Capítulo 40
La tensión en el laboratorio se había vuelto casi insoportable, un aire pesado cargado de ira y traición.
Jeon apuntaba su arma hacia los científicos, sus ojos llenos de furia mientras observaba cómo tenían a Jimin, atado a la camilla, con cables y agujas insertadas en su piel. La rabia era evidente en cada palabra que salía de su boca, un tono bajo y tembloroso de pura impotencia.
Los doctores, al sentir la amenaza, retrocedieron con las manos en alto, temerosos del comandante que no dudaba en defender a Jimin con su vida.
—¡Seokjin, ayúdame a desatarlo! —ordenó Jeon, sin apartar su mirada fulminante de los científicos.
Sin vacilar, Seokjin se acercó, sus manos moviéndose rápidamente para liberar a Jimin de las correas. Su expresión también estaba teñida de indignación; su propio equipo había sido utilizado sin su consentimiento.
Mientras retiraba las últimas ataduras, lanzó una mirada dura al equipo de investigación—¡Este es mi laboratorio! —les recordó con voz firme y decidida—. Yo soy el científico a cargo aquí, y ustedes no tienen autoridad para hacerle esto—
Uno de los doctores, nervioso, intentó justificarse, su voz temblando ligeramente mientras hablaba—Fue una orden del comandante supremo, doctor Kim—
Seokjin estrechó sus labios, reprimiendo la furia—¡En este lugar, mando yo! —exclamó, su voz resonando en el laboratorio mientras terminaba de desatar a Jimin.
La intensidad de la situación apenas dejaba espacio para respirar, pero cuando Jeon vio a Jimin abrir los ojos después de una semana de incertidumbre y miedo, sintió cómo algo en su pecho se aflojaba, una opresión que había estado a punto de quebrarlo.
Aquellos ojos que tanto amaba, aún somnolientos y confusos, lo miraban desde la camilla, y por un instante, todo el caos a su alrededor pareció desvanecerse.
El alivio, mezclado con una oleada de ternura, casi lo dejó sin palabras. Jeon se inclinó hacia él, sosteniendo su mano con un cuidado extremo, como si temiera que Jimin fuera a desvanecerse en cualquier momento.
—¿Jungkook? —susurró Jimin, su voz débil, apenas un susurro. Estaba desorientado, sus ojos se movían lentamente, intentando comprender dónde estaba.
Jungkook lo miró con una mezcla de amor y preocupación, tragándose la urgencia de llevárselo de inmediato —Estoy aquí, Jimin. No tienes que preocuparte —susurró, su tono suave y lleno de cariño— Voy a protegerte—
La confusión en el rostro de Jimin se desvaneció levemente, dando paso a una sonrisa adormilada, cargada de una confianza ciega en él.
Y entonces, en medio del caos y la tensión del laboratorio, Jimin le hizo una pregunta inocente, como si el mundo no estuviera cayéndose a pedazos a su alrededor—¿Dónde estamos…? ¿Ya nos vamos a casa? —
Jungkook sintió que su pecho se apretaba otra vez, aunque esta vez era por el dolor de saber que aquel deseo, tan simple y dulce, parecía casi imposible de cumplir en ese momento. Aun así, mantuvo la mirada tierna y le contestó con una promesa velada.
—Estamos en el laboratorio del doctor Kim, en la capital —Su voz era baja, casi como si solo fuera para ellos dos— No te preocupes… pronto vamos a tener una casa nueva, un lugar para nosotros—
Los ojos de Jimin se iluminaron levemente, llenos de una ternura que hizo que Jungkook olvidara el peligro por un instante—Quiero estar ahí, contigo… —murmuró Jimin, mientras sus ojos comenzaban a cerrarse de nuevo, exhausto por el esfuerzo.
Pero aquella paz momentánea fue destrozada al instante cuando el comandante supremo apareció, su figura imponente llenando el laboratorio con una autoridad fría.
—No te lo puedes llevar, Jeon —dijo con firmeza, avanzando hacia ellos— Necesitamos hablar—
Jeon se giró lentamente hacia su padre, su expresión endureciéndose—No voy a permitir que le hagan daño —respondió, con la mandíbula apretada— Esto no es la manera de actuar, y lo sabes—
Su padre lo miró con una mezcla de frustración y exasperación —No hay tiempo para esto. Jimin tiene que ayudarnos. Somos la última resistencia de la humanidad, y si no hacemos algo, estamos a punto de caer—
Jeon no retrocedió, sus ojos fijos en los de su padre mientras respondía en un tono sombrío—Entonces, si llegó la hora, vamos a morir todos—
La mirada del comandante supremo se oscureció, endureciéndose. Dio un paso hacia adelante, su voz ahora cargada de dureza —Deja de lado tus tonterías, Jungkook. Esto es más grande que tú, que yo, que cualquiera de nosotros. Es el destino de la humanidad —dijo en tono grave, y luego, sin titubear, hizo un gesto con la mano hacia sus soldados—. Deténganlo—
Los soldados del comandante supremo avanzaron, pero en ese instante, una serie de pasos firmes se escucharon detrás de ellos.
El escuadrón Cerbero había llegado: Namjoon, Taehyung, Hyunjin, Changbin, Soobin y Felix, cada uno con una determinación feroz en su mirada. Sin dudarlo, alzaron sus armas y las apuntaron hacia los soldados que iban hacia Jungkook.
—¡Bajen sus armas! —ordenó el comandante supremo, su voz llena de rabia.
Namjoon, con su voz resonante y firme, se dirigió directamente a él—Con todo respeto, señor —dijo con un tono desafiante— nosotros solo seguimos las órdenes del comandante de Cerbero, Jeon Jungkook—
El comandante supremo los miró, visiblemente molesto, pero ninguno de ellos bajó su arma. Un silencio tenso cayó sobre la sala, un momento en que cualquier movimiento podía desencadenar un desastre.
—Si quiere arrestarlo, tendrá que pasar sobre todos nosotros— Murmuró TaeHyung.
Jeon, conmovido por la lealtad de su equipo, lanzó una última mirada a su padre.
El destino de Jimin, de Jungkook y del escuadrón Cerbero, colgaba en el filo de un precipicio, mientras el eco de las alarmas de la ciudad resonaba, recordándoles que el peligro estaba cada vez más cerca.
Jimin se incorporó lentamente en la camilla, su cabello dorado un poco desordenado y sus ojos aún somnolientos y desorientados, pero llenos de asombro al ver a las figuras familiares de Changbin y Hyunjin frente a él. Su rostro, que reflejaba una mezcla de sorpresa y alivio, se iluminó con una sonrisa genuina, como si no pudiera creer lo que veía.
—Changbin… Hyunjin… —susurró, su voz rota por la emoción mientras sus ojos brillaban con lágrimas contenidas— Creí que…—
Los dos le devolvieron la sonrisa, incluso en medio de la tensa situación. Changbin le dio un asentimiento leve, mientras Hyunjin le dedicaba una mirada llena de agradecimiento y calidez, como si sus expresiones dijeran sin palabras que él había hecho mucho más de lo que creía.
Jungkook, a su lado, le dio un suave apretón en la mano, sus ojos cargados de orgullo y ternura mientras observaba a Jimin—Lo lograste, Jimin. Salvaste a los chicos —dijo Jungkook, con una sonrisa apenas visible que reflejaba su alivio y gratitud, mezclados con el dolor de recordar que ese sacrificio había puesto a Jimin en peligro.
Jimin tragó con dificultad, sintiendo un nudo en la garganta mientras la gratitud de sus amigos y el orgullo en los ojos de Jungkook lo envolvían. Pero justo cuando sus labios comenzaron a formar una nueva pregunta, la voz autoritaria y dura del comandante supremo resonó en la habitación, destrozando el momento de paz.
—También puede salvar a todos —dijo el comandante supremo, sus ojos fijos en Jimin— Solo tiene que hacer la explosión una vez más—
Jungkook negó con la cabeza, sintiendo un nudo de rabia en su estómago. No, eso no podía suceder. No permitiría que Jimin se sacrificara de esa manera.
—No lo hará. Jimin va a morir si lo hace otra vez —respondió Jungkook, con voz firme, sus palabras cargadas de una mezcla de ira y determinación mientras su mano apretaba aún más la de Jimin.
Jimin miró entre los dos, con una expresión de profunda confusión en su rostro, sin entender por qué su simple existencia parecía ser la clave de todo.
—¿Qué… qué está pasando? —preguntó Jimin en un susurro, su mirada vagando entre Jungkook y el comandante supremo, esperando alguna explicación.
Jungkook cerró los ojos por un momento, luchando contra el torrente de emociones que lo abrumaban.
No quería decírselo. Sabía que Jimin, con su bondad innata, su inocencia intacta, podría querer sacrificarse para salvar a todos, sin importar el riesgo para él mismo. Pero antes de que pudiera responder, el comandante supremo intervino, sin ningún rastro de compasión en su voz.
—La capital fue invadida. Estamos perdiendo la batalla contra los simbiontes —sentenció, como si las palabras fueran el único argumento necesario para justificar cualquier sacrificio.
La rabia de Jungkook estaba a punto de estallar, pero fue Seokjin quien rompió el silencio que siguió. Dio un paso al frente, su mirada de decepción dirigida al comandante supremo, sus palabras teñidas de un reproche amargo.
—La batalla comenzó por culpa de la humanidad en primer lugar —dijo Seokjin, con una voz firme que retumbó en la habitación, llenándola de un aire de tensión inquebrantable.
Todos en la sala se quedaron en silencio, los soldados y el escuadrón, incluso los otros científicos, mirando a Seokjin con una mezcla de incredulidad y respeto.
La mirada de Jimin comenzó a llenarse de un miedo palpable, al darse cuenta de que algo oscuro y terrible se estaba revelando. Sus ojos se llenaron de preguntas, pero aún guardaba silencio, esperando entender, esperando que alguien le explicara por qué él estaba en el centro de tanto odio y sufrimiento.
—Los simbiontes eran como Jimin —continuó Seokjin, su voz temblando apenas, cargada de una mezcla de ira y dolor reprimido— Llegaron en los meteoritos, sí, pero no eran nuestros enemigos. Nos estaban ayudando a recuperarnos de las pérdidas que los mismos meteoritos causaron. Fueron los humanos, con su avaricia, quienes experimentaron con ellos, quienes transformaron su esencia, quienes los volvieron… monstruos—
El shock en la cara de los soldados era evidente. La verdad comenzaba a filtrarse, penetrando el silencio sofocante que había caído sobre todos. Jimin miraba a Seokjin con ojos llenos de confusión, como si cada palabra le revelara una nueva faceta de una realidad que nunca imaginó. Sus labios temblaban, su mente aún tratando de procesar las terribles implicaciones.
—¿Pretendían mantener todo esto en secreto? —preguntó Seokjin, su mirada lanzando dagas de reproche a cada científico en la sala, como si buscara culpables entre ellos— Y ahora quieren que Jimin el único simbionte puro que queda, se sacrifique para salvar a la humanidad. Después de todo lo que hemos hecho…—
El silencio era ensordecedor. Las palabras de Seokjin flotaban en el aire, pesadas como el plomo, resonando en la conciencia de todos los presentes.
Jimin apenas podía respirar, una sensación de vértigo apoderándose de él al comprender, poco a poco, la magnitud de la traición hacia su especie. Sus labios se movieron, pero no logró pronunciar palabra alguna, atrapado entre la confusión y el horror de saber que los humanos habían exterminado a otros simbiontes como él.
—¿Soy… el único que queda? —susurró Jimin, su voz apenas un hilo tembloroso, sus ojos humedeciéndose mientras se aferraba a la mano de Jungkook en busca de alguna clase de ancla en esa tormenta de revelaciones.
Jungkook apretó su mano, tratando de transmitirle fortaleza, aunque en su propio pecho ardía la desesperación. Se sintió impotente, deseando poder borrar el dolor y la incredulidad en los ojos de Jimin, que miraba ahora a todos los humanos en la habitación con una mezcla de tristeza y desconcierto.
El escuadrón Cerbero se mantenía firme detrás de Jungkook, pero el impacto de la verdad no había pasado desapercibido para ellos.
Namjoon miraba al comandante supremo con una mirada de furia contenida, mientras Taehyung respiraba profundamente, intentando procesar la crueldad de sus propios líderes.
Soobin y Félix intercambiaron miradas, sus expresiones endurecidas, como si un manto de desconfianza hubiera caído sobre ellos, redefiniendo sus lealtades en ese mismo instante.
El comandante supremo miraba a Seokjin y luego a su hijo, su expresión endureciéndose, como si se negara a aceptar la responsabilidad de las acciones que llevaron a esa catástrofe.
—Eso es pasado y esta es la última resistencia de la humanidad, ¡y Jimin tiene el poder de salvarla! —exclamó el comandante, su voz quebrándose apenas, una orden disfrazada de súplica.
Jimin, aún aturdido, miró a Jungkook. En su confusión, sus ojos mostraban una duda creciente, un deseo innato de proteger a aquellos que lo necesitaban, aunque significara poner su vida en riesgo.
—Jungkook… si puedo ayudarlos… —murmuró, su voz temblorosa, luchando por encontrar algún sentido en esa situación.
Pero Jungkook negó con firmeza—No, Jimin —dijo, su voz baja y profunda, cargada de dolor—. Ya hiciste demasiado. No voy a dejar que te sacrifiques por los errores de otros—
Jungkook, con una expresión decidida y desafiante, envolvió a Jimin entre sus brazos, alzándolo de la camilla con una suavidad que contrastaba con la dureza de su mirada.
Avanzó hacia la puerta sin titubeos, enfrentándose directamente a la figura imponente del comandante supremo, su padre. La tensión en la habitación se podía cortar con un cuchillo mientras cada paso de Jungkook resonaba, desafiando a su progenitor y a todos los que aún dudaban en detenerlo.
—Tendrás que matarme si quieres que me detenga —declaró Jungkook, con una voz que era firme, pero cargada de una tristeza contenida— Porque no pienso sacrificarlo. A él no—
Hola mis amores, debo confesar que siento mucha tensión y adrenalina escribiendo estos capítulos.
Amo a mis chicos de cerbero, está es una decisión difícil para todos.
Los amooo nos leemos mañana ❤️
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