CAPÍTULO 18: HAZ LAS MALETAS


BETTY

Le pedí que se marchara, que no quería saber de él en lo que restaba de día. Él se negó a ello, pero, tras lanzarle varios zapatos de tacón accedió a dejarme sola, pero con la condición de no salir de casa.

Asentí malhumorada y triste pero no le prometí nada. Estaba cansada y harta de dar varios pasos hacia atrás, no soportaba que me rechazasen porque era como abrir una vieja herida que escocía demasiado cuando Gabriel no me valoraba.

Era mi día libre y no iba a pasarlo en casa porque me negaba a estar llorando el resto del día dentro de aquella cama tan vacía y que olía a él, a ese capullo que me hizo sentir cosas demasiado extrañas, excitantes y preciosas.

Durante esos momentos que estuve con él me sentía hermosa, poderosa, querida. Sus manos me hacían vibrar sintiendo como volaba sin necesidad de alas o de ser un ángel. Pero la caída fue tan dolorosa al saber que él no renunciaría a ser lo que era por alguien como yo. Era ridículo si lo pensaba por lo que decidí poner distancia entre ambos hasta que el peligro cesara y él recuperara sus preciadas alas y su libertad.

Era hora de dejarme de sentir miserable y hacer algo al respecto. Pasaría el día fuera de casa, comería en un buen restaurante, me iría de tiendas y me emborracharía en la noche. Como Colin no tenía culpa de todo esto, le mandé un mensaje diciéndole que llegaría tarde a casa para que no se preocupase.

Decidí vestirme de punta en blanco y enseñar lo máximo posible dentro del no provocar un escándalo público. Tras mucho deliberar, decidí usar un conjunto de látex muy sugerente y escandaloso, justo como yo.


-Ya verá ese gilipollas...-Gruñía mientras que me maquillaba frente al espejo con furia. Mi intención era llamar la atención y recibir cuantos piropos fueran posibles; quería sentirme verdaderamente deseada y valorada. Y si Adam no me consideraba lo suficientemente buena para él, otro lo consideraría.

- ¡La muñequita va a salir, Sugar! -Le dije guiñándole un ojo mientras estaba hecho un ovillo en el sofá. Qué envidia de vida, tranquilo y sin problemas. Además, los gatos no necesitaban ángeles de la guarda.

Maldita sea.

Intentando sacar cualquier idea que chafara mi día, tomé mis tacones negros, mi bolso a juego con mi falda y salí con mis auriculares puestos. Mi gran sonrisa y mi movimiento de caderas hacían que todos se girasen a mirarme, incluidas las novias celosas cuando sus respectivas parejas babeaban el suelo que pisaba.

-Ja, son todos iguales-Murmuré mientras caminaba por las calles de Roma con el sol radiante que besaba mi piel. Me sentaba estupendamente pasar un día sola y lo comenzaba a notar no solo en mi estado anímico sino en mi cuerpo.

Mi cabeza no dolía de dar tantas vueltas ni tampoco tenía ansiedad sino una liberación tan grande que no podía creerlo. 

Mi primera parada fue una cafetería donde me pedí un batido de vainilla con nata, virutas de chocolate y nueces. Todo ello con un buen chorro de sirope de vainilla y dos donuts de chocolate y dulce de leche.

Dejé la opción del alcohol o el café para más tarde; ahora necesitaba calorías para andar por toda la ciudad en busca de gangas. . Tenía la gran suerte que en varias de las tiendas en las que entré, encontré varios vestidos y algunos pantalones que me quedaban de miedo.

Tras comprar ropa me tocaban los zapatos y esa era probablemente mi parte favorita. Realmente me encantaban el efecto que causaban unos bonitos zapatos en mis piernas que ya de por sí eran un tanto rechonchas, pero más vale curvas para perderse que para caerse.

Ese dicho siempre me había hecho sonreír y había mucho de razón en ello.

Me senté al fondo y contemplé a la gente pasar suspirando aliviada mientras me daba el atracón de mi vida. Eso significaba horas extra en el gimnasio y no probar los hidratos durante bastante tiempo, pero merecía la pena por pasar una tarde sin dramas ni estrés.

Cuando terminé de comer, le pedí al camarero que me trajese la cuenta, pero éste me contestó:

-Se lo ha pagado el hombre de la gabardina gris que está sentado en la barra al lado de la gramola.

Cuando alcé la vista, pude ver un hombre corpulento de espaldas con un sombrero que le tapaba todo el rostro. Me hizo sonreír aquel gesto y le escribí una nota de agradecimiento que el camarero accedió a darle. Cuando la leyó, su rostro se giró en mi dirección y levantó ligeramente el sombrero para verle la cara.

No lo podía creer.

Recogí mis cosas, pero él llegó hasta mí cuando puse un pie fuera de la cafetería. No quería que me tocara ni siquiera que me mirara con esa estúpida sonrisa sardónica que lograba incendiarme, pero no de deseo sino de furia.

-Es un enorme placer verte querida; he pensado tanto en ti.

-Y yo en ti, pero no de la misma forma-Le contesté mientras me volvía a dar la vuelta, pero su mano se cerró sobre mi muñeca impidiéndome caminar. Estaba ganándose un puñetazo.

-Perdóname cariño, por favor hablemos de esto y dejemos el pasado atrás.

-¡No puedo Gabriel, son demasiadas cosas!¡Quiero rehacer mi vida con los pocos trozos de mí que dejaste así que déjame en paz!-Le grité hasta que finalmente me dejó marchar. El día pintaba tan bien y por culpa de Gabriel se había estropeado todo, pero no estaba todo perdido, tenía muchas horas por delante.

Tras parar en varios parques y tomarme varias chocolatinas gruñendo el nombre de Gabriel entre medias, la tarde trascurrió tranquila a raíz de aquel amargo encuentro. La noche comenzaba a caer y ya era hora de tomar algo más fuerte que un simple batido.

Cuando entré, varias personas se giraron de golpe a mirarme, incluidos varios de los que jugaban a los dardos o el billar. El local era de estilo ochentero como a mí me gustaba y la música era realmente buena. Era un lugar que me encantaba cuando quería desconectar u olvidar algo.

- ¿Qué te sirvo muñequita? -Me preguntó con amabilidad, pero ese mote comenzó a revolverme el estómago. Era hora de ahogarme en alcohol, de que saliera por mis orejas.

-Quiero algún cóctel fuerte, sorpréndeme, soy una mujer atrevida.

Aquel comentario hizo que se lamiera los labios y yo solté una risa disimulada por la música del lugar. Poco a poco, los nervios de media tarde se convirtieron en una diversión que necesitaba.

Colin me había contestado al mensaje diciéndome que no había problema pero que por favor usara protección. Ese imbécil era un caso, pero admitía que aquellas bromas causaban un efecto balsámico en días de bajón como hoy.

Cuando llevaba dos cócteles en sangre, mi risa se aflojó y hasta las moscas me parecían divertidas. El camarero no me quitaba ojo en toda la noche y sospechaba que me diría en breve alguna tontería por lo que pensé que era hora de irme.

- ¿A dónde vas, muñequita? -Me preguntó el camarero tras la barra. Apreté los puños y dejé de ser amable:

-Mira, una cosa voy a decirte, no soy ni una muñequita, ni tu muñequita ni la de nadie, así que háblame con respeto si no quieres que unos de estos preciosos tacones perforen tu culo o tu garganta.

Aquel camarero comenzó a reírse con fuerza mientras rodeaba la barra y se ponía cerca de mí. Con voz baja, me dijo algo que me dejó completamente fría:

-No entiendo por qué te molesta; Adam te lo dice y te gusta.

Di varios pasos hacia atrás mirándolo como si fuera un monstruo, ¿Cómo demonios sabía eso?

Sin borrar la sonrisa de su rostro, él siguió hablando:

-Entraste en la boca del lobo preciosa, sin darte cuenta. ¿Por qué te crees que Adam te dijo que no salieras de casa?

- ¿Cómo...cómo...?

- ¿Qué cómo sé eso?, es fácil para un demonio como yo que posee habilidades telepáticas. Casi te atrapo aquel día que me colé en tu casa, pero te desmayaste y decidí esperar a que estuvieras en tus plenas capacidades; soy un demonio, pero ante todo soy un caballero.

Comencé a temblar pensando en que éste sería mi fin. Fui una estúpida al salir a pesar de las advertencias de Adam, pero me sentía tan horriblemente mal. De pronto, un gran destello llenó el local y algo tiró de mí.

Cuando llegué a la calle y vi quien me había salvado no pude evitar soltar una exclamación:

- ¡Daryl! ¿Cómo me encontraste?

-La cuestión no es esa sino la razón por la que saliste sola sin que Adam te acompañara, ¿Sabes el rato que hemos pasado él y yo pensando que te había pasado algo?

Daryl parecía realmente enfadado, pero no podía rechistarle, él tenía razón. Pero de pronto, puso su mano en mi hombro y su voz salió más relajada:

-También es culpa nuestra que no te avisáramos de la existencia de los demonios. Pensábamos que tardaríamos un poco en explicártelo y que no sucedería nada porque era demasiada información para ti, pero veo que esos capullos dieron contigo.

Me quedé en silencio y él me tomó en brazos antes de echar a volar. Poco a poco, llegábamos a mi bloque de apartamentos donde pude ver la luz que daba a mi casa. Entramos por la terraza y Adam se precipitó hacia donde yo estaba; decir que estaba molesto era poco.

- ¡Cómo se te ocurre!¡Me prometiste que no saldrías sola!

- ¡Necesitaba salir de esta puta casa, me estaba ahogando! -Le grité desesperada. Había llegado a mi límite y mis emociones me estaba matando. Necesitaba calma, pero parecía ser que Adam no iba a proporcionármela.

-Ahora tenemos un gran problema-Dijo Daryl.

Antes de preguntar, vi como Adam asintió en silencio y yo no sabía qué demonios pasaba. Fue Adam el que lanzó la bomba:

-Debemos de irnos lejos tú y yo porque Daryl debe de quedarse con tu hermano y vigilar la zona hasta que sea segura. mientras tanto, permaneceremos ocultos en otro país.

Con la cabeza dándome vueltas y completamente desorientada, pude hacer la pregunta que más temía:

- ¿Por cuánto...por cuánto tiempo?

Adam suspiró con fuerza y contestó:

-Quizás puedan pasar años hasta que vuelvas aquí.

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