01. rory lang, damas y caballeros

advertencia/trigger warning: intento de abuso


Sábado 10 de agosto del 76'

     RORY LANG MENTIRÍA si dijera que no creía que una fiesta organizada por Los Merodeadores podría terminar en un desastre. Sin embargo, ahí estaba, a un paso de cruzar la cortina que la separaba de lo que, a juzgar por el bullicio que conseguía oír, podría haber sido tanto una fiesta como una jungla.

     Se acercaba el momento de regresar a Hogwarts y la cosa prometía. Según la tradición impuesta por los cuatro amigos más conocidos del colegio de magos se celebraba la "fiesta de despedida de vacaciones", lo cual si se lo planteaba seriamente era más bien una excusa –bastante barata, a decir verdad– para que los estudiantes de años superiores pudiesen diluir sus sentidos en toda clase de alcoholes y otros narcóticos afines antes de que el preciado verano se les escapase de las manos. Ya saben, lo normal.

      Rory generalmente no era parte de la lista de invitados de esa clase de reuniones. Primero que nada, porque anteriormente no tenía la edad para asistir. Apenas empezaba el quinto año. Y segundo, porque como no era la persona más extrovertida y popular del mundo solía pasar desapercibida con facilidad entre la gente, en especial cuando de invitaciones se trataba. Apestaba algunas veces, seguro, pero si lo consideraba, ser una doña nadie le daba ciertas ventajas, como por ejemplo, la libertad. ¿Quién le pondría atención a lo que hace un completo don nadie?

     Claro que eso no significaba que no tuviese amigos. Su paso por Hogwarts le había dejado unos cuantos, y bastante buenos. Entre ellos, la bellísima y laureada Lily Evans, quien la habría invitado a la infame fiesta a base de pucheros y de promesas.

      "¡Será la mejor noche de tu vida!".  Vaya. Mierda.

     El viaje hasta allí, según le explicó Lily, sería bastante sencillo. Tomarían un taxi desde La Hilandera hasta Bloomsbury y caminarían un par de cuadras hasta llegar al local que había sido escogido para albergar la fiesta, a fin de no levantar sospechas del taxista. Sencillo.

     El problema residía en que Lily, a pesar de sus muchos talentos, era una pésima guía. Las últimas luces del ocaso se habían retirado ya para dar paso a una enorme luna llena cuando se percataron de que caminaban sin rumbo, deambulando en círculos, perdiéndose y volviéndose a encontrar entre tendederos de carteles luminosos que adornaban las fachadas de los locales de difícil pronunciación.

     —Ya no quiero ir, Lily, me duelen los pies y odio caminar, lo sabes.

     —¡Oh, vamos! —chilló Lily, mientras prácticamente arrastraba a Rory—. ¡Sev me aseguró que sería divertido!

     Rory ni siquiera hizo un esfuerzo en disimular la cara de asco al oír la mención del alumno de Slytherin. No entendía cómo alguien como Lily podía ser tan amiga de él, quien fuera interesante como una piedra y profundo como un charco de agua. Además, era un bastardo arrogante que fingía ser un santo delante de ella. Puaj.

     —Snape literalmente diría eso de un funeral con tal de que fueras —refunfuñó Rory mientras siguieron avanzando por las calles londinenses.

     Lily ignoró su comentario. Estaba demasiado orgullosa de sí misma como para escucharla: a pesar de la negatividad de Rory, habían llegado.

     El Salem, bar escogido para el jaleo de la noche, se alzaba frente a ellas en los bajos de un edificio palaciego pintado completamente de negro. A través de las ventanas se alcanzaba a adivinar un montón de rostros alegremente intoxicados, perfilados bajo el reluz ocre de grandes arañas de cristal. Cruzaron las puertas sin perder ni un minuto y se dirigieron a la barra principal, donde un montón de jóvenes de aspecto poco agraciado iban y venían, sirviendo bebidas sin parar. Lily se acercó a uno de ellos y apoyó los codos sobre la barra, jugueteando con su cabellera. El muchacho siguió sirviendo la cerveza con la mirada fija en ella hasta que terminó colmando el vaso y derramando cerveza sobre la barra por doquier. Rory no pudo evitar observar la escena con una mezcla de asombro y tal vez solo una pizca de asco. Lily solía tener ese efecto en la gente.

     —¿Podría ayudarnos? Venimos con... los merodeadores.

     El muchacho lanzó un par de miradas furtivas, asintió y sin articular palabra las guió a través de un estrecho pasillo poco iluminado, que tenía por fin una gruesa puerta de madera en la cual rezaba "Clientes V.I.P" en letras doradas.

     Si el lado muggle le había parecido exquisito, el lado mágico era mínimamente digno de un palacio. La pequeña entrada desembocaba en una sala circular de proporciones gigantescas cuyas paredes pintadas de púrpura armonizaban con las sillas y mesas de madera oscura esparcidas por todo el lugar. Tras una monumental barra dorada, un trío de brujas enfundadas en atuendos que no hacían secreto de sus encantos atendían a magos que se habrían bebido hasta filtros de la muerte, si ellas estuvieran dispuestas a ofrecerles.

     El cantinero las guio a través de los comensales hasta una segunda sala (¿qué tan grande era ese lugar realmente?), oculta tras un grueso cortinaje de seda oscura. Asintió por última vez indicando que habían llegado a destino y desapareció entre la gente en cuestión de segundos, dejando a las dos adolescentes intercambiar miradas de duda antes de abrir las cortinas de par en par.

     Medio Hogwarts estaba allí.

     Se le revolvió el estómago. Nunca había estado en una habitación con tanta gente junta y tan cerca. ¿Quizá era eso lo que disparaba su ansiedad?. No, tal vez era el hecho de que el lugar parecía sacado de una de esas películas surrealistas. Incluso a ella, que no se sorprendía cuando de excentricidades se trataba, todo se le hacía extraño. Desde las luces parpadeantes hasta la música. Ni hablar de la mezcla de olores y colores que la mareaban sin parar.

     —¡Lily!

     —¡Sev!

      «Qué demonios. ¿Este tipo tiene un radar o que?», pensó, al ver a Snape acercarse abriéndose paso entre sillas y mesas. Iba tan desprolijo como siempre y a Rory le pareció que hubiese podido freír un huevo con toda la grasa que tenía en el pelo. Si le tocaba Snape en el amigo secreto, definitivamente le regalaría un shampoo. Eso, o una vida.

      —¿No llegamos tan tarde, o si? —preguntó Lily luego de separarse del abrazo que su particular amigo le había dado.

     —No, no, llegaron justo a tiempo. Es que la fiesta tuvo que empezar un poco tarde.

     —¿Por qué? —indagó Rory, secándose las manos contra el vestido. Sabía que Sirius y sus amigos eran impuntuales, pero no cuando de fiestas se trataba.

     —Es que los organizadores no aparecieron —contestó Snape sin cuidado, mientras las guiaba hacia la barra.

     —¿Qué? —Rory se detuvo en seco. ¿A qué se refería con que no aparecieron?

     —Que no aparecieron —repitió Snape, con una sonrisa aceitosa en el rostro—. Los merodeadores no vinieron a su fiesta.

     Rory pareció quitarse un peso de encima. Aunque trató de convencerse a sí misma de que había aceptado la invitación de Lily nada más que para acompañarla y hacer un intento por ser más sociable, en el fondo temía que, si la fiesta era organizada por los merodeadores, estaría Sirius. Y en dónde Sirius estaba... sin duda estaría él.

     Lo que Rory Lang no sabía era que últimamente no importaba si Sirius estaba o no para que él hiciera acto de presencia. Aunque, claro, eso solo lo adivinó cuando sintió un par de ojos acerados clavados en ella como cuchillas filosas desde el otro lado de la habitación. Ni siquiera volteó, ella estaba segura de que sabía de quien se trataba. Ella estaba segura, porque desde aquella noche, su mirada le provocaba esa extraña sensación de la cual no se podía deshacer.




✦ ✦ ✦




     La noche se deshizo en un soplo. La experiencia no había sido mala, de hecho, Rory se encontró a sí misma disfrutando de la fiesta y de la inmensa cantidad de alcohol que el Salem proveía. Dios bendiga a los brujos y brujas de América.

     —¿Estas borracha? —preguntó una Lily bastante borrosa con el ceño tan fruncido que se asemejaba a su madre.

      Rory se esforzó por enfocarla, esbozando la más creíble de sus muecas de sorpresa.

     —¿Quéeeeee?! ¿Borracha!? ¡¡Lily, no he estado borracha en mis quince años de vida!! ¡Lilyyyyyy, no quiero sentarme!!

     Después de un par de horas bajo el mágico brebaje conocido comúnmente como amber lager, estaba indiscutiblemente más alegre. Tanto que había empezado a aborrecer un poco menos a Snape y hasta se reía de los chistes de Gassett y compañía.

     Esperen. Nadie se reiría de los chistes de Gassett.

     —Okay —dijo torpemente—, tal vez esté un poco borracha...

     —Quédate aquí —resopló Lily—. Te traeré agua.

     Rory sonrió para sí misma. Ella no necesitaba agua. Lo que necesitaba era aire fresco, para variar.

      Avanzó entre la gente que ahora bailaba en el centro del salón y salió hacia un pequeño patio interno visible a través de las grandes cristaleras que hacían las veces de pared de fondo. Fuera del bullicio y de la nube de marihuana que inundaba la habitación se dio cuenta de que el alcohol en sus venas ya le estaba pasando la factura.

      El entorpecimiento que en un principio le había parecido "divertido" ahora le dificultaba mantenerse de pie. Tomó grandes bocanadas de aire con la esperanza de que la ayudaran a recomponerse antes de volver a entrar. El patio en sí no era desagradable, una calma fría parecía inundar la noche y las estrellas titilaban como puntitos luminosos en el cielo azul oscuro. Podría haberse quedado ahí un largo rato.

      Pero era peligroso estar sola fuera.

     Y eso los depredadores lo sabían.

     Cuando se percató de la presencia de Corban Yaxley él ya se encontraba parado tras ella, cortándole el paso.

      —Que linda estás hoy, Rory —ronroneó Corban, acercándose lentamente hacia ella, como un depredador a punto de abalanzarse sobre su presa.

     —Quítate, Corban —siseó Rory, tratando de esquivarlo y alcanzar la puerta sin mucho éxito.

     En un movimiento rápido Yaxley intercambió lugares con ella, tomándola por la cintura y acercándola a él de forma peligrosa. Rory se removía en su agarre, tratando de zafarse, propinándole rodillazos entorpecidos que Yaxley esquivaba con facilidad.

     —¿No quieres saber por qué el animal de nuestra casa es la serpiente? —preguntó él, una sonrisa lobuna asomando en su rostro mientras la obligaba a mirarle sujetando su barbilla.

     —Déjame en paz, demente —gruño Rory. Ya no se sentía mareada: el susto le había borrado cualquier rastro de alcohol en los sentidos.

     Corban soltó una carcajada, y de un momento a otro, su expresión se ensombreció como la noche. Enredó sus manos en el cabello de Rory, obligándola a acercar su rostro al suyo. Sus ojos amarillos inyectados en sangre parecían los de una serpiente lista para devorar a su presa y su chaqueta militar apestaba seriamente a azufre y colonia barata. Rory seguía retorciéndose sin cesar. Lágrimas le asomaban en los ojos mientras Yaxley se relamía, maniático, ante su reacción. Estaba a punto de besarla cuando la puerta que daba hacia el patio se abrió de golpe, emitiendo un sonido seco sobresaltó al alumno de Slytherin.

     —¡Ah, Yaxley! ¿Qué carajos haces aquí? ¡Te estaba buscando!

     —¿Qué demonios? ¿Qué en casa no te enseñaron a no meterte en asuntos ajenos, Reggie?

     —Solo es un consejo, amigo. ¿Por qué no vas adentro? Hay un montón de zorras por ahí. Además, créeme, esta no te va a sacar ni las ganas.

     Yaxley gruñó. Rory, que apretaba los ojos con fuerza, no los volvió a abrir hasta que sintió el agarre del muchacho soltarse de su pelo y escuchar sus pasos alejarse hacia el tumulto interior. Se frotó los ojos con rapidez, para no dejar rastro de las lágrimas, y volteó sobre sus talones.

     Regulus Black se encontraba en el umbral, recostado en el marco de la puerta. Vestía unos jeans oscuros rasgados y una camiseta a juego, un outfit digno de su apellido. Su rostro, apenas iluminado por el fulgor cobrizo de su cigarrillo,  denotaba una antipatía gélida y su mirada inmutable recorría el cielo nocturno, evitando posarse siquiera por accidente en ella. Rory se mordió el interior de la mejilla, con rabia. De todas las personas tenía que ser él.

     Rory se tragó las ganas de retrucar y suspiró, sin ánimos de agregar al historial otra batalla.

     —No puedes decirle a nadie —advirtió, esperando sonar fría e inmutable y no tan conmocionada como se sentía. Las manos le temblaban.

     Black resopló como si le hiciese gracia, pero sin un solo amago de sonrisa en el rostro.

     —¿Ah sí? ¿Y qué si lo hago? Como si tú me fueses a decir que hacer...

     Rory apretó los puños y asintió ligeramente, arqueando una ceja. ¿Así iban a ser las cosas? Bien.

     —Entonces supongo que yo también debería contar un par de secretos. ¿No?

     —¿Acaso me estas amenazando?

     —¿Lo estoy haciendo? —retrucó, ebria también de confianza.

     Black finalmente la miró, con la displicencia que la gente suele reservar para las bolsas de estiércol de a libra.

     —¿Quién carajos te crees que eres?

     Rory tragó saliva. ¿Quién carajos se creía que era realmente, para amenazar al heredero de la más noble y antigua casa del pan dulce? Definitivamente era culpa de la cerveza. Hizo una nota mental: esa sería la primera y última vez que Rory ebria se haría cargo de las cosas. Regulus la seguía observando con la mirada de quien demanda respuestas. Rory sintió que las manos le sudaban, pero en vez de retroceder, se las secó en el vestido y se aclaró la voz antes de sonreír y vocalizar con precisión:

     —Pues Rory Lang, obvio. Pero eso ya lo sabías.

     Entró al salón golpeándole el hombro al pasar, lista para arrastrar a Lily fuera cuando se detuvo en seco, no muy lejos de dónde Black se había quedado fumando.

     —Lindas mangas largas —dijo al aire, lo suficientemente fuerte para que él escuchase—. ¿La cicatriz todavía se ve mal, eh?

     Casi pudo sentir su mirada perforar un hoyo en su nuca mientras se adentraba en el gentío, y solo Dios sabe que todavía seguía sintiéndola cuando se acostó esa noche con Lily roncando al lado. Repasó el escenario un largo rato antes de entregarse a los brazos de Morfeo, todavía procesando lo temeraria que había sido. Orgullosa, repitió su nuevo slogan en su mente varias veces: «Rory Lang, damas y caballeros». Probablemente la única persona lo suficientemente estúpida como para creer que podía chantajear a Regulus Black y salir ilesa en el proceso.

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