CAPÍTULO 30: Los Cazadores
Justo delante, un hombre de dimensiones estratosféricas, en manga corta, como si la tormenta no le afectara, se frotaba las manos deseando acabar con quienquiera que se colocara delante de sus narices. A su derecha, una mujer de cresta rosa y pendientes, casi igual de musculosa que Star, sonreía enseñando sus dientes negros y podridos. Cada uno de los presos huidos daba más miedo que el anterior. Sin embargo, Star se había percatado de algo muy extraño: sus ojos. Todos ellos poseían una mirada nebulosa, perdida, como si no consiguieran mirar aquello que tenían delante, solo más allá, a lo lejos, quizá a otro mundo.
Star recordó ese capítulo de ALF que había visto con Ben en el cuartel subterráneo. El capítulo en el que el alienígena trataba de hipnotizar al gato para comérselo. Y es que es lo que parecía, parecía que todos aquellos sujetos peligrosos estuvieran completamente hipnotizados.
—¡Ya vienen! —gritó Star—. Gloria, no quiero asustarte pero ha llegado el momento... Tenemos que luchar.
—Pero... si son cientos de ellos, Star. ¿Cómo vamos a salir vivas de esto? Son demasiados... Yo contaba con... un culpable, no tropecientos presos peligrosos huidos de la cárcel de máxima seguridad de Strana Vary.
—Lo sé, pero no tenemos otra opción.
—¿Escondernos? Quizá entre los escombros...
—Me temo que eso no va a funcionar. Nos encontrarán de todos modos —dijo pensando en el trance en el que se encontraban. En ese instante el muro de piedra de la parte trasera se derrumbó por completo, y tras él entraron como una avalancha de zombies, unos siete individuos—. ¡Mira! —dijo Star—. Se mueven despacio... eso nos dará una oportunidad. ¿Preparada?
—No, pero allá vamos —respondió Gloria totalmente indecisa y algo confusa al ver que esas personas no se movían en correlación con su aspecto físico, sino más bien como unos zombies hambrientos de cerebro bien fresquito.
—No te separes de mí. —Gloria asintió.
Star se inclinó y rebuscó entre los escombros. Capturó una sólida barra de hierro, que debía de pertenecer a los restos de alguna tubería. Gloria la imitó y revisó entre las maderas y las piedras sin mucha suerte, así que amontonó algunas de las piedras a un lado y agarró con fuerte un largo palo de madera. Entre tanto, Star había salido hacia delante y se esforzaba en lanzar patadas al aire con una destreza que dejó a su amiga con la boca abierta. Antes de que Gloria pudiera unirse a la batalla, Star había dado una vuelta de campana en el aire y había provocado que cinco de los siete individuos que habían entrado en el pub, gruñeran en el suelo con múltiples heridas.
—¡Bien hecho! —exclamó con la boca abierta—. Estás en forma. —Star sonrió.
—¡Cuidado! Ahí vienen más.
Gloria empezó a lanzar piedras sin rumbo fijo. No obstante, el miedo le hizo acertar mucho más de lo que esperaba. Le dio en la cabeza a varios de los presos que antes de continuar, se paraban a rascarse el golpe como trolls idiotas. Parecía que la batalla iba a ser larga pero asequible. Si seguían así, quizá podrían incluso salir vivas de aquel entuerto.
Dos individuos más, pesados y gordos, uno con un guante de metal cubierto de escarpias y el otro con un taser eléctrico, corrieron hacia Gloria. Uno venía por delante y el otro por detrás. Gloria no supo qué hacer, así que esperó a que los dos estuvieran demasiado cerca para hacerse a un lado, dejando que ambos chocaran sin remedio y cayeran abatidos. Si algo estaba claro es que todo era caos, no había organización, parecía una marea. Durante un rato, Gloria pudo escuchar cómo Star se reía de su acertada estrategia mientras pegaba una y otra vez en la cabeza a un preso.
—¿Cuál es el plan? —preguntó Gloria.
—¿Qué?
—¡¡Que cuál es el plaaan!! —gritó—. Podríamos seguir así todo el día, son muchos, y con piedras y madera solo podemos dejarlos tontos, no acabar con ellos. —En ese instante, dos de ellos agarraron a Gloria y la elevaron en el aire. Star no se dio cuenta hasta que casi estaba colgada en la pared, con un bollo de sangre en la cabeza. El hombre grandote y la mujer de cresta rosa que había visto desde la mirilla constituida por el desastre, pasaban sus sucias manos y sus lenguas por la sangre que chorreaba por las sienes de la muchacha. La mujer, agarró un pedazo de piel de la herida y se lo metió en la boca, masticando con la mirada perdida.
—¡¡NOOO!! —Star se desgarró la garganta al ver a Gloria. Por un momento, creyó ver a Claire en el rostro de la chica. Puso rumbo hacia su amiga, pero notó que algo le agarraba la pierna y no le dejaba continuar. De pronto, se vio rodeada de más de diez presos, queriendo arrancarle la piel de cuajo. Uno de ellos abrió la boca, y de ella salieron polillas. Entonces Star pensó... Michael, todo esto es cosa de Michael. Ha vuelto. Quiso deshacerse de los presos pero no pudo, hasta que de pronto notó que las presiones de su cuerpo se aflojaban y que una mano tiraba de ella hacia arriba.
De golpe se vio pegada al torno duro y acalorado de un chico. Su torso era duro, casi de la misma textura que el mármol de Hammondland y olía a madera antigua, ámbar y almizcle. Star se agarró fuerte a su espalda y rozó una de sus rastas.
—¿Estás bien? —preguntó Terence, apretándose también contra su cuerpo.
—Ahora mejor, gracias. —Star carraspeó, separándose de él al darse cuenta de que se aferraban el uno al otro con demasiada fuerza.
—Hola, Star —dijo Samira con media sonrisa burlona, levantando las dos cejas.
—Hola, chicos —respondió esta todavía tratando de aclararse la voz por completo, mientras limpiaba la sangre pegada en la barra de hierro.
—¿Qué hay, cazadora? —saludó Taleb en lo que desenganchaba a Gloria del clavo en el que la habían colgado minutos antes. Estaba despierta aunque se la veía algo mareada.
—El Bewitz es el centro —dijo Terence—. ¡Cuidado! Ahí vienen más. —Otros nueve presos entraron por los agujeros de la pared del pub.
—¿Cómo? —preguntó Star preparándose para lanzar un par de golpes más. Taleb y Samira, levantaron los puños y Terence corrió hacia uno de los laterales, para esconder a Gloria antes de que no hubiera vuelta atrás.
—¡¡Que el Bewitz es el centro de todo el caos!!
—¿Crees que podréis con ellos? Necesito hacer algo... —dijo Star prestando su barra de hierro a Samira.
—Sí, podremos con esto... Son muchos pero por algún motivo son imbéciles... —dijo Samira imitando a un zombie.
—Esto cada vez se pone más raro —dijo Taleb—. Primero las muertes, luego las polillas y ahora esto... Strana está patas arriba.
—Ahora vuelvo.
Star entró en lo que quedaba del baño lo más rápido que pudo. Había llegado el momento: Gloria tenía razón. Podían pasarse toda la noche a golpe limpio con la jauría de presos con cara de zombies pero no podrían terminar con todos ellos, además, solo eran unas víctimas más de la vileza del Dómine, como ella lo había sido antes. No tenía otra opción: debía utilizar su poder Entherius para terminar con el caos en Strana antes de que alguno de sus amigos acabara muerto, o peor, convertido en Desdenio.
Ben únicamente la había entrenado para desatomizarse. Ni siquiera le había contado nada acerca de qué habilidades poseía realmente un Entherius. Podía imaginárselo, gracias o, por todas las veces que desgraciadamente, había visto las consecuencias del uso inadecuado que Matt había hecho de las suyas. Comprobó que desde su posición nadie podía verla y cerró los ojos.
Comenzó a traer a su cabeza todas las horribles imágenes que había presenciado el último año y medio. Como había hecho en el cuartel subterráneo trajo a Matt a su mente y empezó a pintar en su cabeza cada uno de los horribles asesinatos que había cometido a sangre fría. Recordó a aquel niño de seis años, que yacía en el suelo completamente destrozado, en el callejón en el que Matt le había dado caza y le había enseñado sus viscosos tentáculos por primera vez, el dolor de su piel desgarrándose. Una llama de ira se encendió en el centro de su torso y notó que el pecho le ardía. Sonrió para sí misma al ver que funcionaba, pero repentinamente otras imágenes atacaron sus pensamientos: Matt pidiéndole disculpas en el puente de Hammondland, apretándole la mano en la enfermería improvisada que Ben había construido para ella, llorando, hundido en la culpa por todos los errores a sus espaldas. Sintió cómo la llama del color del fuego, casi negra, se apagaba.
Pensar en Matt ya no le causaba tanta cólera. Así que supuso que pensar en sus padres tampoco serviría de nada. Al menos Nahama trataba de acortar el inmenso abismo que las había separado durante toda una vida. «¿Y si no funcionaba?», contempló. Puede que necesitara a Ben para aprender a utilizar.
La imagen de Ben le invadió la mente y se deslizó hasta su corazón. Los ojos de su mejor amigo húmedos tras los cristales de sus enormes gafas cuadriculadas, su expresión plagada de decepción y tristeza al comprobar que estaba dispuesta a lanzarse al vacío de una puerta desconocida después de todo, la forma de moverse cuando pasaba a su lado, cautelosa, para intentar no molestarla después de llegar a Hammondland con Matt a cuestas.
El miedo la golpeó con fuerza. El miedo absoluto a perder a su garante. La llama volvió a encenderse en su pecho y poco a poco el fuego casi negro recorrió sus extremidades. Sintió un fuerte dolor en la cabeza, como si un cuchillo le atravesara el cuero cabelludo. Estaba explotando en dolor y en rabia. Rabia contra sí misma por cómo se había comportado los últimos meses.
Star no pudo verlo porque mantuvo los párpados cerrados todo el tiempo, pero de su cuerpo surgieron hilos negros y viscosos invisibles para cualquiera que no fuera ella misma. Era prácticamente humo con aspecto de alquitrán en algunas ocasiones, que fluía desde Star y viajaba por el aire expandiéndose por todo el territorio en ruinas.
Alcanzó a cada uno de los presos huidos, introduciéndose por las orejas, la boca y la nariz de estos, pintando sus pupilas de color negro para después volverlas a su color habitual. Star sintió una punzada de dolor en el estómago y cayó al suelo, encogida. Abrió los ojos y se puso en pie. En un pedazo de espejo roto vio que sus ojos lucían como los de Matt, negros como el carbón, profundos como el universo, sin final. Parpadeó varias veces y al acercarse al espejo, vio cómo la negrura se iba rebajando y diluyendo con su iris.
Todavía le dolía la cabeza demasiado para darse cuenta de que el estruendo de la pelea se había calmado y que solo el silencio y la nieve abastecían ahora las calles de Strana. Se llevó una mano a la cabeza, para tratar de sujetarse y calmar el dolor, pero en lugar de su pelo, sus dedos se toparon con un abultamiento puntiagudo. Volvió al espejo y lo despegó de la piedra para observarse con detenimiento.
En su cabeza, habían nacido dos cuernos de hueso grisáceo. Eran muy pequeños, casi imperceptibles, pero Star los vio y se parecían mucho a los que Matt le había enseñado la noche de las mil lunas en el oscuro callejón de Sceneville Central.
Escuchó cómo unos pasos se acercaban. Los ojos habían vuelto a la normalidad, pero esos cuernos seguían ahí. Agarró una goma de pelo y se hizo una coleta despeinada lo más rápido que pudo para ocultarlos.
—¡¡Staaar!! —Terence entró de golpe en el cubículo—. ¡No te vas a creer lo que ha pasado! Los presos han dejado de atacarnos. De pronto, es como si se hubieran despertado de una pesadilla horrible. Incluso el tío ese, el alto, está disculpándose con Gloria.
—¿No me digas? —dijo la chica sonriendo. Ninguno de los cazadores había visto nada, pero sabía que tarde o temprano, Matt, Damon y Michael sabrían que un poder Entherius había sido invocado en el centro de Strana, exactamente en el mismo punto en el que ella se encontraba en ese mismo instante. Había que esconderse, y a toda prisa.
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