CAPÍTULO 7: VUELTA AL MALDITO TRABAJO


BETTY

Tras un maravilloso día libre en el que básicamente me toqué las narices y cociné para mi hermano, el dulce canto de mi despertador la mañana siguiente me hizo bostezar como si fuera un oso que se despierta de un largo invierno.

No quería abandonar la calidez de mis mantas ni la compañía de Sugar que tanto calor me daba en los pies donde estaba acostado. Aún rondaba por mi cabeza aquella frase de mi hermano que me hizo pimplarme yo sola una botella de vino: "Mi jefe es Gabriel y sí, es el Gabriel con el que estuviste casada"

Estuve tentada en decirle que se buscara otro trabajo, pero, viendo donde iba a trabajar y la experiencia que iba a tomar, sería una locura abandonar esa oportunidad de oro que podría abrirle muchas puertas.

El problema era el bastardo de su jefe que de seguro iba a intentar meterse de nuevo entre mis piernas y eso lo odiaba con toda mi maldita alma. Si veía de nuevo a Gabriel, juraba por todos los gatitos que poblaban el mundo que vomitaría sobre su costoso traje de diseño.

- ¡Malditos millonarios! -Grité al despertador que no tenía culpa de mi rabia mañanera; al menos mi hermano no estaba en casa porque su jornada empezaba antes.

Suspiré aun con el enfado y la borrachera que rondaba por mi cuerpo cansado por la noche extraña que pasé. Si no daba vueltas, me destapaba, si me tapaba, sudaba y tenía que abrir la ventana y si no era ni yo o el maldito calor, eran las vomitonas que sufrí en la noche.

Como de costumbre, mi querido hermano estaba sordo o se hacía el sueco, por lo que no pude pedirle una infusión que me calmara el estómago sino, simplemente arrastrarme hasta la cama:

-Si el señor Peterson estuviera aquí, quizás me cuidaría...-Dije en voz alta mientras me mordía el labio. Dios, estaba deseando verle de nuevo.

Parecía una adolescente con las hormonas alborotadas, aunque realmente era casi una divorciada que tenía necesidades carnales dispuesta a satisfacerlas. Y aquel hombre era de mi agrado porque adoraba a los hombres rubios.

-Maldición, Gabriel es rubio-Pensé.

Aunque no lo soportaba como persona, era verlo y algo bullía dentro de mí como si nada malo hubiera ocurrido entre nosotros. Aun había chispa entre nosotros y, ahora que él me hacía todo el caso y mostraba esa mirada apasionada que echaba de menos, me costaba mucho dejarle ir.

Pero eso era un papel que él sabía jugar demasiado bien, por lo que no podía dejarme engañar, así como si fuera una cría que no sabía nada del mundo. Iba a olvidarlo con ayuda o sin ayuda de nadie.

Me vestí rápidamente para evitar llegar tarde a trabajo ya que ayer falté. Era la jefa de la consulta, pero debía de mostrar profesionalidad y dar un buen ejemplo a mis empleados.. Mi padre me inculcó la necesidad humana de llevar a cabo un buen trabajo sin perder la templanza o la sonrisa y eso era realmente cómico en él ya que era un viejo cascarrabias en casa.


Fuera del ambiente familiar, todo el mundo lo conocía como el mejor en su campo, como un hombre que se daba a los demás y que sabía escuchar, pero, cuando venía del colegio o Colin venía con las rodillas raspadas llorando, él ni se dignaba a mirarnos. Desde que me gradué, mi madre no me llamó ni una sola vez, pero a mi hermano sí que lo llamaba regularmente todas las semanas. Él intentaba que ella hablase conmigo, pero era imposible porque para ella yo ya no existía.

Por eso desistí y obligué a Colin a hacer lo mismo; si ella no me quería yo no iba a obligar a nadie a hacerlo. Siempre he sido de las que los que no dan demasiadas oportunidades y menos si no las merecen así que no quería perder más el tiempo con los que consideraban personas tóxicas para mí.

Me lavé la cara y me di ánimos para empezar el nuevo día que se me presentaba hoy. No estaba de demasiado humor, pero tenía la esperanza que mi secretaria me diera la gran noticia que el señor Peterson viniese a la consulta.

Caminé por la calle con mi café en la mano disfrutando del ambiente primaveral de Roma; era un clima excelente para hacer de todo menos trabajar. Pero si quería llegar a fin de mes y alimentar las dos bocas que tenía en casa, me tenía que esforzar cada día.

Me preguntaba qué tal le iba a Colin en ese preciso momento ya que hoy comenzaba en serio en la empresa de Gabriel. Esperaba que no lo acosara demasiado porque si no me veía yendo a la empresa a defender mi honor como cuando en el colegio mi hermano me defendía de los cretinos salidos.

Tras llegar a la consulta, la secretaria tenía abierto el cuaderno lleno de consultas que tenía a lo largo del día. Mientras me quitaba la chaqueta, escuchaba con aburrimiento la lista de personas que iba a atender hoy pero entonces:

-Ah y el señor Peterson está esperándola en su despacho; se disculpa por haber faltado ayer, pero le surgieron problemas en el trabajo.

Abrí la boca con el corazón emocionado, dios el día no podía comenzar mejor.

Le agradecí con una sonrisa disimulando lo mejor que podía mi esto pletórico al saber que aquel hermoso rubio sacado de uno de los libros que siempre leía antes de dormir, había vuelto. No me hacía demasiadas ilusiones, pero, mirar es gratis por lo que iba a aprovecharlo.

Cuando abrí la puerta lo encontré sentado en el sofá con su pelo revuelto y aquella encantadora sonrisa que marcaba sus hoyuelos. Me bajé la falda en señal de nerviosismo y le correspondí a esa sonrisa que parecía tener luz propia. Respiré hondo y me senté en mi respectivo asiento para comenzar la consulta como era costumbre.

-Buenos días señor Peterson, espero que lo que haya sucedido ayer no haya sido demasiado grave. Si se encuentra cómodo podemos proseguir la terapia.

El asintió e intenté no morderme el labio, dios me estaba volviendo loca delante de él. Era tan endiabladamente guapo que me tenía subida en una nube y deseaba que me hiciera una señal para tirarme en plancha a sus brazos. Si el primer día que lo vi parecía una aparición divina, hoy estaba para comérselo con su cabello mojado y su chaqueta ceñida al cuerpo.

El calor inundaba mi cuerpo con una oleada placentera que me hacía jadear. Llamé por el telefonillo a mi secretaria para que me trajese un vaso de agua porque si no amenazaba con convertirme en un montón de arena:

- ¿Tiene calor, señorita? ¿Quiere que me ocupe del termostato? -Me preguntó con cortesía a lo que me negué con una sonrisa. Para colmo, aquel hombre era todo un caballero y eso me hacía flotar aún más alto.

Cuando tuve el vaso entre mis manos, lo bebí de un sorbo ante la mirada sorprendida de Adam.

-Lo siento es que vine andando al trabajo. Bueno, cuéntame más acerca de aquello que te molesta para intentar ayudarte a solucionarlo. Debes ser totalmente sincero para que pueda ayudarte.

El asintió y se acercó un poco más a mí. Me tensé de pies a cabeza cuando si mirada parecía observarme con detenimiento:

-Disculpe señorita Diamonds, pero quería hacerle una oferta. Yo aquí no me siento completamente cómodo para hablar de mis cosas personales además de que mi trabajo me impedirá venir muchas veces a su consulta, pero quiero tratarme. Me gustaría ofrecerle que fuera mi terapeuta personal y que viniese a mi casa a tratarme para así poder tratarme adecuadamente. Mi trabajo lo realizo desde casa así que si viniera sería una gran ventaja, por supuesto no tengo problema alguno con pagarle una buena suma de dinero.

Casi me dio un infarto cuando me propuso tal cosa, pero no podía negarme a ello. quizás era la oportunidad que tenía para acercarme a él e intentar algo, ¿Quién sabe?

-Está bien, pero quisiera saber todos los detalles después de esta consulta, ¿Le parece bien?

-Me parece perfecto.

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