Capitulo 14
Planeta Vekta
Planeta Capital de la Federación de Planetas Libres
17 de abril de 2658
La órbita baja de Vekta estaba plagada de plataformas de defensa orbital Tipo MAC. Setenta y dos imponentes estaciones flotaban en el vacío, apuntando implacablemente hacia los puntos de entrada hiperespacial. Durante tres siglos, el hiperespacio había sido el medio más eficiente para viajar entre sistemas, una red de rutas protegida con fortalezas espaciales como aquellas. Pero los Helghast habían burlado ese control. Sus motores de salto desliespaciales les permitían evadir los corredores hiperespaciales y materializarse en la retaguardia de las defensas planetarias.
Esa táctica les había servido bien. Atacaban por la espalda cuando el precio de una batalla frontal era demasiado alto, o de frente cuando las defensas enemigas no eran más que un mal chiste. Para contrarrestar estas emboscadas, la Federación desplegaba su Flota Madre en defensa de su mundo capital: 560 naves de guerra de distintos tipos, desde modernos cruceros y portaaviones hasta viejos acorazados que aún resistían el paso del tiempo.
Aquel día, sin embargo, la Flota Madre de la Federación –y, por extensión, toda la Armada Federal– esperaba ansiosa una visita que el Alto Mando consideraba crucial. Los analistas militares afirmaban que esta llegada podía inclinar la balanza de la guerra contra los Helghast a favor de Vekta. Se trataba de la Onceava Flota de la República, una armada de 300 naves de guerra enviadas como refuerzo.
Los marinos estaban tensos. Era la primera vez que una civilización ajena movilizaba tal cantidad de recursos dentro del espacio Federal.
Entonces, las señales de la República fueron captadas por los radares de largo alcance de espacio profundo.
El silencio cayó sobre las tripulaciones.
Los oficiales se detuvieron en seco, los operadores de sensores contuvieron el aliento, y en las pantallas tácticas comenzaron a materializarse cientos de señales. Las naves emergían del desliespacio una tras otra, revelando una imponente formación de guerra. Entre las 300 naves destacaban los colosales cruceros clase Venator y los robustos transportes clase Acclamador, pero la joya de la flota era, sin duda, el acorazado clase Mandator II.
Recientemente producido en los astilleros de Kuat, el Mandator II representaba la evolución directa de su clase, una de las primeras naves de guerra de nueva generación de la República. Su despliegue en el frente de guerra contra los Helghast podía interpretarse de dos maneras: un gesto de compromiso con la alianza... o una demostración de arrogancia.
Cuando la noticia de la llegada de la flota se propagó, el gobierno de la Federación actuó de inmediato. Se organizó un gran desfile de bienvenida para los oficiales de la República, un evento que pronto se convirtió en una celebración nacional.
La emoción se extendió entre la población civil. Aunque Vekta no sufría escasez ni los estragos directos del conflicto, todos sabían que la situación militar era desastrosa. Por eso, la llegada de la flota republicana era vista como un rayo de esperanza.
Las banderas de la República ondeaban en las calles. Multitudes se reunían en plazas y avenidas, y algunos grupos de aficionados comenzaron a entonar a todo pulmón el himno de la República: "A Través de las Estrellas".
A medida que el convoy de los oficiales republicanos avanzaba por la gran avenida capital, rumbo al Palacio de Gobierno de la Federación –residencia del Presidente–, una sensación inédita recorría la ciudad.
El desfile de bienvenida se convirtió rápidamente en el evento más importante del año en Vekta. La llegada de la Onceava Flota de la República no solo representaba un refuerzo militar crucial, sino que también era una victoria diplomática para la Federación. Conseguir el apoyo de la República en una etapa tan temprana de su propia guerra era un hito, un mensaje claro de que Vekta no estaba sola en su lucha contra los Helghast.
Las calles de la Gran Avenida Capital estaban abarrotadas. Miles de ciudadanos se alineaban en las aceras, vitoreando y ondeando banderas tanto de la Federación como de la República. Algunos sostenían pancartas con mensajes de agradecimiento; otros simplemente contemplaban con asombro la procesión de vehículos blindados que escoltaban a los oficiales republicanos.
Desde los altavoces urbanos, el himno "A Través de las Estrellas" resonaba con solemnidad, acompañado por la banda marcial que abría el desfile. El eco de los tambores y metales llenaba la avenida, mezclándose con el fervor de la multitud.
El convoy de oficiales avanzaba con solemnidad. En el centro, un transporte blindado escoltaba a los más altos mandos de la flota republicana. Destacaba entre ellos el Almirante de Flota Cassian Varo, comandante de la Onceava Flota. Su rostro severo y su uniforme impecable transmitían autoridad, aunque sus ojos parecían ajenos a la celebración. Sabía que, más allá de las ovaciones y la bienvenida calurosa, su misión era estratégica.
A su lado, la General Jedi Sofía Trevis, estratega naval y comandante del Venator El Cónsul, observaba la escena con una sonrisa, saludando a la multitud con la mano enguantada. Su origen en Vekta la hacía una figura querida entre los locales, y aunque en la Federación no existía un templo Jedi, la influencia de la Orden llegaba incluso a los rincones más remotos de la galaxia civilizada.
A lo largo de la avenida, las tropas federales custodiaban la procesión con una disciplina férrea. Sus armaduras relucían bajo la luz del mediodía, un recordatorio de que, aunque la Federación aún no estaba en colapso total, necesitaba desesperadamente aquel refuerzo. La llegada de la República era un salvavidas, una oportunidad que podría marcar la diferencia entre la resistencia y la victoria, o la rendición total.
En la entrada del Palacio de Gobierno, el Presidente Alastair Grissom esperaba en las escalinatas principales. A su lado, su gabinete y los altos mandos de las Fuerzas Armadas de la Federación observaban el desfile con rostros calculadores. Grissom sabía que la presencia de la República no era un acto de caridad. Había apoyo, sí, pero también intereses en juego.
El convoy se detuvo. Cuando los oficiales republicanos descendieron de sus vehículos, la multitud estalló en aplausos y vítores.
El Almirante Varo avanzó con paso firme, su capa ondeando ligeramente con la brisa. Al llegar ante Grissom, extendió la mano.
—Sean bienvenidos a Vekta, nuestros aliados de la República. —La voz del Presidente sonó solemne, cargada de gratitud y expectativa.
—El placer es nuestro, señor Presidente. —respondió Varo con cortesía, estrechando su mano con un gesto firme—. Esperamos que nuestra presencia aquí ayude a poner fin a esta guerra.
Su tono era diplomático, pero también dejaba en claro que la República tenía sus propios intereses en este conflicto.
Tras algunos intercambios de saludos y formalidades, la comitiva se desplazó hacia el interior del Palacio Presidencial. Oficiales de la Flota Republicana, generales y almirantes de la Federación, senadores y el propio Presidente se reunieron en el gran salón.
El ambiente era de celebración, sí, pero también de política y estrategia. Dos estados democráticos y libres se unían contra una amenaza común.
El ambiente de la recepción era animado, con oficiales, senadores y dignatarios conversando en pequeños grupos. La banda marcial interpretaba una melodía suave en el fondo, y los camareros se movían entre los invitados, ofreciendo copas de champán y aperitivos refinados.
Cerca de una de las amplias ventanas con vista a la Gran Avenida Capital, el Almirante Cassian Varo y la General Jedi Sofía Trevis intercambiaban impresiones sobre la situación.
—Realmente me sorprende que un estado como el Helghast haya prosperado siquiera, tan aislado de las regiones civilizadas —murmuró Varo, con una expresión de escepticismo.
—Un capricho de la historia —respondió Trevis con calma, recogiendo una copa de champán de la bandeja de un camarero.
Varo arqueó una ceja.
—¿Los Jedi no tienen prohibido beber?
Trevis soltó un leve resoplido y sonrió antes de tomar un pequeño sorbo.
—Para nada, siempre que bebamos con moderación.
El almirante negó con la cabeza con una media sonrisa.
—Bueno, parece que el general Wilcor no comparte esa opinión.
La mención del nombre provocó un suspiro en Trevis.
—Wilcor es... centrado. Respeta el Código Jedi, pero no es un ortodoxo —explicó ella, girando la copa en su mano—. Aunque, según sus propias palabras, prefiere construir una relación de confianza con los clones antes que con los políticos. Al final, ellos estarán a su lado en el campo de batalla; los hombres en el poder no.
—La realidad es que los hombres en el poder son los que mantienen al ejército funcional —intervino una voz detrás de ellos.
Ambos se giraron para encontrar a un hombre alto y de porte firme, con un rostro cincelado por la experiencia política y una sonrisa calculada.
—Senador Caleb Green, para servirles —se presentó con una leve inclinación.
Varo respondió con cortesía, correspondiendo el gesto.
—Cassian Varo, Almirante de Flota. Un placer.
—Maestra Jedi Sofía Trevis, para servirle —añadió la Jedi con una leve reverencia.
Green soltó una risa breve y condescendiente.
—Ah, sí... su nombre me resulta familiar. Hace unos treinta años, si mal no recuerdo, hubo cierta controversia con usted. Una orden monástica queriendo secuestrar a una niña para su religión...
Trevis mantuvo su expresión serena, aunque su mirada se tornó más fría.
—Hubo algunos malentendidos —dijo sin alterarse—. Era la primera vez que los Jedi entraban a la Federación y a Vekta.
Green asintió con aire despreocupado.
—Por supuesto. Hoy casi nadie habla de aquello, pero durante uno o dos años después del incidente, usted era el tema de conversación en muchos círculos.
El senador tomó un sorbo de su copa antes de continuar.
—Pero no estoy aquí para recordar chismes de hace tres décadas.
Trevis ladeó la cabeza.
—¿Entonces a qué debemos su presencia?
—A la guerra, obviamente —intervino Varo, con un tono sarcástico.
Green le lanzó una mirada de evaluación antes de sonreír.
—Sí, la guerra. Estamos en una situación difícil —admitió—. Pero, dentro de poco, serán las elecciones presidenciales... y soy el candidato con más probabilidades de ganar.
Varo cruzó los brazos con escepticismo.
—¿Por qué tan seguro?
Green sonrió con confianza.
—He hecho algunas alianzas bajo la mesa. Digamos que el puesto está prácticamente garantizado. Claro, podrían surgir algunos inconvenientes, pero serían nimiedades.
Varo soltó una ligera carcajada.
—Bueno, aparentemente usted es un hombre ambicioso... pero, con la situación actual de su país, ¿de qué le serviría obtener el cargo?
El rostro de Green se endureció un poco. Apretó el puño libre y tomó otro sorbo de su copa antes de responder.
—No es ambición, es patriotismo —masculló—. Busco el puesto para defender los valores de la Federación. Sus instituciones, su gente.
Trevis y Varo intercambiaron una breve mirada antes de volver su atención al senador Green.
—El patriotismo es una gran herramienta en tiempos de guerra, senador —comentó Trevis con un ligero suspiro, girando su copa con calma.
Green asintió con una sonrisa tensa.
—Sí... y si hace falta, levantaré a esta nación a patadas para llevarla a la victoria. Ya derrotamos una vez a los Helghast, podemos volver a hacerlo.
Varo, que en ese momento tomaba un aperitivo de jamón y queso de la bandeja de un mesero, se detuvo. Miró a Green con el ceño fruncido, la incredulidad reflejada en sus ojos.
—¿Derrotaron a los Helghast? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia el senador—. ¿Por qué no los subyugaron o anexaron? O mejor aún, ¿por qué no los desplazaron de sus mundos para evitar este desastre?
Green soltó una ligera risa, como si ya esperara la pregunta.
—Oh, no es algo reciente, almirante. Ocurrió hace aproximadamente cuatrocientos años —explicó con una sonrisa autosuficiente—. En aquel entonces, los Helghast habitaban Vekta. Ni siquiera eran un país, sino una megacorporación en plena lucha por independizarse del antiguo gobierno terrícola.
Varo levantó una ceja.
—¿Eso quiere decir que los vektanos y los Helghast son parientes?
El senador hizo una mueca, como si la idea le resultara desagradable.
—En cierto aspecto, sí. Ambos pueblos descendemos de los terrícolas, pero la evolución en ese mundo infernal que llaman Helghan los transformó en algo distinto. Se convirtieron en su propia raza —dijo con desgana.
—Curioso, cuanto menos... —murmuró Varo, llevándose finalmente el aperitivo a la boca.
Green tomó un sorbo de su copa antes de continuar.
—Los Helghast siempre han sido un pueblo problemático, almirante. Cuando ganemos esta guerra, planeo resolver eso de una vez por todas.
Varo dejó escapar una breve carcajada burlona.
—Me resulta curioso que siempre los hayan considerado problemáticos y nunca hayan tomado medidas para evitar la situación actual.
Green endureció la mandíbula, pero su sonrisa no desapareció.
—Cuando nuestra gente llegó a esta galaxia, creíamos haber dejado a los Helghast atrás. Lo cierto es que no. Y dado que la mayor parte de nuestra historia ha sido pacífica, nunca sentimos la necesidad de construir grandes flotas ni de expandir nuestra demografía de manera agresiva. Solo en los últimos años volvimos a encontrarnos con esta vieja amenaza.
Varo asintió lentamente y tragó su aperitivo. Luego desvió la mirada hacia Trevis, que hasta ese momento había permanecido en silencio.
—Ha estado callada, maestra Jedi. ¿Tiene algo que aportar?
Trevis sonrió levemente.
—Oh, para nada. Me fui de Vekta cuando era apenas una niña. No sé mucho sobre la guerra extrasolar o la historia de la Federación más allá de lo básico.
Green hizo un ademán con la mano, como si quisiera dejar el tema atrás.
—Dejemos la clase de historia a un lado, almirante Varo. Dígame, ¿Cuáles son sus expectativas para la próxima campaña?
Varo esbozó una sonrisa segura y tomó un sorbo de su copa antes de responder.
—En palabras simples... una campaña relámpago.
Green soltó un murmullo escéptico mientras observaba a Varo con el ceño fruncido.
—Una campaña relámpago es demasiado optimista.
Varo sonrió con arrogancia, disfrutando cada palabra que pronunciaba.
—Sin embargo, es el resultado más obvio dada nuestra situación. Nuestra flota, combinada con la suya, aplastará a la flota Helghast estacionada en Viristerra. Desde ahí, avanzaremos sin resistencia significativa, liberando cada colonia ocupada hasta llegar al corazón del territorio enemigo. Y finalmente... —Varo hizo una pausa dramática, su sonrisa volviéndose aún más confiada—. Corregiré los errores que ustedes no pudieron solucionar en el pasado.
La mandíbula de Green se tensó ligeramente, su expresión endureciéndose.
—La flota Helghast no es un asunto que se pueda tomar a la ligera —advirtió con un tono más severo.
Varo soltó una carcajada breve, burlona.
—Lo mismo dicen de los piratas, senador Green, pero al final los piratas no son más que aficionados cuando se trata de pelear.
Green entrecerró los ojos, pero decidió no insistir más en el tema. Miró su reloj con un aire distraído antes de volver a sonreír, esta vez con amabilidad.
—Dentro de poco debería comenzar un baile —comentó, volviendo su mirada a Trevis—. Señorita Trevis, ¿le importaría compartir una pieza conmigo?
La Jedi respondió con cortesía, inclinando ligeramente la cabeza.
—Lo siento, senador, pero no soy una gran bailarina.
Antes de que Green pudiera responder, una voz repentina interrumpió la conversación.
—¿Sabes quién no te rechazaría un baile?
El tono sarcástico hizo que Green se tensara y se girara de golpe. Detrás de él, un hombre obeso con una sonrisa burlona lo miraba con diversión.
—Yo, mi buen amigo —añadió el recién llegado, con una risa gutural.
La expresión de Green se volvió rígida, aunque mantuvo una sonrisa educada.
—Senador Barnes —pronunció su nombre como si le costara trabajo escupirlo.
—Senador Green. Almirante Varo. General Trevis —saludó el hombre con un tono jovial que contrastaba con la incomodidad de Green—. Soy el senador Liam Barnes, y necesito que me presten al senador Caleb un momento. Hay algunos asuntos importantes de los que debemos hablar.
Varo se encogió de hombros, asintiendo con naturalidad.
—Por mí no hay problema. ¿Usted, senador Green?
Green esbozó una sonrisa tensa, claramente irritado por la intromisión.
—El senador Barnes tiene razón... Se me había olvidado algo importante que discutir con él —respondió, apretando los dientes. Sin más, hizo una breve reverencia y, sin mucha delicadeza, empujó ligeramente a Barnes para que comenzara a caminar.
El hombre obeso soltó una risita y, sin perder su actitud relajada, se despidió con una inclinación exagerada.
—Con su permiso.
Varo y Trevis los observaron alejarse, el primero con una expresión pensativa.
—Me pregunto qué estarán tramando esos dos... porque amigos no parecen —murmuró Varo.
Trevis sonrió con calma.
—Son políticos. Debe ser algo que no entendamos.
Varo dejó escapar una leve risa antes de alzar su copa de champán.
—De todas formas, general... por la victoria.
Trevis hizo lo mismo, chocando su copa contra la de él con una leve sonrisa.
—Por la victoria.
Planeta Vekta, Palacio presidencial
Comedor del Ala oeste
17 de abril de 2658
—Green, amigo mío —saludó Barnes con una sonrisa amplia al cruzar la puerta del comedor.
Green apenas le dirigió una mirada antes de responder con un tono seco.
—No soy tu amigo, Barnes. No sé por qué me buscas.
Cuando ambos estuvieron lo suficientemente lejos de los demás, su tono se volvió aún más áspero, casi con desprecio.
—Bueno, tienes razón, no soy tu amigo... —admitió Barnes sin perder la compostura—. Pero soy un político. Y uno muy honesto.
Green dejó escapar una risa breve y burlona.
—Y yo soy Jesucristo en su segunda venida. Claro, claro.
—Ríete todo lo que quieras, Green, pero sé sobre tu trato con la senadora Castelli —dijo Barnes con una confianza casi irritante.
El rostro de Green se endureció en un instante. Sus ojos se afilaron como cuchillas al fijarse en el hombre frente a él.
—¿Cómo demonios sabes eso? —preguntó, su tono bajo pero cargado de alerta.
Barnes amplió su sonrisa jovial, levantando la mano para negar lentamente con el dedo índice. Luego se dio unas palmaditas en el pecho con aire despreocupado.
—Un buen jefe nunca revela los secretos de sus empleados —respondió con un tono casi burlón.
Green no relajó su expresión ni un ápice.
—Si crees que puedes amenazarme para que rompa el acuerdo con Castelli, estás equivocado. No cederé.
—¿Amenazarte? —Barnes soltó una carcajada breve—. En absoluto, mi querido senador. Vengo a ofrecerte algo mucho mejor. Un trato que realmente te beneficiará.
Green lo miró con recelo.
—¿Un trato mejor?
Barnes asintió, sus dedos tamborileando suavemente sobre su prominente barriga.
—Uno que te salvará a ti... y, ya de paso, a la Federación.
Green cruzó los brazos, su expresión aún desconfiada.
—Habla, Barnes. ¿Cuál es tu "maravilloso" trato? Pero te advierto... si dices alguna estupidez, me largo.
—Tranquilo, Green —dijo Barnes con aire despreocupado—. He pensado cuidadosamente cada palabra.
Se detuvo un instante, como esperando que Green lo interrumpiera, pero el senador solo alzó una ceja en señal de impaciencia.
—¿Me vas a dejar hablar? —preguntó Barnes con fingida indignación.
—Por supuesto. Di lo que tengas que decir.
Barnes asintió con satisfacción.
—La senadora Castelli te pidió restricciones para la guerra total. Limitantes. Pero, Green, ella es una mujer... y, como la mayoría de su género, tiende a dejarse llevar por sentimientos de compasión y humanidad.
Hizo una pausa, dejando que las palabras flotaran en el aire. Luego, golpeó la mesa con el puño cerrado, no con fuerza, sino con firmeza.
—Y lo que necesitamos no es compasión. Necesitamos determinación, voluntad y temple para la guerra.
Green no respondió de inmediato. Simplemente tomó una silla, la arrastró con calma y se sentó. Juntó las manos, entrelazando los dedos mientras analizaba cada palabra.
Finalmente, levantó la mirada y habló con voz neutra.
—¿Tienes algo más que decir?
Barnes sonrió. Alzó el puño con entusiasmo mientras hablaba:
—Hagamos una coalición, Green. Tu partido y el mío. Juntos formaremos un gobierno fuerte y lideraremos a la Federación sin oposición. Aplastaremos a los Helghast y serás recordado como el hombre que salvó nuestra patria.
Green no reaccionó de inmediato. Sus ojos se entrecerraron ligeramente, analizando cada palabra antes de responder con tono cauteloso:
—¿Y cuáles son tus términos?
—¿Mis términos? —Barnes dejó escapar una breve risa, restándole importancia con un movimiento de su mano—. Green, no te pondré términos. Tu partido tendrá el poder absoluto del gobierno. Lo único que pediría es el puesto de canciller.
Sonrió de lado mientras comenzaba a dar pequeñas vueltas frente a Green, como si su propuesta fuera la cosa más natural del mundo.
Green arqueó una ceja.
—¿Solo la cancillería?
—Sí. Ya sabes, para no parecer unos vendidos. Será un gobierno de coalición. Tendrás una mayoría abrumadora en el Senado, y yo simplemente validaré tus decisiones.
Hizo una pausa y levantó las manos sobre su cabeza, como si estuviera anunciando un gran espectáculo.
—Piénsalo, Caleb Green... Presidente de la Federación.
Green no respondió de inmediato. Lo observó en silencio, midiendo sus palabras.
—No pides la vicepresidencia ni ningún otro puesto clave más allá de la cancillería... —lo miró fijamente—. ¿Qué mosca te picó?
—La de la razón —respondió Barnes con una amplia sonrisa.
Green entrecerró los ojos.
—Suena demasiado fantasioso viniendo de ti.
—Vamos, Green, usemos la razón —dijo Barnes, extendiendo los brazos con aire de persuasión—. Ahora tenemos a la República de nuestro lado. No tendremos que vendernos a la Confederación de Comercio. Podemos confiar en la República para asegurar nuestra victoria. Solo necesitamos poner nuestra economía en pie de guerra... una guerra total que tú vas a encabezar.
Green se inclinó ligeramente hacia adelante.
—¿Entonces tu cambio de perspectiva es porque la República ha entrado a la guerra a favor nuestra?
—Exactamente —afirmó Barnes sin dudar—. Ya no tendremos que pedir préstamos apocalípticos al Clan Bancario, ni a la Confederación de Comercio o cualquier megacorporación. Con la colosal máquina de guerra de la República de nuestro lado, podemos relajarnos... y llevar la guerra a los mundos Helghast.
Green tamborileó los dedos sobre la mesa antes de preguntar, su voz más baja y afilada:
—¿Y cuando lleguemos a sus mundos... reduciremos sus ciudades a cenizas?
Barnes sonrió, su expresión llena de una determinación fría.
—Reduciremos a cenizas sus ciudades. Mataremos a sus hijos. Esterilizaremos a su población. Llevaremos a cabo un exterminio metódico. Aseguraremos el futuro de nuestros hijos. Las futuras generaciones nos verán como héroes, y la historia recordará cómo nos alzamos rumbo a la victoria.
Alzó los brazos con un grito de triunfo, como si ya pudiera ver la gloria en el horizonte.
Por un momento, Green lo observó en silencio. Sus ojos reflejaban una mezcla de emoción y frialdad calculada.
Barnes se calmó, acomodó su ropa y cruzó los brazos detrás de su espalda. Se acercó lentamente a Green, su voz volviendo a un tono controlado.
—¿Tenemos un trato?
Green se puso de pie, acercándose a Barnes.
—Tenemos un trato —declaró—. Pero no quiero trucos.
—No habrá trucos. Tienes mi palabra.
Barnes extendió la mano.
—¿Lo sellamos con un apretón de manos?
Green miró la mano extendida por un instante... y luego la estrechó con firmeza.
—Es un trato.
Barnes sonrió satisfecho.
—Entonces volvamos a la fiesta. Quizá ya hayan puesto el buffet.
Green soltó un suspiro de fastidio, pero lo siguió fuera del comedor.
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