CAPÍTULO 8: LA CONSULTA MÁS EXTRAÑA DE MI VIDA
BETTY
Tras hablar los honorarios que Adam iba a pagarme y las condiciones de trabajo, la idea de que aquel hermoso rubio era asquerosamente rico me estaba martilleando las sienes. Con lo que cobraría en un mes siendo su terapista personal sería el equivalente a lo que cobraba en mi trabajo normal en cinco meses.
No podía quejarme porque, durante un tiempo, me encargaría personalmente de ese pedazo de hombre en la soledad de su casa y eso era maravilloso. Quizás no era lo mejor para mi corazón; demasiadas emociones pero que merecían la pena.
Estaba emocionada pero no le diría a mi hermano sobre mi nuevo trabajo temporal, sino que simplemente tardaría más en llegar a casa por tener más trabajo que de costumbre. Él pareció no sospechar nada, sobretodo porque parecía en una nube desde que comenzó a trabajar en Carter Corp y su buen humor he de admitir que era contagioso.
Mi buen humor se esfumó ligeramente cuando Colin mencionó que Gabriel había preguntado por mí porque estaba deseando hablar conmigo de ciertos asuntos. Yo sabía que esos asuntos tenían que ver con él y yo en la misma cama y sin ropa, por lo que no me interesaba en lo más mínimo. Ese aspecto de su trabajo era el que más le fastidiaba a Colin y, por mucho que me dijo que dejaba el trabajo por mí, me puse seria con él y le dije que no era necesario porque ahora yo era feliz.
No parecía estar demasiado convencido, pero le demostraría que era cierto y que Gabriel era para mí agua pasada a pesar de que, de vez en cuando, notaba una perturbación interna cuando pensaba en él o lo veía en la televisión.
Era evidente que un hombre como él, que tanto había calado en mí y que tantos recuerdos guardaba con él, fuera difícil de olvidar totalmente así que no me pillaba de sorpresa sentir ciertas cosas a veces. Aunque era horrible para mí porque me hacía sentir idiota o impotente, pero nadie manda sobre el corazón por mucho que se quiera.
Al menos, ahora tenía la posibilidad de conocer a otras personas y no descartaba que Adam fuera mi próximo candidato. Nunca había salido con ninguno de mis pacientes por mi política de trabajo, pero en este caso merecía la pena.
En unas horas iba por primera vez a casa de Adam cuya dirección la metí dentro del GPS para que el coche me llevase hasta su dirección. Parecía ser que vivía a las afueras del núcleo de la ciudad, adivinando que seguramente sería una casa enorme rodeada de un aura silenciosa y llena de lujos.
Conforme me acercaba más a mi destino, me adentraba más en partes de la ciudad rodeadas de zonas verdes, gente paseando pacíficamente o bien haciendo footing, pero sobretodo, reinaba un gran silencio. Se notaba a leguas que era una zona de gente adinerada por los coches aparcados en las aceras, la ropa de los ciudadanos y los collares de diamantes que llevaban los perros a manos de sus dueños estirados.
-Probablemente con uno de esos collares pudiera pagar el equivalente a la comida que nos comemos Colin y yo en dos meses-Pensé en voz alta mientras miraba a aquella señora con su móvil en la oreja y su perro paliducho tirando de la correa.
El paseo fue realmente vomitivo viendo la despreocupación de aquellas personas que vivían en un mundo donde la inmensa mayoría se contentaba con imaginar pero que nunca vivirían. Pero, por mucho que pareciera que vivían bien, a mí me daban una gran lástima que no valorasen el gusto de poder tomar un helado tras ahorrar durante dos semanas. Esa satisfacción de poder disfrutar de las pequeñas cosas era algo que hace felices a todos los seres humanos y lo que nos ayuda a enfrentar los problemas del día a día, pero, ¿Qué ocurre si todo es perfecto?¿Si puedes comprar todo?, pues la gran realidad es que pierdes el interés en absolutamente todo.
Dejas de ver a las personas como tal sino como carteles con símbolos de euros o bien como oportunidades a las que aferrarse para sacar algo. Se pierde la humanidad al introducirse en un mundo donde el frío metal y el suave papel del dinero, son los únicos dioses a los que le rinden homenaje sin importar nada más. Pero lo más triste de todo es que, aquel mundo es un espejismo que, tarde o temprano, se desvanece y se percatan del gran vacío de su vida que no ha podido llenarse con nada material.
Yo he vivido en los dos mundos; cuando muchas veces he tenido que dormir con el rugir de mi estómago por no poder comer suficiente y cuando mi padre se convirtió en un reconocido terapeuta. Poco a poco, se convirtió en un terrible monstruo al verse con poder, dinero y gente famosa a su alrededor que solicitaba sus servicios para poder curarse de adicciones o depresiones. Mi padre ha sido el sostén de muchas personas ero no de las personas que se suponía eran más importantes para él; mi hermano y yo.
Y ese mundo hizo que mi madre se marchara sin posibilidad de poder verla más al elegir el mismo camino que mi padre, pero, a diferencia de él, no me interesa el mundo de los famosos ni los problemas de ellos sino los de las personas reales que apenas pueden costearse las sesiones, pero las necesitan para no cometer suicido o bien autolesionarse. Yo trabajaba para la mayoría no para una minoría que simplemente requieren una dosis de realidad.
Sin darme cuenta, había llegado a mi destino y mis sospechas fueron realmente ciertas: la enorme mansión que allí había superaba con creces a mi imaginación hasta tal punto que casi se me salieron los ojos de las cuencas. No había visto nunca una casa tan enorme, sintiéndome tan pequeña que temía tocar si quiera la verja del exterior o tocar el timbre.
Con el pulso acelerado, bajé la ventanilla y toqué el timbre para que Adam me abriese. No me hizo falta presentarme, sino que me abrieron inmediatamente como si me estuvieran esperando. Tragué saliva y mis manos comenzaron a sudar, resbalándose mi volante a pesar de que lo cogía con fuerza. La idea de estar a solas en una casa tan enorme como aquella con Adam era como una especie de sueño picante y yo llevaba mucho tiempo sola a la par que deprimida. No había tenido demasiada suerte, pero parecía que la vida comenzaba a sonreírme o al menos era la sensación que tenía.
Cuando encontré un lugar donde aparcar el coche, vi como la puerta principal se abría y Adam salía en bata de seda negra y pantalones largos. Casi tuve que recoger mi lengua del suelo al ver esa aparición a la luz de las farolas mientras me miraba con una media sonrisa en su rostro que no tenía una sola imperfección ni barba incipiente. Estaba tan espectacular que parecía que había hecho una sesión de fotos en vez de estar por casa como cualquier mortal.
Al bajar del coche con mi bolso, él me hizo una pequeña reverencia para que pasara dentro. Al ver el enorme hall, me di cuenta que era del mismo tamaño que todo mi apartamento. Intenté fingir para no parecer la mayor cateta del mundo, pero me era imposible al ver todas aquellas columnas barrocas, aquellos muebles antiguos y las pinturas que colgaban de las paredes. Por no hablar del techo decorado como si fuera la Capilla Sixtina.
Adam me tomó del brazo como si fuera un caballero y me arrastró hasta el salón donde estaba encendida la chimenea y había dos copas con vino encima de la pequeña mesa de madera. Me sorprendí aquel despliegue de caballerosidad que no era necesaria ya que venía solamente a hacer mi trabajo.
Tras sentarme en el sofá, Adam se me quedó mirando por unos instantes y yo me sentí realmente incómoda. No sabía que pasaba por aquella cabeza, pero lo que era claro era que debía de romper aquel extraño momento.
Saqué la libreta para comenzar a tomar notas, dirigiéndome a Adam que estaba muy cómodamente sentado en el sofá de enfrente de mí.
-Bueno, es hora de que comiences a hablarme de ti y de lo que te ocurre. Necesito saber el motivo por el que te sientes deprimido y si hay algo en tu vida que no marcha bien.
Adam dejó la copa encima de la mesa y se aclaró la garganta. De repente, su media sonrisa desapareció dando lugar a un rostro más bien serio iluminado por el fuego de aquella chimenea
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