CAPÍTULO 10: El pub de Jeff
Lo siguiente que Star Moon pudo sentir fue una sensación de velocidad inexplicable. Como la de abrir la puerta de un DMC DeLorean de 1981 a trescientos por hora por error, y tener que sujetarse a la puerta con uñas y dientes para no salir volando hacia el futuro.
La impresión de encontrarse en mitad de un torbellino, revolviéndose en sentido contrario, fue tan salvaje y duró lo bastante como para tener que sostenerse el estómago y evitar echar la papilla. Un vapor rodeó todo su ser, y tras la neblina, parecía intuirse aquel precioso bosque de coníferas, puede que algunas casas emborronadas, quizá el aullar de los lobos a lo lejos. Súbitamente, todo se quedó a oscuras. La bruma desapareció y también la ilusión de estar atorada en una montaña rusa alta, empinada y repleta de cientos de bucles infinitos, a toda máquina.
Se dio de bruces contra una superficie dura y fría, golpeándose la cabeza y la espalda. Un humano normal, probablemente se hubiera roto un par de huesos, sin embargo, Star estaba de nuevo en forma, quizá algo desentrenada, sí, pero había recuperado casi todo el control de su poder primario: su Gravithus.
Puede que su ánimo no estuviera en la mejor de las situaciones, pero físicamente, solo precisaba lidiar con sus visitas al pasado para regresar al estatus previo al altercado en el templo clandestino de la familia Eville. Al mismo tiempo, aunque no había probado a recurrir a su poder Entherius, sentía cómo este latía en su interior, requiriendo su espacio, anhelando salir.
Se rascó la cabeza para calmar la hinchazón que le había provocado la caída, abrió los pulmones y tragó todo el aire que pudo, aflojando la tensión de su pecho, que le había asfixiado durante la vorágine. El suelo se volvió estable y sus tripas dejaron de dar vueltas y más vueltas.
Igualmente, la oscuridad se desvaneció, aunque el cuarto no recuperó completamente la iluminación y quedó bajo el halo de una inquietante penumbra. Las pupilas de la chica se dilataron para acostumbrarse al nivel de luz. Le llevó un momento, pero cuando las imágenes se volvieron nítidas en su retina, cayó en la cuenta de que no se encontraba en el suelo de allá donde estuviera, sino pegada al techo. Miró hacia abajo y el hedor acompañó a la imagen: estaba en un retrete, ¡y no muy limpio!
—¡¡Aaaah!! —gritó, sin poder evitarlo. Con rapidez, se llevó las manos a la boca queriendo amortiguar su involuntario alarido y se preparó para lo que vendría después: debía dejar el cuerpo muerto y caer al suelo. No tenía ni la más remota idea de cómo había llegado hasta allí, pero sí estaba segura de que ella no había utilizado ninguno de sus poderes Entherius para transportarse, y así debía seguir siendo, pues se negaba rotundamente a que alguien, con intenciones no muy agradables, pudiera localizarla.
«¿Había... había traspasado los límites de Hammondland o continuaba en el interior de alguna de las recónditas salas que aguardaba la institución? Y más importante aún, ¿cómo narices había salido de la habitación en llamas? Quizá solo había atravesado el muro pintado y estaba al otro lado». Observó la estancia apoyada en la letrina, tapándose la nariz con los dedos de una mano.
—¡Puaj! —protestó entre dientes. El suelo estaba algo sucio, por lo que no había motivo para pensar que podría tratarse de otro lugar y no Hammondland. Cierto era, que la decoración reflejaba un estilo mucho más moderno que el de la vieja fortaleza y que olía mucho peor.
¡Catapum! Un estrépito sacó abruptamente a la muchacha de su ensimismamiento. Varios objetos, no muy pesados, se habían desmoronado detrás de la desconchada puerta de madera verde. Levantó la vista y localizó una pequeña abertura astillada. A través de esta, se podía llegar a ver lo que había ocurrido al otro lado, pero no quiso arriesgarse a ser vista en esas horribles condiciones. En realidad, ni en esas condiciones ni en ninguna otra.
—¡Otra vez no, John! Si es que eres... ¡Un desastre! —La voz exaltada de un hombre, inundó el ambiente.
—Lo siento, jefe. Es que hay demasiadas cajas. Intentaré... —De improviso, el pomo de la portezuela comenzó a girar violentamente—. ¡Mierda! No se abre —dijo el más joven.
Star quiso frenar a toda costa que alguno de esos dos hombres pudiera abrir la puerta. No obstante, no podía permitirse utilizar sus poderes. No sin saber dónde se hallaba. Así que colocó la mano con firmeza y presionó.
—Hay demasiadas cajas, hay demasiadas cajas... —Se burló el individuo más mayor. Después, se escuchó el sonido del cartón rozando contra el mismo material—. ¿Lo ves? Ya está. No es para tanto.
—Lo siento, Jeff.
—Venga chaval, sal ahí fuera que esta noche va a ser larga... Estos jóvenes de los ochenta... ¡tienen demasiada energía!
Escuchó cómo el chico se alejaba mientras el otro hombre colocaba algunos objetos más antes de marcharse también. Entonces, agudizó el oído tratando de captar el ruido ambiente. Quizá de esa forma averiguaría dónde había parado, porque Hammondland, después de escuchar a aquellos humanos, no podía ser. Comenzó a percibir lo que, a lo lejos, se asemejaban a diferentes voces entremezcladas de decenas de personas.
Los parloteos se fundían y desembocaban en una marea de barullo ininteligible que llegaba hasta Star, como una ola. Tras la marabunta, capturó el compás de una música que se le antojó familiar. No pudo descifrar de inmediato lo que, al otro lado, fluía con ritmo, pero le pareció que se trataba de INXS. Repiqueteaba de un lado al otro: «Devil Inside, Devil Inside...». Ben, solía escuchar esa canción en el laboratorio de Sceneville.
Posó la oreja sobre la portezuela, pero no distinguió ningún elemento nuevo. Luego, colocó las rodillas en el azulejo con cuidado de no hacer ruido y trató de visualizar algo a través del pequeño agujero de la cerradura rota. Con dificultad, alcanzó a identificar las cajas que minutos antes habían venido abajo.
Asimismo, pudo detectar una tupida cortina de terciopelo, color negro, por la que se colaba un baile de luces de colores. La Sorgeni se apartó de la mirilla, y tras meditarlo unos segundos, se puso en pie, sacudió sus rodillas y el resto de polvo que llevaba sobre su ropa, se irguió y giró el pomo de la puerta con seguridad fingida. Salió al rellano del trastero y sin analizarlo más, apartó la cortina con una mano y la atravesó.
El volumen de la música subió considerablemente, hasta tapar por completo el alboroto de la gente. Ante sus ojos, decenas de humanos bailaban y se divertían, y no eran cualquier decena de humanos, sino chicos y chicas de su edad. Año arriba, año abajo. ¡Hacía tanto tiempo que no veía a nadie más que a Ben y a Matt, que casi se le había olvidado lo que era ver caras de otra gente que no fueran ellos!
—¡Qué pasaaadaaa! —¿Habré vuelto a Sceneville? Ojalá. ¿Y si Hammondland y Sceneville están contactados? Eso no mola tanto... Michael podría llegar en un pispás. Localizó un portón mucho más grande, al otro lado de la sala. Cruzó la pista y encontró la entrada del local. Abrió las dos puertas de metal rojizo y se sumergió en la fría noche.
Junto a ella, se ensanchaba una pintoresca calle de mermados adoquines y una hilera de casas bajas que brillaban bajo la anaranjada luz de los farolillos medievales. Definitivamente, aquello no podía ser Sceneville. En sus destellos del pasado, había pisado sus calles, y no se parecían en nada. Podría ser incluso en una época más antigua, pero el aire... el aire era sin duda diferente.
Star se sujetó los codos, cruzando los brazos para protegerse del clima helado, avanzó unos pasos, solo lo suficiente para poder echar un vistazo al edificio desde el exterior, y levantó la mirada. Sobre el umbral de doble puerta, un cartel de luces verdes y rojas tintineaba intermitentemente: «BewitzMuzik Pub». Arqueó las cejas mostrando un conformismo algo sorprendente, un conformismo alegre, pues..., ya que estaba allí, ¿por qué no disfrutar cinco minutos de una experiencia «normal»?
Volvió a entrar al lugar. No hablaría con nadie, «lo juro». No tendría por qué pasar nada por sentarse un momentito y observar un poco aquello que otras personas de su edad, completamente normales, hacían un sábado cualquiera por la noche. Caminó hacia la barra, donde dos hombres servían copas de todos los colores. Uno era muy mayor, el otro mucho más joven. Sin duda, eran los dos individuos que antes habían visitado el trastero. Star no elevó el mentón ni un centímetro, alcanzó una banqueta de cuero rojo, situada en un lado del pub, y desde ese oscuro rincón se dispuso a contemplar a la multitud. Quería registrar cada movimiento, cada risa, dado que no se atrevía a determinar cuándo volvería a estar en una situación como esa.
—¿Qué te pongo, chica? —El señor de detrás de la barra, el más mayor, se acercó a ella con una actitud amarga mientras secaba un vaso con una bayeta. Hablaba el mismo idioma que ella, pero con un acento rudo y forzado. Chica... pensó Star, chica. Hoy podrías ser una chica normal.
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Te dejo el ambiente del BewitzMusik Pub con este temazo 🎸
https://youtu.be/hv_zJrO_ptk
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