Comité de Bienvenida

Capítulo 1: Comité de Bienvenida

Era una hermosa mañana en que las campanas despertaban a París, resonando en Notre Dame. Anunciaban que había pesca por el Sena gris, resonando en Notre Dame. Las más grandes reventaban cual trueno, y las pequeñas tintineaban como cristal. Campanas que encerraban el alma de todo París, sonando en Notre Dame.

Nuestra historia comienza en el numero doce de la calle Gotlib. Afuera se percibía el sabroso aroma del pan recién horneado, y los esposos Dupain Cheng ya se encontraban trabajando tras el mostrador. En eso, Sabine se dirigió hacia las escaleras que daban a la planta alta para llamar a su hija.

–Marinette, date prisa o llegarás tarde.

–Ya voy mamá.

Arriba en su habitación, Marinette terminaba de alistar sus cosas para ir a la escuela.

–Veamos, mapa de la ciudad, listo..., listas de nombres, listo..., itinerario, listo... Si, todo en orden, hoy será un día estupendo.

En ese momento, Tikki apareció volando a su lado y de un modo juguetón le fue a preguntar.

–¿Qué estas haciendo Marinette?... ¿Acaso es otro de tus planes para conquistar a Adrien?

–¡¿Qué?!, ¡no! –respondió la chica sobresaltada y con un rubor coloreando sus mejillas–. Lo que pasa es que hoy vendrán a nuestra escuela unos estudiantes que nos visitan del extranjero, y como presidenta de la clase es mi deber darles una calurosa bienvenida.

–¿Del extranjero? –preguntó curiosa su kwami.

–Si, de América... –contestó Marinette–. Y aquí entre tu y yo, estoy algo nerviosa Tikki. Sabes, escuché que uno de esos estudiantes pertenece a la realeza y...

–Espera –la interrumpió Tikki algo confundida–. ¿Dices que un estudiante de la realeza viene de América?

–Si, eso dicen –insistió su portadora encogiéndose de hombros–. Pero...

Entonces los nervios le ganaron a la pobre chica que se llevó las manos a la cabeza asustada, y empezó a imaginar todos sus miedos e inseguridades plasmados en una hilarante secuencia de viñetas en formato manga.

–¡¿Y si nuestros invitados no se sienten a gusto?! ¡¿Y si con mi torpeza lo hecho todo a perder?! Seguro haré algo que hará enojar a ese supuesto estudiante de la realeza, la imagen de la escuela quedará por los suelos, me destituirán de mi cargo como presidenta de la clase y se lo darán a Chloé, mis amigos se avergonzarán de mi y perderé cualquier posible oportunidad con Adrien... ¡Ay! ¡¿en que lío me he metido?!

–¡Reacciona Marinette! –replicó Tikki–. Solo tienes que tener confianza y dar lo mejor de ti misma.

–Tienes razón –contestó Marinette recobrando la compostura–. Solo tengo que esforzarme por ser la mej... ¡Uy! Mira la hora, me tengo que ir.

Tikki entró en el bolso de Marinette, y esta se apresuró a bajar corriendo las escaleras.

–Adiós mamá, adiós papá –se despidió estando a punto de salir por la puerta de la pastelería–, ya me voy a la escuela.

–Espera hija –la llamó Tom–. Olvidas algo muy importante.

–Es verdad –dijo Marinette, en lo que regresaba a recibir las dos cajas de color rosa que su padre acababa de colocar encima del mostrador.

–Espero que les guste.

–Se que les va a encantar papá, tanto por que tu los preparaste.

Sabine miró enternecida a su esposo e hija, y luego se apresuró a insistir.

–Marinette, si no te das prisa llegarás cuando esos chicos ya vayan de regreso a América.

–¡Cierto! –exclamó su hija sobresaltada otra vez–. No debo dejarlos esperando. Adiós mamá, adiós papá.

Marinette agarró las cajas y salió de la pastelería a toda prisa rumbo a su escuela.

–Allá va nuestra pequeña presidenta de la clase –dijo Sabine abrazando a su esposo.

–Esos chicos son afortunados de tener una anfitriona como Marinette –concretó Tom.

***

Ya a esa hora, todos los estudiantes cuchicheaban ansiosos mientras esperaban en las escaleras de la entrada del colegio Franciose Dupont. Junto a ellos estaban el director Damocles y el resto del profesorado, y Marinette se encontraba al frente sosteniendo las cajas de la pastelería de sus padres.

–¿Todavía no llega Adrien? –preguntó Chloé Bourgeois buscando a sus alrededores.

–No, aun no le he visto por aquí... –respondió su mejor amiga Sabrina, quien justo entonces se retractó al ver una limusina aparcando frente al instituto–. Oh, espera, ahorita acaba de llegar.

El gigantesco chofer bajó del vehículo, y abrió la puerta del pasajero para dejar salir a un chico bien parecido de pelo rubio y ojos verdes. Al verlo, Chloé se apresuró a alzar sus manos queriendo llamar su atención.

–¡Yuhuuu, Adrien-boo!

Adrien se despidió de Nathalie, quien le recordó que lo recogerían a la hora de la salida para cumplir con su itinerario. Seguidamente subió las escaleras de la entrada y fue a saludar a sus amigos. Como siempre, tuvo que seguir con su rutina diaria de forcejear para que Chloé se soltase de su brazo, y en momento dado a Marinette le faltó poco para dejar caer las cajas y derretirse de la emoción cuando se acercó a hablarle.

–Hola Marinette –la saludó serenamente.

–H... gha... hola... –balbuceó esta.

–¿Esos son macarones? –preguntó el chico dirigiendo su mirada con mucho interés a las cajas de color rosa.

–¿Ah?..., si –respondió Marinette recobrando poco a poco la compostura–. Mi papá los hizo para los chicos de América que nos visitan hoy... ¿Qui... quieres uno?

A una distancia prudencial, una Chloé carcomida por los celos observaba a Marinette entrecerrando los ojos, pensando en una forma de ponerla en su lugar.

–¿De veras puedo tomar uno? –volvió a preguntar Adrien cortésmente.

–Claro –respondió Marinette extendiendo una de las cajas abiertas, ahora con un poco más de confianza–, traje suficiente para todos.

Adrien tomó un macaron con delicadeza y le agradeció a Marinette con una tierna sonrisa. Si el tiempo se hubiese detenido en ese instante, a Marinette le hubiese dado igual, ella solo quería seguir disfrutando de ese bello momento en compañía del chico que amaba... Momento que lamentablemente fue interrumpido por el director Damocles cuando este llamó a todos sus estudiantes.

–Alumnos, presten atención por favor –anunció aclarándose la garganta–. Como saben, hoy recibiremos a un grupo de estudiantes de la Academia Eco Arroyo, una escuela Americana. Es posible que algunos de ellos se animen a participar en un programa de intercambio que el director Skeeves y yo propusimos, y eventualmente vengan a estudiar con nosotros el año que viene. Así que recuerden hacerlos sentirse a gusto mientras nos visitan.

–Descuide señor Damocles –habló Alya–. Marinette trajo los deliciosos macarones de la pastelería de su papá para darles la bienvenida. También entre las dos planeamos un recorrido para mostrarles los mejores sitios de París, y al final del día les preparamos una sorpresa muy especial.

–Excelente –dijo el señor Damocles satisfecho–. Buen trabajo señorita Césarie.

–El crédito es de Marinette –se apresuró a aclarar Alya, halando a su amiga del brazo (y haciendo que nuevamente tuviese que maniobrar para no tirar las cajas)–, ella lo planeó todo.

–En ese caso, buen trabajo señorita Dupain –volvió a agradecer el director de la escuela.

–¿Y se puede saber que es esa sorpresa tan especial? –preguntó Nino curioso al acercarse.

–Si te lo digo ya no seria sorpresa –respondió Alya tocándole la punta de la nariz de un modo juguetón–. Pero créeme que es algo que a todos nos va a gustar.

Antes de que la conversación pudiese continuar, los estudiantes y profesores que miraban en dirección a la calle se quedaron paralizados de la impresión; seguidos por los que voltearon a ver; al igual que los transeúntes que pasaban por ahí; y del mismo modo que varios conductores que en ese momento trataron de no chocar al distraerse con aquello que llamó su atención. Y Marinette por su parte, nuevamente estuvo a punto de dejar caer las cajas.

Todo ocurrió en menos de treinta segundos. Una especie de portal mágico se abrió en forma vertical de abajo para arriba en medio de la calle; y un autobús escolar de color amarillo llegó desde el otro lado. Acto seguido, un chico de tez latina –de más o menos la misma edad que Adrien– salió caminando tras el. Vestía una sudadera de color rojo, y en su mano llevaba unas tijeras de diseño extravagante con un grabado que rezaba: MARCO.

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