CAPÍTULO 2: Un nuevo poder
Habían pasado ya varios meses desde el terrible incidente en las profundidades de la mansión Eville. Las agujas del reloj se movían velozmente: Tic-tac, tic-tac. Y así, estaba a punto de cumplirse un año del renacimiento de Star Moon en aquel callejón humeante del viejo Sceneville central.
Después de aquella trágica noche en el templo de la cueva, Ben el garante y Matteo Eville no dieron con mejor solución que llevarse a Star lejos, muy lejos de la ciudad. Ben ni siquiera sabía a ciencia cierta si todo aquel embrollo iba a tener algún remedio, pero su fe y su condición de tutor, le llevó a confiar en que, si guardaba a la muchacha en un núcleo como Hammondland, conseguiría protegerla el tiempo suficiente para que pudiera despertar de su profundo sueño. «Si es que algún día despertaba», pensaba.
La chica permaneció inconsciente unas dos semanas. Exactamente, trece días en los que Ben apenas pudo separarse de ella. No por obligación, sino por miedo. Matt se encargaba de recorrer la institución con rigurosidad, para así asegurar espacios y asentar el terreno que llevaba en ruinas más de cien años. Además, velaba por la alimentación de los tres, obteniendo comida y otras materias necesarias para sobrevivir en medio de la nada.
De vez en cuando, Matt se asomaba por la puerta del dormitorio que habían dispuesto para Star. La observaba, ahí latente, repleta de cables y aparatos que Ben había construido. Quería entender más de ella, conocerla mejor. Mucho más de lo que ya había averiguado meses atrás.
Ambos chicos tuvieron momentos de profunda debilidad, aunque jamás se lo confesaron el uno al otro. Ben, como buen guardián, se sentía tremendamente culpable por perder momentánea e intermitentemente la esperanza, y Matt no se permitía ni por un momento manifestar una creencia negativa respecto a aquella muchacha. No podía hacerle eso a Ben. No obstante, durante días pensaron que Star Moon jamás volvería a la consciencia, pues tras el enfrentamiento, además de caer en un profundo sueño, había perdido su aspecto robusto y su brillo especial. Su pelo estaba apagado y su piel había tomado un tono cetrino, signo de una enfermedad inequívoca y extremadamente dañina. Se parecía más a la Star de antes. A la torpe y perdida Star.
Los acontecimientos tomaron un nuevo e inesperado rumbo una noche cualquiera. Las televisiones y radios locales habían pronosticado que una fuerte tormenta azotaría la costa de Strana, y como consecuencia, la lluvia torrencial y el vendaval, golpearían los ocultos terrenos de Hammondland con violencia.
El cielo se tornó de un azul oscuro casi negro, que se encendía intermitentemente con los rayos y truenos, recorriendo las nubes como gusanos gigantes. El viento soplaba con tal brutalidad, que silbaba igual que un fantasma del pasado rebotando en los muros ovalados de los edificios de mármol en ruinas. Los escombros, que habían descansado pacíficamente un siglo después, se removieron y volaron por todo el espacio. Y junto con esa agitación, las máquinas y los cables que sujetaban a la Sorgeni con un hilo a la vida, comenzaron a temblar con intensidad y a emitir sonidos punzantes que se clavaron incómodamente en los oídos de Ben.
—¡Matt! —chilló este desde la habitación, lanzándose contra el cuerpo de Star que se sacudía también como si estuviera reviviendo un mal sueño—. ¡¡Matteo, corre!! —repitió. Sujetaba con todas sus fuerzas los brazos de la chica, mientras ella no dejaba de convulsionar. Ben no lograba calmar su ataque. No tenía suficiente fuerza para eso. Necesitaba a Matt—. ¡¡Vamooos!! —requirió algo aliviado al ver que Matt se atomizaba a su lado.
—¡¿Qué?! —dijo sorprendido—. ¡¡Wooo!! Sí que tiene fuerza... —manifestó al comprobar que iba a ser imposible detenerla utilizando únicamente su fuerza humana.
«No debiste hacerlo, Belia... No vuelvas a decir eso... El precio es demasiado alto... Le juro que haré lo que sea necesario». La tempestad no solamente estaba teniendo lugar tras los muros de la realidad. En la mente de Star no cesaba la tormenta: «No debiste hacerlo, Belia... No vuelvas a decir eso... El precio es demasiado alto...», se repetía en bucle, una y otra vez, una y otra vez dentro de su cabeza.
Matt trató de mantener la calma. Agarró una silla y la arrastró para colocarla junto a la muchacha. Se sentó, cerró los ojos y alargó la mano para colocarla sobre la suya.
—¿Qué haces? —interrumpió Ben.
—Voy a tratar de conectar con su mente... como ella hizo conmigo para encontrarme en el Paradise Castle.
—Pero eso es un poder de Gravithus...
—Lo sé —respondió Matt rodeando la mano de Star con sus dos manos, dándole calor—. Pero si ella conectó conmigo, quizá haya un vínculo... Quizá así pueda calmar su dolor.
—Está bien —accedió Ben—. Pero ten cuidado. Utilizar un poder de esta forma... es peligroso. —El Entherius asintió y volvió a cerrar los ojos. Logró concentrarse a pesar del alboroto que había a su alrededor. Se notaba, cada vez, un paso más cerca de Star. Más próximo a su alma, a su mente, a su corazón.
Una ráfaga de aire rompió de pronto el cristal del viejo ventanal, causando un estruendo imposible de ignorar, para desgracia de Matt, que por inercia tuvo que abrir los ojos de golpe, al tiempo que una corriente invisible lo lanzaba duramente contra la pared. Ben corrió tras él para tratar de ayudarlo a incorporarse, y con el último trueno de la noche, al girarse ambos de nuevo hacia Star Moon, esta se mantenía perfectamente de pie al lado de la cama.
Débil, con los ojos aún cerrados, pero iluminando toda la estancia a su alrededor con una fuente de luz intensa que surgía de entre sus costillas. La piedra de Quigen había despertado en su interior con la tormenta y no abandonaría jamás a su legítimo huésped. Legítimo, por herencia de sangre.
***
Habían pasado semanas desde la noche en que la muchacha había recuperado la consciencia. Star Moon se encontraba totalmente recuperada. Al menos, eso hacía creer fervientemente a sus acompañantes, cuando este insistía en preguntarle. Era cierto que, exteriormente, parecía la misma chica que despertó sobre el asfalto aquel 31 de octubre de 1987, sin embargo, algo había cambiado irrevocablemente en ella. Algo que se había adherido a su cuerpo en el templo y algo que, por el momento, prefería no compartir con Ben, y mucho menos, con Matteo Eville.
Al principio, Star no tenía muy claro si lo que veía dentro de sí eran reminiscencias de sueños durante el coma, recuerdos falsos que le asaltaban sin remedio o paranoias. Temía haberse vuelto loca porque, aquello que alcanzaba a ver, se le antojaba tan real. A veces, incluso conseguía absorber el aroma de su misterioso y aleatorio paradero. En la localización o tiempo. Aleatorio y misterioso, era, pues no comprendía cómo funcionaba. Ocurría y punto.
La imagen que más se había repetido, era aquella horrible masacre que, sin duda, había tenido lugar allí mismo, en Hammondland. Identificó rápido sus paredes intactas, sus suelos limpios, sus sofisticados cuadros, el perfume de la leña quemándose en las chimeneas mezclado con un poder sin fin de docenas de garantes, Gravithus y otras criaturas.
No fue complicado, puesto que pronto, la concatenación de hechos felices se retorcía para mostrarle un Hammondland destruido, como el que ella pisaba con sus propios pies pero mucho peor. Presenciaba la muerte de todas esas vidas de gran valor. El hedor de la sangre le impregnaba los pulmones y las tripas, hasta provocarle ganas de vomitar. Las primeras veces que revivió la masacre, tan solo fue capaz de ver desastre, descontrol y anarquía. Gritos, violencia y sangre. Después, sencillamente se cansó de sentir ansiedad y comenzó a observar con detenimiento. Paseaba por algunos lugares de Hammondland registrando cada mínimo detalle.
Así fue como dio con Belia. Pese a que guardaba ciertos rasgos de la familia Moon, no supo que se trataba de su bisabuela nada más verla. Si bien, una vez escuchó atentamente sus palabras, tuvo que aceptar que a quién tenía delante de sus ojos era a ella: a Belia. Su bisabuela Belia. Y por desgracia, confirmaba todo aquello que el Dómine le había contado en el templo. Tal vez no todo, pero sí lo suficiente para tener que masticar con amargura que fue ella quién liberó el mal en Sceneville por un amor prohibido.
Eventualmente, Star terminó aceptando que aquello que se le presentaba se trataba de un recuerdo del pasado. Un recuerdo real. Sospechaba que la piedra de Quigen Moon, aquella piedra que le había dejado marcada a perpetuidad en la cámara del Rithiki, tenía todo que ver con eso que le estaba pasando. Un nuevo poder: una nueva capacidad que debía aprender a dominar si no quería perder la cabeza.
La masacre de Hammondland no había sido lo único que había visto la muchacha con posterioridad a los días de su nuevo despertar. Sí, puede que aquel terrible y sangriento suceso fuera el más frecuente, y todavía no había logrado descubrir el por qué de su frecuencia. Pero había visitado mentalmente otros tiempos y lugares sin aparente motivo. La muchacha imaginaba que quién manejara con soltura aquel poder, podría quizá elegir qué ver o dónde ir, sin embargo, ella no conocía ese arte, y mientras no pudiera dirigirlo a placer, los episodios le asaltarían de forma desprevenida, quisiera o no.
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¡Allá vamos! Avanzamos con la segunda aventura de Star 🌝, ¿ahora entiendes más cosas? Están a punto de ocurrir muchas más. Agárrate fuerte 🙀
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