Tatooine
La nave, un crucero clase paladín nombrado Guardián, se deslizó por la calurosa atmósfera del planeta desértico. Desde el espacio lo único que se encontraba en su camino eran los restos flotantes de naves, naves y más naves abandonadas, en consecuencia del conflicto que alguna vez ocurrió en esas tierras áridas. Todas eran modelos de naves conocidas, salvo por una. Era una enorme barcaza que se extendía por más de 10 kilómetros de longitud, poseyendo un extraño diseño en su exterior. Daba la impresión de que, pese a estar partida por la mitad, aún seguía esperando al enemigo.
Mientras cruzaban la calurosa atmósfera del planeta, en dirección a su superficie, lograron observar con inquietud toda la devastación que las fuerzas invasoras habían causado. Naves asomándose de un lado a otro en la superficie, algunas todavía expulsando humo de sus armazones descascarados y destruidos. Un enorme cráter se podía observar en el horizonte, donde antes se había asentado el palacio del tan despreciado Jabba el Hutt.
Cuando por fin descendieron en la superficie del planeta desértico, lo primero que se encontraron fue el esqueleto blanqueado de un soldado. No era de la República, esta no tenía soldados y ningún planeta conocido que mantuviera fuerzas armadas, tampoco era mandaloriano, su rostro estaba al descubierto, y tenía un ave grabada en la frente del casco, así como en la parte frontal de su armadura. Había un arma a su lado, y entre sus dedos huesudos sostenía un collar con la misma insignia del ave. El caballero jedi se inclinó y la sostuvo entre sus manos.
—¿Qué opinas, Danshya? —el hombre movió la insignia entre sus dedos y luego se lo entregó a su padawan.
—Es bastante... extraño —fue su respuesta. La alzó un poco para que la luz se reflejara y observó con detenimiento la silueta de la insignia—, pero tiene su encanto para ser una baratija.
Esbozó una leve sonrisa y acto seguido se la colocó en el cuello, algo que el caballero jedi reprendió:
—¡Devuélvelo! —ordenó.
—¿Para qué? Él no la necesitara más.
La padawan le dio una patada a la calavera blanqueada. Rodó por el desierto con casco incluido hasta parar frente a un caza de diseño desconocido con otro cadáver y la misma insignia grabada en las alas.
Rodearon el caza de extraño diseño. Encontraron los huesos de distintas razas, desde humanos hasta trandoshanos, algunos aún conservaban restos de ropa, distinguiendo a los mercenarios de los soldados regulares de los Hutt. Sus restos abundaban alrededor de la nave, mientras que las armaduras verdes se podían contar con la mano, y sobraban un par dedos.
Ambos, padawan y maestro, se alejaron de aquel crucero y de las huellas que dejó la escena bélica, en dirección al pueblo. Este estaba ubicado en medio del desierto. Se podían encontrar rezagados por aquí y allá dentro del pueblo, todos humanos, paseando libremente aunque con cierto recelo. Es como si esperaran que alguien los tomara por la espalda. Había un toydariano enjaulado en medio de la plaza, sobre lo alto de un poste. Tanto maestro como aprendiz, al principio, pensaron que estaba muerto por la forma en la que estaba sentado, pero su idea cambió cuando este se puso de pie sosteniéndose de los barrotes y gritando a pleno pulmón:
—¡Eh! ¡¿Ustedes son Jedi, no?! —preguntó, pero no esperó ninguna respuesta del maestro y aprendiz— ¡Soy Watto! ¡Un honesto comerciante que esos salvajes monos verdes encerraron en esta jaula! ¡Por favor, sáquenme de aquí!
El desesperado batir de la jaula sumada con el tono de voz del toydariano preocupó un poco al maestro Jedi, quien veía cómo aquel ser vivo quería escapar de su cautiverio:
—Tranquilo, si lo que dices es verdad, los que te han metido ahí dentro en algún momento se percatarán de su error —aconsejó.
—¡No! —gritó— ¡Sáquenme de aquí! ¡Tengo un amigo muy poderoso en su orden! ¡Si! ¡ES MUY PODEROSO! ¡Y si se enteran que no me sacaron les hará pagar! —amenazó.
—¿Y cómo se llama ese supuesto amigo, señor? —preguntó la padawan.
—¡Su nombre es...! Bueno, su nombre es... —Watto, que había empezado a gritar con ímpetu, se calló a mitad de la oración, con dudas, pero luego volvió a alzar la voz, gritando triunfante— ¡Skieswalker! ¡Abelkyre Skieswalker!
—¿Quién? —preguntó la chica confundida.
—¡Ya te lo dije, niña! —gritó Watto sin consideración.
—OYE, MOSCA INMUNDA, GUARDA SILENCIO.
El grito hizo que el maestro y la padawan se giraran para observar cómo un hombre portando una ligera armadura verde se acercaba, hablando el básico galáctico con un acento muy marcado pero desconocido para ellos. Se acercó, tomó el arma que llevaba al hombro y golpeó la jaula con la culata de su arma.
—¡Deja de hacer eso, animal! ¡Me callo! ¡Pero no hagas eso! —gritó Watto, antes de regresar a su posición inicial en la jaula.
—Lamento las molestia que les haya causado esta cosa —dijo el hombre, mientras se acomodaba el arma en el hombro—. Los xenos llegan a ser insoportables cuando se les deja sin vigilancia durante un tiempo
—¿Por qué está encerrado? —preguntó el maestro Jedi.
—Por creerse esclavista de humanos, y por existir —dijo el hombre con firmeza.
—¡Mentiras! —replicó Watto desde su jaula.
—¿Xeno? —preguntó la padawan.
—Sí, niña. Los xenos son seres altamente repugnantes si me lo preguntas —el hombre les dio la espalda y estaba a punto de alejarse.
—Soy el Maestro Jedi Dorinick Badbelm y ella es mi aprendiz, la Padawan Danshya Swideb —se presentó el caballero jedi, señalándose primero y luego a la padawan que hizo una leve reverencia.
—Cabo Darren Abram, señor —el hombre regresó a su lugar frente a ellos—. ¿Que se les ofrece?
—¿Puedes llevarnos con tu líder? —Dorinick movió la mano frente a él como si fuera un saludo.
—Por supuesto que... —Darren se calló un momento y se quedó embobado unos segundos antes de asentir— Por supuesto, los llevaré con mi líder, síganme —dicho esto, el soldado dio media vuelta y empezó a caminar seguido por el dúo.
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