➺ 15

La noche ya había caído sobre la ciudad cuando Beatriz se dirigía a la salida del edificio con su bolso colgando en el hombro y su típica carpeta decorada con stickers. Apenas se despidió de Paulina salió de las puertas de cristal sonriéndole a la guardia que le recibía y despedía diario.








¡Señorita!—exclamó la mujer no mucho mayor a ella deteniéndola en la puerta al salir de su pequeño cubículo—quería comentarle que hace rato un muchacho vino a preguntar por usted.







¿Por mi? ¿No habrá sido por Pau?







No, preguntó por usted pero estaba transmitiendo así que sólo dejó una nota para el programa...—miró por el hombro de Beatriz—es ese güerito de allí.








Frunciendo el ceño se dio la vuelta. En una fracción de segundo su semblante cambió radicalmente. Le agradeció a la guardia antes de poder salir al frío aire. Peter Quill —quien esperaba recargado en la pared— se acercó a ella con jeans en vez de sus típicos pantalones con espacio para armas, una chaqueta de cuero rojiza sin ninguna rasgadura y su tan peculiar sonrisa coqueta. Encajaba perfecto.








Señorita Beatriz—se detuvo enfrente suyo, aunque no lo suficiente cerca para el gusto de Beatriz quien abrazó con más fuerza los papeles hacia su pecho al escucharle—¿llegó mi mensaje?








Asintió sin perderle de vista aunque eso conllevaba levantar un poco la cabeza por la diferencia de altura aunque las botas que usaba le añadieran un par de centímetros. Peter bajó la mirada sin poder evitar recorrerle: la falda negra arriba de sus rodillas, la blusa de manga larga que dejaba al descubierto sus hombros...








—Entonces...¿qué piensas al respecto?








—Es una buena canción.








Mentalmente estaba golpeándose a sí misma. Le confirmó que era una confesión ¿y sólo dijo que era buena canción? De verdad no estaba hecha para estas cosas. Él negó sonriendo, sabiendo exactamente el efecto que tenía en ella.








—Lo siento, sé que debí avisar que venía pero en verdad quería verte aunque sea por un momento.








—Pues aquí me tienes—se encogió de hombros sonriendo sin mostrar los dientes—¿qué quieres hacer ahora?








—Lo que tengo en mente puede traernos consecuencias si lo hacemos aquí...—ella frunció el ceño negando con cierta diversión ante su broma. Peter soltó una risita—¡tú pregúntate! ¿Tienes alguna mejor idea?








—No sé si es mejor, estamos a dos calles del centro histórico de la ciudad. Podemos ir por una nieve.









—No sé que sea eso pero te sigo a donde quieras.








—Helado—él asintió entendiendo—sólo debo dejar esto.








Señaló el otro lado de la calle donde se encontraba el estacionamiento. No había mucha gente transitando por allí a excepción de uno que otro coche, misma razón por la que dentro del extenso lugar sólo quedaban otros cinco vehículos aparte del suyo: un viejo Volkswagen —o comúnmente llamado vocho— de color amarillo.







—¿Este es tuyo?—preguntó cuando se detuvieron frente a la puerta del conductor. Asintió antes de abrirla y lanzar la carpeta al asiento trasero—juro que cada cosa nueva que descubro de ti me hace querer besarte más.








—Es sólo un auto—dijo ignorando su último comentario, volviendo a cerrar con llave.









—Uno súper cool.








—Eso no puedo negártelo—comenzaron a caminar de nuevo a la salida—mis tíos, hermanos de mi mamá, me lo dieron como regalo de graduación cuando terminé la preparatoria.








—Yo recibí la Milano más o menos a la misma edad, sólo que Yondu no sabía que sería mía. Bueno, en realidad la robé...pero no importa. Nunca me la pidió de vuelta.








Beatriz le miró riendo por la manera en que le contó aquello. Comenzaba a acostumbrarse a la personalidad tan peculiar de Peter, eran casi lo opuesto cosa que les atraía cada vez más. Y ninguno de los dos se oponía a aquello.

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