Pequeña hermana
Fue una noche fría cuando un inocente y nervioso Robb observaba desde sus aposentos en los cuáles se encontraba la puerta abierta. Sin comprender, veía a gente ir de acá para allá con prisa, como si un gran banquete se estuviera preparando, pero aquello no era la cocina ni el gran salón, era dónde estaban las habitaciones y por ello no entendía nada. Curioso, se levantó de la cama y se fue a investigar. Ni si quiera recordaba porqué la puerta estaba abierta.
El revuelo iba disminuyendo, solo escuchó el fuerte golpe de una de las puertas, ruido proveniente del pasillo de la habitación de sus padres Ned y Catelyn. Rápidamente se acercó con sigilo, a la puerta, y como pudo, intento escuchar con atención lo que estaba ocurriendo.
-¡A ver, hombres fuera!¡Ahora! - escuchó gritar a una mujer, además de otros ruidos de objetos y parloteos, pero en cuanto se percató que la puerta se iba a abrir, salió escabullido.
Pensaba que si sabían que seguía despierto y que no estaba en su habitación, le iría a caer una buena, así que se encerró en ella para no levantar sospechas. Miraba de vez en cuando por debajo de la puerta, pero solo veía algún que otro pie y no oía nada. Se cansó de tanta espera, el sueño le pudo. Se levantó del suelo y, como un sonámbulo que no es consciente de lo que hace, se dirigió hacia la cama estirándose de un salto en ella.
Las horas transcurren con facilidad cuando uno duerme, y Robb se sintió realmente aturdido cuando vio que el sol ya se encontraba casi en la cima de todo. Le extrañó demasiado que nadie lo despertara antes. Se levantó sin dificultades ni pesadez, ya que estaba teniendo un día y una noche realmente raras. Salió y lo primeor que hizo fue observar con atención los pasillos y la puerta de la habitación de sus padres. No hay el revuelo de la noche, no hay nadie.
-Mi Señor - escuchó la voz de una de las doncellas detrás, y su giro fue tan rápido que incluso la asustó un poco -. No se asuste mi Señor, vuestra madre me ha pedido que en cuánto os despertarais fuerais a verlas a su habitación.
-¿Verlas? - preguntó confundido.
-Por favor, vaya - le sonrió finalmente para luego irse pasillo atrás.
Robb fue poco a poco entendiendo, recordando cómo había estado su madre durante los últimos meses, y cuando por fin se había dado cuenta, corrió. Abrió la puerta sin ni siquiera pensar si habrían consecuencias.
-¡Mamá! - exclamó al verla tumbada en la cama, pero no estaba sola en ella.
-¡Shh! Robb... - pidió silencio con la voz más atenuada que la que había utilizado Robb.
Robb no se ofendió ni quejó, porque estaba demasiado hipnotizado viendo a lo que llevaba su madre en sus brazos. Se acercó, y como no vio reproche de su madre, se subió a la cama y vio a la criatura más de cerca. No lloraba ni dormía ni sonreía. Ese bebé estaba quieto, y solo observaba hacia el techo, la ventana y el cielo azul. La madre de ese bebé no dejaba de pensar que no sonreía, que solo estaba serio observando; en cambio Robb, veía una pequeña sonrisa en esos pequeños labios, una muy pequeña e inocente sonrisa, una sonrisa rota. Catelyn miró a los ojos de su hijo, con alegría y le murmuró:
-Se llamará Sansa.
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