CAPÍTULO 28: El resurgir

—Señor, ¿me permite pasar? —Mientras Ispanda pronunciaba estas palabras, en Strana acababa de desatarse el más horrible de los caos. Sin duda, la relación entre lo que estaba a punto de comunicar y lo que ocurría no solo allí sino en todo el mundo, estaba confirmada.

—Claro, Ispanda. Pasa, ¿alguna novedad? —El hueco de la puerta, dejaba a la vista a Damon Eville. Se hallaba sentado en su sillón y miraba absorto por la ventana que daba al otro lado de La Colmena. Allí donde el silencio se hacía patente, lejos de la realidad.

—Sí, señor. Se ha despertado —respondió la joven de ojos magullados, abriendo ligeramente la puerta.

—¿¡Y cómo no me dices nada!? —exclamó el Entherius poniéndose en pie bruscamente, y apartando de un empujón a la muchacha al salir disparado por la puerta—. Deprisa, ¿qué haces ahí parada?

—Sí, señor, acaba de ocurrir... —se explicó esta apresurando el paso tras su líder.

Damon llegó al centro vital de La Colmena desatomizándose lo más rápido que pudo. No le hizo falta abrirse paso entre los fieles, pues al verlo llegar, todos ellos se hicieron a un lado, formando una hilera de capuchas negras hasta el corazón de la metrópoli subterránea.

Los Desdenios vivían en la oscuridad, por eso, en la atmósfera siempre flotaba un halo de inquietud y misterio. Si su refugio había cambiado las últimas semanas, y se había vuelto más silencioso, en aquel momento, se vivía otra evolución hacia un ambiente aún más tenso. El aroma que sobrevolaba la ciudad era otro. Normalmente, entrar en La Colmena significaba aceptar, y nunca a regañadientes, ese horrible hedor a huevos podridos y volcanes. Sin embargo, Damon percibió el dulce aroma a incienso y a madera quemada que solía rodear la mansión Moon, a kilómetros de allí, en Sceneville.

Cruzó el camino Desdenio, y al final, sus pasos dejaron de sonar huecos para emitir un sonido de chapoteo. Se miró los pies, y observó que el suelo estaba empapado de un líquido viscoso, negro y sucio que se le pegaba a la suela de los zapatos. Al caer en la cuenta de lo que pisaba, abrió los ojos de par y par, y avanzó con pasos agigantados.

La imagen le consternó. Frente a él, la gran piscina de cristal yacía en el suelo hecha pedazos. Los tubos dormían en el suelo como la muda de piel de una serpiente gigante y el suelo se hallaba completamente cubierto del mismo líquido.

—¿Dónde está? —preguntó con ansiedad mirando a cada lado, analizando cada pieza del puzzle bajo sus talones. Nadie respondió a su pregunta. Los fieles, llenaban con su presencia física, pero su empeño por mantener la boca cerrada, aumentaba todavía más la verdad de su existencia. No le rendirían más fidelidad a él, si era cierto que su padre había vuelto. Michael Eville era su verdadero y único líder.

—Estoy aquí, hijo. —Damon buscó con el cuerpo la procedencia de aquellas palabras. Un grupo de Desdenios se apartaron y se colocaron a ambos lados de una pequeña tarima. La voz de Michael sonó rasposa y débil, como si el sonido creado por su caja torácica no fuera capaz de enmascarar ni los siglos que pesaban sobre sus hombros, ni la deplorable existencia atestada de perversidades que había decidido vivir. No obstante, solo su postura corporal había cambiado en su forma física, algo cheposo y débil, ahí sentado, en un trono improvisado. El resto, su rostro, sus manos, sus rasgos perfectos, permanecían tan intactos como siempre, excepto por el fluído que le cubría la piel, como si estuviera esculpido en cera, deshaciéndose o como un bebé que al ver la luz por primera vez, aún conserva los restos de su estancia en el vientre de su madre.

—Padre... —carraspeó—. Dómine... —dijo acelerando el paso para arrodillarse ante él. Trató de rozar el dorso de la mano de este pero lentamente, incluso con esa debilidad que cargaba en sus espaldas, la retiró. Sin miramientos.

—Damon, mi más atesorado siervo. Te exijo que no me mires con esa cara de pena. A pesar de lo que pueda parecer, me siento más vivo que nunca. Más fuerte —mintió en un susurro, mientras retorcía sus muñecas y estiraba su largo cuello. Michael reubicó su cuerpo, intentando corregir su postura curva—. Queridos amigos, —dijo alzando la voz. Esta vez se dirigía a todos los creyentes de su fe—. En primer lugar, les debo un agradecimiento. Veo algunas caras conocidas aquí, otras... han desaparecido. En tiempos difíciles es complicado mantener la fé, mantenerse fuerte. Y vosotros, sois dignos de toda mi admiración, por demostrar una vez más la valentía y la ambición por el sueño de un mundo donde no debamos mantenernos al margen. Aquellos que no están hoy aquí, sufrirán las consecuencias. Sin duda. —Michael se puso en pie y Damon, se hizo a un lado con media sonrisa dejando que su padre continuara con el discurso—. No porque yo lo desee, sino porque ellos vendrán y el Día del Hanngu ocurrirá. Ese día, los fieles serán recompensados, los traidores vivirán en el más profundo de los terrores o morirán sin remedio. —Alzó los brazos como haría un cura—. Una vez más, han hecho lo correcto. Por lo que veo... —dijo echando un ojo a su alrededor—. Han sido necesarias algunas prácticas extremas. No temáis, no seréis castigados por ello. Ante graves situaciones, graves acciones han de ser tomadas. Retirad vuestra máscara, —Hizo una pausa, para dejar que sus siervos se quitaran las capuchas—. Ispanda, Samuel... Damon —giró la cabeza para mirar a su hijo—. Os prometo, a vosotros y todos los que aquí habéis dejado vuestro poder, que a partir de hoy se fraguará la venganza y que acabaremos con la resistencia con un simple soplo de poder Entherius. Habrán sido días duros, así pues, podéis retiraros, id a celebrar, sois libres para disfrutar del placer de La Colmena. —Se oyó un grito de celebración y rompieron los aplausos. Los Desdenios, se quitaron sus capas dejando a la vista, sus aspectos reales.

Poco a poco, las decenas de fieles fueron dispersándose, la música comenzó a sonar de lejos, y de la fuente bebieron el líquido. La fiesta estaba servida. Cuando todo el mundo se hubo retirado, solo quedaron Ispanda, Samuel, Damon y Leril.

—Mi Dómine, este es Leril —Michael Eville miró con superioridad y recelo a ambos hombres—. Es el documentario que ha estudiado cómo traerle de vuelta.

—Oh, Leril —sonrió Michael fría y levemente. Alzó la mano para estrechársela al chico—. Es un verdadero placer. —Leril apretó la mano de su líder. La amabilidad de Michael era una trampa, como las trampas que las arañas disponen a las moscas. Casi imperceptible, rozando la invisibilidad y pegajosa. Tan pegajosa que una vez la tocas, es prácticamente imposible despegarse.

—El placer es mío, mi Dómine. —agachó la cabeza a modo de sumisión—. Haría cualquier cosa que fuera necesaria para no perturbar al destino.

—Bien, bien... —dijo Michael—. ¿Por qué no vas a celebrarlo? El trabajo habrá sido... duro y complejo. Diviértete. De hecho, Ispanda y Samuel, ¿por qué no le acompañaís?

—Sí, mi Dómine —repitieron los tres, poniendo rumbo a la fiesta. Damon trató de seguirles, pero antes de poder continuar, Michael le retuvo.

—Tú, no. Dime, Damon... hoy no he visto por aquí a tu despreciable mujer, tampoco a tu infame vástago... Supongo que el chico seguirá... desaparecido. ¿Y ella?

—Se ha... —se retuvo para aclararse la voz con dificultad. Agachó la cabeza antes de continuar—. Mi Dómine, Mary Dorcas, desgraciadamente, ha desertado.

—¡JA! —rio en voz alta Michael, soltando una irónica y terrorífica carcajada—. Atrevida... muy atrevida... Nunca supiste elegir a tus fieles, hijo. Sabes lo que guarda, ¿verdad?

—Lo sé, padre. Me estoy ocupando de ello. Sospecho además, que ha acudido al amparo del viejo Kuna, y que sin duda, su destino habrá sido esa chica. La Renanci...

—No la llames así —interrumpió cortante y desafiante—. Esa necia... No le des el nombre de algo que no merece. De todos modos, sin duda, es un repulsivo obstáculo al que sería mejor darle una buena patada. —Damon sabía que era mentira, que su padre conocía bien a Star y qué significaba su existencia, pero no podía reconocer algo así. No si quería mantener el liderazgo delante de los Desdenios que habían decidido quedarse. Ni siquiera a su propio hijo—. Acabar con la chica y ese sucio de Ben es nuestra prioridad.

—Lo sé, me estoy ocupando de ello. Traerle de vuelta no ha sido nuestra única encomienda. Sabemos dónde se esconden.

—¿Dónde? —sentenció.

—En Hammondland... —Michael se quedó en silencio, pensativo. Una reacción que ni siquiera Damon se esperaba de su propio padre.

—¿Cómo se han atrevido? —exclamó al ver que Damon lo observaba intrigado—. Debemos ir a Hammondland, es nuestra prioridad. —Damon no sabía lo que su padre pensaba, pero sin duda la posibilidad de un pedazo de piedra de Quiguen escondido entre sus paredes, le golpeó con fuerza.

—Strana está bajo un caos inmanejable. No habrá un momento mejor para asediarlo. Debe ser cuanto antes. 

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https://youtu.be/xK8EghrdJAM

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