Capítulo 13
El último grupo de civiles cruzó corriendo la entrada del complejo militar, sus rostros pálidos por el miedo, eran evaluados por Han el médico del escuadrón Cerbero, mientras los gritos de los infectados se acercaban, el comandante Jeon los observaba, con el rifle en las manos y la mandíbula apretada. Su voz resonó con autoridad entre los soldados.
—¡Cierren las puertas!— rugió, señalando las enormes puertas de acero que separaban el complejo militra del caos exterior.
Las puertas empezaron a moverse lentamente, el chirrido del metal llenando el aire, pero los infectados no estaban lejos, desde la torre de vigilancia, los disparos de Félix el francotirador seguían resonando, intentando frenar la marea que avanzaba.
Jeon se giró el teniente Choi, uno de sus hombres más leales, que manipulaba el mecanismo de cierre —¡Asegúrate de que esas puertas se cierren antes de que lleguen! — ordenó, aunque ambos sabían que los infectados estaban demasiado cerca.
—¡Comandante!— gritó uno de los soldados desde la torre —Están aquí, vienen directo hacia nosotros—
Jeon levantó su rifle y apuntó, Los infectados ya eran visibles en el horizonte, una masa imparable de cuerpos deformados y feroces.
Las balas se deslizaban entre ellos, derribando algunos, pero no lo suficiente. Cada segundo contaba.
¿Como diablos habían descubierto el punto débil de los muros de la ciudadela?
—¡Vamos, vamos! — gritaba Jeon a los soldados, disparando sin cesar. Pero mientras luchaban, Jeon vio algo que lo heló: las puertas se movían demasiado lento, y los infectados estaban cada vez más cerca.
Choi lo miró, el sudor corriendo por su frente —¡No lo lograremos a tiempo, comandante! — jadeó, sin dejar de empujar el mecanismo.
El grito de un infectado hizo eco, más cerca de lo que debiera estar. Jeon apretó los dientes y miró a Choi, pero sabía lo que vendría, Choi lo miró con una determinación silenciosa y tomó una decisión antes de que Jeon pudiera detenerlo.
—¡Sigan disparando! ¡Cierren las puertas cuando cruce! — gritó Choi mientras corría hacia la entrada. Jeon extendió la mano, intentando detenerlo, pero no tuvo tiempo.
Choi corrió hacia los infectados —Somos Cerbero, guardianes eternos — Gritó disparando sin detenerse hasta que su arma quedó vacía—Nosotros caemos, Pero la humanidad prevalece —
Luego, con un rugido que resonó en toda la base, se lanzó contra la marea de cuerpos enloquecidos, comprándoles unos preciosos segundos.
—¡Choi, maldita sea! — gritó Jeon, sus manos temblando de furia y desesperación mientras disparaba, derribando a los infectados que se lanzaban sobre su hombre.
Las puertas finalmente empezaron a cerrarse, el metal rechinando mientras la última línea de defensa se levantaba. Jeon bajó su rifle y observó impotente cómo el cuerpo de Choi desaparecía entre los infectados, justo antes de que las puertas se cerraran con un estruendo sordo.
El complejo quedó en silencio, salvo por los golpes furiosos de los infectados que quedaban afuera. Jeon cerró los ojos por un instante, con el pecho apretado. Sabía que no había tiempo para lamentarse, pero el sacrificio de Choi pesaría sobre ellos.
—Tu sacrificio no será en vano— murmuró antes de girarse hacia los soldados restantes — A sus puestos aseguren todo, no podemos descansar hasta que todo esté bajo control, honren la memoria de Choi, la lucha contra los infectados sigue y no hay tiempo para lamentarse—
Después de una larga jornada organizando su escuadrón y asegurando el complejo militar, el comandante regresó a casa.
Le hubiera gustado seguir al frente, pero también conocia sus límites, la misión para recolectar karhozanium había sido demasiado peligrosa, el y Namjoon llevaban dias sin dormir, y acababan de llegar de un viaje de muchas horas, ademas confiaba en TaeHyung y en sus hombres para mantener el orden al menos por esta noche.
Aunque al llegar a casa definitivamente esto no era lo que esperaba, lo primero que le llamó la atención fue el frente de su casa. Las paredes estaban adornadas con coloridos parches de pintura, como si alguien hubiera intentado restaurarlas de forma improvisada pero con una extraña intención artística.
El suelo frente a la entrada estaba cubierto de tierra fresca, abono mezclado con unas pequeñas plantas aún jóvenes que parecían haber sido plantadas con esmero.
—¿Qué demonios...? —susurró mientras fruncía el ceño, aún sin salir de su asombro.
Cruzó la puerta, y lo que vio en la sala lo dejó aún más desconcertado, el espacio, antes ordenado, era ahora un caos vibrante de colores y objetos.
Tapetes con intrincados diseños cubrían el suelo, cuadros sin colgar descansaban contra las paredes, y varios jarrones de diversos tamaños y formas estaban distribuidos por toda la estancia. En el centro de todo, una pequeña mesa, seguramente traída de algún mercado cercano, se encontraba rodeada de más objetos decorativos.
El comandante alzó una ceja, sorprendido ante el desorden que jamás hubiese imaginado en su casa, caminó por la sala, esquivando cuidadosamente los jarrones mientras se detenía para observar cada pieza.
—¿En qué estaba pensando al traer todo esto aquí? —se preguntó, casi en voz alta.
El contraste entre su personalidad estricta y el caos artístico que ahora invadía su casa le hizo sentir una extraña mezcla de incomodidad y... curiosidad.
¿Acaso Jimin pensaba quedarse? ¿O era solo su forma peculiar de mostrar agradecimiento?
Suspiró, resignado, mientras tomaba un cuadro y lo observaba con detenimiento, Jimin tenia gustos muy peculiares, ya que los colores que usaba realmente no compaginaban entre sí.
Negando con la cabeza dejó el cuadro en su lugar y se dirigió a la habitación, necesitaba un baño y ver donde podía dormir en medio del caos.
Entro a la habitación con un suspiro pesado, había pasado horas lidiando con la situación de los infectados, y aunque había logrado controlar parte del caos, sabía que la batalla estaba lejos de terminar.
Se quitó su chaqueta militar empapada de sudor y la dejó caer sobre una silla. Notó que Jimin estaba despierto, observándolo desde la cama con sus grandes ojos grisáceos, que se veían casi plateados con la luz tenue.
—Deberías volver a dormir —dijo Jeon con su voz grave y algo cansada mientras se desabrochaba la camisa—Yo me quedaré en el sofá—
Jimin parpadeó, y su mirada se deslizó hacia el sofá incómodo y pequeño en la esquina de la habitación. Se removió un poco entre las sábanas antes de levantar la vista y decir en un tono suave, casi tímido —Podemos compartir la cama… es suficientemente grande para los dos—
Jeon lo miró, sorprendido por la propuesta. Por un momento, el silencio llenó la habitación, interrumpido solo por el sonido del agua corriendo en el baño cercano, Vio cómo Jimin se hacía hacia la orilla del colchón, creando un espacio en el centro para él.
—No es necesario —respondió Jeon, con el rostro endurecido, aunque había una ligera vacilación en su voz. Pero Jimin solo sonrió de forma inocente, como si no entendiera del todo la tensión de la situación.
—No se preocupe, estará más cómodo aquí —insistió suavemente golpeando el colchón con su mano, sus ojos brillando con esa confianza ingenua.
Jeon dudó unos segundos más, pero el agotamiento finalmente lo venció—Está bien —murmuró antes de entrar al baño.
Minutos después, cuando Jeon salió, el vapor del agua caliente llenando el aire, Jimin ya se había acomodado en su lado, con su espalda hacia el comandante, dándole su propio espacio.
Jeon, algo incómodo, se metió en la cama con cuidado, manteniendo una distancia prudente. Pero mientras se acostaba, no pudo evitar sentirse más relajado de lo que había estado en días.
—¿Cómo le fue, comandante? —preguntó Jimin con cautela, su voz apenas un murmullo. Lo observaba de reojo, manteniendo una respetuosa distancia, como si supiera que no era el mejor momento.
Jeon cerró los ojos por un segundo, intentando ahuyentar las imágenes de la batalla.
—Todo está asegurado. No tiene que preocuparse por eso —respondió con su tono habitual, casi cortante. Pero a medida que el silencio se prolongaba, notó cómo la presencia de Jimin comenzaba a aliviar el peso que llevaba encima.
—¿Cómo estuvo la misión de extracción? —preguntó, intentando disimular su curiosidad.
El comandante tardó un momento en responder, su mirada fija en el techo, como si evaluara cada palabra antes de decirla.
—Bien —dijo finalmente, en tono bajo—. Había menos mineral de lo que esperábamos, por eso regresamos antes.
Jimin asintió ligeramente, mordiéndose el labio antes de murmurar —Me alegra que haya regresado antes, y que este aquí ahora.
Jungkook no dijo nada. Solo mantuvo su mirada fija en el techo, pero en su interior, también compartía ese alivio. El regreso anticipado no solo había significado apoyar mejor a su escuadrón, sino también asegurar que Jimin estuviera a salvo, aunque no lo admitiera.
Hubo un largo rato de quietud en la habitación, una paz extraña después de tanto caos, hasta que Jeon decidió hablar de algo que había estado rondando su mente, una distracción.
—¿Qué pretendía hacer con todos esos cuadros y tapetes? —preguntó de repente, su voz más suave esta vez, aunque aún cargada de curiosidad— ¿Y por qué la casa está pintada con tantos colores? —
Jimin, quien había estado mirando el techo, se volteó hacia él. Sus ojos, siempre tan brillantes y llenos de vida, encontraron los de Jeon con una sonrisa tímida. Parecía aliviado de hablar de algo que no fuera la guerra.
—Es… es mi proyecto —dijo con cierta timidez—. Quería agradecerle por dejarme quedarme en su casa. Pensé que sería bonito transformarla en un hogar, ya que… bueno, la casa se veía un poco triste cuando llegué—
Jeon lo observaba sin decir nada, su expresión seria pero más relajada, el entusiasmo de Jimin por algo tan simple como decorar una casa contrastaba con la crudeza de su vida militar. Sus ojos, siempre vigilantes, se suavizaron al verlo sonreír.
—También quiero sembrar un jardín —continuó Jimin, ahora un poco más animado—. Y, si todo sale bien, quiero tener un pequeño huerto. Sería genial cocinar con vegetales frescos—
Jeon arqueó una ceja, casi sin quererlo, la inocencia de Jimin parecía ajena al mundo en ruinas que los rodeaba.
—¿Y sabes cocinar? —preguntó, una chispa de curiosidad sincera asomándose en su tono.
Jimin soltó una pequeña risa, bajando la mirada —Estoy aprendiendo con el chef Jackson, antes cortaba las zanahorias demasiado grandes y luego demasiado pequeñas. Pero él me enseñó a hacerlo bien. Y… —dudó un segundo, antes de seguir con orgullo— También sé hacer galletas—
La dureza en los ojos de Jeon se desvaneció un poco más. La conversación, que en otro momento habría parecido insignificante, ahora lo distraía de los horrores del día, Jimin, sin siquiera intentarlo, logró calmar el caos que rugía dentro de él.
—¿Las zanahorias son difíciles, verdad? —agregó Jimin con una sonrisa—. ¿Usted sabe cómo cortarlas, comandante? —
Jeon negó con la cabeza, su mirada perdida en el rostro sereno de Jimin, Un pequeño suspiro se escapó de sus labios, y por primera vez en todo el día, se permitió sonreír levemente.
—No, no lo sé —admitió, su voz grave pero aliviada.
—Si quiere —dijo Jimin de repente, su voz más alegre—, yo podría enseñarle a cortar zanahorias. Es más difícil de lo que parece, pero solo es cuestión de practicar—
Jeon se permitió algo que no solía hacer: rió.
Una risa baja y breve que escapó de sus labios casi sin querer, sorprendiendo a ambos. Jimin, quien nunca lo había escuchado reír antes, lo miró con ojos grandes y asombrados.
—Es la primera vez que lo escucho reír —susurró Jimin, y luego, con una sonrisa brillante, agregó—. Su risa es muy bonita, comandante—
Jeon no dijo nada, pero su expresión se suavizó aún más. Había algo tan natural en la manera en que Jimin lo decía, como si esa pequeña revelación fuera más importante que cualquier cosa. Por un momento, todo el peso de la guerra y las pérdidas se desvaneció, reemplazado por esa simple conexión.
—¿Y qué más desea hacer? —preguntó Jeon, curioso por la energía que Jimin tenía cuando hablaba de sus planes.
Jimin se encogió de hombros, su entusiasmo creciendo de nuevo—Bueno, también quiero sembrar un árbol de manzanas, sería hermoso tener uno en el jardín, ¿no cree? Pero no he podido encontrar unas semillas…—
Jeon asintió lentamente, sabiendo lo escasas que eran esas cosas en tiempos como estos.
—Esas son difíciles de encontrar, posiblemente solo las tengan en la capital —dijo, volviendo a su tono más realista.
Jimin hizo un pequeño puchero, su rostro llenándose de frustración momentánea. Luego suspiró con una mezcla de esperanza y resignación.
—Bueno, ojalá algún día pueda encontrar unas semillas, sería maravilloso tener un manzano —bostezó de repente, cubriéndose la boca con la mano—. Quiero hacer tartas de manzana algún día—
Jeon lo observó en silencio, y casi sin querer, él también soltó un bostezo, como si el cansancio finalmente lo alcanzara.
—Es mejor que durmamos —dijo Jeon, con un tono más suave de lo habitual—. Mañana será un día largo—
Jimin asintió lentamente, acurrucándose más cerca, el sueño pesándole en los párpados.
—Sí, tiene razón, comandante —susurró, cerrando los ojos mientras una leve sonrisa se mantenía en su rostro—Buenas noches—
Jeon lo observó por un momento más, sintiendo una calma que hacía mucho no experimentaba, antes de cerrar también los ojos.
Sabía que el mundo fuera de esa habitación seguía siendo un lugar duro y peligroso, pero por ahora, esa pequeña conversación sobre zanahorias, árboles y risas era todo lo que necesitaba para poder descansar.
Pensé que no podría lograrlo, pero si pude aquí está el capítulo, espero lo hayan disfrutado.
Besitos 💋
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