CAPÍTULO 4: UNA RESACA EXTRAÑA



BETTY

Ni por todo el oro del mundo ni por toda la talla de sujetador que me ofreciesen me levantaría de la cama en este preciso momento. Me sentía tan horrible que mis párpados crujían como pan reciente. Y sí, tenía un hambre del demonio como cada mañana.

Al mirar el reloj me di cuenta que eran las diez, por lo que se suponía que Colin se había marchado a su entrevista de trabajo así que cruzaba los dedos para que todo saliera bien.

Desde que se echó de novia a esa petarda, mi hermano pasó a ser un trapo sin personalidad ni coherencia así que me alegraba que esa se estuviera hundiendo en la mayor mierda posible.

El karma es el peor enemigo que puedes tener y de eso yo sabía bastante. Digamos que mis hábitos nada santos me hacían parecer cosas que realmente no lo era, ¿O quizás sí? Pero, ¿Qué tiene de malo disfrutar del sexo de vez en cuando? ¿Es que tienes que estar comprometida con alguien para hacerlo?

Yo no descartaba formar una familia o casarme alguna vez, pero antes de ponerme a dieta iba a pegarme unos buenos atracones. Y lo mejor de todo es que en mi consulta había un buen filete al que morder.

Pero llegaba tarde, de nuevo, y eso me cabreaba hasta decir basta. Mi enorme felicidad se vió chafada como un suflé, pero no iba a rendirme. Tomé el teléfono y llamé a mi secretaria para decir que llegaría más tarde para avisar al señor Peterson. Pero entonces, mis problemas comenzaron a surgir:

-Lo siento señorita, pero el señor Peterson anuló la cita.

- ¿Qué hizo qué? -Pregunté con gran decepción, ¿Acaso no le parecí lo suficientemente interesante para volver?

Mi decepción era tremenda por lo que decidí tomarme el día libre y se lo di a mi secretaria que pareció hacerla realmente feliz. Yo, por el contrario, me sentía cada vez peor y con menos ganas de salir del amparo de mis mantas.

Pero esos no eran los planes de Sugar, mostrándome su disconformidad intentando colarse bajo las sábanas para acceder a mí. Estaba claro que tenía hambre y por eso me estaba maullando insistentemente.

- ¡Está bien pero solo saldré para echarte de comer y luego me iré a dormir!¡Con suerte habrá venido el apocalipsis y así no tendré que tender la ropa!

Hablando con aquel pequeño animal me di cuenta de lo sola y lo loca que estaba, pero recordando el sueño que había tenido no me extrañaba que algunos tornillos se me hubieran salido.


Mientras miraba comer a Sugar, alguien tocó a la puerta estallando mi burbuja de paz y tranquilidad. No tenía ganas de ver a nadie así que obvié al visitante. Pero al ver que era insistente, pensé que mejor mirar por si era urgente.

Era el repartidor y tenía un paquete para mí. Era de un tamaño bastante pequeño y no tenía remitente, sino que, simplemente, ponía mi dirección.

No me hizo falta firmar ni dar ningún tipo de dato para que me lo entregasen; era como si supieran que era para mí sin duda alguna.

Juntando el evento de la noche anterior con esa extraña entrega, si alguien me hubiera dicho que era una broma, me lo hubiese creído. Tan surrealista me parecía la situación que al final la que iba a necesitar un psicólogo era yo.

Aquel chico me dio el paquete sin mediar palabra y con una cara que no mostraba ninguna emoción. Su ropa no era la típica de correos sino un uniforme de color blanco sin sello de la empresa. Quise preguntarle acerca del que le dio aquella entrega para mí, pero, conforme acepté aquella pequeña caja, aquel chico se dio la vuelta y se fue corriendo.

Inmediatamente después, comprobé mi aliento por si lo hubiera espantado, pero todo parecía en orden. Mis pintas no eran las mejores, pero tanto como para salir corriendo...

No esperé más porque la intriga me estaba quemando. Cerré la puerta de casa y me senté en el sofá con aquella gran incógnita entre mis manos.Sugar pareció llamarle la atención porque se acercó a mí olisqueando aquel enigma:

-Tranquilo, si son anchoas todas para ti; no soporto el pescado-Le dije mientras se relamía ante mi oferta.

Pero al abrir la caja de cartón, me encontré una caja más pequeña de madera con un diseño intrincado grabado en la misma. Un críptico mensaje en latín me llamó la atención:


- "qui semper in re incerta cernitur quietest" ...

"Los ríos más profundos son siempre los más silenciosos", esa frase me era conocida pero no podía ubicar su procedencia. Era una frase que había escuchado varias veces en mi vida, pero, ¿De dónde demonios venía?

Entonces recordé a mi padre, ese gran psicoanalista de prestigio tan reconocido mientras leía sus cientos de libros de tratados de filosofía. No es que me llevara mal con él, pero tampoco puedo decir que me llevara bien porque, simplemente, para él su vida eran sus libros.

Mi madre la pobre no pudo aguantar más la soledad y prefirió irse de casa. Lo entendí, pero, por culpa de eso, comencé a vivir con mi padre y a mi madre la veía solo los fines de semana.

Pero cuando conoció a alguien, los fines de semana se transformaron en una vez o dos por mes, cosa que empeoró cuando me gradué y empecé a trabajar.

Pero lo más cómico de esta historia es que me empecé a dedicar a lo que a mi padre más le apasionaba: la psicología. Lo que nos separó como familia lo elegí como forma de vida, pero yo era muy diferente a él. Yo buscaba ayudar a las personas con problemas, a aquellas que han tenido una vida marcada por el sufrimiento, pero él buscaba solo conocimientos.

Digamos que siempre he sido mucho más filántropa que él, aunque hayamos dedicados nuestras vidas a lo mismo, el enfoque fue muy diferente. Y aquello que a ambos nos apasionaba, en vez de unirnos, nos separó más.

A mi madre no le hizo mucha gracia que me graduase en psicología, de hecho, no vino a mi graduación y mi padre tampoco. Siempre pensé que quizás me veía demasiado pequeña, como un fracaso en su vida plagada de éxitos.

Pero yo no era la niña pequeña que lloraba por un poco de atención, porque cuando la necesitaba sabía a lo que recurrir. Un hombre era mil veces mejor que un padre que malgastaba su vida entre libros perdiendo lo único verdadero que la vida le había dado.

Tras mirar aquella caja con una cierta tristeza al recordar el pasado, la abrí y me topé con un colgante muy extraño. Tenía un diseño como de esfera metálica que parecía guardar algo. No sabía el qué y tampoco podía abrirlo por mucho que hiciera fuerza.

Lo cierto es que era realmente bonito, por lo que no me lo pensé dos veces y me lo puse. En cuanto lo hice, Sugar se fue corriendo a mi habitación.

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