Capítulo 41

El comandante supremo cerró los puños con fuerza, sus nudillos blanqueando bajo la presión. Sus ojos se oscurecieron, pero, por más que quisiera imponer su autoridad, algo en su interior le impedía alzar el arma contra su propio hijo. La dureza de su fachada se tambaleó, como si la figura de Jungkook protegiendo a Jimin fuera una barrera insuperable. El silencio entre ellos era doloroso, lleno de palabras no dichas y sentimientos desgarradores.

Jimin, que apenas comprendía del todo la magnitud de la situación, se acurrucó más en el pecho de Jungkook, buscando refugio y seguridad. Levantó su rostro para mirarlo, con una expresión de ternura y preocupación.

—¿Hay alguna manera de salir? —preguntó, sus ojos grandes y confiados llenos de esperanza, casi como si una parte de él creyera que, con Jungkook a su lado, podrían hallar una salida incluso en medio del caos.

Jungkook lo miró, y aunque en sus labios dibujó una pequeña sonrisa de tranquilidad, su corazón estaba en un torbellino de emociones. No quería preocupar a Jimin, no ahora que acababa de despertar. Asintió, dándole una respuesta que pudiera aliviarlo.

—Ya encontraremos una—le aseguró, su voz baja y reconfortante.

Pero Jimin negó suavemente con la cabeza, sus ojos reflejando una mezcla de inocencia y una aceptación dolorosa de la realidad. A pesar de su dulzura, algo en él comenzaba a entender que estaban en un callejón sin salida, y las palabras sobre la caída de la capital resonaban en su mente.

—No… no hay a dónde ir, ¿verdad? —susurró, su voz cargada de una inocente tristeza que hacía que cada palabra se sintiera como una estocada en el corazón de Jungkook— Si la capital cae… estaremos atrapados—

Jungkook sintió cómo sus propios temores y dudas surgían a la superficie, pero mantuvo su postura firme. Miró a Jimin, y con una voz decidida y una promesa silenciosa en sus ojos.

—No te dejaré solo, Jimin. Aún hay un lugar para nosotros… aunque tenga que crearlo. —

Los ojos de Jimin se llenaron de lágrimas contenidas, y él asintió, confiando plenamente en Jungkook a pesar de la desesperanza. Su pequeño gesto de fe fue como un rayo de luz en la tormenta que los rodeaba, recordándole a Jungkook que, mientras estuvieran juntos, todavía había algo por lo cual luchar.

En ese instante la voz que resonó en el brazalete de uno de los soldados era urgente y llena de terror—¡Los infectados… han entrado! No podemos detenerlos, ¡el edificio del consejo está siendo invadido! Los grandes están dentro y avanzan hacia el centro de mando…—

El peso de esas palabras cayó como un balde de agua fría en Jungkook. Apretó la mandíbula mientras su mirada iba de la puerta de salida a las escaleras que llevaban hacia la azotea. Las rutas se cerraban una por una, y lo único que podía hacer era subir, llevar a Jimin arriba y esperar… esperar qué. La sensación de impotencia le era tan familiar que sentía que le quemaba en lo más profundo.

Se volvió hacia Jimin, que lo miraba con ojos inocentes y llenos de confianza. Toda esa ternura, toda esa fe que él había depositado en Jungkook era como una daga.

 Jungkook quería protegerlo, sacarlo de allí, pñero parecía que el destino una vez más lo enfrentaba a un muro infranqueable. No podía soportar la idea de fallarle a Jimin, de que aquel que había sido su luz terminara pagándolo todo en aquel último infierno.

—Vamos a la azotea —murmuró, aunque en su mente sabía que era una salida desesperada, una ilusión de refugio.

Mientras avanzaban, Jungkook sentía una mezcla de rabia, desesperación y frustración acumulándose en su pecho, una familiaridad hiriente que lo golpeaba. Era como aquel día, cuando apenas tenía 12 años, sentado en la academia militar, con el uniforme que aún no le quedaba bien, mirando los rostros solemnes que le decían que su madre había muerto, había querido salir corriendo, gritar, hacer algo, pero estaba atrapado en el peso de la impotencia, incapaz de proteger a quien amaba, Aquella sensación volvió cuando tenía 19, mirando a su hermano infectarse ante sus propios ojos y con la obligación de ser el mismo quien tirara del gatillo.

Ahora, esa herida abierta volvía a sangrar, a sus 27 años Sabía que estaba a punto de perder lo más precioso que había encontrado en su vida, y con ello, también se iba una parte de él que nunca podría recuperar.

Con cada paso que daba hacia la azotea, su mente luchaba por encontrar una salida, un milagro. Su única prioridad era Jimin, salvarlo aunque fuera lo último que hiciera. Pero mientras subían, los ecos de gritos y explosiones abajo le recordaban que la ciudad estaba cayendo. El peso del recuerdo de sus pérdidas se sentía casi aplastante.

El viento helado les golpeó el rostro. Jungkook apretó los labios, cargando en su pecho una mezcla de furia y tristeza que lo desbordaba. Abrazó a Jimin, sintiendo el temblor de sus propios brazos mientras trataba de darle algo de consuelo, aunque en su interior el miedo lo devoraba. En ese momento, supo que si este era su final, lo enfrentarían juntos.

El cielo ardía con tonos naranjas y rojos, como si incluso el sol llorara por la inminente despedida. La tarde se teñía de un calor extraño, un presagio de muerte que caía sobre la ciudad como un sudario.

Jungkook dejó a Jimin en el suelo, sus miradas entrelazadas en una conexión que parecía detener el tiempo, aislándolos de la desesperación y el caos alrededor.

Desde el borde de la azotea, alcanzaban a ver la ciudad cayendo. Las explosiones se sucedían una tras otra; un helicóptero se estrelló contra el edificio del consejo, y el fuego brotó como una flor mortal, iluminando el cielo en llamas. Abajo, la gente corría sin rumbo, gritos de terror mezclándose con el sonido incesante de los infectados. Era como si el propio suelo se desmoronara, devorando a cada ser en su camino.

Jimin, que había permanecido en silencio, susurró en un tono que apenas era audible sobre el estruendo—Debo hacerlo…

Jungkook negó de inmediato, un nudo formándose en su garganta, cada palabra atravesada por el dolor y la negación—No —sus ojos buscaban en los de Jimin una esperanza que sabía que ya no estaba— Encontraremos otra manera—

Jimin lo miró con una tristeza infinita, una aceptación dolorosa que desgarraba a Jungkook desde adentro—Ya no hay otra manera de hacerlo —

Jungkook sintió cómo su mundo se desplomaba, y con él, cada promesa rota, cada sueño que nunca llegarían a cumplir. Su cuerpo temblaba, los sollozos escapaban sin control, y cada lágrima era un lamento desgarrador por el amor que estaba a punto de perder. Alzó la vista hacia Jimin, sus ojos llenos de una desesperación impotente.

—No es justo… —la voz de Jungkook era apenas un murmullo, cargado de una furia y tristeza que él no podía contener—. Los humanos… los humanos destruyeron a tu gente, te lastimaron, te quitaron todo. Tú podrías irte… Podrías convertirte en esa motita de algodón y escapar de este horror—

Pero Jimin solo negó con la cabeza, sus ojos aún llenos de esa bondad infinita que siempre lo caracterizaba, incluso en sus momentos más oscuros.

—No puedo hacer eso, Jungkook. No puedo permitir que la humanidad se extinga también. —Su voz era suave, pero firme, una determinación tranquila que resonaba con una profunda empatía—. Yo… yo no soy humano. Pero si permitiera que todo esto sucediera… me estaría convirtiendo en uno muy malo, ¿no crees? —

La realidad de esas palabras cayó sobre Jungkook como un golpe implacable, y un nuevo torrente de lágrimas comenzó a rodar por sus mejillas. Sostenía el rostro de Jimin entre sus manos, sus dedos temblando al tocar su piel, aferrándose a cada segundo que les quedaba juntos, como si pudiera impedir que el tiempo avanzara.

—No quiero perderte… —susurró Jungkook, la voz quebrada—. No hemos vivido nada juntos, Jimin. Nos faltan tantas cosas… Aún no hemos construido nuestra casa colorida, ni plantado nuestro huerto. Ni siquiera me has enseñado a cortar las zanahorias—

Una risa entrecortada escapó de Jimin, una mezcla de diversión y tristeza que se reflejaba en sus ojos llenos de lágrimas. Se inclinó hacia Jungkook, sosteniendo su mirada, como si quisiera memorizar cada detalle de su rostro antes de despedirse.

—Es fácil… —dijo, sonriendo a pesar del dolor que oprimía su pecho—. Solo tienes que cortar los pedazos. No tan grandes, ni tan pequeños. Aunque… —su voz tembló, una risa triste escapó— aunque depende de lo que quieras preparar. Solo necesitas practicar, Jungkook—

Jungkook lo miró, ahogado en un dolor que no sabía cómo expresar, y entre sus labios temblorosos surgió un último recuerdo compartido, una esperanza que había guardado para ellos—Pero… aún no hemos sembrado el árbol de manzanas —murmuró, con la voz rota y frágil.

Jimin bajó la mirada, una sombra de tristeza reflejada en sus ojos —Nunca encontramos las semillas —respondió, y un pequeño suspiro escapó de sus labios, resignado.

Jungkook se llevó una mano al bolsillo, el corazón latiendo con fuerza ante el último regalo que no había tenido oportunidad de darle. Sacó un pequeño paquete de semillas, aquellas que había guardado.

—Sí tenemos semillas —le dijo, extendiendo la mano, sus ojos oscuros suplicando que tomara aquel símbolo de la vida que habían soñado juntos—Las he tenido aquí todo este tiempo, esperando que despertaras para dártelas—

Los ojos de Jimin se llenaron de emoción, y por un instante, una chispa de alegría lo iluminó. Pero en el siguiente segundo, esa luz se apagó, y una suave tristeza cubrió su rostro.

—Entonces, plántalo por mí, Jungkook. —Le sonrió con un amor tan puro y cálido que a Jungkook le rompió el alma— Lamento no poder quedarme a cuidarlo, no poder prepararte esa tarta de manzana…—

Y antes de que pudiera añadir algo más, Jimin se lanzó hacia él, envolviéndolo en un beso profundo, desesperado y lleno de amor, era un beso que llevaba consigo todos los sueños que no llegarían a cumplirse, cada promesa que se desvanecía en el aire.

Jungkook lo rodeó con sus brazos, aferrándose a él como si, con la fuerza de su abrazo, pudiera evitar que el destino se lo arrebatara. En ese beso estaban todos los “te amo” que nunca le había dicho, todos los “quédate” que se habían quedado en sus labios.

Cuando por fin se separaron, Jungkook sintió un vacío que lo dejaba sin aliento, como si una parte de sí mismo se hubiera desvanecido en ese beso.

—Te amo —susurró Jimin, sus ojos cristalizados por las lágrimas—. Te amo mucho, y no puedo permitir que alguien tan valiente y bueno como tú desaparezca. Hay personas malas, pero también existen personas como tú, como los chicos del escuadrón Cerbero, como Hoseok… —Su voz tembló al recordar a los que ya no estaban— Como lo fueron Jackson, Taemin, Rob… como Hoonie. Y por ellos, por ustedes, la humanidad merece seguir adelante—

Jungkook observó la bondad de Jimin, una pureza tan desgarradora que le partía el corazón en mil pedazos. La certeza se instaló en su pecho: salvar a la humanidad era lo correcto. Todos dirían que era el sacrificio justo, salvar al mundo…

Pero para él, Jimin era su mundo. Ese chico de mirada inocente y sonrisa radiante se había convertido su tesoro más preciado.

Jungkook observó a Jimin, sintiendo cómo se rompía su corazón por milésima vez, casi pudiendo escuchar el crujido silencioso de cada uno de sus pedazos.

—Te amo, Jimin —murmuró, con la voz rasgada, sintiendo que cada palabra le arrancaba un pedazo del alma—. Te voy a amar siempre—

Jimin le dedicó una última sonrisa, suave y llena de ternura, la sonrisa de alguien que había encontrado su lugar en el corazón de otro. Se inclinó y, con una delicadeza infinita, le dio un último beso, un beso que contenía el eco de todas las promesas rotas y todos los sueños perdidos. Al separarse, sus labios aún temblaban, pero su mirada estaba tranquila.

—Siempre estaré contigo, Jungkook —le susurró.

Y entonces, en un destello sutil, el cuerpo de Jimin comenzó a desvanecerse, transformándose en una motita de algodón luminosa que se posó suavemente en la palma de Jungkook.

Sus pequeños y suaves vellitos se alzaron, acariciándole la piel en una despedida que lo hizo temblar. Jungkook pudo sentir la esencia de Jimin, pura y ligera, casi escuchando el latido de su alma en esa forma diminuta.

—Te amo en todas tus formas —le dijo Jungkook, sin poder contener las lágrimas.

En respuesta, la motita revoloteó suavemente en su palma, emitiendo un leve brillo, como un último adiós.

 Jungkook sintió su corazón acelerarse, queriendo alargar ese momento para siempre. Pero, de repente, un impulso invisible lo lanzó al aire, elevando a Jimin hacia el cielo con una rapidez impresionante. Jungkook lo siguió con la mirada, sus ojos desbordando tristeza mientras el pequeño destello ascendía, cada vez más lejos, hasta volverse un punto apenas visible.

Sin poder soportarlo —¡Jimin! — gritó su voz quebrada llenando el vacío que ahora sentía en su pecho.

Todo pareció detenerse, y a la vez, el tiempo se desmoronaba, como si el mundo mismo compartiera su dolor. En un instante eterno y desgarrador, no supo cuánto pasó hasta que una luz pura e intensa iluminó el cielo, bañando la ciudad entera. Era el último rastro de Jimin, un faro de amor y sacrificio que marcaba el fin… y el nuevo comienzo para todos.

Jungkook cayó de rodillas, las lágrimas inundando sus ojos mientras mira a su mano había un diminuto fragmento que Jimin había dejado atrás, un hilillo brillante, un último eco de su amado.

Llevó su mano empuñada hacia su pecho sosteniendo esa pequeña parte de Jimin cerca de su corazón, el dolor era insoportable, como mil agujas atravesando su pecho, su alma se quebraba un poco más, sus gritos desgarradores  resonaron en el silencio, llevando consigo todo el amor y la desolación que lo consumían.

Lo había perdido, Park Jimin, su primer y único amor, lo había perdido para siempre.

Sus lágrimas caían pesadamente al suelo. Todo a su alrededor parecía desvanecerse, y en su mente solo quedaron recuerdos de Jimin, asaltándolo en una oleada de imágenes que le oprimían el pecho, dejándolo sin aliento.

Lo veía despertando a su lado, tan tranquilo y hermoso, con sus mejillas abultadas y su cabello enmarañado. Recordaba la ternura de sus conversaciones, sus palabras simples y sinceras que siempre le arrancaban una sonrisa. Sentía el olor inconfundible de la comida que Jimin solía preparar, la calidez que llenaba su hogar y los momentos donde se sentía tan amado.

Se vio en aquel primer beso, ese instante donde sus labios se encontraron y su mundo cambió para siempre. Luego, en aquellos momentos en que hicieron el amor, cuando cada toque y cada susurro eran promesas eternas. La imagen de Jimin emocionado, su sonrisa radiante al convertirse en su esposo, desbordando alegría y promesas de un futuro juntos.

Cada sonrisa, cada pequeño detalle, las risas, los abrazos y la forma en que decoraba su casa con tanto entusiasmo, se amontonaron en su pecho, como si esos recuerdos fueran a romperlo. Ahora, esos momentos solo existían en su memoria. Todo lo que habían soñado, todo lo que habían compartido, había desaparecido con él.

Jungkook mantenía el cálido fragmento brillante contra su pecho, las lágrimas nublándole la visión, el sufrimiento de la pérdida era tan profundo, tan brutal, que sintió que su alma se rompía con cada recuerdo, con cada imagen de Jimin que ya nunca volvería a tener junto a él.

El escuadrón subió a la azotea, deteniéndose al ver a su comandante allí, destrozado, arrodillado en un dolor tan profundo que ninguno de ellos había imaginado posible.

Uno a uno, sus miradas se llenaron de lágrimas mientras comprendían la verdad: Jimin se había sacrificado por ellos, por el mundo. Incluso para soldados acostumbrados a la pérdida, este golpe era indescriptible. El peso de la tragedia los envolvía, dejándolos sin palabras, con la garganta cerrada por la pena.

Seokjin apareció detrás, observando la escena con el rostro bañado en una mezcla de tristeza y asombro. Al ver a Jungkook, comprendió inmediatamente lo que había pasado.

En un impulso de compasión, corrió hacia él y lo rodeó con sus brazos, sosteniéndolo con firmeza mientras las lágrimas brotaban de sus propios ojos, empapando el hombro de Jungkook. Por primera vez, Seokjin lo abrazó no como comandante, sino como un amigo que compartía su dolor, quebrado ante la pérdida de Jimin que de algún modo, había salvado a todos ellos.

Jungkook no resistió más y se dejó hundir en ese abrazo, sus sollozos resonando en el pecho de Seokjin.

En medio de la oscuridad de su pena, rodeado por sus compañeros, cada uno de ellos compartiendo la misma pérdida, comprendió que el sacrificio de Jimin no solo había salvado a la humanidad, sino que había dejado una huella eterna en sus corazones.

Dios este ha sido uno de los capitulos más difíciles de escribir en mi vida, tengo la vista nublada por las lágrimas y de verdad duele demasiado.

Lo siento mucho, esto es tan difícil.

No me odien, mi corazón está roto.












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