Capítulo 22
Jimin se dejó llevar en su forma simbiótica, moviéndose con la ligereza de una brisa suave que lo arrastraba por el aire. Su cuerpo etéreo flotaba, ondulando en el viento mientras descendía lentamente hacia una zona boscosa y verde. Se deslizó juguetonamente entre los grandes troncos de los árboles, dejando que su esencia se fundiera con la naturaleza a su alrededor. Podía sentir las hojas susurrar al pasar cerca de ellas y, por un momento, todo parecía en perfecta armonía.
El bosque que lo recibía era vibrante y lleno de vida. Jimin podía sentir cada pequeño detalle de la naturaleza: los colores eran más intensos, los sonidos más claros, como si sus sentidos hubieran despertado a una realidad nueva. Deslizó su forma simbiótica entre los rayos de sol que se filtraban a través de las copas de los árboles, jugando con ellos, sintiendo una conexión profunda con el entorno.
Cuando llegó al borde de un arroyo, decidió volver a su forma humana. Su cuerpo se solidificó, y Jimin abrió los ojos, observando el mundo a través de la mirada humana. El sonido del agua fluyendo lo envolvía mientras el fresco aroma del bosque llenaba sus pulmones. Se agachó junto al arroyo, metiendo sus dedos en el agua cristalina y fría, observando cómo pequeños peces nadaban a su alrededor. Todo parecía tan pacífico, tan distinto de la hostilidad que había dejado atrás.
Le hubiera gustado que el comandante Jeon estuviera allí con él. Quizás, si pudiera ver este lugar, si pudiera sentir la calma y la serenidad que Jimin experimentaba ahora.
Jimin suspiró, apartando el pensamiento, aunque en el fondo sabía que lo extrañaba.
Caminó lentamente entre los árboles, el suelo verde, salió a un gran claro donde el cielo era de un azul intenso, y los rayos de sol acariciaban su piel, calentándola con dulzura, todo en ese lugar irradiaba paz, se preguntó si podría quedarse allí para siempre, construir una pequeña casita en medio de ese paraíso natural y vivir en armonía con la naturaleza.
Sonrió con la idea, imaginando cómo podría ocultarse en su forma simbiótica cuando fuera necesario y, en su forma humana, cuidar de un pequeño jardín o cultivar frutas silvestres, ahora tenía un cuerpo propio, uno que le había regalado Hoonie. Hizo un puchero al recordar a Hoonie. Aunque tenía su propio cuerpo, no sabía realmente cómo construir una casa o vivir solo. Pero encontraría la manera, siempre había sido resiliente.
A pesar de sus sueños de independencia, había algo que pesaba en su corazón. La posibilidad de no volver a ver a Jeon, a Jackson, a Hoseok, o incluso al sargento Kim y al doctor Seokjin, lo llenaba de tristeza. Un nudo comenzó a formarse en su garganta, y antes de darse cuenta, sus ojos se habían llenado de lágrimas. Trató de reprimir esos sentimientos, pero no podía ignorar el vacío que sentía al estar tan lejos de ellos.
Revisó el pequeño bolso que había traído consigo. Aún tenía un poco de comida y unas pequeñas bolsitas con semillas. Pensó en plantar un huerto allí, en ese claro, lejos de los humanos, lejos de todo el dolor.
Pasó el día explorando el bosque, dejándose llevar por su curiosidad y su ternura, jugando con las mariposas que revoloteaban a su alrededor, escuchando a los pajarillos y encontró un nido de ardillas, sin preocuparse por el tiempo ni los peligros.
Sin embargo, al caer la tarde, el cielo comenzó a nublarse. Lo que antes era un cielo despejado se había cubierto de nubes grises y pesadas, el viento se alzó, y pronto una suave llovizna empezó a caer.
Una gota fría rozó su mejilla, y Jimin sonrió, levantando el rostro hacia el cielo. Abrió la boca, dejando que las pequeñas gotas cayeran sobre su lengua. Era una sensación nueva, fresca y divertida.
Pero la lluvia pronto se intensificó, convirtiéndose en un aguacero que lo empapó en cuestión de segundos. Los árboles se agitaban violentamente, y lo que antes era una brisa suave se transformó en un viento furioso. Jimin, sorprendido por la rapidez con la que el clima había cambiado, comenzó a correr buscando refugio. El bosque que antes le parecía un paraíso ahora se volvía oscuro y amenazante.
Con el corazón acelerado y el miedo apretándole el pecho, logró encontrar una pequeña cueva. Se apresuró a entrar, resguardándose del vendaval y la lluvia que caía sin piedad. Desde la seguridad de la cueva, observó cómo el cielo gris dominaba el paisaje. La tormenta rugía afuera, y él, acurrucado en la oscuridad de la cueva, sintió una soledad abrumadora.
Recordó las veces que, en la ciudadela, Jeon lo había abrazado fuerte durante las tormentas. El comandante siempre sabía cómo hacerlo sentir seguro, cómo calmar sus miedos. Jimin trató de no pensar en ello, pero el recuerdo de esos momentos cálidos, de ese consuelo, era demasiado fuerte. Las lágrimas comenzaron a brotar de nuevo, mezclándose con las gotas de lluvia que aún quedaban en su rostro.
Se abrazó a sí mismo, temblando no solo por el frío, sino por el vacío que sentía en su corazón.
Quería ser fuerte, quería creer que podía hacerlo solo, pero en ese momento, mientras la tormenta rugía a su alrededor, todo lo que deseaba era estar en los brazos de Jeon, sentir su calor, su protección... y no sentirse tan terriblemente solo.
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Jeon había pasado todo el día conduciendo sin descanso, siguiendo el rastro del brazalete de Jimin a través del rastreador militar. No podía entender cómo Jimin había llegado tan lejos, pero con lo que ahora sabía, su naturaleza simbiótica, el misterio parecía algo menos inverosímil. Aun así, no quería pensar demasiado en eso; cada vez que lo hacía, su mente se nublaba aún más.
Tenía demasiadas cosas en la cabeza. Entre el deber que había jurado cumplir, la promesa que le había hecho a Seokjin, y los sentimientos crecientes que tenía por Jimin, se encontraba en un conflicto interno del que no sabía cómo salir. Era irónico: Jeon Jungkook, comandante del escuadrón Cerbero, encargado de exterminar simbiontes, se había enamorado de un infectado.
Aquel pensamiento lo atormentaba, pero no podía evitarlo. Había algo en Jimin que lo atraía irremediablemente, algo más allá de su naturaleza simbiótica.
El paisaje a su alrededor era una extensión interminable de ruinas y ciudades devastadas. A medida que avanzaba por los restos de lo que alguna vez fueron comunidades humanas, el horror de la destrucción se hacía evidente a cada kilómetro. Encontraba pequeños grupos de infectados de vez en cuando, pero ninguno era lo suficientemente grande ni rápido como para representar una amenaza para su vehículo blindado. Al pasar por la ciudadela D, el aire seguía cargado de humo y el olor a cenizas. Los edificios destruidos parecían tumbas gigantescas, y en medio de ese caos, arrolló a un par de infectados que se cruzaron en su camino sin siquiera pensarlo dos veces. Cada vez que uno caía bajo sus ruedas, sentía un nudo de contradicción en su pecho.
¿Jimin sería uno de ellos?
Justo entonces, empezaron a caer las primeras gotas de lluvia. Al principio, suaves y esporádicas, pero rápidamente se convirtieron en un torrencial aguacero que golpeaba con fuerza el parabrisas del vehículo. Jeon activó los limpiaparabrisas, aunque con poca eficacia. El radar seguía mostrándole que Jimin estaba cerca, en algún lugar de ese denso bosque que se extendía frente a él. Sin embargo, no había un camino claro, y cada vez era más difícil distinguir entre el barro y las ramas caídas que entorpecían su avance.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí, Jimin? — murmuró mientras apretaba el volante con más fuerza, frustrado y preocupado. La tormenta parecía un reflejo perfecto de su estado mental: caótica, impredecible, llena de fuerzas que lo empujaban en todas direcciones.
Sus pensamientos regresaron una vez más a Jimin. ¿Dónde estaría ahora? ¿Estaría empapado y con frío, perdido en medio de esa tormenta? Una punzada de angustia lo atravesó mientras imaginaba al chico solitario, vulnerable en ese lugar inhóspito.
El cielo se iluminó de repente con un relámpago, y Jeon vio con horror cómo un rayo caía justo sobre un árbol enorme, partiéndolo en dos con un estruendo ensordecedor. El árbol se desplomó con un rugido, cayendo directamente en su camino. Jeon giró el volante bruscamente, intentando esquivarlo, pero el terreno fangoso le jugó una mala pasada.
Las ruedas del vehículo perdieron tracción, resbalando sin control por la pendiente. El barro actuaba como una trampa, y antes de que pudiera hacer algo para evitarlo, el vehículo se inclinó peligrosamente hacia un costado.
El comandante apretó los dientes, luchando contra el volante para recuperar el control, pero era inútil. El peso del vehículo lo guiaba a un na pendiente, el rugido del motor y el chirrido de los frenos se mezclaban con el estruendo de la tormenta.
El vehículo de Jeon patinó violentamente por la pendiente resbalosa. La tormenta lo envolvía todo, con la lluvia golpeando el parabrisas con tal furia que apenas podía ver unos metros adelante. Los neumáticos luchaban por agarrarse al barro, pero era inútil.
Entonces chocó contra una roca y, en un abrir y cerrar de ojos, todo se volvió caos. Jeon sintió cómo el mundo se volteaba sobre sí mismo, y el peso del cuerpo del vehículo lo arrastró hacia abajo. El impacto lo lanzó contra el costado, su cabeza golpeando con fuerza el techo cuando el vehículo se volcó completamente. La sensación de vértigo le dejó el estómago revuelto, y antes de poder reaccionar, el golpe final lo dejó inmóvil.
Un dolor agudo atravesó su cráneo, nublando su visión, sintió una fina línea de sangre recorrer su mejilla, mezclándose con la lluvia que se filtraba dentro del vehículo. El sonido de la tormenta era ensordecedor, pero para Jeon, todo parecía amortiguado, como si el mundo estuviera más lejos, cada vez más borroso. La confusión llenaba su mente mientras intentaba orientarse, pero todo estaba del revés.
Se llevó la mano a la cabeza, sintiendo el pulso del dolor en cada latido. El sabor metálico de la sangre se mezclaba con su respiración agitada. Intentó moverse, pero su cuerpo se sentía entumecido, pesado. Estaba atrapado. Parpadeó, tratando de enfocarse, pero su visión seguía manchada y turbia. Todo a su alrededor era un caos.
Con un esfuerzo enorme, giró la cabeza hacia el panel de control, donde el rastreador de Jimin seguía parpadeando con insistencia —Jimin está cerca— pensó, pero la distancia ahora parecía insuperable. Intentó moverse de nuevo, pero sus piernas estaban atrapadas bajo el peso del asiento volcado. Estaba debilitado, pero su mente se aferraba a una única idea: tenía que encontrarlo.
La lluvia seguía cayendo, más fuerte, y su cuerpo comenzaba a ceder ante el frío y el dolor. Sabiendo que no le quedaba mucho tiempo, llevó su mano temblorosa al brazalete en su muñeca. Sus dedos parecían más pesados que nunca, y cada movimiento era un esfuerzo titánico, pero logró presionar el botón de emergencia. Un destello rojo parpadeó, señalando que la llamada había sido enviada.
—Jimin…— susurró en un hilo de voz, su conciencia desvaneciéndose lentamente. La visión de aquel chico que había llenado su corazón con tanta dulzura le acompañaba en esos momentos. ¿Estaría a salvo? ¿Había encontrado refugio en algún lugar? Jeon nunca había sentido tanta incertidumbre, pero ahora todo quedaba fuera de su control.
El frío y la oscuridad comenzaron a tomar el control. Sus ojos se cerraban, incapaz de seguir luchando. La lluvia continuaba golpeando el vehículo volcado, mientras la señal de emergencia seguía su curso, esperando que alguien respondiera. Jeon cayó en la inconsciencia, con la única esperanza de que, de alguna manera, todavía pudiera salvar a Jimin… aunque ahora todo parecía tan incierto.
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Jimin estaba sentado en la cueva, escuchando el golpeteo constante de la lluvia en el exterior cuando un destello lo sacó de sus pensamientos. Miró su muñeca y vio que el brazalete que había llevado todo este tiempo mostraba unas luces rojas parpadeantes.
—¿Qué significa esto? — se preguntó. No entendía del todo lo que estaba pasando, pero esa alarma no podía ser buena señal.
Justo cuando intentó tocar el brazalete, una pantalla holográfica emergió frente a él, proyectando una imagen en movimiento.
El corazón de Jimin dio un vuelco cuando reconoció el rostro del comandante Jeon. Al principio pensó que simplemente estaba dormido, pero pronto notó algo que lo aterrorizó: un rastro de sangre corría por su mejilla y su frente. Parecía herido, desorientado, y su expresión era de dolor. La pantalla también mostraba las luces rojas titilando junto a un mensaje claro: EMERGENCIA.
Jimin se levantó de un salto, el miedo apoderándose de él. —¿Qué… qué le pasó? —susurró, su voz temblando mientras tocaba la imagen con los dedos, como si al hacerlo pudiera llegar hasta él. Sabía que algo estaba mal, muy mal.
La misma alarma de emergencia le proporcionaba la ubicación del comandante en un mapa, destacando el lugar exacto donde estaba. No estaba lejos, pero el bosque y la tormenta lo hacían todo más complicado.
El rostro de Jeon seguía allí, desvaneciéndose lentamente de la pantalla holográfica. Jimin apretó los dientes, su corazón palpitando con fuerza. Sabía que no tenía mucho tiempo, pero tampoco sabía qué hacer. No era completamente humano, no sabía cómo manejar situaciones como esta, y el miedo lo mantenía congelado por unos instantes.
Finalmente, respiró hondo y recordó que el comandante Jeon siempre lo había protegido. Era su turno de hacer lo mismo.
—Voy a ayudarte, comandante… Lo prometo— dijo para sí mismo, cerrando la pantalla y preparándose para salir al bosque oscuro y lluvioso, con el único pensamiento de encontrar a Jeon y salvarlo, sin importar el peligro.
Jimin salió de la cueva, sintiendo el viento helado y la lluvia que lo empapaba casi al instante. La oscuridad del bosque se hacía más densa, pero la luz de su brazalete le daba una dirección clara. Sin pensarlo dos veces, comenzó a correr, sus pies deslizándose sobre el barro resbaladizo.
En un instante, tropezó y cayó al suelo, el golpe doloroso en su rodilla lo hizo gritar, pero antes de que pudiera procesar el dolor, una cálida sensación lo envolvió. Sus heridas se cerraron en cuestión de instantes, y con un nuevo impulso de energía, se levantó y continuó corriendo.
El sonido del torrencial aguacero y los truenos retumbando en la distancia lo acompañaban, pero nada podía detenerlo. Tenía que llegar a donde estaba el comandante. El mapa en su brazalete guiaba su camino, acercándolo cada vez más a la ubicación marcada. Su corazón latía con fuerza, no solo por el esfuerzo físico, sino por el temor que lo invadía al pensar en el comandante.
Después de lo que pareció una eternidad, finalmente llegó a la pendiente, un relámpago iluminó el cielo, y Jimin vio, por un breve momento, el automóvil volcado, casi como un monstruo caído. Se quedó paralizado un instante, la imagen del comandante herido en su mente. Con el corazón en un puño, se acercó a la orilla de la pendiente y, con cuidado, comenzó a descender, sintiendo la tierra resbaladiza bajo sus pies.
Cuando llegó al vehículo, la lluvia continuaba golpeando sin piedad. Se agachó y limpió el barro de las ventanas, sus manos temblando por la tensión. Su corazón casi se detuvo cuando vio el rostro del comandante, sus ojos cerrados y la expresión de dolor en su rostro.
Fue en ese momento que Jeon, abrió lentamente los ojos, su mirada se encontró con la de Jimin, y por un instante, todo el miedo y la angustia parecieron desvanecerse.
—Jimin—susurró Jungkook, su voz inaudible, pero llena de alivio. Luego, antes de que Jimin pudiera responder, sus ojos se cerraron nuevamente.
Un escalofrío recorrió la espalda de Jimin. El mundo pareció detenerse mientras la angustia se apoderaba de él, pero sabía que no podía rendirse. Tenía que salvarlo.
Hola mis amores, hoy traigo el cap. temprano, espero les guste mucho
Y con este capítulo quise mostrar como la inocencia y la esperanza de Jimin chocan con la angustia y la responsabilidad de Jungkook, y resaltar sus realidades opuestas en este mundo devastado.
Pero sus sentimientos los unen y los atraen como imanes a pesar de ser de ser un simbionte y un exterminador de simbiontes.
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