estás muerto? —inquirió Ophelia, defendiéndose—. Te he salvado, deberías agradecérmelo.

—¡El pelirrojo te quería proteger y lo empujaste, Fée!

—¡Y yo quería vivir! —se excusó—. Lo siento, pero cuando hay asesinos enmascarados y una multitud gritando a tu alrededor lo último que importa es coquetear.

—Fée...

—Estamos bien, Eros. —le dijo Ophelia con suavidad—. Estamos bien.

—Mamá y papá...

—Los encontraremos, ¿de acuerdo? —le prometió—. Son valientes y muy hábiles, no me sorprendería que ellos estuvieran sanos y salvos.

Eros asintió levemente tratando de controlar el verdadero miedo que sentía por sus padres. Y Ophelia no pudo hacer nada más, que abrazarlo con fuerza para recordarle que no estaba solo.

Aún cuando una brillante luz verde se alzaba encima de sus cabezas iluminando el cielo como un fuerte farol de luz, en forma de calavera con una gruesa serpiente saliendo de su boca, ocultando toda la estrellada noche que había comenzado tan alegre.


nota de autora;

¡HEEEEEEEY!

Estoy súper emocionada con ésta fic, bueno con todas, pero es que mi amor por Bill rebasa todas las historias que tengo (excepto warrior, ésa también es mi fav) jeje. Y aún más porque la comparto con mi Cici ♥️

Espero que puedan darle una oportunidad a Ophelia, es un personaje complicado porque no quiero que llegue a parecerles "chocante" por su extremo amor a las cosas materiales pero... bueno, ya verán como se va desarrollando.

Besos enormes,
Fergie 🦋

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