Movilización
Manasi, la Primarca de la Segunda Legión, se levantó con una determinación renovada. Días de profunda meditación la habían llevado a una conclusión dolorosa pero ineludible: el universo que conocía había cambiado. Su padre, el Dios Emperador, no estaba presente. Sus hermanos, los Primarcas, habían desaparecido. Recordó entonces su pecado, su error. Desobedecer al Emperador, enfrentarse a Lion El'Jonson, todo con el objetivo de detener una matanza innecesaria de xenos que habían mostrado amistad hacia la humanidad.
A su lado, su hermano, Arman, Primarca de la Undécima Legión, había compartido su destino. Juntos, habían combatido contra Lion, un acto de rebelión que selló su castigo. Su padre, incapaz de tolerar más actos de desafío, los había enviado a explorar una galaxia distante con órdenes vagas y ambiguas. Aunque al principio se habían negado a admitirlo, ambos sabían que aquello era un destierro, una forma de exiliarlos sin destruirlos.
Manasi cruzó el austero cuarto que les habían asignado en este nuevo dominio y tocó ligeramente el hombro de su hermano. Arman, en apariencia inmerso en una meditación tranquila, abrió los ojos de inmediato y se puso de pie con fluidez. Ninguno de los dos intercambió palabras. La conexión entre ellos era suficiente. Sin una palabra, ambos salieron juntos al patio que se extendía frente a sus aposentos temporales.
Allí, bajo un cielo extraño pero no menos desafiante, esperaban los guerreros de la Segunda y la Undécima Legión. Astartes de antaño, sus armaduras adornadas con cicatrices y runas grabadas durante la Gran Cruzada, giraron al unísono para mirar a sus Primarcas.
El silencio fue absoluto. Manasi y Arman se detuvieron frente a ellos, observando a los guerreros que eran tanto sus hijos como su legado.
Arman fue el primero en hablar, su voz resonando con la autoridad de un Primarca y el peso de siglos de batalla:
—Preparen todo. Nos unimos a esta guerra como lo hicimos en la Gran Cruzada.
Manasi asintió, sus ojos brillando con determinación y furia, algo que no había experimentado desde la gran cruzada.
—Nuestro deber hacia el Imperio, el Emperador y la humanidad no ha terminado. Busquen al regente Thanatos. Debemos saber dónde nuestra presencia es más necesaria.
Los Astartes no necesitaron más órdenes. Se pusieron en movimiento, revisando sus armamentos y formándose en filas disciplinadas. Para los Primarcas y sus guerreros, esta nueva galaxia era solo otro teatro de guerra. No importaba qué fuerzas enfrentaran: su lealtad y su propósito permanecían inquebrantables.
Ambos Primarcas caminaron por los largos pasillos del palacio de Thanatos. Las paredes estaban decoradas con retratos imponentes de antiguos señores y batallas gloriosas, todos testigos mudos del paso de estos gigantes. Sin sus armaduras, sus figuras eran menos intimidantes pero no menos majestuosas. Manasi, con sus tres metros de altura, y su hermano Arman, con sus imponentes cuatro metros, destacaban con facilidad. Cada paso que daban parecía resonar con el peso de siglos de historia y guerra.
A su paso, los sirvientes del palacio se arrodillaban, algunos con duda en sus movimientos, pero ninguno permanecía en pie. El aura de autoridad y poder que irradiaban los Primarcas no dejaba espacio para la resistencia. Aquellos que vacilaban lo hacían instintivamente, como si sus cuerpos comprendieran lo que sus mentes tardaban en aceptar: estos seres eran algo más que humanos.
Finalmente, llegaron a la oficina del regente. Las enormes puertas se abrieron con un chirrido metálico, revelando el austero pero elegante despacho de Thanatos, señor del Dominio Telmariano. Thanatos alzó la mirada al verlos entrar. Su figura, aunque poderosa, parecía pequeña en comparación con la de los Primarcas. Aun así, no se mostró intimidado. Se levantó de su asiento y ofreció una leve inclinación de respeto antes de volver a sentarse. Sus ojos no se apartaron de ellos, llenos de una mezcla de curiosidad y cálculo.
—Supongo que han venido a pedirme algo —dijo, su voz firme pero tranquila.
Arman dio un paso al frente, su paciencia ya desgastada.
—Iremos al frente. Dinos dónde nos necesitan más.
Thanatos inclinó ligeramente la cabeza, evaluando la petición antes de responder.
—Hay muchos lugares donde Primarcas serían indispensables. Pero creo que Naboo sería ideal para ustedes.
Manasi alzó una ceja, su tono cargado de intriga.
—¿Naboo? ¿Es un mundo del Dominio? ¿Del Imperio?
Thanatos negó con la cabeza, su respuesta rápida y directa.
—No. Es un mundo de la República. Actualmente está bajo asedio de los orkoz.
Los ojos de Arman brillaron con un destello de determinación.
—Los orkoz son una plaga. Iremos tan rápido como nuestras naves nos lo permitan.
Manasi asintió, respaldando la decisión de su hermano.
—Prepararemos nuestras legiones de inmediato. No perderemos más tiempo.
Thanatos, satisfecho con su resolución, asintió lentamente.
—Excelente. Con ustedes enviaré regimientos de la Guardia Imperial para reforzar sus esfuerzos. Naboo no puede caer.
Ambos Primarcas asintieron en silencio, la misma determinación grabada en sus semblantes. Se retiraron del despacho, ya planeando las estrategias necesarias para enfrentar una nueva guerra. En el corazón de esta galaxia desconocida, su deber seguía siendo el mismo: proteger a la humanidad, sin importar el precio.
Thanatos los observó mientras se alejaban, sus figuras titánicas perdiéndose en la distancia. Los Primarcas eran una visión imponente, un recordatorio viviente de la grandeza y el poder del Dios Emperador. Cuando las puertas se cerraron tras ellos, el señor del Dominio Telmariano se puso de pie y se dirigió al balcón de su oficina. Allí, apoyándose en la barandilla de hierro ornamentado, contempló la vasta ciudad que se extendía bajo sus pies. Era su orgullo y su posesión más preciada. Este mundo, su hogar y su trono, representaba tanto su victoria como su carga.
Thanatos reflexionó sobre cómo había llegado a esa posición, algo que jamás había imaginado en su vida. Lo que comenzó como una responsabilidad limitada, un simple deber de supervisión, había evolucionado hasta convertirlo en el señor indiscutible de los mundos imperiales que habían llegado a esta galaxia. Ahora, gobernaba con la bendición del Dios Emperador, pero también con un peso que no podía ignorar.
El redescubrimiento de dos Primarcas, hijos perdidos del Emperador, era un giro que ni siquiera sus más audaces sueños podrían haber previsto. Sin embargo, la guerra que azotaba esta galaxia, su nueva patria, no daba tregua. Las fuerzas de los orkoz, y otras amenazas alienígenas acechaban cada frontera, cada rincón del espacio. Thanatos giró sobre sus talones y presionó un botón en su escritorio, llamando a su mano derecha.
Un instante después, la puerta se abrió, y el Lord Almirante Thrawn entró en la habitación. El chiss se detuvo a unos pasos de Thanatos y ofreció una reverencia respetuosa, sus ojos rojos brillando con intensidad bajo la luz tenue de la oficina. Su cabello negro, impecablemente peinado, y su piel azul le conferían un aire de calma y cálculo.
—Lord Almirante Thrawn, tengo nuevas órdenes para ti —dijo Thanatos, con un tono autoritario pero medido.
El chiss inclinó ligeramente la cabeza.
—¿Una nueva movilización? —preguntó con voz tranquila.
Thanatos asintió, sus ojos fijos en los de su subordinado.
—Quiero que destruyas una de las lunas de ataque orkaz. Usa los recursos que consideres necesarios, pero no los desperdicies. No estamos en una posición ventajosa.
Thrawn asintió en silencio, pero Thanatos continuó.
—Además, asegúrate de que los eldar y los tau colaboren contigo. Sé que no son aliados naturales, pero en esta guerra debemos usar todas las herramientas disponibles. Que envíen naves y tropas si es necesario.
El almirante reflexionó por un momento antes de responder:
—Como ordene. Partiré en una semana tras organizar la flota y desarrollar un plan.
Thanatos frunció el ceño.
—Mejor prepara varios planes de contingencia, Thrawn. Los pieles verdes son impredecibles.
Una ligera sonrisa curvó los labios del chiss.
—Tranquilícese, su alteza. Nunca subestimaría a mis enemigos, por débiles o brutos que puedan parecer. Traeré resultados favorables, o no regresaré.
Thanatos asintió, satisfecho con la respuesta.
—Perfecto. Cualquier recurso adicional que necesites, infórmame. Tendrás mi autorización para obtenerlo.
El chiss inclinó la cabeza en señal de respeto, agradeció brevemente y se marchó, dejando a Thanatos nuevamente solo. El regente volvió al balcón, permitiendo que la fría brisa nocturna acariciara su rostro mientras sus ojos se posaban una vez más en la ciudad.
Observo las calles repletas de vida, los grandes templos dedicados al dios emperador, y las poderosas naves de guerra que surcaban los cielos, se permitió admitir que el poder, era satisfactorio
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