CAPÍTULO 15: El cementerio
Recorriendo sus propios pasos, se acercó con decisión al mural de la habitación en llamas, y tras una horrible sensación de vértigo y náuseas, apareció en el sucio cuartucho del BewitzMusik. «Si pudiera solo atomizarme un poquito. Tantas habilidades enrolladas, para luego no poder utilizarlas. Si es que, ¡sigo siendo una pringada!». En esa ocasión, trató de caer de pie para evitar mancharse con ese líquido de dudosa procedencia que se extendía por el azulejo. No lo logró del todo, pero sí había mejorado considerablemente a la hora de transportarse. Atravesó decidida la pesada cortina de terciopelo y salió al pub.
La música dotaba al espacio de misticismo. Esta retumbaba en las paredes mezclándose con la vacuidad pues, las decenas de pandillas de la noche anterior, ya no llenaban la pista con sus risas y sus descabelladas coreografías. Jeff organizaba algunas botellas tras la barra del bar como si se encontrara totalmente solo, y entre la tenue luz y el resplandor de los focos de color verde y rojo, que cruzaban la taberna haciendo visible el humo acumulado, Star pudo distinguir a Gloria y a otra de las chicas.
Gloria paseó la mirada, mientras charlaba con su amiga por el punto exacto en el que ella se encontraba. Continuó como si no la hubiera visto, pero acto seguido, cayó en la cuenta de que era ella, se volvió y la saludó con ilusión, sonriendo con una euforia que hacía tiempo que Star ni sentía, ni veía. Aquello era lo que le había enamorado de su garante: su euforia, su pasión, pero últimamente la felicidad y la diversión no estaban siendo el punto fuerte de Ben, y la presencia de Matt, no ayudaba precisamente a destensar el ambiente.
—¡Eh! ¡Has venido! —De un salto, Gloria se abalanzó sobre ella, rodeándola con los brazos muy fuerte. Star correspondió el gesto como pudo, con otro abrazo mucho más cauto. Al separarse, se encogió de hombros y sonrió ligeramente—. Ven, que te presento a Zoila. Ya os conocisteis el otro día, pero creo que no os he presentado oficialmente.
—Guay... —asintió y siguió a Gloria hasta la repisa, donde Zoila esperaba sentada fumando un cigarrillo.
—Zoila, esta es Star —dijo Gloria señalándole con el dedo índice y mucha desenvoltura—. Star, esta es Zoila.
—Sí, me acuerdo de ella. —Zoila echó hacia atrás su pelo corto, se levantó y tendió el puño a Star a modo de saludo—. Un placer, tía. ¡Chócala!
—Igualmente... ¿Tomáis algo más?
—No, en realidad ya nos íbamos. Solo esperábamos unos minutos más con la confianza de que aparecieras de una santa vez. —Sonó a broma, pero Star supo que Gloria no estaba bromeando sobre aquello. Habían estado esperándola.
—¿Irnos? ¿Dónde?
—A la fiesta. ¡La fiesta no es aquí, tía! —dijo Zoila.
—¡Vas a flipar! —Gloria le lanzó la chaqueta a Zoila, sacó un cigarrillo del paquete que guardaba en el bolsillo de la chaqueta de cuero, se lo encendió y después ofreció uno a Star, que negó con la cabeza.
—Bueno, va a flipar o se va a cagar de miedo. —apuntó Zoila.
—No lo creo, Star parece una chica dura —expuso mirando a Star de arriba a abajo. ¿Una chica dura? ¿Eso es lo que parezco ahora?—. ¿O no, Star?
—La verdad... es que no tengo ni idea.
—No te darán miedo unas cuantas tumbas. —bromeó Gloria, levantando las cejas con descaro.
—¿Vamos a un cementerio?
—Chica lista. —Zoila chasqueó la lengua y le dio una palmadita en la espalda, más fuerte de lo que Star se esperaba.
—Ciao Jeff —se despidió Gloria, guiñándole el ojo al viejo camarero.
Zoila abrió la pesada puerta de metal, y las tres chicas se adentraron en la negrura de Strana, dejando atrás el rumor de la música del BewitzMuzik Pub. En el ambiente se palpaba la presencia de un gran río. Star no logró verlo, pero la humedad de su presencia, se colaba entre los huesos, entumeciéndole las articulaciones.
Después de caminar unos metros en soledad por el adoquín grisáceo, giraron en una calle. De pronto, el ambiente cambió radicalmente. Dejó de repiquetear el eco de los pasos apresurados de las muchachas. Por lo visto, los grupos de amigos habían cambiado el pub por las abarrotadas calles. Estos charlaban animados unos con otros. A lo lejos, Star distinguió dos torreones enormes construidos hacía siglos, pertenecientes a una iglesia. Nunca había visto nada igual, la punta del tejado se elevaba hasta el infinito, hasta que la vista le dejaba de alcanzar.
La oscuridad de la noche se rindió ante las infinitas luces anaranjadas que colgaban de entre los edificios, y las velas que alumbraban las terroríficas caras de las calabazas talladas. A lo lejos, sonaba una melodía muy diferente a la de Sceneville por esas fechas. Poseía un aire tradicional y renacentista. El vaivén de una flauta iba y venía en bucle, colmando la calle de sonidos folklóricos capaces de embaucar a la más peligrosa de las fieras. Estos se integraban extrañamente con las guitarras estridentes de los KISS, que embriagaban la actitud de los jóvenes stranienses. La multitud parecía pasar un buen rato celebrando Halloween. A Star, el aroma a sidra le resultó exquisito, con ese toque a notas amaderadas; el perfume de la bebida se intensificaba con el chisporroteo de las hogueras que algunos de los paisanos habían encendido en las puertas de sus hogares.
Cruzaron una calle principal, abriéndose paso entre la gente. Star estiraba el cuello tratando de localizar una cabina telefónica, pero entre tanta gente, era imposible ver nada. Al concluir la calle giraron a la derecha, volviendo al silencio y al susurro del viento.
—Oye Gloria...
—¿Sí? —respondió esta sin borrar la sonrisa abierta que le había acompañado durante todo el trayecto. Al ver que Star tardaba en responder, relajó los labios y entrecerró los ojos con curiosidad—. ¡Dime, qué!
—Nada. —Star bajó la mirada. Necesitaba encontrar esa cabina, pero no quería ser una aguafiestas. Gloria era la primera chica que conocía en mucho tiempo.
—No, venga, dime —insistió rodeándola con sus dos brazos sin dejar de caminar. Gloria olía a laca, a carmín de fresa y a un perfume dulce como la miel.
—¿Te... te importa si luego llamo por teléfono? ¿Hay alguna cabina por aquí en Strana? Es que debería...
—Ya... —suspiró Gloria con consentimiento—. Tienes que avisar a tus padres si llegas tarde, ¿no? Lo entiendo.
—Eso es... —afirmó Star. Tenía que avisar a sus padres, sí, pero de que el mundo se había vuelto loco y que algo así como la magia, pero sin ser magia, existía.
—¡Claro! No hay problema, tía. No te preocupes... En un rato, yo misma te acompaño a una cabina.
—Hay una cerca del pub de Jeff —intervino Zoila.
—Guay.
—Guay. —Las tres rieron mientras continuaban su camino. Alrededor de diez minutos más tarde, se encontraban a las faldas de una colina. No era una pendiente demasiado larga, pero sí lo suficientemente empinada para no ver lo que había arriba del todo.
Gloria y Zoila subieron a grandes zancadas. Ambas jadeaban luchando la inclinación. A pesar de esto, se notaba que no era la primera vez que subían por aquel lugar, pues no solo la ladera era un obstáculo. La ruta se cerraba, sinuosa, a medida que iba cogiendo altura y en poco tiempo, se vieron inmersas en un bosque no muy grande pero lo suficientemente frondoso para no ver ni una pizca de cielo.
Star subió sin ningún problema. De hecho, se obligó a imitar en alguna que otra ocasión la falta de aliento. Para ella, esa colina no era un obstáculo, sino algo divertido, al igual que el estrecho cauce del bosque. No se había dado cuenta hasta ese momento de lo mucho que su cuerpo había echado de menos este tipo de desafíos. No ella, sino su cuerpo. Su nuevo cuerpo hambriento de aventuras intrépidas.
Siguió a Gloria y a Zoila hasta un claro. A lo lejos, vislumbraron un gran arco de piedra, pero no parecía haber nada más que eso. Hasta que, minutos más tarde, les alcanzó el parpadeo de una linterna que parecía darles señales—. ¡Ahí! —dijo Gloria—. ¡Ahí están! —Se dio la vuelta, sonrió a Star y echó a correr. Zoila y ella tuvieron que andar rápido para no perderla de vista cuando cruzó el arco de tejas rojas.
Dejaron atrás la entrada, custodiada por dos gárgolas erosionadas, y penetraron en una marea forjada con lápidas de piedra gris. La luz volvió a iluminar las azules pupilas de Star, y el brillo de la luna, descubrió los letreros que demandaban la propiedad de cada tumba. Levantó la mirada y vio a Zoila con el chico que le acompañaba la noche anterior, y con ellos había otra chica más. Los tres cantaban una extraña canción mientras reían y brindaban con unos vasos pequeñitos, rellenos con una bebida de color negro. Alguien la alcanzó por la espalda, pegándole un susto de muerte.
—Esos son Taleb y Samira —rio Gloria, contagiándola con su encantadora euforia—. Los dos son como del mismo sitio o algo así, y en cuanto se beben el primer vaso de Silverblack Menta se ponen a cantar como locos una canción típica de su tierra —explicó mientras se acercaba a ellos—. Tranqui, todavía están cantando a un volumen normal. Dales un par de horas y les escucharás desde el BewitzMusik. ¿Vienes? —Star asintió con una honesta expresión de ilusión que le iluminó el rostro.
—¿Y siempre venís aquí? —intervino reanudando los pasos trazados por su nueva amiga. Se encontraba realmente emocionada y contenta, porque, por una vez, la vida le estaba dando la oportunidad de vivir algo bueno.
—¡Claro que no, tía! Perooo, hoy ¡es Halloween! Un cementerio era lo menos que podíamos hacer hoy.
Antes de ni siquiera haber llegado a la altura en la que se encontraban todos, escuchó un chasquido a su lado, provocando que todas sus alarmas se encendieran de golpe y porrazo.
Se quedó muy quieta y callada. Ya no podía ver a Gloria lo suficientemente cerca como para tener que preocuparse por si le hacían daño. Echó un vistazo a su derecha, sin embargo, nada pudo ver más que arbustos, lápidas y negrura. Entornó los ojos para inspeccionar el lugar, y de pronto, distinguió algo que se emborronaba con el oxígeno: un espectro; una silueta oscura de ojos intensamente verdes que contemplaba fijamente su propia mirada eléctrica.
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https://youtu.be/BlRS7j8lK24
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